La Biblia tiene mucho que enseñarnos en cuanto a cómo actuar en períodos de espera y de búsqueda de la voluntad divina. En hebreo, la palabra «esperar» implica tres actitudes, a cuál más importante:
CONFIANZA
Es la certeza de que Dios conoce y dirige mis pasos, en este caso mi búsqueda (
Sal. 37:23-24). Este pensamiento nos infunde tranquilidad de espíritu, paz, y nos libra de la ansiedad tal como la describe Jesús en
Mt. 6:31-32. En este sentido, la oración posee un efecto insuperable:
«Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios... guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús» (
Fil. 4:6-7).
ACTIVIDAD
Buscar con diligencia las posibles evidencias de la guía del Señor. En algunos pasajes incluso se menciona la palabra «inquirir», investigar.
Esta fue la actitud del profeta Habacuc después de exponerle su queja a Dios (
Hab. 2:1). Esperar la respuesta de Dios excluye la pasividad. Uno no puede quedarse de brazos cruzados pensando que Dios lo hará todo.
PACIENCIA
El salmista nos declara este aspecto de la espera en un conocido versículo:
«Pacientemente esperé al Señor y se inclinó a mí... » (
Sal. 40:1).
La paciencia nos libra de la prisa, de la búsqueda frenética, «contrareloj» de un candidato a esposo/a. Uno de los errores más frecuentes en este asunto es la precipitación, no ir en sintonía con el calendario de Dios. El joven debe actuar como el labrador que
«espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía» (
Stg. 5:7).
No podemos dejar que la fruta se pudra en el árbol, pero tampoco cogerla verde.
LA AMISTAD
«¿Cómo puedo sobrellevar la soledad mientras no encuentro a la persona adecuada?» Esta pregunta nos lleva a otro aspecto clave: tener novio/a no es la solución mágica e instantánea al problema de la soledad.
Muchas personas tienen una visión idealizada del matrimonio. Piensan que es el antídoto por excelencia para todos los problemas emocionales, en especial para la soledad. Esta idea refleja un concepto equivocado de amor porque pone un énfasis excesivo en «lo que voy a recibir y lo bien que voy a estar».
¡Algunos se acercan al matrimonio como si fuera un viaje a «disneylandia»! ¡Cuántos hombres y mujeres casados se sienten solos! «Nunca me había sentido tan sola como ahora que estoy casada» me confesaba una joven con lágrimas en los ojos en la intimidad de la consulta. Esto sucede porque la soledad no se arregla simplemente teniendo a alguien a tu lado. En realidad, la peor soledad es la que se siente cuando un muro te separa de la persona que tienes junto a ti.
Dios ha provisto un instrumento idóneo para aliviar la soledad: la amistad. El valor de un amigo/a es incalculable. Los amigos sí son un remedio para llenar el vacío afectivo de la soledad.
El ejemplo del Señor Jesús mismo es bien elocuente. Fue un hombre soltero. Pero nadie osaría decir que por ello fue un ser humano incompleto o insatisfecho. Lejos de ello, fue el Hombre por antonomasia. ¿Cómo pudo satisfacer Jesús, en tanto que hombre, sus necesidades emocionales? Jesús tuvo buenos amigos.
Un análisis cuidadoso de su vida nos revela cómo cultivó unas pocas amistades que le fueron refugio y apoyo en momentos de necesidad: Lázaro, María y Marta, a cuyo hogar en Betania el Señor solía acudir para descansar; Juan, el «discípulo amado», con quien tenía una relación más cercana que con los otros apóstoles. El Señor sabía que
«en todo tiempo ama el amigo y es como un hermano en tiempo de angustia» (
Pr. 17:17) por ello se ocupó en desarrollar amistades buenas. Así pues, Jesús nos marca la pauta de que un soltero no es una persona de segunda clase en cuanto a realización personal y afectiva.
Un último aspecto a considerar aquí. El matrimonio provee el marco donde puede expresarse la mayor intimidad física que es la sexual. Pero la sexualidad no es, en sí misma, la mayor expresión de amor. Según palabras del Señor mismo,
«nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos» (
Jn. 15:13). El amor más grande es darse, la entrega mutua. Este es el meollo del amor, su médula, porque nos acerca al tipo de amor que Dios tiene con nosotros. Es el ágape, columna vertebral de cualquier relación madura y estable. Tal amor no es exclusivo del matrimonio; se puede experimentar también en la amistad. David y Jonatán son un buen ejemplo de ello, hasta el punto que David llegó a exclamar cuando murió su gran amigo:
«Más dulce me fue tu amor que el de las mujeres». No debería, por tanto, haber lugar para el resentimiento o la frustración afectiva en una persona que no está casada. Si no has conseguido encontrar a tu futuro esposo/a, cultiva buenas amistades; descubrirás un sentido renovado de legítima autorrealización y de enriquecimiento personal.
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