Perder para ganar

Mansiones, palacios, extensos jardines de su propiedad no parecían ser suficientes para alegrarle el rostro.

—¿Qué es eso que tanto temes? —le preguntaba su padre—.
Y ella, aterrada, ni siquiera lo podía pronunciar.

—Aquí, en palacio estás segura, rodeada de mi guardia nuestros enemigos están lejos y mi ejército es numeroso. ¿Qué has de temer? Te puedo ofrecer el mejor esposo para ti —decía el Rey—.
—No es eso papá, no es eso papá —es lo único que ella podía pronunciar—.

No faltaron médicos que cuidasen de ella pero todos los remedios le parecían absurdos. Durante el día solo se entretenía cuidando unas plantas exóticas que le regaló un judío antes de que fuera expulsado del reino de su padre.

Mirando sus plantas, Elena se dejó llevar por una ilusión.
—Natán —que así se llamaba el judío—me podrá ayudar.

Como para ella no había nada imposible, pidió a su padre que le trajesen a su presencia a Natán.

Una vez ante ella, Natán reparó en la frondosidad de sus plantas.
—No estaban así cuando te las regalé —dijo el judío— las has cuidado muy bien.

Elena habló con Natán extensamente.
—¿Has visto qué destino tan triste el de las flores? —siguió el sabio— Un día, dos, una semana y al fin secas. Pero ello no ha evitado que mientras vivan nos alegren con sus vistosos colores. ¿No podrías alegrar nuestra efímera vida con tu dulce sonrisa, princesa Elena? Aunque solo sea una.

A los pies de Natán, Elena quedaba prendada por sus enseñanzas.
—No tengas temores. Tus únicas desgracias son las que alguna vez temiste. Si esperas más bien, nadie te robará tu destino dichoso, y mientras no llega nada te turbará.

Así pasaron varias semanas discípula y maestro hasta que les comunicaron malas noticias. El enemigo ha derrotado el ejército y se aproxima a la fortaleza. En pocos días quedaron sitiados.

El terror se apoderó de todos. Menos de Elena.
—Papá, quiero celebrar una fiesta —dijo Elena—.
—¿Tú? ¿Ahora? ¿En esta situación? ¡Estás loca! ¿Te ha trastocado el judío? —dijo el Rey—.

Nada pudo contra ella. Se ocupó de los preparativos. Aquella fiesta hizo recobrar el ánimo de todos y así pudieron enfrentarse a los agresores.
—¡No temáis! —les decía Elena a todos—.

El coraje de Elena sirvió de revulsivo para todos aquellos que por tanto tiempo la vieron postrada. La victoria se resolvió en pocos días, y la fiesta que inició Elena se prolongó varias semanas más.

—¿Qué te pasó, Elena? ¿Qué hizo cambiar tu ánimo? ¿Qué hizo disipar tu temor? —le preguntaban sus siervos—.
—Natán os lo podría explicar mejor con sus sabias palabras. Yo simplemente me dispuse a celebrar mi primera fiesta el mismo día que acepté morir. Lo demás vino solo. Nunca amé tanto la vida como desde el día que acepté perderla.