De acuerdo a la nota informativa divulgada en días pasados por distintas agencias noticiosas, entre ellas AFP, “Por primera vez en público, el papa Benedicto XVI celebró el domingo una misa de espaldas a los fieles, como se hacía en la antigua liturgia que el jefe de la Iglesia católica rehabilitó hace seis meses”. En julio el Papa desempolvó el misal que Pío V promulgó en 1570, y que estableció al latín como la lengua exclusiva en que debería oficiarse la misa.
Por supuesto que antes de la medida tomada por Pío V el latín ya tenía un rango primordial dentro de la Iglesia católica, pero en 1570 se reafirmó su uso para trazar una línea tajante frente a los movimientos de reforma, y hasta revolución, religiosa que se desataron por toda Europa a partir de la ruptura luterana.
El Concilio de Trento (1545-1563) fue un cónclave antiprotestante. Ante los retos a la supremacía del obispo de Roma que levantaron luteranos, calvinistas y anabautistas, por sólo mencionar a los grupos más conocidos, el papado y sus defensores cerraron filas. Reconcentraron el poder en quien decían era el “vicario de Cristo”, pretensión rechazada por los grupos antes mencionados y otros que se multiplicaban en el Viejo Continente. A diferencia de los movimientos reformistas, que se dieron a la traducción de la Biblia a los distintos idiomas de los pueblos y se dirigían en sus servicios religiosos a la feligresía en lengua común, Roma decretó que el único idioma para que los clérigos pudiesen leer la Biblia y oficiar la misa tendría que ser el latín. Como antes señalamos el uso del latín ya estaba sacralizado en la Iglesia católica, pero se represcribió, valga la expresión, su uso para diferenciarse de las “herejías” que a ojos de la cúpula católica perpetraba el protestantismo al poner el mensaje bíblico en lengua del vulgo.
Fue hasta casi cuatro siglos después, cuando el Concilio Vaticano II decidió que la misa se oficiara en los respectivos idiomas de los feligreses. Aunque la reciente vuelta de Benedicto XVI a la forma litúrgica defendida por los tradicionalistas solamente fue parcial, ya que se dirigió la mayor parte de la misa en el idioma de su audiencia, en italiano, y por ello
no podemos decir que esté pretendiendo restablecer una práctica del siglo XVI, de todas maneras dio un mensaje que
no es el mejor para el conjunto de la población católica mundial. Porque oficiar de espaldas al pueblo, particularmente las secciones de la celebración que se consideran más sagradas, es retornar a un verticalismo que excluye a los asistentes, meros espectadores, y continuar con una distinción terminante entre clero y laicos.
Es, también, una metáfora de lo que le está sucediendo a la alta burocracia católica: vive de espaldas a la vida real del mundo.
La práctica católica, y de algunas denominaciones protestantes, de establecer una línea divisoria entre clérigos y los llamados laicos, es ajena a la eclesiología neotestamentaria. En ésta, todos los que conforman el pueblo de Dios son sacerdotes, y todos los sacerdotes son laicos, es decir, integrantes del pueblo de Dios. En tal sentido es justa la aguda observación del teólogo anabautista/menonita John Howard Yoder, cuando dice que “En Hebreos se describe la obra de Cristo como la abolición del sacerdocio. El perfecto sumo sacerdote, completamente obediente entre sus hermanos, sacrificándose a sí mismo, puso fin a las funciones recurrentes de todo el sacerdocio y nos da a todos acceso al lugar santo. El sacerdocio, en la medida en que se aplica en el Nuevo Pacto, es el carácter de todo el pueblo de Dios, no de un solo sacerdote en la iglesia. Así, en
Apocalipsis 5 y
I Pedro capítulo 2 se recoge la frase mosaica ´reino de sacerdotes´ para designar la abolición del papel distintivo del sacerdote (mientras que el papel profético, el oficio de anciano y algo similar al oficio de rabí se conservan en la iglesia del Nuevo Testamento). Los sacerdotes que se unieron a la iglesia en Jerusalén no crearon un sacerdocio cristiano” (
El ministerio de todos. Creciendo hacia la plenitud en Cristo, Semilla-CLARA, 1995, p. 33).
Mientras siga la lejanía de los clérigos con las necesidades y expectativas del conglomerado que consideran su feligresía, sobre todo en los países de América Latina tenidos por bastión mundial del catolicismo, los hombres y mujeres que formalmente confiesan tener una identidad religiosa católica, seguirán migrando a otros credos en los cuales sienten y perciben sí se les incluye, se les toma en cuenta y reconocen responsabilidades. Por otra parte, cuando hay escasez de vocaciones sacerdotales, y el promedio de edad de los clérigos es muy alto, la única posibilidad de un mejor futuro es abrir la anquilosada institución a la dirección de los creyentes comunes y dejar de exigir el celibato. Pero de espaldas estas necesidades no se ven, hay que dar la cara a la realidad dura y contundente.
Mientras Benedicto XVI oficiaba de espaldas, casi al mismo tiempo daba inicio un movimiento para buscarle la cara en un sitio emblemático para la máxima autoridad de la Iglesia católica. Se trata de la Universidad La Sapienza, “fundada en Roma en 1303 por voluntad del papa Bonificacio VIII y es el más prestigioso centro universitario de Italia”, según nota de Manuel Quintero para la Agencia Latinoamericana y Caribeña de Comunicación. Estudiante y profesores opositores a que Benedicto XVI acudiera este pasado jueves a inaugurar el nuevo curso académico, de plano tacharon al pontífice romano de oscurantista y contrario a la laicidad de la investigación científica. En una carta los críticos a la visita papal refirieron algunas afirmaciones hechas en marzo de 1990 por el entonces cardenal Joseph Ratzinger (hoy Benedicto XVI) en la ciudad de Parma. En esa ocasión sostuvo que “en la época de Galileo, la Iglesia permaneció mucho más fiel a la razón que el mismo Galileo” y que el juicio contra Galileo había sido “razonable y justo”.
La movilización logró su objetivo, ya que Benedicto XVI no fue a La Sapienza. En el Vaticano informaron de la cancelación, no sin antes señalar a los opositores de intransigentes y ajenos a la verdadera cultura laica que sí discute. Solamente que el Papa no iba a La Sapienza a discutir ni a dialogar, sino a dar un discurso, a ser escuchado y nada más.
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