Acabamos de estrenar un año hace pocos días y, como tantas otras veces, tenemos que volver a empezar a caminar por un sendero todavía desconocido para nosotros, sin saber lo que nos deparará; pero, no sólo el año, sino tantas otras cosas en nuestras propias vidas, requieren un auténtico “volver a empezar”.
Hay gente especialista en pasar por la vida rompiendo relaciones: de familia, de amigos, de hermanos... y hay mucha otra que se queda “tirada en la cuneta”, viendo como alguien – por cualquier causa – incluso, a veces, un malentendido, rompe cualquier tipo de buena relación.
Vivimos en la época de “usar y tirar” y cosas por el estilo. Todo vale, con tal de que yo sea feliz y salga con la razón, no importa que un amigo sufra o que unos padres sean abandonados a su suerte en su propia vejez; incluso, si es necesario, nos desharemos de un bebé ya nacido o que aún está por nacer. Lo que importa es lo que yo quiero, sin tener en cuenta el daño que les pueda hacer a los demás.
Es cierto que – en ocasiones – cometemos errores, vamos... “metemos la pata hasta el fondo” involuntariamente, o alguien actúa, sin pensar, del mismo modo con nosotros. Pero, tanto los unos como los otros somos incapaces de pararnos a pensar que – tal vez – haya sido un error cometido sin querer y
nos encontramos con gente llena de rencor, que va por la vida apartándose de los demás, incapaz de “volver a empezar”.
Cuenta la Biblia la historia de un padre y un hijo. Un día, el hijo le habló a su padre: “Dame la parte de la herencia que me corresponde.” Su padre se la dio en silencio y aquel hijo se marchó lejos, a un lugar donde vivió perdidamente, derrochando su herencia en toda clase de los vicios de una vida completamente disipada.
Una mañana, aquel hijo se encontró lejos de casa, “sin un duro en el bolsillo” y viviendo andrajosamente. Mientras tanto, su padre – cada día – con el corazón envuelto en lágrimas de dolor, salía a la orilla del camino a ver si... tal vez, su hijo regresaba a casa.
Supongo que, por la mente de aquel hijo, sucedían toda clase de pensamientos: el error cometido, su absoluta desolación, el recuerdo de un padre que le amaba y una casa que le acogía llena de amor. No se lo pensó dos veces y, un día, decidió regresar. Me imagino que su corazón albergaría montones de dudas:
Cómo me recibirá mi padre???...
Será capaz de perdonarme???...
Me dejará, siquiera, un rincón de la casa???...
Todas y cada una de sus dudas quedaron despejadas cuando, al doblar la esquina del sendero camino a casa, se encontró a su padre esperándole y – nada más verle – corrió hacia él, sin importarle lo andrajoso de su indumentaria y le abrazó con los brazos más amorosos del mundo.
Cuántas veces ocurren cosas así???... Creo que demasiado pocas. Hay gente incapaz de perdonar, hay gente incapaz de olvidar...
Yo no sé si tú eres ese padre, ese hijo, ese familiar, ese amigo que – hace tiempo – dejó marchar a alguien muy querido.
Quieres que te diga una cosa???... Ya es hora, como cantaba Sinatra, de “volver a empezar”.
Siempre nos cuesta dar el primer paso, tenemos miedo a la reacción del otro; pero, yo te invito a que hoy, aquí y ahora, tú y yo comencemos a mirar si hay algo estropeado en nuestras vidas en relación con alguien. Te invito a que, tal cual estamos, incluso andrajosos, retomemos el camino hacia el otro y pidamos perdón o... perdonemos!!!
Hay una relación mucho más importante que cualquier otra en nuestras vidas, nuestra relación con Dios. Cómo es esa relación???... En qué punto del camino nos encontramos???...
Recuerda que Dios sólo está esperando a la vuelta del camino a casa, deseando a que regresemos, deseando rodearnos con sus brazos de amor infinito y que le digamos, en palabras de Francesca Patiño:
Volver a ti es calmar la pena,
es cerrar la herida y escuchar serena
el rumor tranquilo de tu voz diciendo:
“Mira al horizonte (hija mía)
ya está amaneciendo”.
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