Pienso que, en relación a los menores, debemos dosificarles el consumo de televisión. Los padres deben evitar que sus hijos se conviertan en teleadictos o que un exceso de tiempo delante del televisor les haga perder el contacto directo con la realidad. No se trata de prohibirles completamente que vean la “tele”, sino de aprovechar aquellas imágenes o programas que pueden suponer un enriquecimiento personal o un acceso a experiencias que, de otra forma, serían difíciles de adquirir: países lejanos, ambientes naturales exóticos, experiencias de riesgo, informaciones especializadas, etc.
Los programas audiovisuales deben cuestionarse desde la realidad. Hay que dialogar con los niños o adolescentes para que aprendan a confrontar las imágenes televisivas con el mundo que ellos conocen. Es menester entender bien que la pequeña pantalla puede prestarse a toda clase de manipulaciones interesadas, así como a reduccionismos y ocultaciones.
Una cuestión importante que deberíamos plantearnos es si los niños teleadictos no lo son, en buena medida, a consecuencia del vacío afectivo y espiritual en que viven. En estos casos quizás la televisión sea más un síntoma que una causa de los problemas. ¿Cómo contrarrestar estos valores negativos que se transmiten por medio de las imágenes con los principios bíblicos del Evangelio? ¿Cuáles son los valores evangélicos básicos con los que debe llenarse este vacío espiritual de los niños y adultos?
El primero de todos los valores es el propio ser humano. La persona debe quedar siempre por encima de las cosas. Según recoge el evangelio de Mateo, Jesús dijo a sus discípulos:
“No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (Mt. 6:25). El Maestro les echa en cara que se preocupaban por cosas que carecían de importancia, como hacían también los gentiles. No obstante, la vida humana es mucho más importante que todas las demás pequeñeces o futilidades materiales. Jesús se avergüenza al comprobar las insignificancias que ocupaban el pensamiento de sus discípulos. El ser humano es la criatura más compleja y singular de la creación y no ha sido creado para malgastar su existencia detrás de cosas intrascendentes. La vida en la tierra es limitada, todo hombre tiene que morir, ¿por qué perder el tiempo y engañarse corriendo tras objetos de consumo, absurdos e innecesarios?
También el evangelista Lucas pone en labios de Jesús estas palabras:
“Mirad, guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lc. 12:15). Tenemos que aprender a valorar adecuadamente todas las cosas, en medio de un mundo pagano que estima sobre todo la abundancia de bienes y objetos materiales. El hombre se define hoy por lo que tiene, por lo externo, por la fachada visible. Sin embargo, el equilibrio y la moderación son valores evangélicos que debemos defender e inculcar. El cristianismo entiende la grandeza y, a la vez, la limitación del hombre, así como su responsabilidad en este mundo. Por eso Cristo acaba su reflexión diciendo:
“...vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:32-33).
El segundo valor evangélico por excelencia es el amor. Amar no es una virtud o un mérito, sino una manera de ser. Para el Señor Jesús sólo existe una forma posible de ser su discípulo, y es la del que ama. ¿Por qué? Pues porque solamente hay un Dios, el que ama. La ética de Jesús es una ética radical:
“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (Mt 5:43-44). ¿Cuál es la razón o el motivo que se nos da para hacer esto?
”...para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mt. 5:45). Es decir, “amar..., ¿por qué? Porque Dios ama”. Este debe ser el segundo valor de todo cristiano: amar, porque Dios también ama.
La intuición de la libertad es también un valor central del Evangelio. En cierta ocasión Jesús dijo a sus discípulos:
“Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8:31-32). Para los judíos la verdad era la Ley, y el estudio de la Ley hacía al hombre libre. Pero para Jesús, la verdad era la Vida que él comunicaba. El Maestro les está diciendo que no era posible para ellos la verdadera libertad mientras vivieran bajo el orden injusto en que habían convertido la Ley mosaica. Sólo si se quitaban el yugo de opresión en que estaban viviendo bajo la Ley podían ser verdaderamente libres como lo era el propio Jesús.
De la misma manera, en el mundo actual el ser humano solamente puede llegar a ser libre cuando acierta a vivir la verdadera vida que Jesús le ofrece, cuando se libera de todo aquello que le impedía llegar a ser él mismo. Y ¿en qué consiste la verdadera vida? En amarlo todo y, a la vez, saber desprenderse de todo. Esta es la libertad del Evangelio. Tal liberación es la que pudo verse en el juicio que se le hizo a Jesús poco antes de su crucifixión. La única persona libre fue precisamente la que estaba presa, el propio Jesucristo. Todos los que participaron, el pueblo, las autoridades, Pilato, todos eran esclavos de mil intereses mezquinos, autoafirmaciones, complicidades, pactos y corruptelas. Sin embargo, el único verdaderamente libre fue él, porque se liberó de todo para ser fiel al Padre y a los hombres. Tal es el singular valor de la libertad cristiana.
Para el cristianismo el ser humano se define por lo que cree. En el evangelio de Juan (3:36) puede leerse que:
“el que cree en el Hijo tienen vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”. La auténtica vida se obtiene solamente por la fe en Jesús. Todos aquellos que piensan obtenerla de otra manera se engañan a sí mismos. El amor de Dios a la humanidad se ha mostrado en Jesús, dando a todos y a cada uno la posibilidad de salir de la muerte por medio de una aceptación personal en favor de Jesucristo. La fe cristiana es un valor fundamental del Evangelio que puede llenar el gran vacío espiritual del ser humano contemporáneo. De ahí que el hombre o la mujer que descubren esta fe, encuentran una razón para vivir y para superar con éxito todas las tentaciones alienantes de la imagen virtual publicitaria y de la religión audiovisual de nuestro tiempo.
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