Las estrellas de colores

La cena les reunía a todos después de vivir separados durante el día. Trabajos, escuela y quehaceres domésticos, todo pasaba con la ilusión de contárselo en la cena.

El abuelo les había dejado hacía ya mucho tiempo, pero la abuela aún recordaba sus dichos y siempre les explicaba historias y anécdotas que muchas veces les hacían reír y otras tantas pensar.

Después de la cena y a pesar del frío, salían unos minutos al porche, para ver cómo había cambiado el cielo desde la noche anterior. La luna se está achatando, hoy parpadean las estrellas más rápido, y sobre todo, esperaban ver algún cometa que rasgase fugaz el firmamento y sus impresionables ojos.

Pero lo que cada cual buscaba eran sus estrellas… unas estrellas de colores.

La noche siguiente dejaron hablar a la abuela que tenía más costumbre de escuchar que de ser escuchada.
-Ya llegaréis a viejos como yo, pero si cuento todos mis seres queridos resulta que tengo más allá que acá.

Los niños protestaron de seguida diciendo que los mejores de todos eran ellos, añadiendo que además estaban vivos. A la abuela le pesó haberse expresado de ese modo y consoló a los niños diciendo que era como ellos decían.

Pero los padres no dijeron nada porque la abuela sabía lo que se decía. Padres, hermanos, tíos, abuelos, amigos, paisanos, todos, excepto algún pariente lejano octogenario como ella de su pueblo natal, todos descansaban en algún camposanto.

Rápidamente la abuela se puso de buen humor y les invitó una noche más a ver el espectáculo celeste.

Canciones sobre la luna, refranes, poesías aprendidas de sus antepasados. Casi cada día le venía a la memoria un dicho nuevo. Todo relacionado con lo que veían por encima de sus cabezas.

Aquella noche se quedó más parada de lo normal viendo sus estrellas, las estrellas de colores.

Alba e Iván sólo veían una de color verde claro, y como sólo era una no le daban importancia, pero para la abuela era un verdadero espectáculo ver un buen número de ellas de colores diferentes.

Ese era el momento en que respiraba hondo y se le humedecían los ojos. Nunca dijo que llorase, aunque reconocía que a veces le lloraban los ojos.

Lo único que dijo la abuela de sus estrellas es que con ellas se sentía acompañada y traían a su memoria tantas y tantas cosas que a través de su largo caminar había podido vivir.

Los niños tampoco se interesaban en saber si eran o no los únicos en ver estrellas de colores. En su familia siempre había sido así.

Tres días después, un sábado por la mañana, Alba vio a su padre subir al coche con la abuela.

-¿Dónde van mamá?
-Al médico, Alba.
-¿Qué le pasa a la abuela?
-Parece que no se encuentra muy bien

Al volver del médico acostaron a la abuela, y Alba se acurrucó junto a ella cogiéndole de la mano.

-¿Qué te pasa abuela?
-Tranquila, Alba, tengo muchas estrellas en el cielo como para que te preocupes por algo. Pero no te olvides esta noche de mirar a lo alto. Y para cambiar de tema pasaron un buen rato hablando de las preferencias de los colores.
-Mi preferido es el lila, y después el rosa- dijo Alba.

Ya anocheciendo, la abuela se despidió para siempre de los suyos entregándose en los tiernos brazos del eterno Padre.

Alba salió al patio de su casa como las otras noches, con los ojos humedecidos por la pena. Le acompañaba su hermano Iván. Necesitaban sentirse arropados en aquellos momentos. Alzando la vista, lo primero que vio Alba fue una intensa luz de color lila que presidía el firmamento.

Se aclaró los ojos y acabó viendo y entendiendo. Era una brillante estrella de color que nunca la abandonaría y relucía intensamente junto a la primera estrella de color verde, parpadeando y haciéndose guiños de complicidad

-¡Alba!-, dijo su hermano pequeño, -¿qué es esa estrella de color azul intenso?-
-¿Azul? ¡Pero si es lila!- contestó.
Se quedó pensando unos segundos y preguntó.
-¿Qué fue lo último que te dijo la abuela?-
-Me preguntó cual era mi color preferido-, contestó Iván
-El azul, ¿no?- contestó Alba.
-Si- respondió Iván

Aquella noche entendieron el sentido de las estrellas de colores y, tal como le pasaba a la abuela, en momentos de tristeza o de soledad se sintieron acompañados por su luz

Bastaba asomarse al anochecer y reconocer sus estrellas de colores que sólo ellos y nadie más podían ver.