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El Evangelio global

Las desavenencias dentro del pueblo de Dios, los enfados y las rupturas de relaciones entre los hermanos, sólo contribuyen a desacreditar el reino de Dios en la tierra. Los cristianos no estamos aquí para eso, sino para todo lo contrario. Para hacer de la diversidad y de la diferencia, unidad en el Señor.
CONCIENCIA AUTOR Antonio Cruz Suárez 20 DE ENERO DE 2007 23:00 h

Nuestra misión será siempre procurar hacer de tantos altares separados, un único altar de unidad. De ahí que, ante los desafíos de la globalización, sería deseable que todos los creyentes del mundo se pusieran de acuerdo para pedirle a los respectivos gobiernos que introdujeran en sus agendas el tema de la regulación de la economía global. Es menester que durante este siglo XXI se acabe cuanto antes con con el infierno de la criminalidad, los escándalos políticos, el racismo y los nacionalismos excluyentes, así como con la miseria y el hambre que existe en el mundo. Ya no es posible decir que faltan alimentos o recursos para hacerlo. Lo único que se requiere es voluntad política y sensibilidad fraternal.

Aquella antigua predicación que hacía Juan el Bautista recorriendo la ribera del Jordán, se ha vuelto hoy tan necesaria como entonces. Cuando, después de oir su mensaje acerca del bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados, la gente le preguntaba: “¿qué haremos?”, él respondía: “El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo” (Lc. 3:10-11). La comunicación verdaderamente cristiana pasa por poner los bienes en común cuando es necesario hacerlo; por recoger ofrendas y ayuda material para aquellos que lo necesitan, sean o no hermanos en la fe. Este carácter solidario del pueblo cristiano es una consecuencia inmediata de la esencia del reino de Dios en la tierra.

El apóstol Pablo negó incluso a la iglesia de Corinto el derecho a seguir celebrando la Cena del Señor, precisamente por los abusos y las discriminaciones económicas que durante tal celebración se realizaban (1 Co. 11:17-34). Y algo más tarde, en relación con esta misma idea, les escribe en los siguientes términos: “Porque no digo esto para que haya para otros holgura y para vosotros estrechez, sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad, como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos” (2 Co. 8:13-15). Tal ejemplo de fraternidad continúa siendo necesario en nuestro mundo globalizado. Las leyes que gobiernan el cosmos no se pueden cambiar, fueron diseñadas así por el Creador, pero aquellas que controlan el universo económico de la globalización, han sido creadas por el hombre y, por tanto, la acción humana es capaz de cambiarlas o mejorarlas, con el fin de eliminar la exclusión social.

Los cristianos debemos influir para que tal cambio se haga pronto una auténtica realidad. La iglesia de Jesucristo debe aprender hoy a ponerse en el lugar de quien escucha por primera vez el mensaje cristiano. Tiene que hacer un esfuerzo por entender al hombre que vive en plena globalización y poder así presentarle la Buena Nueva con sabiduría y humildad de espíritu. En el momento presente es imprescindible predicar por medio de ese testimonio personal que siempre resulta más atractivo, en el fondo y en la forma, que la referencia pasiva a una religiosidad fría del pasado. La cristiandad debe revalorizar su celebración cúltica y hacerla atractiva para la sociedad actual ya que, al fin y al cabo, se trata de la mayor fiesta del universo porque gira en torno a la única esperanza que le queda al ser humano. En el culto cristiano hay que festejar la vida, el amor y el perdón que Jesucristo ofrece a la humanidad. Pero ésto hay que hacerlo entender de manera adecuada a las criaturas de hoy.

No debemos pensar solamente en las almas de los hombres sino también en toda la esencia de la persona, en sus necesidades materiales y morales. De esta manera el pueblo de Dios anunciará eficazmente el mensaje de salvación al ser humano, a las culturas y a los pueblos, dejándose a la vez influir e inculturizar por ellos. La predicación del Evangelio tiene que hacer un énfasis especial en la justicia social, así como en la no violencia activa y en el cuidado de la creación. Estos valores cristianos deben ser resaltados hoy más que nunca y llevados a la práctica o exigidos a las autoridades respectivas.

Si queremos que la globalización adquiera un rostro más humano y que las minorías frustradas no se dejen llevar por la envidia y actúan violentamente contra el mundo rico que no parece tenerlas en cuenta para nada, hay que actuar de inmediato. No podemos permanecer sordos y mudos ante esa Bestia del neocapitalismo salvaje que actúa según los principios evolucionistas del darwinismo social. Hay que desmentir a quienes predican que los poderosos son siempre los mejores, mientras que los pobres serían la peor raza humana. Esta filosofía es absolutamente contraria al Evangelio de Cristo porque, entre otras cosas, Dios hizo todo el linaje humano “de una sola sangre”, tal como también hoy demuestra la moderna genética. Jesús estuvo siempre al lado de los necesitados.

Así como en el libro de Apocalipsis (13:2-4) se habla de aquella Bestia que tenía “grande autoridad” y que consiguió maravillar a toda la tierra para que la adoraran, refiriéndose probablemente al Imperio romano que sometía a los cristianos primitivos a crueles persecuciones porque no aceptaban que el César fuese su Dios y Señor, también hoy la globalización económica del Primer Mundo puede convertirse en una nueva Bestia que esclavice y destruya a millones de criaturas.

De ahí que los creyentes tengamos que luchar contra ciertos aspectos negativos del proceso globalizador para que tal Bestia no llegue a convertirse en un poder absoluto e inamovible. Frente a la lógica egoísta del “todo y cuanto antes” o del “mayor rendimiento en el menor tiempo posible”, el cristiano debe replicar con los valores de la libertad de conciencia, el altruismo, la solidaridad y la gratuidad. Porque si la existencia del ser humano es un don, puesto que todos hemos sido creados por Dios; si la salvación llevada a cabo por Jesucristo es gratuita para toda persona que desee aceptarla, entonces la gratuidad debe ser también la fuente y la fuerza que mantenga unida toda la realidad social. Si somos un don de Dios, ¿cómo no asumir con respecto a todas las criaturas de la tierra, la solidaridad fraternal, la convivencia pacífica y la coparticipación en la labor de guardar la creación y hacer una sociedad más justa?

En el siglo XXI se necesitan cristianos que sepan ponerse en la piel de quien todavía no es creyente porque no ha descubierto el mensaje de Jesucristo, hombres y mujeres que sean capaces de expresar su fe de manera testimonial, con un estilo de vida que resulte atractivo en el fondo y en la forma. Es necesaria una Iglesia que sepa celebrar la fiesta de la esperanza, la vida, el amor y el perdón que sólo ofrece Jesús. En la actualidad, los discípulos del Maestro no deben preocuparse únicamente por las almas de las personas, sino también por todos los requisitos que atañen al espíritu y al cuerpo.

Las congregaciones tienen que ser sensibles a las necesidades que tiene el pueblo para suplirlas con arreglo a sus posibilidades. Hay que procurar anunciar la Buena Nueva a cada cultura y, a la vez, dejarse inculturizar por aquellos valores positivos que existen en cada tradición autóctona. Sólo de esta manera la Iglesia podrá seguir extendiendo el reino de Dios en la tierra y contribuirá a paliar las oscuras sombras que hoy se ciernen sobre la globalización.
 

 


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