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Nicea 325, la corrupción hecha dogma

No se trata de anular la historia de la Iglesia, o de no reconocer los bienes de su existencia. Se trata de no servir a Dios conforme a las tradiciones de los hombres.

REFORMA2 AUTOR 7/Emilio_Monjo 23 DE NOVIEMBRE DE 2025 17:40 h
Icono medieval representando a Constantino sosteniendo el credo niceoconstantinopolitano. / [link]Autor desconocido[/link], Wikipedia.

Que ya son 1700, y hay que celebrar. El “Cristo” de Nicea, más o menos; la “iglesia de Nicea”, menos que menos, la corrupción al aire libre.



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Acudir al concilio ecuménico (el primero en la lista, sin importar cuántos después) de Nicea, es todo un ejercicio de análisis de nuestro presente. Por supuesto, el documento que lleva su nombre, su credo, es el que cuenta. De sus cánones nadie da cuentas.



Curiosidad: se presenta el concilio como el momento en que la Iglesia se libró de la corrupción. Vaya, que si no se llega a celebrar, la Iglesia se hubiera muerto, o casi. Esto es regla de fe.



Por esta regla, después del concilio, con su credo, tendríamos a una Iglesia liberada de males, hasta nuestros días, que lo siguen recitando en todas partes de la cristiandad.



Otra mirada, es la que pongo aquí, es que precisamente en ese momento no se libra la Iglesia de nada, sino que se afirma su corrupción, aunque la pretenda tapar con un credo de Cristo, y esa corrupción sigue hasta nuestros días, donde ese momento se considera fundamental.



Aquí tenemos un juego inicial del que es necesario conocer las reglas. Si santificas el concilio, ¿cómo puedes no llevarte con él la tradición? Y con ella, el lema tan recurrente: la Iglesia necesita para su salud y evangelización la Escritura y la tradición.



Cada vez te encuentras más teólogos, profesores, pastores plantadores de iglesias, etc., evangélicos que, como nuevos constantinos se presentan vestidos de púrpura y pedrería (en el caso de Constantino, que eran buenas, dicen que casi con el peso no podía ni andar) y liberan a la cristiandad de sus errores, y que con sus sabias fantasías van a arreglar los desafueros de las distintas tradiciones de la misma. Nicea es buen lugar para poner al descubierto sus obras.



En cualquier lugar donde se mostrase esa “Iglesia liberada del error arriano” (que tampoco se libró tanto, pues Arrio fue repuesto en su dignidad y murió, de mala manera en una letrina pública, pero con todos los papeles de miembro fiel y sacro de esa Iglesia), confesando su fe nicena recitando el credo, con alguna añadidura posterior si prefieres, te podías encontrar esa Iglesia liberada sacralizando la tumba de un mártir (real o ficticio, que muchos lo fueron), o reconociendo y sacralizando la mismísima vera cruz, o celebrando la pascua, el ritual de la semana santa, (con la fecha buena aprobada en el concilio citado) que, ya se sabe, fue un mandato esencial del Cristo a los suyos; o proclamando la condición milagrera de una reliquia; o presentando a uno subido en una columna como modelo de santidad; o… pon tantas cosas propias de ese momento; luego conservadas como esenciales al papado.



Todas esas corrupciones, que en ese momento señalaban la naturaleza y vida de la iglesia cristiana, ninguna fue impugnada en Nicea. No se consideró por nadie un peligro a extirpar. El peligro real era que un discurso “inadecuado” sobre Cristo las privase de fuerza y sacralidad.



El credo sobre la persona de Cristo, la “necesidad” de su divinidad, lo que pretendía era divinizar por Cristo todas esas supersticiones.



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Puestos así, con un lenguaje metafórico por la cronología, se buscaba divinizar el papado, donde todas esas supersticiones se conservan sagradas. Nicea es un pack indivisible; los mismos que elaboran su credo creen las supersticiones señaladas antes.



Les podrías quitar un modelo u otro de presentación de Jesús, pero esas corrupciones no se tocan, además nadie las rechazaba.



No tenemos aquí ningún problema con nuestro Jesús, Dios verdadero, Hombre verdadero. De lo que se trata es de separarlo de las supersticiones con las que lo han revestido. Separarlo de Nicea, vaya.



Por acudir a un espacio esclarecedor: la liturgia, ahí vemos estas cuestiones. Por un lado, una comunidad local, una iglesia, que celebra adoración, culto, a su Dios, es una cosa siempre buena.



Cómo lo celebre, es signo de su visión sobre sí misma y de su Dios. Y nos encontramos, como hoy, que unos dicen en un modo/templo, otros en otro, pero verdaderos adoradores en espíritu y verdad, pocos. Los que se reserva Dios con su Hijo como Cabeza, y ni uno más, ni menos. (En nuestro grupito estamos en ese amparo.)



El tema es amplio, y muy rico en enseñanzas, pero resumiendo se puede decir que la liturgia en los primeros momentos (documentados) de la Iglesia, empieza a convertirse en un espacio sacralizado con poderes propios. De hecho, el poder de Cristo se encierra cada vez más a ese espacio. (Y con esto se encierra también la Palabra.)



La liturgia aparece cada vez más como el lugar sagrado donde Cristo es reservado, como un sagrario peculiar, y con él también su Palabra, el Evangelio. ¡Y el sacerdocio se hace imprescindible! (Cristo tiene poder, como Dios de Dios, u Hombre de Hombre, en la liturgia. Por eso la “evangelización” es llevarla a otras personas y lugares.)



La Iglesia desde la liturgia, y el emperador Constantino desde su administración, al final, todos llevan a Nicea. Allí se lograría la unidad, aunque cada esfera la entendía y buscaba de una forma diferente. Una liturgia sin unidad pierde su fuerza; un imperio sin unidad pierda su fuerza.



Lo del imperio, es evidente. Pero ¿qué mostraba la debilidad de la liturgia por su falta de unidad? (que fuere igual en todas las iglesias locales). Pues la respuesta la tienen los demonios.



La liturgia se consideró el espacio protegido por el poder del Resucitado donde se demostraba su victoria por la derrota demoníaca. Su presencia vencía a los demonios. Dentro estabas seguro contra sus poderes.



Esa liturgia estaba constituida por ritos sacramentales. Agua bendita, señal de la cruz, incienso… y, sobre todo, la eucaristía. (Para todo, no se olvide, hace falta el clérigo.)



Si tenías en un espacio litúrgico local una reliquia relevante, eso era lo más de lo más. Incluso otras iglesias locales podía participar de su poder con un fragmento o una adecuada invocación y reconocimiento. ¡Y todo esto estaba en Nicea!



(Una curiosidad: los eremitas se separan voluntariamente de la liturgia, pues ven que la cosa está corrompida, -Jerónimo, por ejemplo- y se enfrentan solos a los demonios, sin la protección de la misma. Luego irá apareciendo otro modo de protección: el monasterio, una especie de liturgia material permanente. Pero eso es otro tema.)



Se estaba notando (vete tú a saber cómo lo notaban) que cada vez la liturgia tenía menos poder contra los demonios. Para uno flacucho, vale, pero para un ejemplar musculado, ni cosquillas.



Incluso la eucaristía y las reliquias, ¿qué demonio se sentiría rechazado y expulsado de la iglesia local si nadie se aclaraba sobre el significado de Padre, Hijo y Espíritu Santo? Un mártir de los más venerados, ¿cómo va a tener poder si no se sabe por la comunidad con qué Jesús unió su cuerpo entregado a la muerte?



Es necesario aclarar el tema de Jesús para que esas supersticiones conserven su pretendido poder. Eso es Nicea.



Por supuesto, reitero que no se trata de anular la historia de la Iglesia, o de no reconocer los bienes de su existencia. Se trata de no servir a Dios conforme a las tradiciones de los hombres.



Les pongo unos renglones de un clásico. Primera edición de 1853, luego trabajada una segunda treinta años después por el autor, sigue de referencia obligada (yo la he usado. Jacob Burckhardt.)



“Pero los tiempos de la iglesia triunfante y secularizada, cuyos concilios fueron cada vez más brillantes y más numerosos, muy pronto nos ofrecerán el cuadro de la más triste degeneración. (Negritas mías.)



La primera gran ocasión fue la del concilio de Nicea (325), cuya misión principal consistiría en poner término a las disputas arrianas.



Uno de los espectáculos más tristes de toda la historia es ver que la iglesia, especialmente la de las regiones orientales del Imperio, apenas salida de las persecuciones, fue presa de las más violentas disputas acerca de la relación de las personas de la Santísima Trinidad.



La obstinación oriental y la sofistería griega, bien repartidas en las sedes episcopales, se engarabitan en torno a las palabras de la Escritura al objeto de lograr algún símbolo que haga comprensible lo incomprensible y ofrezca alguna concepción que sirva para todos; la disputa del homousios y homoiusios (“igual y parecido”) se prolonga a través de cien metamorfosis distintas y de cientos de años y fragmenta a la iglesia oriental en sectas, una de las cuales se funde con el Imperio Bizantino en calidad de iglesia griega ortodoxa. [Este autor escribía denso.] Toda una serie de otros intereses, en parte muy mundanos, se entremezclan en la pugna y se encubren tras ella de tal suerte que va cobrando el aspecto de un mero pretexto hipócrita. La iglesia se va vaciando por dentro, gracias a esta disensión; deja secar al hombre interior a fuerza de ortodoxia y ella misma, desprovista de savia moral, agota su efecto moral superior sobre los individuos (…)



Cuando el presbítero alejandrino Arrio sostuvo su doctrina de la subordinación del Hijo al Padre se levantaron contra él el diácono alejandrino Atanasio y el obispo Alejandro.



Este convocó en el año 321 a un sínodo de los obispos de Egipto y Libia, que condenaron y proscribieron a Arrio. Con esto se dio a su doctrina y a su postura una importancia que en sí mismas no tenían; el partidismo aumentó sobremanera en los dos bandos mediante la predicación, el apostolado y la comunicación epistolar.



Como el obispo Eusebio de Nicomedia tomó partido por el extraño y vanidoso pero práctico Arrio, pronto cobró la pugna el aspecto de una lucha entre las sedes de Alejandría y Nicomedia; también aquí, o en las proximidades, se reunió un sínodo que se declaró a favor de Arrio.



Por entonces, estaba también a su favor Eusebio de Cesarea, quien nos ofrecerá más tarde, en la Vida de Constantino, una descripción de esta disputa que resulta única por su falta de honradez y deliberada parquedad (…)



[En Nicea] No fueron, pues, los discursos de Arrio ni las réplicas de Atanasio en honor de la eternidad del Hijo las que decidieron el resultado. Una orden del emperador puso fin a los debates, declarándose Constantino en favor de la expresión homousios contra la voluntad de la mayoría, que se sometió pacientemente (…)



Constantino conoció a su clero oriental y aprendió también a despreciarlo en su mayor parte. ¡En qué forma estos hombres, que podían levantar el Imperio sobre sus goznes, se habían inclinado ante él! (…)



Pero ahora es cuando empieza de verdad la lucha (…)



[Con los hijos de Constantino] En el curso de los acontecimientos se llega pronto a las persecuciones más espantosas, a los destierros y asesinatos; vuelven a parecer todos los martirios y todos los géneros de tortura de la época de Máximino; hasta la comunión y el bautismo se convierten en objeto de imposición policíaca y las facciones se disputan violentamente las sillas episcopales.” [Y ya no pongo más.]



¡Salid de ella pueblo mío!



 



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