Más de 17 millones de personas se han visto afectadas por las repercusiones del terremoto. Por el Dr. Kyi Minn, director nacional de World Vision en Myanmar.
Después de que un poderoso terremoto de magnitud 7,7 sacudiera el centro de Myanmar el 28 de marzo de 2025, viajé al epicentro en la región de Mandalay. Allí, vi a niños y niñas sentados en silencio en largas colas, esperando una comida sencilla. Muchos no habían comido en todo el día. Sus ojos mostraban miedo e incertidumbre.
La historia de cada niño y cada niña revela una verdad más profunda sobre la realidad de Myanmar en la actualidad. Este no es un éxito de taquilla de Hollywood como “Los juegos del hambre”. Esta es una historia de hambre que no está en una pantalla; esta es la cruda realidad de una nación en crisis.
El camino de Myanmar hacia el logro del Objetivo de Desarrollo Sostenible 2 (ODS 2), "Hambre cero", siempre ha sido empinado. Las agencias gubernamentales, los organismos de las Naciones Unidas, las ONG internacionales, las organizaciones de la sociedad civil y las comunidades locales han trabajado incansablemente para abordar no solo la inseguridad alimentaria inmediata, sino también para construir soluciones sostenibles a largo plazo.
Pero la subida se ha vuelto más empinada. El país se enfrenta ahora a una crisis dentro de otra crisis: el conflicto en curso, la inestabilidad económica, el empeoramiento de las perturbaciones climáticas y el cambiante entorno de la financiación humanitaria. Incluso antes del desastre más reciente, las cifras eran sombrías. Se espera que más de 15 millones de personas (más de una cuarta parte de la población) se enfrenten a la inseguridad alimentaria en 2025, frente a los 13,3 millones del año pasado. Cerca de 20 millones (1 de cada 3) necesitarán asistencia humanitaria, entre ellos 6,3 millones de niños y niñas y 7,1 millones de mujeres.
El Índice Mundial del Hambre pinta un panorama sombrío: uno de cada cuatro niños menores de cinco años sufre retraso en el crecimiento, el 6,6% sufre emaciación y el 4% de los niños y niñas mueren antes de cumplir los cinco años, a menudo debido a enfermedades relacionadas con la desnutrición. Si bien es posible que la desnutrición no cause directamente enfermedades como la neumonía, la tuberculosis y el paludismo, debilita significativamente el sistema inmunológico y la resiliencia general de la infancia, dejándola más vulnerable a estas enfermedades infecciosas potencialmente mortales.
Los precios de los productos básicos aumentaron un 29% en 2023, mientras que los alimentos nutritivos se han vuelto cada vez más inalcanzables, especialmente en zonas afectadas por conflictos como Rakhine, Chin, Kachin, Kayah y Shan. La escalada de violencia en 2021 debilitó aún más los servicios esenciales y los sistemas alimentarios. Luego llegó el supertifón Yagi en 2024, que interrumpió aún más el acceso a los alimentos y los medios de vida.
El terremoto del 28 de marzo El poderoso terremoto de Myanmar Central sacudió no solo el suelo bajo nuestros pies, sino también los ya frágiles cimientos de nuestros sistemas alimentarios y nutricionales. Para los niños y niñas más vulnerables, las mujeres embarazadas y las comunidades rurales, este fue otro golpe en un país que ya lidia con conflictos internos, dificultades económicas y desastres inducidos por el clima.
El terremoto interrumpió los sistemas de riego, dañó las tierras de cultivo, mató al ganado y obligó a los servicios de salud y nutrición a cerrar o reducir sus operaciones. El acceso al agua potable y el saneamiento colapsaron en algunas zonas, lo que agravó los riesgos de malnutrición y enfermedades, especialmente para las familias y los niños y niñas desplazados.
Más de 17 millones de personas en 57 municipios se han visto afectadas por las repercusiones del terremoto. Incluso en las regiones que no se han visto directamente afectadas por el terremoto, el efecto dominó ha ejercido una presión adicional sobre los sistemas ya sobrecargados, especialmente en las comunidades remotas y afectadas por conflictos.
Tras el terremoto, las organizaciones humanitarias, incluidas las locales e internacionales, las agencias de la ONU y los voluntarios locales, se movilizaron rápidamente para apoyar a las comunidades afectadas. Rápidamente se entregaron alimentos de emergencia, agua potable, kits de higiene y refugios temporales.
Con un fuerte apoyo de donantes y socios internacionales, World Vision ha llegado a casi 330.000 personas, incluidos más de 100.000 niños y niñas. En asociación con el Programa Mundial de Alimentos, World Vision proporcionó asistencia en efectivo para fines múltiples a más de 9.000 personas y distribuyó galletas de alto contenido energético a más de 172.000.
A través de VisionFund, se proporcionaron préstamos de recuperación a 1.712 hogares de clientes afectados, lo que les permitió reiniciar e invertir en sus microempresas, ayudando a las familias a recuperarse rápidamente y reconstruir sus medios de vida con dignidad.
Además, la asistencia en efectivo sigue siendo una de las formas más poderosas de apoyo en situaciones de emergencia. No solo permite a las familias satisfacer sus necesidades más urgentes, como alimentos, refugio o atención médica, sino que también les da la dignidad de elegir. Puede empoderarlos para tomar las decisiones que mejor se adapten a sus situaciones y prioridades.Estos esfuerzos han sido fundamentales. Pero son solo el comienzo.
El alivio es solo el comienzo. La recuperación debe seguir, y debe ser estratégica, inclusiva y liderada por la comunidad. En la fase inicial, las transferencias monetarias multipropósito son esenciales para satisfacer las necesidades básicas. A medida que avanzamos hacia la recuperación temprana, los programas de dinero por trabajo pueden proporcionar ingresos al tiempo que apoyan proyectos comunitarios como la retirada de escombros o la reparación de infraestructura alimentaria a pequeña escala, como canales de riego, pozos y mercados.
Los esfuerzos a largo plazo deben dar prioridad a los medios de vida sostenibles, especialmente para las familias que dependen de la agricultura. Esto incluye la creación de empleo a través de programas de resiliencia, huertos familiares, ganadería, procesamiento de alimentos y fortalecimiento de las cadenas de valor agrícolas. La reconstrucción de viviendas de bajo costo también es vital para proteger vidas y medios de subsistencia.
Lo que me da esperanza en medio de estos desafíos son los actos cotidianos de bondad y coraje que veo en el campo. En las aldeas afectadas por el terremoto, he conocido a familias que cocinan comidas adicionales para compartir con los vecinos. He visto a mujeres abrir pequeños puestos de comida para apoyar a sus familias con ingresos adicionales, y a jóvenes ofrecerse como voluntarios para reconstruir sus comunidades. Estas fortalezas locales son las semillas de un futuro mejor.
El camino por delante no será fácil, pero es posible avanzar en la lucha contra el hambre si trabajamos juntos con urgencia, compasión y visión a largo plazo. El progreso dependerá de la aplicación de un enfoque de triple nexo: integrar la ayuda humanitaria, el desarrollo y la consolidación de la paz simultáneamente, en lugar de hacerlo secuencialmente.
Este modelo es particularmente relevante en Myanmar, donde las necesidades humanitarias están profundamente entrelazadas con la fragilidad sistémica y el conflicto en curso. No podemos construir sistemas alimentarios duraderos sin paz. Y no podemos esperar a que haya paz para empezar a construir.
En el contexto del proceso de paz de Myanmar, la sociedad civil desempeña un papel fundamental en el establecimiento de las bases para una paz duradera. Podemos contribuir fortaleciendo las capacidades locales y promoviendo los valores fundamentales de una sociedad civil pacífica. En la actualidad, los esfuerzos de World Vision se centran en dotar a la infancia y a las comunidades de conocimientos y habilidades centrados en el amor, la reconciliación, la positividad y la paz como medidas de protección contra los conflictos.
El camino de Myanmar hacia el Hambre Cero está plagado de desafíos. Pero el objetivo no está fuera de nuestro alcance. Con una acción coordinada, comunidades empoderadas y un firme compromiso con la paz y la resiliencia, podemos superar estos contratiempos y sentar las bases para un futuro más nutrido y equitativo para los niños y niñas.
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