Ante las situaciones más tenebrosas de la existencia, esta fe se dice a sí misma que sigue valiendo la pena esperar en el Dios de la vida y de la historia.
“Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí. 2 Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré. 3 Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y fue al lugar que Dios le dijo”. Gn. 22:1-3
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La palabra “penumbra” etimológicamente significa “casi sombra”. Es una situación en la que hay poca luz, pero no se llega a la oscuridad completa. Es como un eclipse parcial, porque en la penumbra existe una parte que está iluminada y otra que está completamente oscura. Lo distintivo de la penumbra es que resulta difícil percibir donde acaba la oscuridad y comienza la luz.
En este episodio de su vida, Abraham es invitado a caminar en tierra penumbra: “Toma a tu hijo amado, al que quieres, Isaac y ofrécemelo en sacrificio”. Tiempos de oscuridad para Abraham en los que es puesto a prueba por Dios de una manera brutal e inesperada. A renglón seguido, Abraham camina durante tres días, no se trata, por tanto, de un arranque heroico momentáneo, sino de una firme determinación de llevar la obediencia hasta sus últimas consecuencias.
En este episodio dramático, Dios se aparece como alguien incomprensible que parece contradecirse poniendo en cuestión el fruto de la promesa, precisamente cuando ya está empezando a madurar en la vida de Abraham. Al principio, el padre de la fe responde a la palabra de Dios rompiendo el hilo con su pasado: “Vete de tu tierra y de tu parentela… y salió Abraham, como Jehová le dijo”. Ahora, sin embargo, todo parece indicar que Dios le obliga a romper el hilo con lo porvenir (“Drama y Esperanza”. J. L. Elorza). Después de una espera interminable va a romperse el único eslabón que puede asegurar la descendencia prometida. ¿Destruye Dios su propia obra? ¿Se ha convertido en el enemigo de Abraham? La narración nos coloca entre la espada y la pared, porque nos sitúa ante una imagen de Dios perturbadora.
¿Necesitaba la fe de Abraham ser probada todavía? ¿No había pasado ya suficiente tiempo y experiencia como para ser una fe madura? Llegado el momento, él decidió desinstalarse de todas sus seguridades y se hizo disponible para recorrer un nuevo camino junto al Dios de las promesas. Abraham sabe de caminos, ¡Pero esta vez! Sin embargo, el relato recoge la obediencia sin preguntas de un padre que, dando un paso más de fe sabe que Dios proveerá, que es fiel, que la ha dado su palabra y no le mentirá porque es el Dios de la vida. Por la fe Abraham sabe cosas que solo un creyente alberga en su corazón: que todo se lo debe a Dios, también su hijo único y que este hijo le sigue perteneciendo a Dios más que a él mismo; sabe que no tiene derecho a lo recibido y que también ahora, en su vejez, debe vivir de la palabra de Dios más que de sus propios intereses y deseos.
Esta página biográfica de Abraham describe, una vez más, un retrato espiritual de su vida de fe. Una fe que se abre paso en tiempos de penumbra. Una fe que, ante las situaciones más tenebrosas de la existencia se dice a sí misma que sigue valiendo la pena esperar en el Dios de la vida y de la historia. Un Dios que prueba, pero que al mismo tiempo saca de la prueba. Un Dios que “da vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean”, dirá más adelante el apóstol Pablo, Rom. 4:17.
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La vida, a menudo, nos somete a pruebas incomprensibles que jamás piden permiso para barrernos por dentro. Pero, aun en las noches más oscuras, el Dios eterno se nos presenta como luz en el camino cuando perseveramos con una fe confiada en las profundidades de la penumbra. Y, entonces, y solo entonces, podemos clamar como lo hizo Job: “De oídas te había oído, pero ahora mis ojos te ven”, porque Dios corresponde a nuestra confianza renovando su presencia de un modo nuevo en nuestras vidas, reconstruyéndolas una y otra vez para completar en nosotros su proyecto de mujeres y hombres nuevos. Soli Deo Gloria.
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