El ejercicio de memoria que realizan los descendientes de los perseguidos es reivindicatorio de una gesta dada originalmente en el ámbito religioso, pero que por sus efectos trascendió a otros espacios de la sociedad.
Lo dijo certeramente Walter Benjamin: “La memoria abre expedientes que el derecho y la historia dan por cancelados”. Carentes de poder, ante sus cruentos perseguidores, los anabautistas del siglo XVI solamente tuvieron de su lado el recurso de la memoria. Muy temprano desde los inicios del movimiento hubo transmisión, entre las comunidades dispersas, de historias de persecución y ejecuciones de hombres y mujeres que persistieron en sus creencias que retaban el entramado social, político y religioso de la época.
Hace quinientos años tuvieron en contra la simbiosis Iglesia oficial-Estado y tal unión no auguraba que pudieran resistirla. Sus adversarios los llamaron anabautistas porque, a ojos de los primeros, practicaban el rebautismo, ya que no aceptaban la legitimidad de haber sido bautizado(a)s en la infancia, cuando no eran conscientes del acto, sino que se bautizaban conscientemente de forma voluntaria para comprometerse con una comunidad en el seguimiento de Jesús.
Aunque desde antes del 21 de enero de 1525 en Zúrich, Suiza, había renuencia en distintos círculos a aceptar la validez del bautismo infantil, fue en el día señalado cuando un grupo conformado por antiguos aliados del reformador Ulrico Zwinglio decidió bautizarse mutuamente, pese a las claras ordenanzas en contra de las autoridades políticas y eclesiásticas zurichenses. Fue entonces cuando Conrado Grebel, Félix Mantz y Jorge Blaurock, entre otros, debieron iniciar su peregrinaje huyendo por distintas villas cercana s a Zúrich. En una de ellas, Zollikon, destacó en el fortalecimiento del núcleo anabautista Margarita Hottinger. Las mujeres tuvieron amplio protagonismo en la expansión de las propuestas del movimiento.
Quinientos años después lo(a)s heredero(a)s confesionales de los perseguidos están recordando los orígenes marginales del anabautismo, cómo debió subsistir en condiciones sumamente adversas, tanto en territorios católicos como protestantes. En Wetzgau, Alemania, se han dado cita por una semana representantes de comunidades anabautistas de todos los continentes, les mueve no la nostalgia sino hacer memoria de un legado que se forjó en la clandestinidad. La nostalgia mira de manera un tanto idealista el pasado, a menudo lo presenta como la edad de oro, por su parte la memoria recuerda (trae al corazón) lo acontecido para evaluarlo con sus pros y contras, con el fin de revalorar el ethos del movimiento, redimensionarlo y hacer un ejercicio de crítica para salvaguardar el núcleo identitario que le dio un perfil distintivo en el siglo XVI.
Los descendientes confesionales de quienes padecieron cruentas persecuciones por cuestionar al régimen de cristiandad —el cual descansaba en la coadyuvancia y retroalimentación entre la Iglesia oficial del territorio y las instancias gubernamentales— siguen reivindicando un principio constitutivo de los disidentes que enarbolaron la libertad de elegir sus creencias en una sociedad dominada por valores religiosos heredados y sin posibilidad de rechazarlos. La afirmación de una alternativa contraria al integrismo religioso, político y social del régimen de cristiandad ponía de facto a lo(a)s contrario(a)s al entramado reinante en posiciones de actores disolventes de un orden considerado por sus defensores como natural e inamovible.
El ejercicio de memoria que realizan los descendientes de los perseguidos es reivindicatorio de una gesta dada originalmente en el ámbito religioso, pero que por sus efectos trascendió a otros espacios de la sociedad. La obstinada defensa de su opción elegida que hicieron hace quinientos años hombres y mujeres anabautistas escasamente ha sido tomada en cuenta por investigador(a)s del desarrollo histórico de la tolerancia. Por distintas vías y lugares argumentaron sobre la legitimidad de sus creencias y prácticas, así como el derecho a vivir en un territorio que, si bien podía tener una religión mayoritaria, e incluso oficial, podría no ser la única y tampoco ser excluyente de grupos minoritarios.
No solamente el movimiento anabautista pudo sobrevivir al sistema persecutorio que se levantó en su contra, sino que las diásporas forzadas de sus integrantes lograron construir zonas que hicieron posible la existencia de generaciones posteriores. El asedio contra los liderazgos fue implacable, sin embargo las redes subterráneas tejidas por las bases de creyentes evitaron que personajes por quienes hubo ofrecimiento de recompensa, como Menno Simons a cuya cabeza puso precio el emperador Carlos V, pudiesen movilizarse y visitar subrepticiamente núcleos anabautistas dispersos. Sobre las condiciones vividas Menno escribió en 1554: “Yo con mi débil esposa e hijos, hemos sufrido por dieciocho años ansiedad, opresión, aflicción, miseria y persecución. Con peligro de mi vida he sido obligado a arrastrar en todas partes una existencia de temor. Sí, cuando los predicadores reposan en cómodas camas y sobre mullidas almohadas, nosotros generalmente tenemos que ocultarnos en lugares apartados. Cuando ellos en bodas y en banquetes bautismales andan de parranda con gaitas, trompetas y laúdes, nosotros tenemos que estar en guardia cada vez que ladra un perro temiendo que pueda haber llegado el funcionario que viene a arrestarnos. Cuando ellos son saludados por todos como doctores, señores y maestros, nosotros tenemos que oír que los anabautistas somos predicadores ilegítimos, engañadores y herejes y somos saludados en el nombre del diablo. Resumiendo: mientras ellos son gloriosamente recompensados por sus servicios con cuantiosos ingresos y buena vida, nuestra recompensa y porción tiene que ser fuego, espada y muerte”.
En la misma catedral de Zúrich donde el reformador Ulrico Zwinglio lanzó anatemas e invectivas contra los anabautistas tuvo lugar hace unos días, el 29 de mayo, un acto de reconocimiento por parte de autoridades católicas, luteranas y reformadas de las atrocidades perpetradas contra quienes osaron retar la simbiosis Iglesia territorial-Estado. Las antiguas paredes de la Grossmünster retumbaron y los asistentes al servicio conmemorativo, en su inmensa mayoría descendientes confesionales de los acosados en el siglo XVI, hicimos memoria e impactante celebración de la persistencia de nuestros antecesores frente a los embates de la intolerancia que les negó el derecho a la libertad de conciencia. Sobre lo atestiguado, justo debajo y a un lado desde donde Ulrico Zwinglio arengaba contra los anabautistas, voy a ocuparme en la próxima entrega.
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