Comparto la tercera parte de la traducción al castellano de “My Pilgrimage in Mission”.
Por todos los medios hay que alertar a la Iglesia acerca de las necesidades de los millones que todavía no han oído del Evangelio. Pero con igual celo debe insistirse en la necesidad de mantener la totalidad del Evangelio de Jesucristo como Salvador y Señor cuyas demandas no pueden ser barateadas […] Debemos deshacernos, de una vez por todas, de la falsa noción de que cuando alguien se preocupa por las implicaciones sociales del Evangelio y las obligaciones sociales del testimonio ello se debe a falsa doctrina o a falta de convicción evangélica. Por el contrario, es nuestra preocupación por la integridad del Evangelio la que nos mueve a recalcar su dimensión social. Samuel Escobar, Lausana 1974
Peleó la buena batalla, concluyó su carrera, guardó la fe y, por la gracia del Señor Jesús, recibe la corona de justicia (2 Timoteo 4:7-8). Juan Samuel Escobar Aguirre terminó el 29 de abril, en Valencia, España, sus días terrenales.
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Nos deja un legado amplio, diverso y muy aleccionador, legado que debiera ser sopesado, particularmente por quienes buscan hacer una reflexión bíblica/teológica contextualizada.
En distintas ocasiones escribió acerca de su peregrinaje, en una de ellas el título del recuento fue “My Pilgrimage in Mission”, que se publicó en International Bulletin of Missionary Research (octubre de 2012).
Un material muy valioso para seguir el peregrinaje de Samuel Escobar es el conjuntado en los veinte programas de Al Trasluz, en ellos José de Segovia conversó con Escobar Aguirre sobre su larga y fecunda trayectoria.
A continuación comparto la tercera parte de la traducción al castellano de “My Pilgrimage in Mission”.
En 1966, durante un año sabático para mi doctorado en España, asistí al Congreso de Berlín sobre Evangelismo y presenté una breve ponencia en la sección titulada “El totalitarismo como obstáculo para el evangelismo”. Los demás ponentes de la sección hablaron sobre el comunismo, pero yo hablé del totalitarismo de la derecha, representado por las dictaduras militares en Latinoamérica.
De Berlín me traje tres ideas clave: primero, que los pentecostales estaban creciendo en todo el mundo; segundo, que la opresión social era un obstáculo para la evangelización; y tercero, como John Stott dejó claro, especialmente en su exposición de Juan 20:21, que Jesús no sólo nos mandó ir al mundo, sino que también nos dio un ejemplo de cómo hacerlo, un estilo para la misión.
Alexander Clifford y yo llevamos este triple mensaje a Latinoamérica, en particular a través de la literatura.
Varios congresos regionales sobre evangelización dieron seguimiento al de Berlín. Novecientos líderes evangélicos, representando un amplio espectro del protestantismo, asistieron al Congreso de Bogotá en noviembre de 1969.
Mi ponencia sobre la responsabilidad social de la iglesia resumió lo que René Padilla y yo buscábamos desarrollar entre los estudiantes universitarios y ofreció una base histórica y bíblica para un enfoque evangélico de la justicia social.
Para mi sorpresa la ponencia recibió una ovación de pie. Nos dimos cuenta de que las iglesias de toda Latinoamérica buscaban orientación sobre cómo afrontar la agitación social que sacudía al continente.
Había llegado el momento de que los latinoamericanos definiéramos cómo entendíamos el término "evangélico" y de determinar qué tipo de teología íbamos a desarrollar.
Tras la publicación de una traducción al inglés de mi artículo de Bogotá en la revista Evangelical Missions Quarterly (1970; posteriormente publicada como un capítulo en la obra de Brian Griffiths, ed., Is Revolution Change? [Inter-Varsity, 1972]), comencé a recibir invitaciones para dar charlas.
Una de ellas fue a la Convención Misionera de Urbana en 1970, donde tuve la oportunidad de profundizar mi relación y compañerismo con John Stott, y allí también conocí a Myron Augsburger, Tom Skinner y David Howard.
Al año siguiente, visité el Messiah College en Grantham, Pensilvania, para impartir las Conferencias Staley. En su campus de Filadelfia conocí a Ron Sider y conversamos extensamente sobre los evangélicos y la responsabilidad social.
Este encuentro marcó el inicio de una larga amistad en una peregrinación común. Me resultó evidente que entre los evangélicos de todo el mundo había una creciente conciencia de que el celo evangelizador y misionero de la tradición evangélica debía ir acompañado de una preocupación igualitaria por la justicia en la sociedad.
En 1972 la InterVarsity canadiense se encontraba en un proceso de transición y me invitó a ser su director general. Tras mucha reflexión y oración, Lilly y yo aceptamos la invitación por un período de tres años, con el claro compromiso de regresar al trabajo estudiantil en Latinoamérica.
La junta directiva de la InterVarsity Christian Fellowship (IVCF) accedió a permitirme seguir activo en IFES y en contacto con los avances teológicos en Latinoamérica. En agosto de 1972 nos mudamos a Toronto.
Nuestros tres años en Canadá se convirtieron en una experiencia que atesoramos como familia. Lilly aprendió a conducir en la nieve, y nuestros dos hijos, que entonces tenían nueve y cuatro años y apenas sabían inglés al llegar, experimentaron su inmersión en una escuela de habla inglesa.
Además de mantener la vida familiar en un nuevo entorno y con mi ausencia constante, Lilly trabajó para pagar la hipoteca de nuestra casa en Argentina y fue voluntaria en el Campamento de Pioneros de Ontario.
Éramos miembros de la Iglesia Bautista Spring Garden, una vibrante congregación evangelística y misionera de la que recibíamos constante apoyo y apoyo espiritual.
El trabajo de IVCF se dividía en seis divisiones regionales, y pronto me di cuenta de que cualquier movimiento nacional en Canadá experimenta una tensión entre lo local y lo nacional.
El trabajo de IVCF tenía una tradición de conciencia social, y su respetado programa de campamentos, conocido como Campamentos de Pioneros, era una forma muy eficaz de evangelización amistosa.
Centré mi trabajo en el equipo de liderazgo de directores regionales, las relaciones con la junta directiva y un ministerio de enseñanza y predicación a estudiantes y simpatizantes de todo el país.
Crucé Canadá tres veces, del Atlántico al Pacífico. A lo largo de estos años, llegué a comprender mejor la ética, las virtudes y las deficiencias de la labor misionera norteamericana.
En noviembre de 1973 participé en un taller en Chicago sobre evangélicos y preocupación social. Organizado por Ron Sider, el evento fue un momento excepcional de convergencia entre algunos de los líderes evangélicos más respetados.
Tuve el privilegio de conocer a Carl Henry, Rufus Jones, Foy Valentine, David Moberg, Richard Pierard y Paul Henry, y de interactuar nuevamente con Paul Rees, Bernard Ramm y John Howard Yoder, a quienes había conocido previamente en Argentina.
Tras un intenso debate y reflexión teológica, acordamos por unanimidad firmar la Declaración de Chicago sobre Preocupación Social Evangélica, una prueba más de que los evangélicos avanzaban hacia una nueva comprensión de la misión cristiana, una dirección que se consolidaría en Lausana.
Convencido por experiencia de que, si los evangélicos se unen y cooperan, pueden lograr mucho en sus esfuerzos conjuntos en la misión, acepté una invitación para unirme al comité que preparaba el Congreso Internacional de Lausana sobre Evangelización Mundial.
Algunos estadounidenses que apoyaban la convocatoria de un nuevo congreso de evangelización consideraban que sería el momento ideal para tomar la metodología evangelística desarrollada en Texas o California y promoverla en todo el mundo.
Sin embargo, las reuniones regionales posteriores al congreso de Berlín habían demostrado que el Evangelio debía entenderse en los diversos contextos en los que los evangélicos actuaban.
Crecía la preocupación por una participación más activa en la lucha contra la injusticia y la pobreza, y en la lucha contra las causas estructurales que las producen.
Las ponencias principales que se presentarían en Lausana se distribuyeron con casi un año de antelación, y recibí más de quinientas respuestas a mi ponencia, “La evangelización y la búsqueda humana de libertad, justicia y realización”.
La conciencia y sensibilidad de Jack Dain, John Stott, Leighton Ford y Paul Little ante la nueva situación que enfrentaban los evangélicos en todo el mundo fueron cruciales para que el Congreso de Lausana fuera lo que fue.
Estos hombres insistieron en permitir la participación de la mayor cantidad posible de evangélicos. Al mismo tiempo, insistieron en la profundidad e integridad teológica. Lo cual resultó un contrapeso al típico activismo misionero estadounidense, marcado a veces por la superficialidad teológica y una estrecha visión provinciana.
Al recordar las reuniones del comité organizador en preparación para Lausana, recuerdo un intenso debate teológico y misionológico. El mismo proceso tuvo lugar durante el propio congreso, especialmente durante la redacción del Pacto de Lausana.
El Pacto de Lausana resume los puntos clave de las presentaciones públicas, incorporando también los procesos de confrontación y diálogo que tuvieron lugar en el congreso.
La genialidad del movimiento surgido de Lausana en 1974 fue dar seguimiento a la agenda sugerida por el pacto en consultas en las que se reunieron profesionales y teólogos.
Tuve el privilegio de participar en este proceso. Mi propia reflexión sobre aquellos días se resume en Misión Cristiana y Justicia Social (Herald Press, 1978), que escribí en colaboración con el teólogo-misionero menonita John Driver.
Nota de CMG: En la serie de conversaciones que tuvo Samuel Escobar con José de Segovia en 20 emisiones de Al Trasluz, el primero rememora la trascendencia del Congreso de Lausana.
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