El respeto con el que tratamos a lo creado tiene, pues, una dimensión escatológica que lo convierte en un imperativo para la ética cristiana.
El interés en la conservación del medio ambiente no tiene un origen reciente. Se pueden rastrear su arranque a finales del siglo XIX, aparentemente con una decisión arbitral de 1893 sobre el asunto de las focas peleteras del Pacífico que enfrentó a los EE.UU con el Reino Unido. Pero no fue hasta 1949: “cuando el ECOSOC convocó la Conferencia de las N.U sobre la conservación y utilización de recursos, que dio un primer e importante impulso para la acción internacional en favor del medio ambiente”[1]. Sin embargo, en realidad, fue la Conferencia sobre la Biosfera convocada en 1968 por la UNESCO: “la que abrió el camino para que la protección del medio ambiente a escala mundial, en todas sus múltiples dimensiones, fuera por fin comenzada de modo organizado por N.U a través de la Conferencia sobre el Medio Humano celebrada en Estocolmo del 5 al 16 de junio de 1972”[2]
Fruto de esta Conferencia fue la llamada Declaración sobre el Medio Humano a la que se considera la “verdadera Carta Magna del ecologismo internacional”[3] Y es que estamos ante la primera Conferencia Mundial sobre el Medio Ambiente. Es de destacarse que: “uno de los principales resultados de la Conferencia de Estocolmo fue la creación del Programa de las Naciones Unidas para le Medio Ambiente (PNUMA)”[4] Otro hito fue la Declaración de Río sobre el medio ambiente y el desarrollo, de 1992, como resultado de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro, Brasil, del 3 al 14 de junio de 1992. De las mismas surgieron las llamadas Cumbres del Clima (COP) que se han venido celebrando desde 1995 hasta la última en Abu Dabi de 2023, siendo la más significativa la de Paris de 2015.
España no ha sido ajena a este interés ecológico. Así, la misma Constitución de 1978 en su Artículo 45 afirma que:
“1. Todos tienen el derecho a disfrutar de un medio ambiente adecuado para el desarrollo de la persona, así como el deber de conservarlo.
2. Los poderes públicos velarán por la utilización racional de todos los recursos naturales, con el fin de proteger y mejorar la calidad de la vida y defender y restaurar el medio ambiente, apoyándose en la indispensable solidaridad colectiva.
3. Para quienes violen lo dispuesto en el apartado anterior, en los términos que la ley fije se establecerán sanciones penales o, en su caso, administrativas, así como la obligación de reparar el daño causado”.
Asimismo el Artículo 148.1,9ª indica que las CC.AA pueden asumir competencias sobre “la gestión en materia del medio ambiente”. El Código Penal también regula la protección del medio ambiente en su título XVI De los delitos relativos a la ordenación del territorio y el urbanismo, la protección del patrimonio histórico y el medio ambiente y XVI bis De los delitos contra los animales.
Entre los pensadores españoles que se hicieron eco de la cuestión ecológica destaca el escritor Miguel Delibes. Su obra más conocido sobre la ecología se titula significativamente Un mundo que agoniza., obra cuya primera edición data de 1979. Con solo mirar los títulos de alguno de los capítulos de la obra del autor vallisoletano podemos apreciar su preocupación por el medio ambiente: “El progreso contra el hombre; hombres encadenados; el deseo de dominio; el equilibrio del miedo; la naturaleza, chivo expiatorio; un mundo que se agota; la rapacidad humana; un mundo sucio; muerte en la tierra y en el mar, y el hombre contra el hombre”. Esta obra no es excepcional, pues toda su narrativa desvelan su sensibilidad y amplitud de perspectivas con las que Delibes se ocupó de la crisis ecológica. Un mundo que agoniza tuvo una continuación junto con su hijo, en un libro titulado La Tierra Herida, que apareció en 2007. Como es fácil de notar lo que si es más característico de nuestros días es “la celeridad con la que se han desarrollado las normas del Derecho Internacional del medio ambiente”[5] Sin duda alguna, debido al creciente interés en nuestras sociedades avanzadas por la crisis ecológica que se concreta en lo que conocemos como la gran preocupación por el cambio climático y sus consecuencias para la vida en este planeta.
En el mundo evangélico, merece señalarse como precursores a John R.W. Stott y a Francis Schaeffer como aquellos que están entre los primeros en introducir la preocupación ecológica en la agenda de los temas que deben ser muy tenidos en cuenta por la iglesia. Así, con respecto a Stott, John Wyatt comenta que: “hay sermones y obras anteriores a la década de 1960 que manifiestan su inquietud por el cuidado y la protección del medio ambiente natural, una inquietud que tiene un fundamento bíblico”[6] En cuanto al fundador de L´Abri, su preocupación por el cuidado de la creación aparece ya en 1970 por medio de un libro extraordinario por su visión y pertinencia y con un título tan sugerente como La contaminación y la muerte del hombre. Asimismo, se ocupó de esta cuestión en otra obra de 1972 Génesis en el tiempo y en el espacio. Sobre el primero, Colin Duriez dice que es: “una declaración pionera de la preocupación evangélica adecuada por el medio ambiente, por la naturaleza, nuestra hermana”.
De la misma manera, William Edgar que conoció muy bien a Schaeffer afirma que La contaminación y la muerte del hombre es: “uno de sus libros mas originales ... un tratado sobre la ecología … escrito mucho antes de que los evangélicos se tomaran en serio el medio ambiente”. Y añade que es: “Uno de mis libros favoritos, tan premonitorio y con un gran llamamiento a la belleza”. En estos días de creciente preocupación ecológica en la sociedad es bueno consultar lo que pioneros evangélicos dijeron, en particular Schaeffer, pues su pensamiento está muy lejos de resultar irrelevante. El fundador de L´Abri dijo que: “En lo que respecta al futuro, muchos pensadores, consideran que la amenaza ecológica es mayor que la de la guerra nuclear”. El tiempo parece haberle dado la razón. Es necesario ahora referirse a las bases que la Biblia nos proporciona para cuidar de la creación.
La base para el cuidado de la creación reside en la repetida apreciación que Dios mismo hace de su propia creación. La actitud de Dios hacia su propia creación aparece en la expresión de Génesis “y vio Dios que era bueno”, Génesis 1.10,12,18,21 y 25. Con el remate de Génesis 1.31: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”. Dios es bueno, y por tanto, todo lo que sale de sus manos refleja su bondad. La creación tiene un valor inherente a sí misma, sobre la base del hecho de que Dios otorga valor a lo creado definiéndolo como bueno. Todo lo que Dios hace no puede sino ser bueno. Reflexionando sobre “y vio Dios”, Agustín de Hipona comenta que esa forma de expresión denota que “Dios nos está comunicando”[7] su evaluación de lo creado por El, en el despliegue de su propio poder y sabiduría. Es decir, hay un propósito didáctico en ello. Christopher Watkin añade que: “tanto la ontología (la existencia de las cosas) como la axiología (la bondad de las cosas) depende igual e inseparablemente de la palabra divina”[8] Es más, se podría decir que Dios mismo se deleita en lo creado por El. Por tanto, cuidar de la creación es estimar la bondad misma del Dios Creador.
Pero, independientemente de lo que podamos inferir de la calidad de lo creado por Dios mismo, es igualmente relevante incidir en el hecho de que el cuidado de la creación hunde sus raíces en el mandato divino de actuar de este modo. Esto aparece indicado, en el relato de la creación que aparece en Génesis 2, a manera de una ordenanza que se le da al ser humano: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. Y Jehová Dios plantó un huerto en Edén, al oriente; y puso allí al hombre que había formado. Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal. Y salía de Edén un río para regar el huerto, y de allí se repartía en cuatro brazos. El nombre del uno era Pisón; éste es el que rodea toda la tierra de Havila, donde hay oro; y el oro de aquella tierra es bueno; hay allí también bedelio y ónice. El nombre del segundo río es Gihón; éste es el que rodea toda la tierra de Cus. Y el nombre del tercer río es Hidekel; éste es el que va al oriente de Asiria. Y el cuarto río es el Eufrates. Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase”, Génesis 2.7-15. En términos generales es, en concreto, una labor descrita con los términos labrar o cultivar y cuidar.
Es fascinante notar como estas dos palabras hebreas, vd y smr, juntas aparecen de nuevo en pasajes del Pentateuco para describir la labor de los sacerdotes en el tabernáculo: “Y Jehová habló a Moisés, diciendo: Haz que se acerque la tribu de Leví, y hazla estar delante del sacerdote Aarón, para que le sirvan, y desempeñen el encargo de él, y el encargo de toda la congregación delante del tabernáculo de reunión para servir en el ministerio del tabernáculo; y guarden todos los utensilios del tabernáculo de reunión, y todo lo encargado a ellos por los hijos de Israel, y ministren en el servicio del tabernáculo”, Números 3.5-8 o “Y tendréis el cuidado del santuario, y el cuidado del altar, para que no venga más la ira sobre los hijos de Israel. Porque he aquí, yo he tomado a vuestros hermanos los levitas de entre los hijos de Israel, dados a vosotros en don de Jehová, para que sirvan en el ministerio del tabernáculo de reunión”, Números 18.5,6. Por ello, “ la labor encomendada por Dios a Adán en el Edén y que se menciona aquí tiene que ser 'entendida como una obra sacerdotal en el Templo-Jardín del Edén' ”[9] Este cuidado de la creación sería, pues, un aspecto del culto a Dios.
Es interesante el uso de la palabra en las lenguas románicas desde el latín y su primer uso por parte de Cicerón, la religión como, literalmente cultus deorum, “el cultivo de los dioses”[10] de la palabra latina cultus que significa “cuidado, cultivo, adoración”. Es, realmente, cultivar a la deidad, es decir, otorgar a los dioses lo que les corresponde scientia colendorum deorum[11] Por ello, Agustín de Hipona afirma que “la religión no es otra cosa que el cultus de Dios”[12] Aparentemente el uso de la palabra culto con un sentido religioso apareció en inglés en 1617 y parece que se deriva del francés culte (con su sentido de servicio a Dios) Es igualmente curioso la relación del término cultivo con cultura. La labor de Adán, pues sería, en parte, que pudiera desarrollar las potencialidades de lo creado por Dios, es decir, la cultura. Por ello, “el hombre es a la vez obra y artífice del medio que lo rodea, el cual le da el sustento material y le brinda la oportunidad de desarrollarse intelectual, moral, social y espiritualmente”[13] Este cuidado no se extingue con la caída como enseñan pasajes como Génesis 3.23: “Y lo sacó Jehová del huerto del Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado”. Por tanto, la ordenanza divina subsiste ahora, sin que las dificultades que entorpecen esa labor de cuidar la creación por causa de nuestro pecado, pueda ponerse como una excusa a la hora de llevar a cabo esta misión otorgada por Dios en el Paraíso.
Hemos de notar, entonces, algo fundamental para el debate contemporáneo sobre la crisis ecológica. Y es que el mandato que encontramos en Génesis 2.15 debe leerse a la luz del que aparece en Génesis 1.27-29: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer”. Este pasaje enseña el señorío del ser humano sobre todo lo creado. Se basa en el hecho de que solo el varón y la hembra conjuntamente portan la imagen de Dios. Esto los hace únicos entre toda la creación. Pero, significa, y este es el dato esencial, que el señorío no se ejerce despóticamente sino cuidando como Dios mismo hace de todo lo creado. La creación como tal requiere del ser humano un comportamiento acorde con los propósitos divinos detrás de la formación del mundo. Es decir, se espera del ser humano que trate a la creación con la delicadeza del Señor mismo.
En este sentido, Walter Brueggemann, señala que JHWH espera del hombre que sea sabio en su tratamiento de la creación, a la que denomina el don de la generosidad del Señor: “La sabiduría es la acogida crítica, reflexiva y prudente del don de la generosidad de Yahvé. Dicho don no debe dedicarse al disfrute de uno mismo, a la explotación, al acaparamiento o a la satisfacción personal. Ha de administrarse cuidadosamente, de manera que se empleen los recursos para la protección, la mejora y el cuidado de todas las criaturas”[14] En este sentido el creyente debe cuidar de la creación como parte de su culto a Dios. Su vida cristiana es una restauración, aunque sea ahora parcial e imperfecta, del mandato de Génesis 2.15. Esto es posible ahora por causa de Aquel que por medio del sacrificio de sí mismo nos ha hecho ahora reyes y sacerdotes para Dios su Padre, Apocalipsis 1.6. Como lo expresan G.K. Beale y Mitchell Kim: “Edén es el lugar donde se le da un objetivo a la humanidad (Génesis 2.15; 1.28) … al restaurarse la presencia de Dios a través del sacrificio de Jesús, nuestro objetivo es igualmente restaurado como un reino de sacerdotes y una nación santa, sirviendo en el Templo final y verdadero (1 Pedro 2.4-9)”[15] Por tanto, es la obra de nuestro Señor Jesucristo a nuestro favor, la recepción por la fe del evangelio mismo, el que nos capacita para el cuidado de la creación.
La acogida de lo creado que ahora podemos llevar a cabo por causa de la fe en Cristo, tiene un contenido ético deliberado: “El mundo como creación de Yahvé, no está estructurado de modo que algunos puedan obtener una ventaja frente a todos los demás. El mundo, como creación de Yahvé, requiere prestar atención diaria y constantemente a los dones de la creación, pues su abuso y explotación puede provocar daños e impedir la generosidad que posibilita la vida. Además, la creación contiene en su seno sanciones para quienes ignoran el aumento de la generosidad”[16] Estaríamos aquí, por tanto, ante las consecuencias de la caída del ser humano en el pecado que, como muestran claramente los textos bíblicos afectan a la misma buena creación divina: “Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás”, Génesis 3.17-19. O Génesis 4.9-12: “Y Jehová dijo a Caín: ¿Dónde está Abel tu hermano? Y él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano? Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora, pues, maldito seas tú de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Cuando labres la tierra, no te volverá a dar su fuerza; errante y extranjero serás en la tierra”.
El apóstol Pablo, asimismo, se refiere a a esos efectos sobre la creación de nuestro propio pecado: “Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora”, Romanos 8.19-22. Sobre este texto José Grau comenta que: “la rebelión de la criatura contra su Creador … no dejan de repercutir en el entorno físico que constituye la morada de la Humanidad. En lugar de trabajar para la gloria de Dios y para su propio bien, el hombre la pone al servicio de su egoísmo loco. La creación-que el apóstol personifica aquí- siente la amargura de la rebelión humana y lanza un gemido universal, pues está con dolores de parto, a la espera del alumbramiento de un nuevo cosmos. También la Naturaleza quiere verse libre de la esclavitud del pecado para poder servir libremente a su Hacedor. La situación del mundo-dolorosa y trágica- queda así, sin embargo, abierta a la esperanza mediante la imagen del parto que se avecina (Isaías 66.7; Juan 16.21,22)”[17] Y será exactamente, esa esperanza de lo creado, lo que nos proporcione, finalmente, el paradigma para la actuación cristiana en el cuidado de la creación.
Pero la actitud cristiana con respecto al cuidado de la creación se basa igualmente en aquello que los creyentes esperan en el futuro. El contenido de esa esperanza determina nuestra vida aquí ahora en el presente. Es por eso que tenemos en las Escrituras un libro como Apocalipsis. No existe este último libro de la Escritura para satisfacer una mera curiosidad humana sobre el provenir, sino para proveernos de motivación y de un modelo de conducta cristiana para este momento, basado precisamente en lo que viene. Y es que Apocalipsis revela que lo que vendrá, la sustancia de lo que esperamos, no es meramente lo que se conoce como el cielo, sino un cielo nuevo y una tierra nueva, que es el lugar para el que nos salva el Señor Jesús: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.”, Apocalipsis 21.1-5.
Estos pasajes tienen en mente otros del Antiguo Testamento, concretamente dos del profeta Isaías: “Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento”, Isaías 65.17 y este otro: “Porque como los cielos nuevos y la nueva tierra que yo hago permanecerán delante de mí, dice Jehová, así permanecerá vuestra descendencia y vuestro nombre”, Isaías 66.22. Es notable observar la similitud de estos textos con el mismo comienzo de la creación: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, Génesis 1.11. En otra parte del Nuevo Testamento encontramos, asimismo, una referencia al futuro bajo esta rubrica de cielos y tierra nueva: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán deshechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia”, 2ª Pedro 3.10-13.
Autores de la talla de José Grau o Anthony Hoekema llaman nuestra atención sobre el hecho de que el vocablo griego para nuevo que aparece en ambos libros, no es neos sino kainos que “significa nuevo en naturaleza o calidad”[18] Hoekema entiende que cuando Juan o Pedro se refieren a un cielo nuevo y una tierra nueva no están enseñando “la aparición de un cosmos totalmente diferente del actual, sino la creación de un universo que, a pesar de haber sido gloriosamente renovado, mantiene continuidad con el presente”[19]. Es, en palabras de José Grau: “no ... una creación totalmente nueva, radicalmente distinta, sino más bien la transformación del antiguo universo para dar paso a uno nuevo, diferente del anterior pero no sin algunas connotaciones con aquel. La tierra nueva se diferencia de la vieja, pero al mismo tiempo se denomina tierra, con lo cual se da cierta continuidad subrayada por las imágenes que la describen (Isaías 2.1-5; 11.1-10; Isaías 65.17)”[20] Lo que Dios creó y llamó bueno permanecerá para siempre: “de esta nueva tierra se habrá quitado todo lo que es pecaminoso e imperfecto, ya que será una tierra en la que mora la justicia”[21]
No estaríamos, pues, ante una aniquilación de lo ya existente, sino una renovación de lo que ya tenemos. Así es como lo explica Herman Bavinck: “La honra de Dios consiste precisamente en el hecho de que redime y renueva a la misma humanidad, el mismo mundo, el mismo cielo y la misma tierra que el pecado ha corrompido y contaminado. Del mismo modo que cualquiera que está en Cristo es una nueva creación en la cual lo viejo ha pasado y todo ha sido hecho nuevo (2ª Corintios 5.17), también este mundo pasa en su forma presente, para que, de su seno, por la palabra de poder de Dios, de a luz y existencia un nuevo mundo. Del mismo modo que en el caso de un ser humano individual, al final de los tiempos se producirá también un renacimiento del mundo (Mateo 19.28). Esto constituye una renovación espiritual, no una creación física”[22] Es por ello por lo que esta esperanza que es “terrenal, visible, física, corporal”[23] nos provee de un profundo acicate para cuidar de este mundo aquí y ahora. Es la atención debida a lo que será nuestro hogar. El cuidado de la creación es un anticipo de lo que será una realidad consumada con la Segunda Venida del Señor. El respeto con el que tratamos a lo creado tiene, pues, una dimensión escatológica que lo convierte en un imperativo para la ética cristiana.
Es significativo el reconocimiento que hace la Biblia de la alabanza a Dios por parte de la creación. Así, por ejemplo, el Salmo 19: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día emite palabra a otro día, Y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay lenguaje, ni palabras, Ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, Y hasta el extremo del mundo sus palabras. En ellos puso tabernáculo para el sol; Y éste, como esposo que sale de su tálamo, Se alegra cual gigante para correr el camino. De un extremo de los cielos es su salida, Y su curso hasta el término de ellos; Y nada hay que se esconda de su calor”, Salmo 19-1-5.
Lo creado exalta a Dios de por sí, por lo que es, y por lo que hace, pero también por la acción y reflexión humana sobre su propia existencia a la que presta voz y aliento. Y es que las Escrituras constantemente llaman a a todo lo creado a glorificar al Creador, como lo vemos, por ejemplo en el Salmo 148: “Alabad a Jehová desde los cielos; Alabadle en las alturas. Alabadle, vosotros todos sus ángeles; Alabadle, vosotros todos sus ejércitos. Alabadle, sol y luna; Alabadle, vosotras todas, lucientes estrellas. Alabadle, cielos de los cielos, Y las aguas que están sobre los cielos. Alaben el nombre de Jehová; Porque él mandó, y fueron creados. Los hizo ser eternamente y para siempre; Les puso ley que no será quebrantada. Alabad a Jehová desde la tierra, Los monstruos marinos y todos los abismos; El fuego y el granizo, la nieve y el vapor, El viento de tempestad que ejecuta su palabra; Los montes y todos los collados, El árbol de fruto y todos los cedros; La bestia y todo animal, Reptiles y volátiles; Los reyes de la tierra y todos los pueblos, Los príncipes y todos los jueces de la tierra; Los jóvenes y también las doncellas, Los ancianos y los niños. Alaben el nombre de Jehová, Porque sólo su nombre es enaltecido. Su gloria es sobre tierra y cielos”. Salmo 148.1-13.
Es por ello por lo que el cuidado de la creación es alabanza al Creador. Y es que es por la conservación de lo creado, el mantenimiento de su potencialidad lo que hace posible su alabanza a Dios. Esa alabanza de lo creado tiene, por tanto, una dimensión presente que no podemos dejar de notar, pero que tendrá también una extensión por todo la eternidad: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”, Apocalipsis 4.11 y 5.13: “Y miré, y oí la voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y su número era millones de millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos”.
Estos textos nos están mostrando que es el Cordero inmolado desde la creación del mundo el que por su Persona y Obra hará eficaz esa alabanza eterna a nuestro Dios, el Creador y Redentor nuestro. ¡Gloria a Dios por su don inefable!
José Moreno Berrocal es pastor y presidente del Grupo de Trabajo de Teología de la Alianza Evangélica Española.
Apéndice 1: Francis Schaeffer y la ecología, por José Moreno Berrocal.
Apéndice 2: Compromiso de Ciudad del Cabo, Movimiento de Lausana.
Apéndice 3: Consulta de Lausana sobre Cuidado de la Creación, Movimiento de Lausana.
Notas
[1] Diez de Velasco, Manuel. Instituciones de Derecho Internacional Público, p. 781
[2] Ibid, p. 781
[3] Ibid p. 781
[4] https://www.un.org/es/conferences/environment/stockholm1972
[5] Diez de Velasco, Manuel, Ibid, p.783
[6] Wyatt, John. Por la vida y el cuidado de la creación, p. 30
[7] Augustine, The City of God, Book XI, Chapter 21, p. 451
[8] Watkin, Christopher, Biblical Critical Theory, p. 75.
[9] Citado en Moreno Berrocal, José. La influencia de la Reforma en el trabajo y la Protección Social, Andamio p.45
[10] Cicerón, De Natura Deorum 2.8 y 1.117.
[11]Clifford Ando, The Matter of the Gods (University of California Press, 2009), p. 6.
[12] Augustine, De Civitate Dei 10.1
[13] Capítulo primero. Declaración De La Conferencia De Las Naciones Unidas Sobre El Medio Humano I
[14] Brueggemann, Walter Teología del Antiguo Testamento. Sígueme, p. 560
[15] Citado en Moreno Berrocal, Jose, Ibid, p. 45
[16] Ibid, p. 561
[17] Grau, José. Estudios sobre el Apocalipsis p. 305
[18] Hoekema, Anthony. La Biblia y el futuro, p. 315
[19] Ibid, p. 315
[20] Grau, José, Ibid, p. 304.
[21] Ibid, p. 319
[22] Bavinck, Herman. Dogmática Reformada, p. 1001
[23] Ibid, p. 1002
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