El consumo ético es una necesidad, pero también un rasgo propio de personas renovadas, aquellas que aspiran a vivir de otra manera, más coherente y responsable, respondiendo a los desafíos de nuestra época.
Sabida es la situación de crisis ambiental por la que atraviesa nuestro planeta. Afortunadamente, la información no falta, y a través de los medios y de las organizaciones de la sociedad civil conocemos los infortunios ecológicos. Sería largo referir una relación de hechos ambientales preocupantes, pero nos quedaremos con tres, quizás los de mayor representatividad.
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El primero es la alteración del clima –la vida de la vida- algo que el ser humano no hubiera debido tocar, por la cantidad de variables que comprende y el grado de incertidumbre que su evolución presenta. El clima, como el aire o el agua, nos envuelven y acogen, y alterarlo supone hacer el entorno más hostil para todos sus habitantes. La temperatura media de la Tierra continúa ascendiendo (llegó a 1,4ºC en 2023) y es nuestro deber contenerla.
El segundo nos conecta con la pérdida de biodiversidad, los 10 millones de especies que comparten la Tierra con nosotros y que expresan la plenitud de la vida dentro de un patrimonio genético que no podemos perder. Y no sólo por su valor en sí: destruir nuestros bosques, por ejemplo, nos acerca los vectores que desencadenan epidemias de diversa gravedad, como ocurrió en África con el virus del Ébola en zonas recientemente deforestadas. Cuidar la Creación es proteger la diversidad de la Vida sintiéndonos parte de su maravilloso entramado.
Finalmente, nos preocupa el número de compuestos tóxicos que tenemos ya acumulados en nuestros organismos. Así lo probaron altos cargos de la Unión Europea (Margot Wallström, ex comisaria de Medio ambiente), ministros nacionales, científicos y médicos, que se sometieron a pruebas analíticas descubriendo decenas de productos que, si bien se encuentran en nuestros cuerpos en proporciones pequeñas, suponen un serio interrogante para el futuro. Los que tienen naturaleza de alteradores hormonales ya están generando daños en muchos seres vivos, incluidos los humanos. El cáncer aumenta y, curiosamente, nadie pregunta por qué, cuando hace ya una década la Organización Mundial de la Salud advirtió que el 75% tenía causas ambientales.
¿Qué tienen en común todos estos estos problemas y otros de índole similar? La fabricación de cualquier producto requiere no sólo determinadas materias primas, sino agua y energía, además de las emisiones que su producción, distribución, eliminación…, generan. Por ello, hay que considerar seriamente el consumo, pues hacerlo sin criterio supone una presión innecesaria y peligrosa sobre los recursos y el medio. Dado que detrás de los problemas ambientales se encuentra el consumo excesivo (ya advertido por J. Cousteau hace 25 años), conviene revisar nuestros hábitos para que la responsabilidad y coherencia que se exige a todo hombre o mujer de buena voluntad, se extiendan también a este territorio.
El punto de partida está en un valor, la austeridad o sencillez, revulsivo a la sociedad del despilfarro y necesario para una vida en libertad. Ciertamente, según hemos ido progresando hemos ido encontrando nuevos productos ideados para facilitarnos la vida y hacerla más confortable. Pero puede que todos no sean necesarios. Aunque el coche, el ordenador o el teléfono móvil constituyan iconos de nuestro tiempo, no existe obligación de adquirirlos si no se precisan. Y en el caso de que lo fueran, tenemos la responsabilidad de conservarlos pensando en una duración ilimitada.
Muchas empresas han incurrido en una práctica perversa que países de nuestro entorno ya comienzan a prohibir, como es la obsolescencia programada. Se busca con ella la renovación incesante de bienes, mas esta forma de entender el dinamismo económico a partir del “compre, consuma, tire” es pan para hoy y hambre para mañana: en un planeta con recursos finitos no se puede funcionar sin límites. Habrá quien se enriquezca instigando la renovación incesante, mas supondrá el empobrecimiento de las generaciones venideras. Muy propio de este mundo acelerado donde prima el beneficio inmediato sin pensar en las consecuencias.
No es menos peligrosa la obsolescencia percibida. En este caso, el producto se encuentra en perfecto estado, pero creemos que está desfasado en relación con las tendencias que la moda impone. Entre jóvenes, el grupo puede suponer un factor de presión para quien no lleve una determinada marca, que para no quedar fuera seguirá las tendencias de la mayoría. Aquí es importante avivar el espíritu crítico y no acomplejarse por ser oveja negra que no siempre sigue la senda del rebaño.
La adquisición de los productos debe realizarse, pues, según la necesidad real que de ellos tengamos. Es importante conocer la información que proporcionan las etiquetas para asegurar su calidad y eficiencia, observando las consideraciones ecológicas que incorporen, como la huella de carbono. En función de su naturaleza, pueden adquirirse en tiendas de segunda mano o, si se trata de alimentos, a través de circuitos cortos de consumo, evitando sobreenvasados y “comida basura”, como los procesados, con altos niveles de azúcar, sal y aditivos.
La alimentación, sin duda, es una de las áreas donde mejor se puede aplicar el consumo responsable observando, una vez más, que lo bueno para la salud y el medio ambiente convergen. Para evidenciar el poder de elección del consumidor, se ha llegado a la equivalencia del “carro de la compra” con “carro de combate”. Sí, porque las grandes compañías que dominan este sector no tienen escrúpulos en ofertar a bajos precios productos perjudiciales y sin ningún valor nutritivo. Es el caso de la bollería industrial, refrescos, helados, comida rápida, alcohol…, que generan obesidad y sobrepeso en las clases más humildes (por el precio y la falta de información), y aportan factores de riesgo en las enfermedades de la “civilización”. No nos extenderemos en este punto, pues las asociaciones de consumidores disponen de abundantes recomendaciones para abordar la alimentación con conciencia y criterios saludables.
En el mes de enero de 2024, la Unión Europea aprobó una Directiva sobre reparación –“el derecho a reparar”- y es que esos establecientes que conocíamos de niños los que tenemos ya una cierta edad, en los que se arreglaba todo aquello que funcionaba mal (o no lo hacía) han ido desapareciendo dando por sentado que si algo se estropea la mejor opción es desprenderse del producto y adquirir otro nuevo. Reparar puede resultar más caro, y ante tal tesitura, lo cómodo es proceder a la renovación. Pero parece que esto puede cambiar con la nueva legislación y muchos autónomos y servicios técnicos podrán volver a recuperar la carga de trabajo.
Reutilizar es otro verbo ambientalmente amistoso. Se trata de dar un segundo uso a productos que perdieron el primero. Las posibilidades son múltiples, quizás el textil sea el sector donde más se evidencie, pues la ropa puede compartirse, pero se aplica a otros muchos recursos, incluyendo el agua que, una vez depurada puede aplicarse a la agricultura; o los abonos procedentes de la fermentación de residuos orgánicos. Ciertamente aquí se mezclan la reutilización y el reciclaje, pero ambos apuntan a la circularidad para que nada se pierda, se cierren los ciclos y se conserven los recursos. La economía circular es una propuesta necesaria que muchas empresas ya incorporan, importante paso adelante en la imprescindible convergencia entre economía y ambiente. no hay futuro si ambas no caminan paralelas.
[destacate]La conversión espiritual es imprescindible para que el ser humano comience a llevar las riendas de su vida, evitando las manipulaciones[/destacate]Al comercio podría aplicársele algo de lo anteriormente comentado. Su dinamismo parece estar basado en la moda, que cada vez cambia con mayor rapidez. La publicidad invita, a través de sus cuidadosos mensajes emocionales, a que caigamos en la trampa, y la falta de sentido de muchos lleva a las compras para calmar ansiedades y vacíos. Definitivamente, al sistema no le interesa el equilibrio de las personas, más bien al contrario, cuanto más desquiciados, más visitas a las tiendas de moda (o de otra índole) y más compras compulsivas. Transformar estas conductas no es tanto un asunto ambiental sino de mayor calado, por ello, la conversión espiritual es un paso imprescindible para que el ser humano comience a llevar las riendas de su vida, evitando las manipulaciones. Anunciar la Buena Noticia conseguirá abrir los ojos de muchos, que irán adquiriendo mayor responsabilidad ante los demás y el mundo.
El comercio justo es una buena opción para una gran gama de productos. Es curioso que, al comprar en esta clase de tiendas, suelan sorprender los precios, mayores que los convencionales. Sin embargo, pocos se plantean que prendas excesivamente baratas han tenido que ser fabricadas con materias primas de baja calidad, míseros salarios y penosas condiciones laborales. Si no queremos ser cómplices de la injusticia, deberían rechazarse estas ofertas sabiendo que precios bajos no internalizan los daños que se producen en la salud, el medio o los derechos laborales. Por el contrario, el comercio justo garantiza condiciones dignas en cuanto a salarios, igualdad, participación, etc.
Es igualmente importante conocer el destino de nuestros ahorros pues, como se ha repetido, podemos estar trabajando por un mundo mejor en campos como la paz, la ecología, el desarrollo…, mientras nuestro dinero se encuentra en bancos convencionales en donde, tal vez, se financien la industria armamentística o agroindustrial, por poner un ejemplo, con lo que alimentamos dos áreas contrapuestas. Frente a ello, la banca ética ofrece una salida al financiar proyectos no lesivos para las personas ni el ambiente. En España comenzó Triodos y siguió Fiare –mas interesante por su carácter cooperativo- aunque pueden encontrarse otros programas atarctivos, especialmente en Cajas regionales u Cooperativas de crédito.
Los ámbitos más comunes en los que podemos actuar están en la vivienda, la movilidad, la alimentación y el consumo. En cuanto a la primera, habría que buscar la eficiencia interna y externa, atendiendo a la reciente propuesta de constituir comunidades energéticas para una aplicación participada de las energías renovables. Mientras, existen compañías eléctricas que trabajan en esta dirección y a las que podemos cambiarnos desde las convencionales sin mayores dificultades. Quizás Som Energía sea la más conocida, pero hoy ya existen muchas más.
Los desplazamientos en transporte público ayudan a mejorar la calidad del aire y reducir el consumo energético. Y los servicios públicos en general, como la educación o la sanidad, deben ser defendidos para que presten el mejor servicio a la ciudadanía, especialmente a las poblaciones más vulnerables.
Afirmemos finalmente que el consumo ético es una necesidad, pero también un rasgo propio de personas renovadas, aquellas que aspiran a vivir de otra manera, más coherente y responsable, respondiendo a los desafíos de nuestra época. El consumo ético nos fortalece e impulsa las mejores iniciativas (la economía del bien común, la agricultura ecológica…), que trabajan solidariamente por transformar el mundo. Y de esa primera línea no debemos permanecer ausentes.
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A modo de resumen, podríamos sintetizar así:
N.d.E. Este artículo forma parte de la nueva serie Imagina. Más información aquí.
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