Tanto Pablo como Pedro hablaban bien. Pero no queremos quedarnos admirando la técnica oratoria de los mensajeros, sino centrarnos en el contenido de ese mensaje.
El Apóstol Pablo pidió oración. Dijo: Oren “por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio” (Efesios 6:19). Del Apóstol Pedro leemos igualmente: “Entonces Pedro, poniéndose en pie con los once, alzó la voz y les habló diciendo” (Hechos 2:14).
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En otras palabras, tanto Pablo como Pedro hablaban bien. Hablaban alto y claro y sin necesidad de recurrir a megafonía. El mensaje se emitía nítidamente. Pero no queremos quedarnos admirando la técnica oratoria de los mensajeros sino centrarnos en el contenido de ese mensaje. Si no, corremos el riesgo de perdernos en la forma y pasar por alto la sustancia… Para evitar dicho problema, contamos con Pedro en nuestros estudios:
Dinos Pedro, ¿qué quieres comunicarnos?
“Todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. Varones israelitas, oíd estas palabras: Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él, como vosotros mismos sabéis; a éste, entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole; al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella” (Hechos 2:21-24).
Es decir, el que acuda a Cristo será salvo. Soy testigo ocular junto con los demás apóstoles del hecho de que Cristo hizo milagros que solo Dios puede hacer y que a pesar de Su bondad y santidad, los pecadores le condenaron a muerte en una cruz. Pero esto se había planeado antes en la eternidad ya que era el medio para la salvación de los pecadores que se arrepienten. Esto queda confirmado por la resurrección de Jesús de entre los muertos.
¿Deseas agregar algo más Pedro?
“Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36).
Eso quiere decir que los pecadores han crucificado a Dios encarnado. Vosotros sabréis si queréis seguir actuando contra Dios mismo. Me alegra saber que muchos de los que escucharon mi mensaje reaccionaron de la forma correcta y a tiempo:
“Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37).
¿Algo más antes de finalizar Pedro?
Sí, les expliqué lo que tenían que hacer para hacer las paces con Dios:
“Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare” (Hechos 2:38-39).
Deja que te lo explique un poco más: Tanto los que estaban cerca, los judíos como a los que estaban lejos, los gentiles, todos eran pecadores y todos reunían los requisitos para recibir el regalo de la salvación si se apartaban del pecado y obedecían a Dios. No hay barreras étnicas, culturales ni religiosas que impidan a alguien acudir a Cristo para recibir el perdón de sus pecados. Y me alegro de la respuesta que vimos:
“Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2:41-42).
Gracias a Dios que muchos decidieron tener una relación viva con Dios y con los hermanos basada en la enseñanza de la Biblia y la comunicación con Dios mediante la oración, marcas de vida eterna y no una religión. Lo que me gustaría saber es si habrá más gente que siga el ejemplo de esos primeros cristianos. ¿Es tu caso?
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