Los que estamos en él lo estamos desde la eternidad. Nadie puede ponerse ahí su nombre, ni quitarse cuando está puesto.
Unos textos obligados. “Porque pondré mis ojos sobre ellos para bien… Y les daré corazón para que me conozcan, que yo soy Jehová; y me serán por pueblo [31:33], y yo les seré a ellos por Dios, porque se volverán a mí de todo su corazón”. (Jeremías 24:6-7. Un poco de publicidad. E. M. Biblia del Oso (Jeremías y epístola a los Romanos), Editora Regional de Extremadura, Mérida, 2021.)
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“He aquí vienen días, dijo Jehová. [He. 8:8] en los cuales haré nuevo concierto con la casa de Jacob y con la casa de Judá. No como el concierto que hice con sus padres el día que tomé su mano [que me concerté con ellos] para sacarlo de tierra de Egipto, porque ellos invalidaron mi concierto, y yo me enseñoreé de ellos, dijo Jehová. Mas este es el concierto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dijo Jehová: Daré mi ley [24:7; Lc. 1:37; Ez. 8:10] dentro de su corazón [heb.: en medio de ellos, es decir, en sus almas], y la escribiré en su corazón, y seré yo a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo. Y no se enseñará más [Is. 54:13] ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoced a Jehová, porque todos me conocerán desde el más chiquito de ellos al más grande, dijo Jehová, porque perdonaré su maldad [Hch. 10:43], y no me acordaré más de su pecado.” (Id. 31:31-34.)
“Así también vosotros, hermanos míos, sois muertos a la Ley en el cuerpo del Cristo, para que seáis de otro, es a saber, del que resucitó de los muertos para que fructifiquemos a Dios… Mas ahora, somos libres de la Ley [de la obligación de la muerte merecida por el pecado, e intentada por la Ley] de la muerte en la cual estábamos detenidos [presos] para que sirvamos [o de tal manera que sirvamos] en novedad de Espíritu [alude a los nombres de viejo y nuevo Testamento], y no en vejez de letra”. (Romanos 7:4-6.)
“Y así todo Israel fuese salvo [el verdadero Israel, que está descrito en el cap. 2:28 y 29], como está escrito: Vendrá de Sion el Librador que quitará de Jacob la impiedad. Y esto será mi testamento a ellos, cuando quitare sus pecados [Jer. 24:7 y 31:33; He. 8:8 y 10:16]”. (Id. 11:26-27.)
“Sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación, ya destinado desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros, y mediante el cual creéis en Dios, quien le resucitó de los muertos y le ha dado gloria, para que vuestra fe y esperanza sean en Dios.” (1 Pedro 1:19-21.)
“Porque la ley constituye sumos sacerdotes a débiles hombres; pero la palabra del juramento, posterior a la ley, al Hijo, hecho perfecto para siempre… Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas… No como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en mi pacto, y yo me desentendí de ellos… Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo… Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades… Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesús Cristo hecha una vez para siempre.” (Hebreos 8:6-13; 10:8-10.)
Como puede verse, un asunto enorme, porque es el plan de Dios para redimir a sus elegidos. Muy lioso por los líos que busca el corazón humano para no ser desligado de su natural corrupto, pero muy claro en cuanto buena noticia, que nos declara muy clarito nuestra condición de parte, herederos, de ese testamento final, donde están nuestros nombres escritos.
Este, sin embargo, es el gran problema de los que saben que ese pacto sabe a gracia pura, que es incondicional, que es don de Dios. Los que estamos en él lo estamos desde la eternidad. Nadie puede ponerse ahí su nombre, ni quitarse cuando está puesto.
Este es el escándalo de la cruz. Que se haya clavado en ella, y destruido, el código de condenación, que nos era contrario, y ahora tengamos en ella la libertad. (De momento, parece que libertad respecto a ese código. Esa es la libertad de cada uno de los que ahí estamos. De eso nos ha hecho libres el Libertador.)
Pero esa libertad es la piedra de tropiezo de los que quieren su parte en la obra salvación. Con el código levítico, con las obras de la Ley, se encontraban a gusto, era su vida. ¡Y ahora se la han quitado y clavado en la cruz! ¡No pueden tolerar a quien les ha quitado la vida! ¡No conviene que ese Hombre viva!
Y como aquellos (aquellas) que lloraban a Tamuz, estos lloran a su condición de vida y cantan su resurrección. Todos con sus incensarios en la mano. Un poco a lo bruto, pero en muchas predicaciones ese es el canto que se canta: ¡ha resucitado!, el modelo de la Ley, el código que fue clavado en la cruz, ha vuelto a la vida. Eso es el papado, y sus compañeras de camino.
Muy lioso para el corazón humano, porque este siempre quiere la condición de muerte en la que se encuentra, y que descubre la Ley, para seguir en ella aferrado a la Ley.
Muy sencillo cuando se recibe la palabra de salvación, implantada en nuestro corazón. En ese testamento, con su formulación final, el Evangelio de nuestra salvación, está escrito lo que ha hecho el Redentor, ¡y lo que hará! (Sin entrar en vericuetos, ese es el mensaje de Apocalipsis.)
En ese documento de salvación y pertenencia, de comunión, estamos los que estamos (¡ánimo a los que estamos!); nadie nos pudo poner, ni todas las obras de supererogación juntas, ni todos los “mártires”, ni todos los monjes, ni todos los años santos… ni nuestra obediencia a algo, ni nuestro arrepentimiento, ni nuestra renuncia al pecado, ni nuestra aceptación de alguna oferta… ni nadie nos puede sacar.
Aquí en nuestro grupito cantamos que así como el Mesías ya no muere (aunque estuvo muerto, y con él todos nosotros), la muerte ya no se enseñorea de él, ni de nosotros, del mismo modo, y por la misma cusa, la muerte ya no vive. (La muerte era por el pecado, y el poder del pecado era el código de la Ley.)
Aunque parezca chocante la comparación, en la cruz hemos sido sacados de Egipto (¡la potencia de la Ley!), para servir al Libertador todos los días de nuestra vida, con todo nuestro ser, con todo nuestro corazón,con toda nuestra mente, conforme a las leyes que ha puesto en medio de nosotros, en nuestros corazones…
Que ya lo dice nuestro Pablo cabreado con los gálatas. El código del Sinaí da hijos para esclavitud, de ahí nos ha sacado nuestro Dios para servirle conforme al pacto de la promesa. Eso es lo nuevo, lo fresco, lo que brota a cada instante… lo que tenemos (también nuestros niños, vale soy pesado) nosotros… ¡Todo por amor a los elegidos!
Con lo anterior bien entendido, no habría problemas de uso del lenguaje. Pero no es el caso. Y aunque el propósito (en nuestro caso, los que estamos aquí) es evidente: edificar la casa, la comunidad de Dios, y destruir, derribar, la del diablo, la confusión doctrinal (o mi uso no atinado del lenguaje) lleva a confusión sobre la Ley. No tenemos problemas en decir, con el salmista, que la Ley de Dios es nuestra delicia, que es guía en nuestro camino, antorcha… Pon el Salmo 119 entero si quieres, pero la perspectiva tiene que ser la del Nuevo Pacto, si no, no vale.
Si no transfieres la gracia y las leyes del Nuevo Pacto a esos momentos (la idea es de Calvino), solo te queda código de muerte, el que es clavado en la cruz. (Y ese código y pacto de muerte, de la letra, no es precisamente gloria ni gozo de los redimidos. ¡Redimidos respecto a ese pacto y lo que significa!)
Unas notas finales, para terminar nuestra conversación hoy. Lo que aquí he expuesto tiene una larga tradición de siglos en contra. Las de Tamuz y los del incensario han ocupado el templo, y siguen. (El nuestro es celestial, como ya se dice, es otro.)
Por eso, incluso un autor de prestigio, creador de modelos de apologética evangélica, reformada, no puede salir del círculo, y tiene que considerar las “leyes escritas en el corazón…” del Nuevo Pacto, como si fueran las del código levítico pero en un soporte diferente. No en piedras, sino en el corazón.
A mi entender, eso suena bonito, pero es un desastre. Eso supone no entender ni el Antiguo ni el Nuevo Pacto. Pablo con Pedro ya la tuvo tocante a esto.
Y en esas, otra confusión, al menos del lenguaje, por ser comedidos, es la que dice que para que el Evangelio funcione, antes se tiene que predicar la Ley.
En mi opinión, esto suena bonito (a quien le suene así), pero es un desastre, y una contradicción evidente. Como si hubiera que hacer a las gentes “judíos del templo” antes de poder predicarles al Mesías. Se dice, y eso es grave, que con la predicación de la Ley, se obra una preparación para luego recibir el Evangelio. (A mí nunca me dijo algo así el que me envió a predicar, pues quedaba claro por su Escritura que predicaría en un cementerio.
Si alguien piensa que el muerto, el cadáver, recibe una “preparación” que le motiva, que le hace menos cadáver que otro, porque le predican “la Ley”, habría que preguntar que concepto de corrupción tiene el que dice esas cosas. Algunos no creen en la muerte total del hombre, esos, al menos, tienen sentido en proponer algo así.)
Y ya no seguimos por hoy, que se fue mucho tiempo. Pero es muy necesario.
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