La manía de creer que todo lo que dice el relato de Génesis es mítico o inventado por los humanos no viene refrendada por el análisis meticuloso del texto inspirado.
“Dijo también Dios: Júntense las aguas que están debajo de los cielos en un lugar, y descúbrase lo seco. Y fue así. Y llamó Dios a lo seco Tierra, y a la reunión de las aguas llamó Mares. Y vio Dios que era bueno. Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así. Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno. Y fue la tarde y la mañana el día tercero”. (Gn 1:9-13).
Una cuestión que se repite frecuentemente al leer este texto es la siguiente: ¿cómo pudo haber vida vegetal antes de la creación del Sol? ¿Acaso las plantas no necesitan la luz solar para realizar su función clorofílica?
Esto podría entenderse bien si los días de Génesis fueran de 24 horas, pero ¿cómo explicarlo si se trata de largos períodos de tiempo? Bien, ya se comentó anteriormente que, al principio, con la creación de los cielos y la Tierra, Dios tuvo que crear también las estrellas, el Sol y la Luna.
Nuestro planeta, así como el resto de los planetas y satélites del sistema solar no podrían haber existido y permanecido en sus respectivas órbitas, si el Sol no hubiera estado ya en su lugar.
De manera que, durante el día tercero, la luz solar penetraba a través del cielo nublado, que estaba translúcido debido a los abundantes gases atmosféricos, pero dicha luz tenue llegaba a la superficie terrestre y era suficiente para que las primeras plantas pudieran prosperar.
Lo que ocurrió el día cuarto no fue la creación del Sol, la Luna y las estrellas -como erróneamente se interpreta- sino su visión perfecta por primera vez desde la superficie terrestre. Fue como si el creador hubiera descorrido las espesas cortinas atmosféricas, permitiendo que la luz solar llegara con plena intensidad a la Tierra.
Esto es también lo que permite entender el verbo hebreo “hayâ", que curiosamente se tradujo también al español como “haya”. Dicho término puede traducirse por “sea”, “llegue a ser”, “exista”, “suceda”, etc. y, desde luego, no se trata del mismo verbo hebreo que se usa para crear algo nuevo a partir de la nada (“bara").
En esta etapa, la Tierra disponía de la luz necesaria, el agua suficiente, una atmósfera con los gases apropiados y un ciclo hidrológico capaz de sustentar a los primeros seres vivos de origen vegetal.
Lo único que hacía falta era un sustrato suficientemente sólido y estable como para que las plantas pudieran arraigar. Esto es precisamente lo que proporcionó el creador durante la tercera jornada creativa. De las entrañas de las aguas surgieron los continentes y la litosfera empezó a elevarse por encima del nivel de los océanos.
Los investigadores humanos siempre miraron con escepticismo las palabras bíblicas que parecían sugerir que, al principio, el planeta había estado completamente cubierto de agua y que no fue hasta más tarde que empezaron a emerger las tierras secas de la corteza terrestre.
Sin embargo, actualmente, tanto la geología como la geofísica han hallado pruebas que corroboran esa posibilidad. 1
El catedrático de Historia Natural de la Universidad de Harvard, Andrew H. Knoll, escribe: “Hace 4.400 millones de años, ya podríamos reconocer a la Tierra como una pelota rocosa con agua líquida bajo una pequeña capa de aire. Se habían empezado a formar continentes, pero eran pequeños y puede que estuvieran inundados por el agua en su mayor parte”. 2
No es que no existiera corteza sólida en el planeta, sólo que ésta era oceánica. Es decir, estaba completamente cubierta por agua.
Sin embargo, el movimiento de las placas tectónicas sumergidas hizo que unas duras rocas de basalto de los fondos oceánicos se empezaran a convertir en otras de silicatos. Éstos son también basaltos, pero hidratados y, por tanto, más ligeros que el basalto, propiamente dicho.
La acumulación de tales silicatos sobre las cuencas oceánicas hizo que finalmente, con el tiempo, éstos afloraran por encima del nivel del mar y así nacieran las primeras islas y los continentes. Tal como dice la Escritura, lo seco se descubrió.
Una de las mejores evidencias de que la Tierra estuvo durante mucho tiempo cubierta por agua es, por ejemplo, la que constituyen los numerosos fósiles de caparazones y conchas marinas existentes en las rocas calizas del Everest, a casi nueve kilómetros por encima del nivel del mar.
El trasiego de fuerzas geológicas necesario para provocar semejante traslado se explica porque las masas continentales no son fijas -como creían los geólogos de la antigüedad- sino que se mueven constantemente, aunque de manera muy lenta.
En cuanto al origen de la vegetación, algunos escépticos han indicado también que el versículo 11 del primer capítulo de Génesis contradice lo que ha descubierto la ciencia paleontológica, ya que da a entender que los vegetales -incluso los superiores como árboles con semillas y frutos- aparecieron antes que los animales.
Sin embargo, los fósiles parecían indicar que en el Cámbrico -hace más de 500 millones de años- ya había animales, mientras que las plantas con semillas y los bosques no habrían surgido supuestamente hasta unos cien millones de años después. ¿Cómo es que el texto bíblico se refiere a la creación de los vegetales en el día tercero y no habla de la formación de los animales hasta el quinto día creacional?
Tal como ya se ha señalado en alguna ocasión, el hebreo antiguo es muy parco en términos. La palabra que se tradujo por “hierba verde” o “vegetación” es “deshe´” y suele referirse a cualquier planta capaz de realizar la función clorofílica, gracias a la luz solar.
Este término englobaría no sólo a las plantas con semillas (fanerógamas) sino también a los helechos, musgos, hepáticas e incluso a las algas pluricelulares y las unicelulares. Por tanto, la descripción que se hace en el versículo 11, durante el tercer día de la creación, es coincidente con lo que hoy afirma la ciencia.
Actualmente se cree que la oxigenación de la atmósfera terrestre fue consecuencia directa de la actividad fotosintética de las plantas verdes durante millones de años. No podrían haber existido animales complejos, como las múltiples especies que aparecen en el Cámbrico, si previamente no se hubiera formado el oxígeno atmosférico necesario para permitirles respirar.
Esto significa que, antes de la aparición de la vida animal, los océanos y las aguas continentales debían poseer algas productoras del oxígeno vital. De hecho, esto es lo que se ha venido descubriendo recientemente. 3
También es posible que las plantas terrestres estuvieran ya presentes mucho antes de que surgieran los primeros animales invertebrados, tal como afirma la Escritura.
Es sabido que numerosas especies, tanto de invertebrados como de vertebrados, son herbívoras y requieren por tanto de los vegetales para su subsistencia, por lo que cabe esperar que fósiles de tales plantas sean hallados en los estratos rocosos más antiguos.
Ya existen trabajos científicos que corroboran la existencia de estas plantas verdes primitivas, que oxigenaron la atmósfera y prepararon el ambiente para la llegada de los primeros animales, sirviéndoles asimismo de alimento. 4
De manera que el orden de aparición del relato de Génesis -primero vegetales y después animales- ha sido corroborado también por los últimos descubrimientos científicos.
La manía de creer que todo lo que dice el relato de Génesis es mítico o inventado por los humanos no viene refrendada por el análisis meticuloso del texto inspirado.
1. https://www.abc.es/
2. Knoll, A. H., 2021, Breve historia de la Tierra, Pasado & Presente, Barcelona, p. 40.
3. Chai, S., Aria, C. & Hua, H., 2022, “A stem group Codium alga from the latest Ediacaran of South China provides taxonomic insight into the early diversification of the plant kingdom”, BMC Biology, volume 20, Article number: 199. https://bmcbiol.biomedcentral.
4. Knauth, L. P., & Kennedy, M. J., 2009, “The late Precambrian greening of the Earth”, Nature, volume 460, pp. 728-732.
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