Reforma de la iglesia: mirar atrás, seguir solo en esperanza

Ya lo hemos aquí hablado en varias situaciones, seguiremos cuando convenga, pero hoy terminamos con la mirada a la iglesia antigua. Esa iglesia, que podemos mirar hasta Nicea, 325, y que vemos en su faceta formidable, ejemplar, en la defensa de la verdad de la salvación, y la vemos, en el mismo espacio, corrupta, llena de supersticiones, con mensajes contrarios a la cruz y afines a los que la produjeron.

Toda una lección, si aprendemos.

Empecemos por pensar en algo que parece chocante. ¿Qué idea o forma de Iglesia nos queda en la lectura de los Evangelios? Pues algo muy complejo. Desde luego no muy claro. Y no pasa nada por reconocerlo. Cristo nunca enseñó, en sus enseñanzas recogidas en los Evangelios, una teología o eclesiología medible. Esto, para los que creemos en las Escrituras, no es sino algo propio de su naturaleza, son un discurso que se compone de partes, y los Evangelios son una de ellas, luego vendrán los Hechos de los Apóstoles, las Cartas… el Apocalipsis. Ahí conocemos lo que realmente estaba pasando en los acontecimientos narrados en los Evangelios. Cristo no dijo nunca que “con una sola ofrenda haría perfectos para siempre a los santificados”, ni que era el “sumo sacerdote del santuario de los cielos”, ni cosas semejantes, que, sin embargo, se estaban realizando en sus obras. 

Esto debería ser de aviso para los que saben. Se les podría decir, como a Job con la creación, “¿dónde estabas tú?”. Resulta que la gran y final obra de la redención se está realizando, y luego consumada en la cruz, resurrección y ascensión, y nadie se está enterando. Ni los amigos ni los enemigos. Se pone la piedra angular, y las piedras vivas ni se enteran. Luego ya conocerán qué estaba ocurriendo, pero los de al lado del Mesías, no tienen ni idea de nada. Alguna revelación personal (Simeón, María, Elisabet, Pedro...), y poco más. Ni siquiera en su aparición después de su resurrección dice nada el Maestro, o se le entiende algo. Por supuesto, conversa con los suyos con metáforas filiales, pero eso no se establecerá como doctrina y comprensión adecuada hasta años después.

La Iglesia, que existe antes en Israel, está siendo formada en la nueva alianza, y no se está enterando de nada. ¡Cuánto menos colaborando en algo!

Este es uno de los grandes asuntos, porque después la “Iglesia” que va formándose en su condición temporal y visible, se empieza a presentar como mediadora necesaria de la salvación. Y así sigue. Por eso la Reforma hoy consiste en quitar eso, y dejar en la esperanza la vida de la Iglesia por la que Cristo se entregó y dio su vida.

No sabemos muy bien qué forma de vida, incluso de liturgia, tenía la Iglesia en sus diferentes localidades en los primeros años. Luego se ven algunos documentos que muestran lo que se daba en sitios particulares, que parece procuran se lean como modelos a seguir, pero lo que se ve es ya una muestra de grandes supersticiones. Los que defendían la verdad de la obra del Redentor van perdiendo, y sus enemigos establecen como soportes de la iglesia-institución las cosas que niegan su obra, y la transforman en una mezcla donde el mérito humano es imprescindible para lograr la salvación.

No sabemos qué forma tenia la Iglesia a la que Pablo perseguía, conocemos lo que él luego propone como “la Iglesia”, con sus frutos y dones, y carismas específicos, pero hacer un dibujo de su arquitectura humana es solo un pequeño bosquejo, no podemos hacer nada más. (Seguro que alguien sabe, pero que mire al papado, que dibuja su cuerpo desde el inicio, y ya se ve.)

Con el Nuevo y Antiguo Testamento, un bosquejo para vivir en la plena esperanza de quien hace su obra también hoy (¡sin enterarnos!), con los documentos a mano de esos años posteriores (ya puse el limite en Nicea), un buen dibujo de un cuerpo corrompido.

Ejemplos abundantes de cómo las doctrinas de demonios se han colado en los primeros asientos de las asambleas cristianas. Repartió su padre a los suyos como cizaña en el buen campo, y así siguió que se tornó doctrinalmente en el trigo bueno. Dijo nuestro Señor que vendrían algunos diciendo que “habían echado fuera demonios en su nombre”, y ya sabemos que esos eran de su padre, el Cristo no los conoce como suyos. Pero no habían hecho un simple paripé, dicen que echaron demonios. Esto es muy pedagógico. 

Cuando se pretende echar fuera a los espíritus demoniacos fuera de la comunidad por medio de la señal de una cruz, en el aire, en la frente o donde sea, (o inciensos) el demonio ya está dentro y dirige a quien diga y realice algo así. (Todavía se ven en las misas esos humos para expulsar a los demonios.)

En la metáfora del cine, será conveniente ver en la niña de la película, con sus giros y groserías, a un demonio tan grande como el que está en el sacerdote que pretende echarlo con crucifijos y ritos. Este sacerdote seria uno de los que le dijo al Señor: “En tu nombre eché demonios” (y salio en el cine).

Que esto no es agradable y no vende mucho en el marketing religioso, antiguo y actual, lo sabemos, pero no podemos ocultar que en las iglesias de los primeros siglos se produjeron mártires que no eran de la Iglesia del Señor, sino de la del diablo, que la tiene, y es hermosa y abundante, y agradable a la vista y a los sentidos. Por tanto, muchos mártires, confesores, por supuesto presbíteros y obispos en la iglesia antigua son simples agentes entrados encubiertamente, como nos dice nuestro Pablo que ya pasaba en su días, a los que incluso llama en sus jefes “ángeles de luz”.

De ahí luego salen los eremitas y monjes, que esos, si se ve bien, ya se les ve de quien son, aunque ellos se presentan, y muchos “padres” los presentan, como la cumbre del vencer cristiano, el modelo de santidad por excelencia.

Esta realidad hay que tenerla en cuenta, para ahora reformar, que es quitar esas supersticiones, y dejar en la esperanza cierta de la obra y voluntad de nuestro Redentor el progreso de su Iglesia, a la que él ya ha hecho santa y sin mancha (¡y nosotros sin enterarnos!).

No se puede ni siquiera apuntar aquí, en este corto espacio de conversación, tantos casos y sucesos, que van avanzando como pueden, en muchos ocasiones sin previsión alguna, hasta culminar en Nicea (que tampoco es que sea fuente luminosa, más bien ejemplo de situaciones confusas). Pero les pongo unos renglones de como un “padre” hace uso de una comparación, (común con otras del Cantares) para hacer a la institución eclesial prácticamente divina, como mediación luego indispensable para obtener de ella y en ella la salvación, la deificación.

“En cierto modo, entre la primera y la segunda venida, la teoría del cuerpo místico de la Iglesia, desde el inicio representante de un Hijo que portaba caracteres imperiales, [negritas mías] pasó a interpretarse como la existencia continua y presente en el mundo del propio Cristo. Desde bien pronto, la profecía que había preparado la venida de Cristo a través de todos los textos bíblicos, también se pudo utilizar para pronosticar la existencia de la Iglesia como la nueva Eva, como la mujer creada a partir de la propia carne del nuevo Adán. En realidad, la Iglesia misma se proyectó como parte del Logos preexistente y, desde luego, elemento central del misterio de la economía de la salvación. Sin duda, este hecho produjo la condición de posibilidad y llevó a Eusebio a escribir su Historia. Todo fue posible por un hallazgo impresionante, que vinculó la Iglesia a una teoría de la Trinidad y la elevó casi a una persona divina que en todo semejaba a Cristo, pues en cierto modo había sido creada de su divina costilla. Clemente Romano había ofrecido la protointerpretación adecuada cuando en su Segunda carta dijo que la Iglesia no era de ahora, sino desde antiguo (12,2-4). De la misma manera que Cristo, se había manifestado en los últimos días para la salvación. Era pura economía de salvación. 

Los supuestos de Clemente procedían de la interpretación del Génesis que, referidos al hombre arquetípico, aseguraba que ‘hizo Dios al hombre macho y hembra’. Uno era el tipo y el otro el antitipo. Quien corrompía al antitipo no podría recibir el tipo y, así, quien injuriase a la Iglesia no podría recibir el espíritu de Cristo. La clave de esta exégesis era que elanthropos preexistente era andrógino, macho y hembra. Cristo e Iglesia a la vez, y que solo en esta estructura unida existía el Logos. Luego, para mostrar el camino de regreso al Padre, Cristo había dejado en la tierra su otro yo, la Iglesia.

En realidad, lo único que quedaba presente y visible del cuerpo de Cristo era su parte carnal o eclesial. Pero ella eraparte propia de Dios y no solo un lugar o una sociedad temporal que le reconocía. Quien entraba en ella, entraba en el seno mismo de Dios. El mayor éxito del cristianismo fue sin duda esta divinización de la misma institución eclesial.” (Villacañas, 2016, 391)

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