Los errores que infectan a la iglesia antigua, que luego crecen y se fortalecen, hasta hoy, nacen en proclamas y escritos con multitud de citas bíblicas. No podemos reformar sin tener en cuenta esos “cimientos”.
Estas conversaciones, escritas justo a los dos días de terminar los juegos, deben tener en cuenta el juego que ha dado la parodia, y que no se conviertan en una parodia, que puede ser así.
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Una cuestión precisamente que Calvino advierte en su documento es que el cristianismo está lleno de parodias, de falsificadores y falsificaciones, de teatro, donde la propia adoración se ha convertido en la parodia de la misma, en un teatro con sus actores y máscaras. Se condena la “adoración ficticia” (p. 17), cada “adición” a la Palabra de Dios, aunque provenga del celo religioso humano, es “una mentira” (p. 18), acciones sacramentadas y santas copiadas del paganismo “y más adaptadas a un show teatral que a la dignidad de nuestra religión” (p. 22), la santa cena se “ha sustituido por una exhibición teatral”, donde la “comunión es más bien una excomunión” (p. 29), donde la “eficacia de la muerte de Cristo se ha transferido a un show teatral vano, y la dignidad del sacerdocio eterno, robado a Cristo, se ha otorgado a los hombres” (p. 30), el pan y el vino se han separado “por un capricho humano”, y la celebración de la comunidad se ha recubierto de secretismo privado, más “afín a un exorcismo oculto, más de artes mágicas, que de sacramento, convertidos en figuras vacías que solo alimentan a los ojos” (p. 31). [Voy a poner un punto] El pan así consagrado por este “perverso encantamiento”, lo meten en “una caja pequeña, y ocasionalmente lo sacan en fechas solemnes para que pueda ser adorado y reciba las oraciones, en lugar de Cristo”. Los pastores y gobernantes “cantan o están mudos en la iglesia, y se exhiben en vestiduras teatrales y realizan múltiples gesticulaciones, también teatrales” (p. 33), “cuando Dios es adorado en imágenes, cuando una adoración ficticia se instituye en su nombre, cuando las súplicas se hacen a las imágenes de los santos, y el honor divino se da a los huesos de los muertos; contra esas y similares abominaciones, nosotros protestamos descubiéndolas en sus verdaderos colores” (p. 43), colores y ropajes de esas “idolodulías”, pues no quieren que se le llame idolatrías, que cuanto más “costosos sus ropajes y joyas, más valiosos y adorables” (p. 45). Y aquí paro, que me he animado, y hay más.
Calvino en su plan de reformar la Iglesia es evidente que también luego incluye a grupos evangélicos que habían entrado encubiertamente en el espacio de la Reforma, y suponían su ruina. Pero, de momento, aquí tenemos esta pieza escrita que nos sirve de punto para encontrarnos en nuestra reflexión. Lo primero es preguntarse si hoy existe esa iglesia papal que había que derribar, porque la Reforma supone la desaparición (destrucción) de las reliquias y sus lugares altos. Algunos en Israel lo asumieron, pero ahora se tendrá que validar si se puede reformar el culto en Jerusalén y en todo el pueblo sin derribar los lugares altos donde se había paganizado el culto al Señor. La respuesta tiene consecuencias.
Otra cuestión, que es evidente, pero que es necesario presentar, tal es el estado del mundo evangélico presente, es concretar si se pretende reformar a la Iglesia o al mundo. No es una tontería. En muchos sermones, si no, verás que parece lo segundo. No se trata tanto, en esos planteamientos, del estado de la Iglesia con sus doctrinas y “leyes”, sino de las leyes del Estado que no son las de las iglesias, y deberían serlo. Nuestro Pablo no menciona ni una ley del Estado como si fuese un problema para las comunidades cristianas, pero esos nuevos pastores se las saben de memoria y piensan que es el problema de la Iglesia. Por eso para estos, la reforma de la Iglesia supone que tenemos que eliminar la acción legítima del Estado. Esa es su necesidad de reforma, que seguro también será urgente e ineludible.
Otra cuestión, que la tenemos en el mismo documento que miramos, y en su contexto, es reconocer si existe diferencia, o no, entre la vida y proclamación de la Iglesia y la del mundo. En principio, esto parece sencillo. Pues no. Esta era una cuestión vital en el inicio de la Reforma Protestante. ¿Quién decide lo que es la Iglesia y lo que es el mundo?
Por poner un caso, ¿la vida monacal es cristiana o del mundo? Si nos atenemos a la tradición, sería lo más de lo más en cuanto a cristianismo. Pero si nos atenemos al texto de la Escritura, eso no está en ningún sitio. ¿Quién lo ha puesto ahí? Para unos, la necesidad de reforma suponía la necesidad de que esos monjes fueran fieles y bien portados. (De ahí las continuas “reformas” de las órdenes monásticas, y la aparición de formas nuevas.) Para otros, suponía que desapareciese el invento.
Que lo más mundano, las obras de la carne, que dice Pablo, se hubieran convertido en lo más sagrado, santo y superior, supone que alguien ha decidido lo que es mundano y cristiano. Y se ha establecido que las obras de la carne que suponen el monacato son los frutos del Espíritu para los más selectos. Esto ha ocurrido en medio, y por agentes, que conocen y usan con gran pericia la Escritura. (Por los mismos que incluso han ordenado el canon de la misma.) Es decir, la corrupción de la cristiandad es fruto de usos torcidos de la Escritura.
Esto no se toca, pero hay que tocarlo para que resulte lo evidente. El papado proclama la infabilidad de la Escritura, su autoridad, su inspiración, y todo lo que se quiera, y con ella se ha ido fabricando su poder. Esto es algo gordo, y se debe atender con diligencia: Si queremos reformar la Iglesia, y aquí queremos, en el dibujo de los planos no tienen que preocuparnos los que niegan abiertamente a Cristo, o los que rechazan la veracidad e inspiración del texto sagrado. Esos se ven. El problema real está en los que lo confiesan, le dicen Señor, Señor, echan fuera demonios en su nombre y hacen milagros, y proclaman con pecho henchido la inspiración y autoridad de la Biblia. El problema no está en los que rechazan abiertamente la santidad, sino en los que la promueven según sus ideas.
Los errores que infectan a la iglesia antigua, que luego crecen y se fortalecen, hasta hoy, nacen en proclamas y escritos con multitud de citas bíblicas. No podemos reformar sin tener en cuenta esos “cimientos”.
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Un ejemplo, pero vale para otras parcelas de la cristiandad, los llamados testigos de jehová, por orden de sus ejecutivos comerciales donde están, están ahora proclamando las “enseñanzas de la biblia santa” en las redes por medio de ejemplos de personajes bíblicos. Por supuesto, con énfasis en la unidad de la familia, y sus rechazos a las nuevas corrientes. Incluso, es típico, verlos enseñar sobre la “historia de la biblia santa”. Aquí en Sevilla, hicieron una actividad “universitaria” en torno a la Biblia del Oso. Luego también la llevaron a Madrid. Vale. Pero no está de más ver que por mucho que ocultaron el plumero su estética descubrió su ética, bastante cobardona y miserable, porque en todo momento ocultaron su identidad. Así lo hacen ahora en las redes. Lo que no se puede ocultar es que personas y grupos que proclaman la verdad e inspiración de la Biblia, están en contra del Mesías. ¿O no?
Seguiremos, d. v., charlando, para aclararnos un poco.
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