Una espinita clavada

Por Mati Sanchiz.

Aunque no se puede llorar toda la vida, hay una tristeza que se acurruca en rinconcitos del corazón que nunca se podrá eliminar. Se cuela la melancolía por las rendijas, como un polizonte indeseado que se agazapa y se esconde como íntimo pasajero. La pena se alía como cómplice del delito, no llama mucho la atención, es discreta, pero como un parásito se filtra por la piel y habita en los recuerdos. Se aprende a convivir con estos inquilinos incómodos y obligatorios, y a veces, hasta se antojan huidizos, invisibles o irreales, pero son compañeros de viaje, tatuados en el alma, que acompañan el tránsito vital. Se asoman días de sol repletos de paraguas para proteger de las lluvias de añoranzas. Llueven lápices de colores para pintar las nubes grises que lloran sobre la calzada descalza. 

(En memoria de Sergio). 

[photo_footer]Fotografía 'Espinas de color', de Keila Gálvez Sanchiz.[/photo_footer]

Afligíos, y lamentad, y llorad. Vuestra risa se convierta en lloro, y vuestro gozo en tristeza. Humillaos delante del Señor, y él os exaltará. (Stg 4:9-10)

Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. 

Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado; 

tiempo de matar, y tiempo de curar; tiempo de destruir, y tiempo de edificar; 

tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de endechar, y tiempo de bailar;

tiempo de esparcir piedras, y tiempo de juntar piedras; 

tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar; 

tiempo de buscar, y tiempo de perder; tiempo de guardar, y tiempo de desechar; 

tiempo de romper, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar; 

tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz. (Ec 3:1-8)