Para que un hombre y una mujer puedan convertirse en padre y madre se requiere que sus cuerpos empiecen a fabricar células sexuales sanas muchos años antes. El proceso se inicia en la pubertad, en cuanto dejan de ser niños.
Todo el mundo sabe que los niños ya no vienen de París. Hasta a los párvulos se les explica hoy que papá coloca una semillita en el vientre de mamá y a los nueve meses nace un hermanito. Sin embargo, el origen biológico y fisiológico de dicho proceso se inicia mucho antes de lo que habitualmente se piensa. Para que un hombre y una mujer puedan convertirse en padre y madre se requiere que sus cuerpos empiecen a fabricar células sexuales sanas muchos años antes. El proceso se inicia en la pubertad, en cuanto dejan de ser niños. Alcanzada ya la madurez y durante el acto sexual, el pene masculino eyacula millones de espermatozoides en el interior de la vagina femenina, cerca de la abertura cervical del útero. Cada espermatozoide está provisto de un flagelo que le permite nadar en la mucosidad uterina y ascender por la trompas de Falopio.
En el caso de que alguno de los ovarios de la mujer haya producido un óvulo viable, el primer espermatozoide sano que llegue a él, perforará su capa externa y se fusionará con el núcleo del óvulo. Entonces lo fecundará y se originará el cigoto, célula cuyo núcleo contiene 46 cromosomas (23 procedentes de la madre y 23 del padre). Dicha célula sólo durará unas 24 horas ya que después se dividirá en dos células idénticas, cada una de las cuales se volverá a dividir en dos más, después en cuatro, ocho, dieciséis, treinta y dos, etc., siempre en múltiplos de dos y en su desarrollo embrionario pasará por las fases de mórula, blástula y gástrula hasta implantarse en el epitelio uterino. Desde el momento de la fecundación, el cigoto se empieza a desplazar lentamente hasta la pared que reviste el útero (endometrio) y anida allí. A partir de dicha implantación del embrión, empieza la gestación propiamente dicha que durará alrededor de nueve meses, desde el momento de la fecundación.
Al finalizar los dos primeros meses de embarazo, el embrión pasa a llamarse “feto”. A partir de este momento, aumenta el número de células, éstas empiezan a especializarse originando tejidos y órganos. No obstante, estos diferentes nombres (cigoto, embrión y feto) son una convención adoptada por los especialistas para distinguir las etapas sucesivas del desarrollo. En realidad, se trata de un proceso continuo y sin intervalos significativos. Todo comienza con una sola célula pero lentamente van apareciendo más y cada vez más complejas hasta formar por completo, después de nueve meses, a un bebé humano. Este proceso que va desde la fecundación al parto requiere una cantidad increíble de detalles que deben coincidir milagrosamente para dar lugar a una nueva persona, que será genéticamente diferente a cualquier otra, de los más de ocho mil millones que existen en el mundo. Veremos en próximos trabajos por qué es tan sensato considerar a cada criatura humana como un verdadero milagro.
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