Cómo funciona el sexo (IV)

Aproximadamente una década después del nacimiento, niñas y niños empiezan a experimentar cambios hormonales importantes en su cuerpo. Inician el complejo proceso fisiológico de la pubertad que llevará a alcanzar la madurez sexual. En las niñas, tiene lugar entre los 10 y 14 años, mientras que en los niños entre los 12 y 16 años. Se trata de una sofisticada interrelación bioquímica que tiene lugar entre órganos y glándulas alejados entre sí pero capaces de influirse mutuamente, con el fin de preparar a las personas para la reproducción y convertirlas en padres o madres. Todavía no se comprende bien qué es lo que desencadena este proceso o qué clase de reloj biológico determina el inicio exacto del mismo. Lo que sí se entiende es cómo ocurre y qué órganos y moléculas participan en él. 

La pubertad empieza cuando las gónadas (ovarios y testículos) comienzan a producir hormonas sexuales. Pero para que ello ocurra, dichas gónadas deben recibir el estímulo adecuado de dos pequeñas regiones situadas justo debajo del cerebro. Se trata del hipotálamo y de la glándula pituitaria. El primero es un área que, además de controlar la temperatura corporal, el hambre y la sed, le manda a la pituitaria mensajes hormonales o eléctricos para que ésta libere a su vez determinadas hormonas, tales como la hormona estimulante de los folículos (FSH, por sus siglas en inglés) y la hormona luteinizante (LH) que afectan a los ovarios, estimulándolos a producir estrógenos y óvulos. En el caso de los varones, estas mismas hormonas afectan a los testículos y les motivan a producir testosterona y esperma. Tanto el hipotálamo como la pituitaria controlan los niveles de estas hormonas en la sangre y los aumentan o disminuyen para que en cada momento exista la cantidad adecuada. Tal como decimos, aún no se comprende bien qué es lo que desencadena la pubertad, sin embargo una de sus consecuencias palpables es que durante la misma aumentan significativamente los niveles de gonadotropinas y hormonas sexuales.

En el caso de los varones, cuando aumenta la producción de estas dos hormonas (FSH y LH), los testículos empiezan a producir esperma y más testosterona. Esto hace que aumente el vello por todo el cuerpo, especialmente en las axilas y el pubis. Las cuerdas vocales se agrandan y la voz se vuelve más grave. Los genitales externos aumentan de tamaño, así como el interés por el sexo opuesto. En el momento en que a la presencia de estas dos hormonas se suma también la hormona del crecimiento (GH, por sus siglas en inglés “growth hormone”) se desarrolla también el esqueleto y la musculatura. Todos estos cambios corporales transforman lentamente al niño en hombre.

De la misma manera, en las niñas, el incremento de estas mismas hormonas (FSH y LH) ordena a los ovarios que produzcan más estrógenos y hagan madurar el primer óvulo. Empieza entonces el crecimiento del vello en el pubis y las axilas, así como el desarrollo de los senos o glándulas mamarias con el fin de alimentar a los futuros hijos. Asimismo los genitales externos aumentan de tamaño, mientras que el útero y la vagina inician la segregación de mucosidad. La producción de hormona del crecimiento contribuye también a que crezca todo el sistema musculoesquelético femenino. Por último, la capacidad de ovular queda regulada normalmente a la producción de un óvulo cada 28 días, que será depositado alternativamente en cada trompa de Falopio. Después de dicha ovulación, los ovarios producen la hormona del embarazo o progesterona que estimula al revestimiento interno del útero (endometrio) a volverse más espeso y generar más mucosidad, en preparación de un posible embarazo. 

Si se tienen relaciones sexuales después de la ovulación, los espermatozoides del semen masculino nadan hacia el útero y las trompas de Falopio hasta encontrarse con el óvulo descendente. Cuando un espermatozoide llega y se une adecuadamente al óvulo, se produce la fecundación y el resultado es la formación de una célula extraordinaria: un cigoto que originará un nuevo ser humano. El embrión recién formado se dirige hacia el endometrio uterino e inmediatamente le comunica su propia existencia al cuerpo de la madre para que éste detenga la menstruación, ya que ésta podría acabar con su vida.  

No obstante, si no se produce la fecundación y por tanto no hay embarazo, la concentración de hormonas disminuye bruscamente y el revestimiento del útero se desprende dando lugar a la regla o menstruación. La primera vez que esto ocurre marca el inicio de la fertilidad femenina que durará aproximadamente entre tres y cuatro décadas. Todos estos cambios hormonales y físicos convergen para convertir el cuerpo de una niña en el de una mujer fértil, capaz de gestar y dar a luz el milagro de una nueva persona. Una criatura única y distinta de todas las demás. 

Al examinar detenidamente todos los procesos bioquímicos y fisiológicos que requiere la reproducción humana, se descubre que la menor perturbación o error conduce a la infertilidad o el fracaso reproductivo. Para que todo funcione bien, cada molécula u hormona deben estar en su sitio en el momento adecuado y siguiendo un orden preestablecido. Todo funciona como un sofisticado reloj biológico formado por piezas químicas como el factor TDF; las enzimas productoras de testosterona en los varones; los receptores de andrógenos; la dihidrotestosterona como un subproducto de la testosterona gracias a la enzima 5-alfa-reductasa; la hormona antimülleriana (AMH) así como sus receptores específicos; la hormona liberadora de gonadotropina (GnRH) que actúa sobre la hipófisis para que ésta elabore y libere la hormona luteinizante (LH) y la hormona foliculoestimulante (FSH), lo cual hará que los testículos produzcan testosterona; los estrógenos y su receptor; la progesterona y el suyo, así como otras muchas señales proteicas no mencionadas por amor a la brevedad.

No serviría de nada tener la mayoría de tales componentes si sólo faltara alguno o estuviera defectuoso y por tanto no pudiera cumplir con su función específica. En dicho caso, todo el proceso se paralizaría y la especie no se habría podido perpetuar. ¿Cómo lograría una lenta y gradual evolución crear un sistema tan irreductiblemente complejo como éste? Un mecanismo bioquímico meticulosamente orquestado, que se desarrolla poco a poco durante décadas, con una finalidad concreta. ¿De dónde surgió la información necesaria para semejante ajuste fino biológico? Incluso aunque semejante improbabilidad se hubiera logrado en un único individuo, ¿qué probabilidad hay de que también se hubiera dado en el sexo opuesto, con moléculas y hormonas diferentes? ¿Cómo podría reproducirse un macho sin hembra o una hembra sin macho? Este es uno de los grandes problemas de la biología evolutiva que obliga a muchos científicos a confiar en la milagrosa sabiduría de la naturaleza. En realidad, dicho acto de fe no difiere tanto de la creencia teísta en el Dios creador de la Biblia.

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[title]Por un año más[/title]

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