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Las células que nos salvan la vida (y III)

El sistema inmunitario humano es como una orquesta perfectamente armónica e interconectada.

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 07 DE ABRIL DE 2024 09:00 h
Neutrófilo (en amarillo) engullendo una bacteria de carbunco o ántrax (en naranja). / [link]Volker Brinkmann, Wikimedia Commons[/link].

A pesar de la eficacia y elegancia con que trabaja el sistema inmunitario innato, algunos virus y microbios consiguen burlarlo y penetran en las células para destruirlas y propagarse por todo el cuerpo. Entonces es cuando interviene la tercera y última barrera defensiva: el sistema inmunitario adquirido. Su respuesta es más lenta pero mucho más especializada. Puede tardar algunos días en estar a punto para combatir a los invasores porque nunca antes se ha encontrado con ellos y no los reconoce, pero cuando lo hace su eficacia es total. Si, tal como se ha mencionado anteriormente, un glóbulo blanco del sistema inmunitario innato posee alrededor de mil receptores diferentes en su membrana y, por tanto, es capaz de detectar a mil tipos de patógenos distintos, un glóbulo blanco del sistema inmunitario adquirido, en cambio, tiene cien veces más receptores en su membrana (unos 100.000 aproximadamente) pero todos son iguales y sólo pueden detectar a uno o a unos pocos tipos de patógenos. ¿Cuál es la ventaja de tener tantísimos receptores iguales?



El sistema inmunitario adquirido forma continuamente un gran cantidad de células, cada una de las cuales tiene un receptor diferente en su membrana. Como de ese receptor posee alrededor de cien mil copias en su superficie celular, prácticamente ningún patógeno puede escapar. Aunque no se conocen todavía los detalles concretos acerca de cómo lo logra, se cree que este sistema adquirido es capaz de detectar más de un billón de antígenos diferentes, que pueden ser peligrosos para el ser humano. Además, después de dicha detección e identificación, es capaz de recordar al antígeno y estar preparado para responder rápidamente ante otra futura infección.



Las principales células del sistema inmunitario adquirido son también glóbulos blancos, conocidos como linfocitos T y linfocitos B. Ambos se originan en la médula ósea pero los linfocitos T maduran en el timo (glándula inmune situada entre el esternón y el corazón), mientras que los B lo hacen en la propia médula de los huesos. Los T se enfrentan sobre todo a las infecciones que tienen lugar dentro de las células, pero los B actúan ante aquellos invasores que pululan fuera de las células, en los líquidos intersticiales o en la sangre. Cuando estas células han madurado, circulan por la sangre y por el sistema linfático en busca de posibles patógenos peligrosos. Tanto los linfocitos T como los B suelen concentrarse en los ganglios linfáticos, el bazo, las amígdalas, el apéndice vermiforme, etc. y, al detectar una bacteria o un virus invasor, actúan como si fueran la inteligencia militar de un ejército. Inmediatamente lo inmovilizan y destruyen por medio de complejos y sofisticados mecanismos bioquímicos, muchos de los cuales todavía no se comprenden bien pero que la investigación humana sigue descubriendo y admirándose ante tanta sofisticación y planificación.



Frente a cualquier agente agresor que ya haya penetrado en una célula del cuerpo habiéndola infectado, los linfocitos T liberan unas moléculas tóxicas llamadas granzimas que perforan la membrana de dichas células, como si fueran auténticos taladros eléctricos. Una vez en su interior, ordenan a la célula infectada que se suicide, con el fin de que no propague la infección a sus hermanas sanas. A este proceso se le llama técnicamente apoptosis y es la ejecución de todo un programa celular interno de autodestrucción. Las células enfermas mueren para salvar al resto de sus congéneres. Nada de lo que contienen en su interior se escapa. Ningún virus o bacteria perjudicial puede salir porque la membrana se cierra herméticamente y lo impide, con lo cual se aísla perfectamente el mal. Se trata de un mecanismo previsor de protección del cuerpo que salva muchas vidas humanas cada día. ¿Cómo habría podido originar la selección natural sin propósito, ni previsión de futuro, un mecanismo tan sofisticado para cuando hiciera falta?



Tal como se indicó, los linfocitos T cumplen perfectamente su misión defensiva  en el interior de las células, sin embargo existen numerosos patógenos que no atacan a las células sino que se dedican a nutrirse de los productos existentes fuera de ellas. Muchas bacterias y hongos perjudiciales viven como parásitos en estos espacios intercelulares. La linfa se encarga poco a poco de transportar estos invasores hacia los ganglios linfáticos, mientras que la sangre los concentra en el bazo. Precisamente en estos lugares es donde actúan los linfocitos B de manera muy parecida a como lo hacen los T. Reconocen a los antígenos peligrosos, intercambian señales complejas con los linfocitos T y motivan a éstos a que liberen granzimas y las estimulen para que se multipliquen y generen miles de células B clonadas idénticas. 



Hay dos tipos de linfocitos B: los llamados B-1 o células plasmáticas, que producen anticuerpos sin la ayuda de los linfocitos T y los B-2 o células memoria que son los convencionales. Los anticuerpos son proteínas muy especializadas (también se les llama inmunoglobulinas o gammaglobulinas) que hacen posible que el sistema inmunitario adquirido colabore con el innato en la guerra contra los invasores. Tienen forma de Y pero constan de cuatro cadenas de aminoácidos unidas entre sí.



[photo_footer]Estructura básica de un anticuerpo.[/photo_footer]



La eficacia de los anticuerpos reside fundamentalmente en su estructura. Están formados por cuatro cadenas polipeptídicas unidas entre sí mediante puentes disulfuro. Dos de tales cadenas son largas y pesadas, puesto que presentan mayor número de aminoácidos, mientras que las otras dos son cortas y ligeras. Tanto las cadenas ligeras como las pesadas poseen una región variable en la cual la secuencia de aminoácidos es específica en cada anticuerpo y otra sección constante que es siempre igual en todos los anticuerpos. Éstos viajan por la sangre y pueden llegar a todos los rincones del organismo. Cuando detectan un antígeno específico se unen a su membrana, con lo cual lo señalan para que las células del sistema inmunitario innato se unan también a él y lo destruyan. Por tanto, aquellos patógenos que lograron sobrevivir a la segunda barrera de las células del sistema innato, ahora serán atrapados y eliminados por ellas.



El sistema inmunitario humano es como una orquesta perfectamente armónica e interconectada. La primera frontera defensiva la constituyen -tal como se indicó- los tejidos epiteliales del cuerpo. Si los invasores consiguen atravesarla, se encontrarán primero con el sistema inmunitario innato y después con el sistema inmunitario adquirido que defenderán el cuerpo de la mayoría de los ataques. Todos estos mecanismos bioquímicos y celulares detectan la presencia de microbios, evalúan si éstos suponen un peligro para el organismo, los contrastan con la memoria interna que poseen, generan respuestas apropiadas para neutralizarlos en los lugares concretos donde los descubren y, finalmente, después de destruirlos, reciclan sus restos aprovechables para las células del propio cuerpo. Todo esto logran hacerlo en un tiempo récord, en minutos, horas o días, ya que los antígenos proliferan muy rápidamente.



Todavía se están descubriendo detalles sorprendentes sobre esta asombrosa inmunidad humana. Aún se desconoce el número total de componentes necesarios para que todo el sistema funcione bien. Sin embargo, lo que ya sabemos nos lleva a la siguiente cuestión: ¿cómo podría un proceso evolutivo gradual generar algo tan sofisticado? ¿Cómo podría formarse, por acumulación de errores en el ADN, un mecanismo capaz de proteger al cuerpo de microbios desconocidos y de posibles enfermedades futuras? Cualquier organismo de cualquier especie biológica habría sucumbido a los microbios patógenos antes de que evolucionara su propia protección inmunitaria. En mi opinión, se requiere una mente sumamente inteligente que lo haya previsto y planificado todo.



 



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[title]Por un año más[/title]

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