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Las células que nos salvan la vida (II)

El sistema de complemento actúa única y exclusivamente allí donde se requiere y en el momento más adecuado.

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 31 DE MARZO DE 2024 09:00 h
Imagen de [link]National Cancer Institute[/link], Unsplash.

Todavía no se comprende bien cómo es capaz este sistema de distinguir las células, virus o bacterias no peligrosas de aquellas otras que sí lo son. Sin embargo, este misterioso mecanismo nos viene salvando la vida desde que aparecimos sobre la Tierra. Por ello, tenemos que estar muy agradecidos a nuestro cuerpo, que es suficientemente sabio como para hacerlo bien aunque todavía no lo entendamos. Si en algún momento dicho sistema se confundiera y empezara a atacar nuestras propias células, podría matarnos en poco tiempo. Por tanto, es de vital importancia que el sistema inmunológico innato se active únicamente en el momento y lugar adecuado. Tiene que identificar exactamente, entre millones de posibles patógenos, qué clase de enemigo ha conseguido penetrar en el cuerpo. La ciencia no ha logrado todavía explicar cómo el sistema innato puede distinguir, por ejemplo, entre una bacteria beneficiosa de nuestro intestino y otra peligrosa capaz de provocarnos una enfermedad.



Lo que sí se sabe es que las células del sistema inmunitario innato identifican a las demás, sean buenas o malas para el organismo, por medio de unos sensores que poseen en su membrana. Estos sensores o receptores de las membranas se unen a proteínas u otras sustancias químicas de la superficie de las demás células. Dicha unión es compleja ya que para que se produzca no sólo se requiere una forma adecuada sino también una determinada compatibilidad química y eléctrica. Es como introducir una llave muy sofisticada en una cerradura también sofisticadísima.



 



Las células del sistema inmunitario innato, fundamentalmente leucocitos o glóbulos blancos de la sangre, junto con determinadas proteínas, constituyen una compleja red que nos protege de la infección. Todas estas células se originan en la médula espinal, a partir de células madre sanguíneas. Una de estas células madre puede transformarse en glóbulo rojo (eritrocito), plaqueta o leucocito del tipo eosinófilo, basófilo o neutrófilo. Pero también puede evolucionar en otro sentido, pasar por varias etapas y dar lugar a los diferentes tipos de linfocitos (que también son glóbulos blancos).



Los macrófagos son glóbulos blancos de la sangre que rodean a los microorganismos invasores y los destruyen. Posteriormente expulsan sus restos del cuerpo y estimulan la acción de otras células del sistema inmunitario. Los neutrófilos -también glóbulos blancos- son una de las primeras células en reaccionar ante la presencia de virus o bacterias. Los destruyen y expulsan del cuerpo pero para ello son capaces de inmolarse. El pus blanco de los granos es precisamente la acumulación de los restos de neutrófilos e invasores destruidos. Los eosinófilos (llamados así por teñirse con el colorante eosina) son asimismo glóbulos blancos que se vuelven activos ante las infecciones, reacciones alérgicas u otras afecciones. Por su parte, otro tipo de glóbulos blancos, los llamados basófilos (se tiñen fácilmente con colorante básicos como la hematoxilina) son poco abundantes en la sangre pero son los responsables del inicio de la respuesta alérgica. Liberan sobre todo histamina vasodilatadora en la sangre, lo cual provoca una respuesta inflamatoria. Todas estas células sanguíneas se forman en la médula ósea pero se hallan dispersas por los diversos tejidos del cuerpo.



Los monocitos son pequeños glóbulos blancos que al salir de la médula ósea se desplazan por la sangre para convertirse finalmente en macrófagos o en células dendríticas. Éstas tienen forma estrellada y su función consiste en capturar antígenos o compuestos extraños, procesarlos y presentar muestras neutralizadas de ellos a los linfocitos T para que éstos generen respuestas inmunes específicas. Por su parte, los mastocitos son glóbulos blancos que se encuentran en los tejidos conjuntivos, bajo la piel, próximos a los vasos sanguíneos y linfáticos, en los nervios, en los pulmones y el intestino. Contienen sustancias como la histamina, la heparina, las citocinas y los factores de crecimiento. Cuando detectan ciertas bacterias, liberan dichas sustancias y producen reacciones alérgicas: ensanchan los vasos sanguíneos, generan enrojecimiento y picazón con el fin de expulsar al microorganismo invasor.



Finalmente, las células NK (del inglés Natural Killer, o asesina natural) son también glóbulos blancos del tipo linfocitos. Pero, a diferencia de los linfocitos T y B pertenecientes al sistema inmunitario adquirido, las células NK forman parte de sistema inmunitario innato. Atacan a una gran variedad de patógenos y proveen protección contra numerosas infecciones virales y bacterianas. También ayudan a descubrir y limitar el desarrollo de algunos cánceres.



Cada una de estas células suele disponer de unos mil tipos distintos de receptores en su membrana, cuyo fin es detectar y unirse a otras tantas proteínas extrañas de la superficie de los microbios invasores. Cuando cualquiera de tales detectores identifica algo peligroso, inmediatamente se activan los mecanismos defensivos de la célula inmunitaria que acabaran con el intruso. Generalmente, la célula inmunitaria reconoce al invasor por la disposición de unos pocos aminoácidos de una larga molécula de proteína. A este reducido grupo de aminoácidos de la célula invasora se le denomina antígeno y en base a él se generan los anticuerpos que lo combatirán. 



Por tanto, todos estos leucocitos del sistema inmunitario innato son como microscópicos robots que trabajan de manera precisa y extraordinaria. Viajan por el torrente sanguíneo pero pueden salir de él cuando descubren alguna partícula extraña. Van a por ella, la atrapan y desmontan su estructura celular o molecular. Los restos así obtenidos los reciclan para que puedan ser usados en las propias células del cuerpo. Después, colocan algunos de estos restos del microbio muerto sobre su propia membrana celular para mostrarlos a las células del sistema inmunitario adquirido. Éste aprenderá a reconocerlos y estará así preparado para destruirlos cuando se encuentre con ellos. ¿Cómo es posible que tan sofisticados nanorobots celulares se hayan podido originar al azar mediante selección natural? Esto es algo indemostrable que sobrepasa la capacidad explicativa de la teoría evolutiva. Estamos ante una evidencia más de ingeniería inteligente y diseño, propios de una mente poderosa y sabia. Es toda una coordinación global del cuerpo que se aplica inmediatamente en los lugares concretos que lo requieren.



Podemos sobrevivir gracias a la gran cantidad de glóbulos blancos que posee nuestra sangre. Disponemos aproximadamente de unos 1.500 millones de neutrófilos por litro que actúan en la defensa de todo el organismo. Pero como estas células no se pueden multiplicar, como lo hacen los microbios invasores, y además su vida media es tan sólo de unas pocas horas, la médula ósea debe generar cerca de cien mil millones cada día. Es decir, un millón de neutrófilos por segundo, tanto si se está luchando contra alguna infección peligrosa como si no. Sin embargo, si se produce dicha infección, ciertas células del sistema inmunitario envían señales a la médula ósea para que aumente la producción de neutrófilos. Es un sistema muy bien coordinado que se autorregula y funciona a la perfección en las personas sanas. 



No obstante, cuando se padece algún tumor que debe ser tratado mediante quimioterapia, ésta puede inhibir o disminuir la actividad de la médula ósea. Lo cual hace que mengue la concentración de neutrófilos en la sangre y que, por tanto, el sistema inmunológico innato no funcione adecuadamente. Tales pacientes suelen sufrir infecciones que pueden ser graves, de ahí la necesidad de que sean medicados por los especialistas. 



El sistema inmunológico innato requiere también de determinadas proteínas que suelen acudir a los tejidos afectados cuando su produce una inflamación de los mismos. Se trata del llamado “sistema de complemento” ya que contribuye a complementar la función defensiva de las células. Consta de una treintena de proteínas que actúan en cascada y, por tanto, recuerdan al mecanismo de la coagulación sanguínea. Estas proteínas se producen sobre todo en el hígado y pasan posteriormente a la sangre, permaneciendo allí de forma inactiva. Para activarlas se requiere toda una compleja vía química constituida por casi una cuarentena de pasos intermedios. Cualquier pequeña anomalía en una sola de estas reacciones químicas tendría consecuencias negativas para la defensa inmunológica del cuerpo. Además, el sistema de complemento actúa única y exclusivamente allí donde se requiere y en el momento más adecuado. Todo esto indica la exquisitez y finura con que funciona el sistema defensivo del cuerpo humano.



 



 



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