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Comprensión lectora y educación teológica

Leer erróneamente los pasajes bíblicos ha tenido históricamente terribles consecuencias.

KAIRóS Y CRONOS AUTOR 84/Carlos_Martinez_Garcia 24 DE MARZO DE 2024 09:00 h
Imagen de [link]Priscilla Du Preez[/link] en Unsplash.

Parece una exageración, pero entender mal un mensaje, hablado o escrito, puede costarnos la vida. Hace varios años lo comprendí mejor no tanto por bien documentadas investigaciones académicas sino mediante una pieza literaria de pocas líneas. Su lectura, primero, provocó risas y, después, reflexiones acerca del lenguaje y la tarea de descifrarlo a través del entendimiento de las palabras. Comparto aquí la narración antes mencionada:



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Naufragio



¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. Entretanto, la tormenta arrecia y los marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio.1



 



En los cursos que impartimos de educación bíblico teológica partimos del presupuesto que los participantes saben leer. Si por leer entendemos que descifran letras en algún soporte físico o digital (libro impreso y/o dispositivo electrónico) nuestra suposición será cierta. Pero si por leer consideramos que quienes leen deben ser capaces de crecer constantemente en la ampliación de su vocabulario, interactuar cognitivamente con los textos leídos, dialogar con el autor(a) del volumen y cernir (forjándose criterios propios) lo leído, entonces, tal vez, podríamos concluir que nuestros estudiantes no son lectores avezados.2



La lectura superficial, carente de capacidad hermenéutica y que consume textos pero no produce nuevos conocimientos tiene efectos no solamente personales, sino también para las comunidades de fe a las que sirven los estudiantes. Entonces es imprescindible saber leer profundamente y, también, elegir lecturas que fortalecen la formación bíblica, teológica, lingüística y cultural. Porque hay de lecturas a lecturas:



Una persona que no lee, o lee poco, o sólo lee basura, puede hablar mucho pero dirá siempre pocas cosas, porque dispone de un repertorio mínimo y deficiente de vocablos para expresarse. No es una limitación sólo verbal; es, al mismo tiempo, una limitación intelectual y de horizonte imaginario, una indigencia de pensamiento y de conocimientos, porque las ideas, los conceptos, mediante los cuales nos apropiamos de la realidad existente y de los secretos de nuestra condición, no existen disociados de las palabras a través de las cuales los reconoce y define la conciencia. Se aprende a hablar con corrección, profundidad, rigor y sutileza, gracias a la buena literatura, y sólo gracias a ella.3



 



Tanto en tiempos neotestamentarios como en la actualidad es pertinente, y aplicable a nosotros, la pregunta de Felipe al etíope: ¿Entiendes lo que lees? El sencillo cuestionamiento abrió horizontes hermenéuticos insospechados. En la comprensión de lo leído puede irnos más que la apropiación intelectual de un texto, como en el caso del etíope eunuco (Hechos 8:26-40), puede implicar el sentido futuro de toda nuestra vida. La explicación clara de la Palabra a otros es un servicio necesario en la comunidad de los discípulo(a)s de Jesús.



Es cierto que los cristianos reivindican el principio del libre acceso a las Escrituras. Pero con frecuencia tal enunciado queda relegado y el acercamiento a la Biblia es fragmentario y descontextualizado. Fragmentario porque no se hace una lectura de conjunto, panorámica, que de efectuarse contribuiría a tener una visión de las grandes enseñanzas de la Revelación. Descontextualizado ya que se margina la disciplina de investigar las condiciones históricas y culturales en las cuales tuvieron lugar originalmente los acontecimientos narrados en el Libro.4 



En círculos evangélicos predomina la inclinación hacia una lectura espiritualista, pero no espiritual en el sentido bíblico, que desencarna y divorcia la ética propia de los seguidore(a)s de Jesús, y la reemplaza por actos rituales que reducen la noción de alabanza a Dios a meros actos verbales acompañados de música. La democratización de la lectura de la Palabra, ponerla en las manos de un siempre creciente número de personas, tiene que ser una aspiración, y práctica, de las iglesias cristianas que confían en el poder de las Escrituras. Lectores sencillos, con poca escolaridad, han entendido que la Biblia conduce a quien afirmó ser “el camino la verdad y la vida” (Juan 14:6). 



La experiencia personal no es normativa, pero sí ilustra procesos: por muchos años mi ámbito de enseñanza/aprendizaje en la fe estuvo compuesto por medios urbanos y con escolaridad universitaria. Súbitamente, yo amante de los círculos librescos de la Ciudad de México, me vi engarzado en una realidad completamente distinta: la de los indígenas evangélicos de Chiapas, tzotziles, tzeltales, choles, zoques y tojolabales. Para mí fue revelador adentrarme en la vida cotidiana de creyentes que en medio de mucha hostilidad practicaban lo aprendido en la Biblia. Lo hacían de tal manera que uno se quedaba con la impresión de estar atestiguando en los finales del siglo XX y principios del XXI lo vivido por los creyentes de las comunidades neotestamentarias.



Constatar la ejemplar dedicación de los cristianos evangélicos indígenas por aprender a leer, para por sí mismos comprender la Palabra de Dios (término que más usan para referirse a la Biblia), me enriqueció y dio un nuevo sentido de responsabilidad en mi acercamiento al estudio de las Escrituras. Me ampliaron el horizonte, y aquilaté mucho mejor el poder tener a mi disposición tantas traducciones en castellano de la Biblia, así como un gran caudal de herramientas para su comprensión (diccionarios, concordancias, comentarios, geografías, etcétera).



Entendí mejor que a la democratización de la Biblia, es decir allanar el acceso a ella, debe acompañarle una práctica pedagógica que ayude a sus nuevos lectores, como en el caso del etíope eunuco, a entender el sentido salvífico, y las derivaciones éticas, de la Revelación. Porque no es automático que un grupo de cristianos, por el hecho de serlo, interprete siempre correctamente lo prescrito en la Palabra. El Nuevo Testamento muestra que las iglesias tuvieron problemas en la interpretación tanto de lo que para nosotros es el Antiguo Testamento, como de los escritos que estaban circulando y que llegaron a formar el canon neotestamentario.



Si en la época mencionada hubo confusión en la comprensión de las Escrituras, en comunidades muy cercanas en tiempo, cultura y geografía a los hechos narrados; entonces el mal entendimiento de las Escrituras en comunidades de creyentes hoy es siempre una posibilidad latente y, frecuentemente, manifiesta. En la segunda carta del apóstol Pedro, capítulo 3, versículos 15 al 18, se previene a los receptores de hacer malas lecturas, y por ende incurrir en prácticas erróneas de la fe. De acuerdo al pasaje, hay partes de las Escrituras que son “difíciles de entender”, las que son torcidas por “los indoctos e inconstantes”. El mejor antídoto para las interpretaciones retorcidas (rebuscadas y en exceso imaginativas y alegóricas), es una comunidad bien avezada en la Palabra. De ahí el papel clave de quienes tienen a su cargo el ministerio de la enseñanza en las congregaciones, de los encargados en explicar el sentido de lo leído.



Siempre hay que seguir el ejemplo de Felipe, y preguntar constantemente “¿entiendes lo que lees?” Y el cuestionamiento debe incluir necesariamente a nosotros mismos, no dar por sentado que entendemos en automático la porción leída. La tarea interpretativa y docente de las Escrituras debe llevar, a quienes tienen este ministerio, a equipar al conjunto de creyentes en el que se sirve. Es decir, explicar para que la espiral hermenéutica se reproduzca constantemente en otras personas, que a su vez le explican a otras y así sucesivamente.



Felipe interrogó al etíope eunuco sobre si entendía la sección que leía del profeta Isaías. La respuesta del funcionario de la reina Candece fue que cómo iba a entender si no había quién le explicase el sentido de los caracteres plasmados en el rollo. Felipe respondió con una explicación fundamentada en la necesidad de reconocer la persona y obra de Cristo como la clave hermenéutica para entender cabalmente la historia de la salvación. Fue así que “comenzando con ese mismo pasaje de la Escritura, le anunció las buenas nuevas acerca de Jesús” (8:35). La cúspide de la Revelación es Jesús, la luz en su máxima intensidad que ilumina lo anterior y da sentido a lo por venir. Felipe hizo una lectura/explicación cristocéntrica, válida entonces y ahora.



En la comunidad cristiana todos y todas son “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios”. En este concepto no caben las castas privilegiadas, ni el verticalismo que mantiene en la dependencia interpretativa a los otros creyentes. Las claves hermenéuticas secretas, que sólo unos pocos son capaces de poseer y entender, son contrarias a la enseñanza bíblica porque van contra el espíritu de la Revelación, que es manifestar la voluntad de Dios para su pueblo. 



Entender lo que leemos se completa con poner en práctica lo entendido. Así pasó con el etíope al que Felipe le ayudó a comprender el sentido de lo escrito por el profeta Isaías. Después cada quien siguió su camino, pero con la misma convicción de que ensanchar el entendimiento de la lectura bíblica es cuestión que atañe a todos los discípulo(a)s de Jesús. La enseñanza es nítida: hay que aprender a leer para servir a otros(a)s explicándoles cristológicamente las Escrituras.



Sobre aprender a diferenciar los géneros literarios en la Biblia y no incurrir en una simplificadora, hace muchos años un artículo mimeografiado fue una lección hermenéutica que todavía atesoro. En el milenio pasado el entrañable Pedro Savage me obsequió una copia de un ensayo que distribuyó mediante uno de sus múltiples proyectos, el que llamó “Artículos claves”. Se trataba de un trabajo escrito por S. Scott Bartchy, El poder, la sumisión y la identidad sexual entre los cristianos primitivos. Leí, releí el artículo y subrayé varias partes, y comprendí que la lectura descontextualizada de la Biblia era, y es, uno de los yerros más frecuentes cometidos en las comunidades cristianas, aunque no nada más en ellas.



Para redactar esta colaboración he buscado en mis archivos en los que se apretujan papeles. Encontré el artículo de Scott Bartchy, traducido por Pedro Savage o alguien que colaboraba con él. “Artículos claves”, leo en el pie de la primera página, era una “publicación mensual [y] tiene como propósito el poner al alcance del lector una selección amplia de artículos recientemente publicados en alrededor de cien revistas que se editan en el mundo cristiano y secular. El material publicado representa la opinión personal del autor y no necesariamente refleja el pensamiento de los editores. Pedro Savage, editor, Silvia Buxó, editora asociada, Cecilia Drenth, coordinadora”. La forma en que Savage reproducía sus “Artículos claves”, mediante mimeógrafo, es hoy completamente ajena para las generaciones que se conectan a la red cibernética. Pedro hizo un gran servicio al democratizar conocimientos a quienes iniciábamos nuestro caminar en el estudio contextual de la Palabra y su pertinencia para la realidad latinoamericana.



Desde las primeras líneas Bartchy dejó sentadas dos premisas, a las que su a vez llegó después de un largo itinerario de investigación bíblica. Es decir, sus puntos de partida fueron, tras estudiar detenidamente los textos bíblicos y el mundo social/cultural en el que fueron redactados, puntos de llegada que guiaron posteriormente el análisis de la Biblia. En palabras de Bartchy, “cuanto más leo y estudio los libros del Nuevo Testamento, más impresionado me siento por dos factores: 1) la contribución diferente que cada uno de estos singulares documentos debe hacer a nuestro entendimiento de los primeros cristianos y la revelación de Dios hacia ellos, especialmente cuando los entendemos tanto como nos es posible dentro de la situación particular para la cual cada uno de ellos fue escrito originalmente, y 2) el poder sutil y tremendo que nuestra cultura ejerce sobre nosotros y que nos lleva a una comprensión errónea de lo que leemos en la Escritura, especialmente si somos al menos en parte conscientes del poder de deformación que tienen tantas de las ideas que, por así decirlo, hemos mamado”.



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En el ensayo que comento Bartchy enfatiza que hay “tres grandes categorías de textos que se refieren al rol y lugar de la mujer en las nuevas comunidades cristianas”, a saber: 1) Textos descriptivos, aquellos que informan sobre las actividades, pero sin hacer algún comentario favorable o contrario a estas actividades. 2) Textos normativos, los que estipulan cómo deben ser las cosas en el Nuevo Pacto (es decir, ahora), sin hacer referencia a ningún problema o mal entendido en particular en la comunidad cristiana. 3) Textos problemáticos, los que tratan problemas especiales dentro de las comunidades cristianas. Algunos de estos textos son interpretados sin tener en cuenta la situación particular que detonó su redacción y, de forma mecánica, se han trasladado para hacerlos vigentes a todo tiempo y lugar.



Valga todo lo anterior para ejemplificar cómo un texto neotestamentario que describe un hecho ha sido tomado al pie de la letra por cristianos y lo consideran un mandato. Esta interpretación estimula y anima a destruir todo lo tenido por pagano y/o diabólico. Un ejemplo más o menos reciente de lo anterior es un video, de los muchos que circulan en las redes, “Cristianos destruyendo peluches endemoniados” (Youtube), donde personas sinceras y comprometidas, pero equivocadas, tijeretean objetos que consideran instrumentos diabólicos.



Leer erróneamente los pasajes bíblicos ha tenido históricamente terribles consecuencias. Muy fácilmente los lectores equivocados pasan de su mal entendimiento de los textos a realizar acciones inquisitoriales que restringen los derechos de los otros y otras a formarse un criterio por sí mismos. Y una forma de ejercitar ese derecho es leer libremente lo que a cada quien le apetezca.



De una sección descriptiva incluida en el libro de los Hechos, abundan en los siglos posteriores quienes han interpretado la descripción como una norma a seguir, prácticamente la tienen como un mandato. Nos referimos al capítulo 19, versículos 13 al 20. De tal pasaje en especial ha sido el versículo 19 el que pareciera dar paso libre para que los cristianos incineren obras literarias contrarias a su fe. En la próxima entrega ejemplificaremos con interpretaciones que desembocaron en un mal entendido celo bíblico.



 



Notas



1 Ana María Shua, en Lauro Zavala (selección y prólogo), Relatos vertiginosos. Antología de cuentos mínimos, décima reimpresión, Alfaguara, México, 2007, p. 68.



2 Para crecer en comprensión lectora es iluminadora la obra de Mortimer J. Adler, Cómo leer un libro, Instituto Politécnico Nacional, México, 1984.



3 Mario Vargas Llosa, Elogio de la educación, tercera reimpresión, Taurus, México, 2017, p. 16.



4 Un trabajo sólido sobre principios metodológicos en el estudio de la Palabra es el de Juan Stam, “La Biblia, el lector y el contexto histórico: pautas para una hermenéutica evangélica contextual”, en Arturo Piedra (editor), Haciendo teología en América Latina. Juan Stam, un teólogo del camino, vol. 1, Fraternidad Teológica Latinoamericana-Universidad Bíblica Latinoamericana, Guatemala, 2004, pp. 49-79.


 

 


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COMENTARIOS

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Alfredo
24/03/2024
15:55 h
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Jesucristo es la Palabra de Dios. La raíz del error está en ignorar la enseñanza bíblica de que la palabra de Dios no se reduce a sola Escritura, entre otras, porque texto sin contexto es pretexto y la Escritura debe entenderse apoyada y en armonía con la predicación oral de los apóstoles ( 2 Tes. 2:15) y el Magisterio vivo de la Iglesia ( 1 Tim. 3:15; Ef. 3:10). ¿Por qué Pablo no enseñó que la Escritura es columna y fundamento de la verdad?
 



 
 
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