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Una aproximación al problema de la violencia ordenada por Dios en el Antiguo Testamento (I)

¿Por qué Dios arrasa o manda arrasar a pueblos enteros en el Antiguo Testamento? ¿Es el Dios del Antiguo Testamento iracundo, vengativo, sanguinario y genocida? 

MISIONES AUTOR 687/Carlos_Madrigal 17 DE MARZO DE 2024 15:00 h
Representación pictórica de la guerra de Israel contra Amalec. / [link]Internet Archive Book Images[/link], Wikimedia Commons.

Quiero abordar el tema sin preámbulos y yendo al grano en la medida de lo posible. Antes de entrar de lleno se podrían matizar mil y un conceptos y premisas éticas, filosóficas, históricas, teológicas o hermenéuticas que obligarían a escribir cientos de páginas. Pero, aun y a costa de dejar muchos flecos sueltos, quiero intentar dar respuestas lo más directas posible. 



La pregunta que se plantea es: ¿por qué Dios arrasa o manda arrasar a pueblos enteros en el Antiguo Testamento? Y, por tanto: ¿Es el Dios del Antiguo Testamento iracundo, vengativo, sanguinario y genocida? 



Si hacemos una mera lectura literal a secas, la explicación del relato en el Antiguo Testamento (AT) es tajante: los pueblos destruidos eran pueblos de hábitos depravados (como el sacrificio de niños) que constituían una amenaza sin remedio para el proceso de salvación de la humanidad. Son vistos como un cáncer que había que extirpar. Como si se tratara de una intervención quirúrgica, la purga a veces se producía por obra directa de Dios (i.e. el caso del diluvio, o de Sodoma y Gomorra, etc.) a veces usando un escalpelo humano (i.e. Israel con otros pueblos, o por el contrario, los pueblos que castigaban a Israel). 



El caso es que, según el relato, Dios no prevé la destrucción de estos pueblos entre tanto “la maldad [de ellos] no ha llegado a su colmo” (Gn 15:16). Es decir, donde permitir su continuidad iba a provocar males irreparables. (Y hoy día este argumento suena cuando menos como la justificación de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, suena incluso a solución final)



Y en los casos en los que se castiga usando al pueblo de Israel (así como cuando se usa a otros pueblos para castigarlos a ellos) se asume una razón añadida: estos hechos constituyen un revulsivo ejemplarizante para ellos y para nosotros (1 Co. 10:11), un trauma que nadie podrá olvidar. 



¿Es aceptable esta lectura plana? ¿Es legítimo que un Dios de amor “apruebe” o “instigue” matanzas atroces?1 ¿Es la única lectura posible...? 



Antes de buscar respuestas, frente a la disyuntiva Dios justiciero-Dios benévolo, hay alguna otra pregunta que flota en el aire, aunque suene cruel: ¿tiene derecho Dios a juzgar y destruir lo que Él ha creado? ¿O sólo tiene derecho a perdonar? Nos guste o no, ante el dolor que hay en el mundo apelar a la bondad nos plantea un dilema ineludible: si exigimos bondad y/o perdón, es que hay un mal que vencer y/o erradicar. 



De hecho, un perdón que no contemple el derecho legítimo para castigar, ¿puede ser un perdón genuino? El perdónde un Dios incapaz de corregir la maldad, esto es, el perdón de un Dios que no pudiera pagar con una “justa retribución” (Hebreos 2:2) por una suerte de condescendencia inevitable, no sería perdón, sino a lo sumo resignación, impotencia o peor, complicidad con la maldad. Por ejemplo, que tu demandante retire la denuncia contra ti cuando ha perdido en los tribunales no es perdón, sino despecho, impotencia o conveniencia. Sin embargo, si tú que ahora tienes el derecho a demandarlo a él por daños y perjuicios no lo haces, esto sí es una actitud benévola. ¡Dios no perdona porque esté forzadoa perdonar, sino a pesar de que tiene toda la legitimidad para castigar! Pero eso no quiere decir que lo que busca es el castigo. 



Pero sigamos con el hilo del relato. Tras el diluvio, enviado a causa de que la humanidad está “llena de violencia” (Gn 6:11, 13), el Dios del Antiguo Testamento le pone freno introduciendo la pena capital: “El que derrame sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada, porque a imagen de Dios hizo Él al hombre” (Gn 9:6). Indicando que la vida humana es sagrada (portadora de la imagen de Dios) y que todo aquel que comete asesinato merece enfrentarse a la misma suerte. Y cuando llega la Ley de Moisés, se añade la pena capital a más infracciones. Y no ya, por ejemplo, como castigo al adulterio solamente (Lv 20:10), sino incluso para aquellos que quebrantan el reposo del Sabbat, o para el hijo obstinadamente rebelde (Nm 15:35, Dt 21:18-21). Llegándose aquí a una dureza extrema. 



Conforme a esa lectura extrema, la severidad de los castigos anticipa la muerte eterna que dichos pecados acarrean: “Porque la paga del pecado es muerte” (Rom 6:23). Es decir, tales castigos son vistos entonces como un adelanto del final ya ineludible, cuando toda medida disuasoria o reparadora ha sido inútil. Según ello, como estos contumaces o estos pueblos depravados iban a sufrir sí o sí la condenación, ya no tiene sentido permitir que sigan haciendo el mal... ¿Es la única lectura posible? 



Lo que es seguro es que, ¡la pena de muerte y toda actitud vindicativa queda en principio abolida por Jesús en el instante en que él exige amar al enemigo! (Mt 5:44). O cuando libera a la adúltera, traída para ser lapidada (Jn 8:3-11). 



En contraste, ¿realmente en el Antiguo Testamento es todo juicio y destrucción? No hay que ignorar que, el amor también constituye el carácter del Dios del AT, siendo más profundo que el amor de una madre por sus hijos (Is 49:15; 66:13). En Oseas 1–3, la relación entre el profeta y su esposa infiel ilustra el pacto de amor de Dios con su pueblo. Un amor que está dispuesto incluso a amar al infiel, y que no puede ser alterado ni por la desobediencia (Os 11:1-4, 7-9). Porque “con amor eterno te he amado” (Jr 31:3). 



Y por ello junto a la severidad de los castigos anunciados en el antiguo pacto se propicia todo un sistema de sacrificios para proveer perdón al penitente. Y según el análisis del Nuevo Testamento (NT) éste es el propósito del antiguo pacto: mostrarnos que no podemos obtener el perdón de nuestras culpas sin el sacrificio de una víctima propiciatoria que cumpla toda justicia (cf. Rom 3:19-25). En última instancia este es el sentido de la muerte de Jesús: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29). 



El mensaje general de la Biblia es que en el antiguo pacto el trato de Dios con la humanidad, y en concreto con el pueblo de Israel, se rige por la aceptación del carácter implacable de la Ley. Es decir, al pueblo de Israel se le propone y éste acepta las consecuencias de la Ley dada por Moisés (Ex 19:8; 24:3, 7), tanto las favorables (“la bendición”) como las punitivas (“la maldición”: Dt 30:19). 



Ahora bien, aun concediéndole a Dios el derecho a castigar, incluso que delegue en el hombre la potestad de juzgar y ejercer castigos como la pena de muerte ante ciertos crímenes, ¿cómo puede ordenar matanzas indiscriminadas de hombres, mujeres, niños, bebés y animales? ¿Qué culpa tienen los bebés? ¿...y los animales? En contraste en Jonás Dios dice: “¿...no he de apiadarme yo de Nínive, la gran ciudad, en la que hay más de ciento veinte mil personas que no saben distinguir entre su derecha y su izquierda, y también [no he de apiadarme de los] muchos animales?” (Jon 4:11). ¿Cuál es la razón de estas dos declaraciones radicalmente enfrentadas? 



Toda ejecución en masa, por la cuestión que sea, hoy es delito de odio, terrorismo, genocidio y crimen contra la humanidad. Pero incluso en el supuesto de una “culpa” colectiva (como en los juicios de Nuremberg a los nazis), ¿cada sujeto tenía la misma culpa? ¿No debería cada caso juzgarse por separado? Como le dijo Abraham a Dios: “¿En verdad destruirás al inocente con el culpable? ... ¡Lejos de ti! El Juez de toda la tierra, ¿no hará justicia?” (Gn 18;23, 25). ¿No fue el mismo Jesús quién habló de “atenuantes” para Sodoma y Gomorra? (Mt 10:15; 11:23-24). Ejemplo que nos obliga a pensar, aun en el supuesto de una culpabilidad grupal, que todos no pueden ser medidos con la misma vara de medir. 



En fin, que todas estas objeciones, reclamaciones y protestas son cuando menos legítimas, ineludibles y desgarradoras. 



A modo de respuesta se han barajado varias opciones 



Resumo a continuación a grandes rasgos algunas de las respuestas que tradicionalmente se han dado, incluida la de la lectura literal a secas: 



1) Podemos tomar esos textos como el registro inapelable de la voluntad de Dios: Él da la vida, Él la quita. Donde Él tiene derecho a ordenar la aniquilación sin miramientos de pueblos depravados. 



2) Deberíamos desechar esos relatos como Palabra de Dios, debido a su grado de violencia incompatible con el concepto de un Dios amoroso, bueno y perdonador (tal fue la reacción de Marción en el s. II). 



3) Podemos hacer una lectura alegórica de los mismos, diciendo que hablan en sentido figurado de destruir el mal que hay en nosotros o en la sociedad (este era la propuesta de Orígenes en el s. II-III).



4) O bien, ¿no habrá una cuarta vía intermedia o alternativa, que nos permita conciliar al Dios castigador con el Dios amoroso del Nuevo Testamento, y preservar a la vez la integridad de las Escrituras?



Cuando digo “una vía alternativa” pienso en tres posibilidades:

a) Aceptar el texto bíblico como Palabra de Dios y a la vez aceptar que los eventos violentos en cuestión no son órdenes literales de Dios. Es decir, se trataría de aceptar que Dios hace registrar por escrito los hechos y la percepción que el pueblo antiguo tenía de Su voluntad, incluso cuando los autores bíblicos le atribuyen órdenes atroces, ya que se trata de eventos que forman parte de la historia de la salvación (y tendremos que ver si esto es coherente con posibles indicios en la Biblia). 



b) O bien, podemos asumir que con estas órdenes Dios les insta o permite actuar según los usos extremos de la época (y de hecho les pone límites), en una era en la que los conflictos se resolvían de forma violenta y donde soluciones intermedias no tenían cabida, aun cuando estas órdenes no expresan Sus metas de perdón y reconciliación. Todo ello en un contexto en el que la supervivencia estaba ligada al uso desproporcionado de la fuerza. 



Y soy consciente de que con estos dos planteamientos la integridad del concepto y del carácter de un Dios bueno, ecuánime y perdonador, que a través de las Escrituras ilumina desde el principio al ser humano con su propósito restaurador y no destructor, para no pocos críticos quedará como mínimo en entredicho. 



c) Como solución podemos intentar valorar aún otra posibilidad: ¿Cómo abordó exactamente Jesús el tema?¿Cómo concilió Jesús el Dios violento vindicador del antiguo pacto con el Padre celestial pacifista perdonador que él proclama, puesto que él parece identificar a ambos como el mismo Dios? Si es que abordó el tema y si es que sintió la necesidad de conciliar ambos aspectos. Alguna pista habrá dejado...



Con todo esto, ¿busco sacarme argumentos de la manga? ¿Me propongo atentar contra la integridad, fiabilidad y veracidad de las Escrituras? ¿Busco torcer artificialmente el sentido del texto? ¿Estoy intentando justificar lo injustificable? Alguien dirá: si era el Dios de amor quien se revelaba a través de estas órdenes y episodios, ¿por qué no censuró Él tales atrocidades? Si los antiguos eran atroces, ¿por qué Dios se iba a rebajar al nivel de ellos, comprometiendo su carácter bueno? Si, por el contrario, las órdenes de aniquilación camuflan su verdadera intención de perdón, ¿tal argumento no le hace un triste favor? Entonces o Dios juega al escondite con su voluntad, o las Escrituras nos engañan con pretendidos mandamientos divinos. 



Por eso necesitamos saber cómo abordó Jesús estos temas. Ya que no hay duda en cuanto a su carácter pacifista y misericordioso, por lo que las razones de Jesús estarán libres de sospecha de ser un intento in extremis por justificar la violencia. 



Lo que es seguro es que el revisionismo histórico suele resultar simplista y anacrónico, por no decir fallido. Intenta erróneamente juzgar el pasado con los parámetros del presente. Es como si dijéramos que los médicos que operaban sin anestesia, cuando no había anestesia, eran unos monstruos torturadores, provocando en sus pacientes un dolor inhumano e insufrible, porque hoy sí tenemos anestesia y podemos evitar esos dolores. Por otro lado, también se cuestiona por qué un Dios bueno permitió sacrificar animales, y no a mucho tardar, habrá que aclarar por qué no promovió la dieta vegetariana... En fin, que siempre surgen objeciones que no entienden el pasado. 



No voy a entrar en el análisis de los puntos 1 al 3. Primero, porque el enfoque literalista plano sencillamente dice que no se necesita ninguna justificación. Por otro lado, rechazar de plano todo el Antiguo Testamento como Palabra de Dios, requeriría también rechazar a Cristo que enraizó sus enseñanzas en el texto antiguo. Y, por último, la interpretación alegórica hunde la cabeza en la arena para cerrar los ojos a todo un período de la historia donde sí se vivió mucha violencia. Y eso tampoco ayuda a dar una explicación. 



Voy a intentar desarrollar el punto 4, la vía alternativa, según las 3 posibilidades planteadas: (a) el texto es Palabra de Dios, aunque no registra los designios literales de Dios, sino la percepción de los autores. (b) Dios regula algunas actuaciones según los usos extremos de la época, aun cuando su propósito último es la misericordia. Y (c) deberemos analizar cuál es la actitud de Jesús, cómo compagina él los dos Testamentos: la severidad y el amor, el juicio y el perdón, la violencia y la mansedumbre... 



 



Notas




1 Es curioso que los críticos acérrimos de la violencia en el Antiguo Testamento suelen ser quienes tam- poco creen en la historicidad del texto. En tal caso las matanzas nunca se habrían perpetrado, y las esce- nas de exterminio no serían más que una ficción ejemplarizante, una fábula con moraleja, para evitar que el pueblo volviera a la idolatría. Si no hay una realidad histórica no tiene sentido juzgar el carácter ético de unos hechos que no ocurrieron. No deberían ser más censurables que algunas escenas muy violentas en los cuentos originales de los hermanos Grimm. 




 



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COMENTARIOS

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Samuel
24/03/2024
14:04 h
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Muy bien tratado el tema hermano. Ante la realidad del hombre creado a imagen de Dios con libre albedrío entre sus atributos, la caída del hombre le hace responsable de sus actos y Qué de la perfecta justicia de Dios? Justicia que le llevó por amor entregar a su Hijo para con su muerte justificar a los que le creen. No hay un Dios perfecto sin su justicia aunque esta, para algunos, luzca cruel; sin embargo, para los que reconocemos a un Dios perfecto, sabemos nunca hará algo indebido o injusto.
 



 
 
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