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El oído distingue las palabras

El oído es como un sofisticadísimo transductor o sensor que hace lo mismo y envía dichos impulsos eléctricos al cerebro para que sea éste quien los interprete adecuadamente.

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 03 DE MARZO DE 2024 09:00 h
Imagen de [link]Franco Antonio Giovanella[/link], Unsplash.

Según el antiguo patriarca Job, el oído es capaz de distinguir perfectamente las palabras dichas por el ser humano (Job 12:11) porque fue diseñado por aquél en el que reside el poder y la sabiduría. Sin embargo, lo que Job no sabía es que, miles de años después de que él señalara dicha propiedad, la ciencia ha confirmado que el aparato auditivo humano es uno de esos órganos tan exquisitamente complejos, que todavía esconde secretos acerca de su funcionamiento, y que no parece haberse podido originar mediante una lenta transformación al azar, como propone la teoría evolutiva actualmente imperante.



La medicina y la anatomía humana están aportando pruebas a favor del diseño inteligente del cuerpo humano. Probablemente esto se deba a que los médicos están más familiarizados que los biólogos evolucionistas con los múltiples problemas que se crean cuando tales órganos dejan de funcionar correctamente. También los tecnólogos saben lo que le ha costado al ser humano llegar a elaborar esos útiles aparatos conocidos como “transductores”. Un transductor en un dispositivo utilizado para obtener información del entorno y convertirla en señales o impulsos eléctricos. Por ejemplo, el micrófono es un transductor que convierte las ondas sonoras en energía eléctrica. Pues bien, el oído es como un sofisticadísimo transductor o sensor que hace lo mismo y envía dichos impulsos eléctricos al cerebro para que sea éste quien los interprete adecuadamente. De manera que la audición es la sensación que se experimenta cuando las moléculas del aire o del agua (si es que se está buceando) vibran y generan ondas sonoras que penetran en los oídos. 



Es evidente que este órgano del sentido de la audición tuvo que estar ya presente y operativo en los primeros seres humanos y en otras muchas especies animales. De otra manera, jamás hubieran podido sobrevivir en el medio, ni comunicarse entre ellos. Desde el evolucionismo, suele decirse que la anatomía comparada de los diversos sistemas auditivos de los animales permite suponer que el oído humano evolucionó a partir de las branquias de algunos peces. En este sentido, se afirma que los “espiráculos” (pequeños agujeros para respirar que hay detrás de cada ojo de algunas especies de peces) se fueron transformando poco a poco al azar en los oídos de tantos animales terrestres. Dejaron de servir para respirar en el agua y cambiaron su función por la de la audición en el aire.[1] Sin embargo, tal como demuestra el desarrollo de la tecnología humana en la construcción de transductores, como micrófonos, altavoces, cámaras digitales, pantallas de ordenador, etc., etc., una explicación mucho más lógica es que los oídos requieren de un diseño inteligente previo y no sólo de la eventualidad de las mutaciones.



Cualquier ligera modificación en la estructura o en los componentes de un oído sano y operativo termina en pérdida de audición o sordera. ¿Cómo pudo ir cambiando progresivamente un sistema así de delicado? ¿Cómo adquirió el cerebro la capacidad para convertir e interpretar bien las ondas sonoras procedentes del entorno? La realidad es que actualmente nadie sabe a ciencia cierta cómo se originó el oído y su capacidad de audición. Hacer conjeturas que no se pueden demostrar no es hacer ciencia. No obstante, veamos aquello que sí conocemos acerca del proceso de la audición.



El sonido se produce porque las moléculas del aire se mueven, produciendo ondas que se transmiten en todas las direcciones. Tales ondas de presión suelen viajan a unos 330 metros por segundo. Los oídos humanos son órganos complejos, exquisitamente calibrados, en los que cada una de sus partes está íntimamente relacionada con la contigua para percibir estas ondas sonoras y hacerlas llegar hasta la cóclea, que es donde se forman los impulsos nerviosos que llegarán al cerebro. Todo estudiante de secundaria ha oído hablar de las tres partes principales en que se puede dividir el órgano auditivo: oído externo, oído medio y oído interno.



El oído externo está constituido por la oreja o pabellón auricular, el conducto auditivo y el tímpano. La oreja es una estructura cartilaginosa, recubierta de piel, diseñada para captar las vibraciones sonoras y dirigirlas hacia el interior del oído. Es como una antena parabólica capaz de recoger las ondas sonoras y encaminarlas al tímpano. También permite saber desde qué dirección llega el sonido. Si las orejas no tuvieran los pliegues y la forma helicoidal en embudo que poseen, las ondas no llegarían tan bien y gran parte del sonido se perdería. Por tanto, la disposición y la forma de la oreja es la más adecuada para captar los sonidos. La cera o cerumen que se produce en el conducto auditivo sirve para lubrificarlo, protegerlo del polvo, los microbios y los insectos pequeños. Además, contiene sustancias químicas antibióticas capaces de combatir las posibles infecciones. No es conveniente hurgar dentro del canal auditivo para extraer la cera porque esto es algo que ocurre de forma natural. Las células de la capa que recubre dicho canal se originan cerca del tímpano y lentamente van migrando hacia el exterior, arrastrando consigo el cerumen sobrante. Los posible tapones de cera endurecida, que a la larga pueden disminuir la audición, deben ser siempre eliminados adecuadamente por el personal sanitario.



El tímpano es una membrana tensa como la de un tambor, en forma de cono, que recibe las ondas sonoras procedentes del exterior. Éstas lo hacen vibrar en función de su intensidad, frecuencia y amplitud. El tímpano constituye el límite entre el oído externo y el oído medio, siendo su sensibilidad tan elevada que, aunque sólo se desplace el diámetro de un átomo de hidrógeno, puede detectar sonidos. Por el contrario, también es capaz de oír ruidos estridentes de 140 decibelios o más. Todo esto requiere numerosas soluciones inteligentes de física, química, biología e ingeniería que no han podido darse al azar. Al tratarse de una delgada membrana de sólo tres milímetros de grosor, puede romperse o desgarrarse debido a fuertes impactos, sonidos estridentes como disparos o explosiones, así como cambios bruscos de presión, como aquellos que se producen en el buceo, al descender demasiado rápidamente en el agua sin compensar la presión del oído medio. Algunos pueblos dedicados a la pesca submarina, como los bajau de Filipinas, se perforan los tímpanos a propósito para facilitar sus inmersiones y no tener así que compensar. El problema de dicha práctica es que cuando llegan a la madurez todos tienen problemas de audición.



[photo_footer]Dibujos que representan las distintas partes del oído medio. / Wikipedia.[/photo_footer]



La presión del aire dentro del oído medio debe ser igual a la que existe fuera, en el oído externo, para que el tímpano pueda vibrar adecuadamente al recibir las ondas sonoras. Sin embargo, dicha presión puede desequilibrarse ya que el aire tiende a ser absorbido por las células de los tejidos de dicha cavidad. Este efecto de vacío podría hacer que el tímpano se moviera con más dificultad y se generaran problemas en la audición. Con el fin de evitar esta dificultad, existe un tubo que conecta el oído medio con la faringe e iguala ambas presiones. Se trata de la conocida “trompa de Eustaquio”, llamada así en honor al anatomista y médico italiano del siglo XVI, Bartolomeo Eustachio. El ruido y la presión que se siente en los oídos cuando se viaja en avión y éste desciende para aterrizar, se debe precisamente a este fenómeno.



En el oído medio residen los tres huesos más pequeños del cuerpo humano. Se trata del martillo, el yunque y el estribo, unidos entre sí y conectando el tímpano con la ventana oval. Su forma es característica y determina el nombre que reciben. Su función es transmitir lo más fielmente posible las vibraciones del tímpano a la ventana oval para que lleguen a la cóclea del oído interno y de ésta al nervio auditivo. La cóclea está rellena de un fluido, que posee distintos niveles de potasio, sodio o cloro, y se parece por su parte inferior a la concha de un caracol, puesto que está arrollada helicoidalmente, mientras que la parte anterior presenta tres conductos semicirculares dispuestos en las tres direcciones del espacio (anterior, posterior y horizontal). En el centro de la cóclea o vestíbulo, se disponen la ventana oval (A), que es el lugar donde se conecta el estribo, y la ventana redonda (B) que vibra en fase opuesta a la oval. Esta diferente vibración hace que el fluido de la cóclea se mueva y pueda transmitir las ondas sonoras de presión hasta el órgano de Corti, en el que la energía mecánica de éstas se convertirá en energía nerviosa.



[photo_footer]Dibujo de la cóclea en el que se señala la ventana oval (A) y la redonda (B). / Wikipedia.[/photo_footer]



En el interior del caracol de la cóclea, existen tres cavidades interrelacionadas y llenas de líquidos con diferente composición iónica (rampa vestibular, rampa media o conducto coclear y rampa timpánica), separadas por otras tantas membranas. En la rampa media está el singular órgano de Corti, auténtico micrófono del cuerpo que, mediante sus más de 20.000 células ciliadas hace posible que escuchemos los sonidos ya que los convierte en impulsos eléctricos.



[photo_footer]Estructura interna de la cóclea en la que se aprecia el órgano de Corti en el centro. / Wikipedia.[/photo_footer]



El órgano de Corti es el más importante del sentido auditivo y se llama así en honor al anatomista italiano Alfonso Corti, quien lo descubrió en el año 1851. Sus células ciliadas son capaces de detectar las distintas frecuencias de los sonidos que les llegan a través de las ondas del fluido. Éste, al doblar las células, las despolariza y así se envían los impulsos a través del nervio auditivo al cerebro. Las frecuencias altas mueven sobre todo las células de un extremo del aparato de Golgi, mientras que las bajas lo hacen en las del otro extremo. En realidad, todavía no se comprende bien cómo el cerebro es capaz de interpretar tales impulsos nerviosos. 



[photo_footer]Esquema del órgano de Corti. / Wikipedia.[/photo_footer]



Otra dificultad física que está perfectamente calibrada en el oído y que hace posible la audición es el paso del sonido en el aire a los impulsos mecánicos en el tímpano y de éste, a través de la cadena de huesecillos, al medio fluido del interior de la cóclea. Esto plantea otro problema de ingeniería que en el oído se resuelve de manera ejemplar. Las señales acústicas que llegan al tímpano son amplificadas por la peculiar forma de la cadena de huesecillos que constituye un sistema de palancas. Si éstos tuvieran otro aspecto serían incapaces de traducir correctamente las ondas de presión del aire a las ondas de presión en el fluido cloquear. Sin embargo, las ondas acústicas que arriban a la gran superficie del tímpano se concentran en la pequeña superficie del estribo con la ventana oval, generando una fuerza de vibración que es unas 15 veces superior a la que llega al tímpano. Esto nos permite escuchar hasta los susurros más leves. En ingeniería, a esta traducción se le denomina “transformación de impedancia”. No obstante, tal diferencia entre la densidad del aire y la del fluido de la cóclea supone otro problema para la hipótesis evolutiva gradualista ya que, si no hubiera existido desde el principio, habría contribuido a reducir la capacidad auditiva de nuestros antepasados y por tanto su supervivencia. 



Finalmente, los conductos o canales semicirculares del oído interno constituyen un órgano del equilibrio que contribuye a mantener la posición del cuerpo según los tres planos del espacio. Gracias a ellos resulta posible mantener tanto el equilibrio dinámico (mientras andamos o corremos) como el estático (cuando estamos parados e inmóviles). Esto se logra mediante el movimiento de un líquido que contienen en su interior, llamado endolinfa. Este movimiento se transforma en señales eléctricas que son transmitidas a las terminaciones del nervio vestibulococlear y enviadas al encéfalo. Por último, será éste quien comunique al cerebro la posición o las aceleraciones que experimenta el cuerpo.



Ante toda esta complejidad, la pregunta oportuna no es por qué a veces el oído se estropea y dejamos de oír bien, sino cómo es posible que funcione perfectamente, teniendo en cuenta la cantidad de piezas y fenómenos físicos que deben darse para su funcionamiento. ¿Cómo un órgano tan complejo pudo llegar a formarse y ser operativo por primera vez?



Los oídos son órganos formados por múltiples partes que deben estar perfectamente coordinadas entre sí para que podamos oír. Si una sola pieza se cambia de sitio, se deforma o estropea, afectará negativamente a otras estructuras. De manera que todas y cada una de estas partes debe estar bien afinada para permitir el funcionamiento del todo. La interdependencia es imprescindible para el buen resultado final. El oído y la audición evidencian numerosos patrones de diseño y soluciones físicas propias de la ingeniería inteligente, igual que ocurre con otros sentidos, como el ojo, el olfato, el gusto, el tacto, el sentido del dolor, el equilibrio, etc. Por tanto, suponer que todos estos sistemas biológicos se originaron de forma natural y sin ningún diseño ingenioso previo es sumamente arriesgado. Máxime cuando se desconocen todavía varios aspectos de su funcionamiento y, con cada nuevo descubrimiento, aumenta poderosamente la impresión de una planificación original. Esto es también lo que creía el anciano Job.



 



Notas



[1] https://www.frontiersin.org/articles/10.3389/fevo.2022.887172/full


 

 


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