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¿Es el ojo un mal diseño?

Se dice que un creador inteligente jamás habría hecho un ojo como el nuestro ya que algunas de sus células están dispuestas precisamente al revés de lo que deberían estar.

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 18 DE FEBRERO DE 2024 09:00 h
Imagen de [link]Marc Shulte[/link], Unsplash.

Desde los días de Darwin, el ojo humano y de los demás vertebrados se ha venido considerando como una maravilla de complejidad y perfección biológica. Algo que la selección natural no parecía haberlo podido originar, mediante una lenta y progresiva transformación por mutaciones al azar, sino que sugería un diseño inteligente. En su famosísimo libro El origen de las especies, publicado en 1859, el naturalista inglés confiesa: “Parece absurdo de todo punto -lo confieso espontáneamente- suponer que el ojo, con todas sus inimitables disposiciones para acomodar el foco a diferentes distancias, para admitir cantidad variable de luz y para la corrección de las aberraciones esférica y cromática, pudo haberse formado por selección natural.”[1] A pesar de lo cual, intentó demostrar que, contra toda apariencia, los ojos animales sí se podrían haber formado mediante su famosa selección natural. Para ello, pasó revista a los aparatos oculares que poseían los distintos grupos zoológicos e intentó elaborar una hipotética línea ascendente de complejidad que podría haber ocurrido a lo largo de las eras. 



En su época, esto parecía razonable porque aún no se conocían los diferentes mecanismos bioquímicos que conforman los ojos de los organismos. Tal como dice Michael J. Behe: “para Darwin, la visión era una caja negra”.[2] No obstante, en la actualidad se han descubierto los grandes abismos químicos y fisiológicos existentes, que hacen imposible la evolución entre unos y otros aparatos oculares. Ya no resulta convincente la explicación evolucionista que hizo Darwin en el siglo XIX, basada exclusivamente en la forma o anatomía de los ojos, sino que se requiere una demostración de los pasos intermedios entre los diferentes procesos bioquímicos. Y esta necesaria explicación, que demostraría la veracidad de la teoría evolucionista, la ciencia no está en condiciones de darla porque cada especie presenta una fisiología de la visión particular y diferente.



Los ojos de los animales vertebrados poseen decenas de miles de componentes moleculares, algunos de los cuales todavía no se han descrito. Por tanto, especular acerca de las hipotéticas mutaciones que pudieron darse para producirlos es absolutamente imposible. Son demasiadas las moléculas cuyo origen hay que explicar. Se puede debatir si la evolución darwinista pudo o no producir semejantes estructuras, pero esto es como las discusiones del siglo XIX acerca de si las células se podían o no generar espontáneamente a partir barro. Se trata de un debate infructuoso porque no se conocen todos los componentes existentes.



Por otro lado, muchos autores evolucionistas y materialistas se han venido refiriendo insistentemente al ojo humano para señalar que es un ejemplo de mal diseño. Se dice que un creador inteligente jamás habría hecho un ojo como el nuestro ya que algunas de sus células están dispuestas precisamente al revés de lo que deberían estar. De ahí se sigue que, por lo tanto, semejante diseño es más propio de la selección natural al azar que de un supuesto Dios creador. En este sentido, Richard Dawkins se refiere a la disposición de las células que captan la luz, en el interior del ojo, y escribe: “Cualquier ingeniero asumiría naturalmente que las fotocélulas apuntarían hacia la luz y que sus cables irían hacia atrás, hacia el cerebro. Se reiría ante cualquier sugerencia de que las fotocélulas podrían apuntar en dirección contraria a la luz, con sus cables partiendo del lado más cercano a la luz. Sin embargo, esto es exactamente lo que sucede en todas las retinas de los vertebrados”.[3] Desde entonces, varios biólogos evolucionistas más se han adherido a esta opinión sin darse cuenta de que los últimos descubrimientos científicos en fisiología ocular decían precisamente todo lo contrario.



Veamos un esquema gráfico de la estructura interna del ojo humano para poder entender a qué se refiere Dawkins y comprobar que, tanto él como sus correligionarios, están completamente equivocados. 



[photo_footer]Dibujo en el que se aprecia la disposición de las células de la retina de un ojo humano. Las células sensibles a la luz, bastones y conos, que aparecen representadas por las letras c y f, están situadas en la parte trasera de la retina, mientras que las células nerviosas (b) que transmiten señales visuales al cerebro se localizan en la parte anterior de la retina y, por tanto, reciben directamente la luz entrante; (a) nervio óptico; (d) epitelio pigmentario de la retina; (e) capa de Ruysch o coriocapilar interna; (g) células de Müller o células nerviosas de la retina. En el caso del ojo de cefalópodos como los pulpos y las sepias, esta disposición está invertida. (Tomado de Wells, J., 2017, Zombie Science, Discovery Institute Press, Seattle, USA, p. 142).[/photo_footer]



Los conos y los bastones son células de la retina muy sensibles a la luz, que necesitan para su buen funcionamiento una gran cantidad de energía. En casi todas las especies de mamíferos, incluido por tanto el ser humano, estas células del ojo tienen una tasa metabólica muy superior a la del resto de los tejidos corporales. Esto significa que requieren un gran aporte de sangre cargada de nutrientes. Dicha sangre les llega mediante una espesa red de capilares llamada “capa de Ruysch o coriocapilar interna” (en la figura aparece con la letra “e”) que está detrás de la retina. Los capilares, vénulas y arteriolas de esta capa están muy unidos entre sí y alimentan de oxígeno y otros nutrientes al epitelio pigmentario de la retina (letra “d” del dibujo).



Aparte de alimentar a las células sensibles a la luz, el epitelio pigmentario de la retina contiene un pigmento oscuro capaz de absorber la luz dispersa, lo cual mejora notablemente la eficacia óptica del ojo. Al mismo tiempo, dicho epitelio contribuye a eliminar las sustancias tóxicas que se producen en el proceso químico de detección de la luz. Y aquí reside precisamente la explicación de por qué el ojo humano no es un mal diseño sino que está proyectado maravillosamente y no puede ser el producto de la selección natural aleatoria.



Como la sangre que circula por la capa de Ruysch es casi opaca y el epitelio pigmentario de la retina tampoco deja pasar la luz, si ambas capas estuvieran situadas en la parte delantera del ojo -como sugieren los biólogos evolutivos escépticos- no permitirían que la luz las atravesara y, por tanto, ésta no estimularía los conos y bastones. La visión no sería posible. En cambio, la capa delantera formada por las células nerviosas que transmiten los estímulos lumínicos al cerebro (“b” en el dibujo) es prácticamente transparente y permite que la luz la atraviese y llegue hasta el fondo de la retina, haciendo posible el fenómeno de la visión. De manera que esta retina trasera de los vertebrados es el mejor diseño que cabría esperar, teniendo en cuenta el elevado suministro de energía que requieren las células sensibles a la luz y su continua renovación. 



Dawkins se equivocó en su apreciación ya que no supo ver que el ojo humano es mucho más sofisticado de lo que parece a primera vista. La retina invertida es mejor diseño que lo que él y sus colegas evolucionistas proponían. Además, las investigaciones que confirmaban dicha excelencia del ojo vertebrado ya estaban disponibles dos años antes de que él publicara su polémico libro, El relojero ciego. No sabemos si las desconocía o simplemente las ignoró a propósito.[4] De la misma manera, muchos otros divulgadores han venido tomando acríticamente las equivocadas ideas de Dawkins con el fin de desacreditar la creencia en Dios. 



En este sentido se ha señalado también que el punto ciego de la retina es otro ejemplo de mal diseño. Como la retina invertida de los vertebrados requiere que la luz penetre por las fibras de los axones neuronales (“g” en la figura) y atraviese todas las capas de células para llegar a los fotorreceptores, esto provoca que el nervio óptico (“a” en la figura) salga del ojo por un hueco de la capa de los conos y bastones, generando una zona en cada ojo incapaz de detectar la luz. Muchos autores consideran que esto es una chapuza impropia de un creador inteligente como el Dios de la Biblia.



Veamos por qué están completamente equivocados. En realidad, el punto ciego no es un problema grave para la visión porque el punto ciego del ojo izquierdo no está en el mismo lugar que el punto ciego del ojo derecho. Esto significa que, cuando ambos campos de visión se superponen en la visión normal, el punto ciego de un ojo queda cubierto por los fotorreceptores del otro ojo y viceversa. Con lo cual ningún humano o vertebrado con ojos sanos se da cuenta de que tiene un punto ciego en cada ojo. Su visión es perfectamente normal.



¿Por qué se dice que ciertos invertebrados, como pulpos, sepias y calamares, tienen los ojos mejor diseñados que nosotros o el resto de vertebrados? Los órganos de la visión de estos animales acuáticos presentan una disposición invertida con respecto a la nuestra. Es decir, cuando la luz penetra en sus ojos, incide directamente sobre las células fotorreceptoras de la retina, que está situada en la parte delantera. Semejante disposición es considerada por los críticos del diseño como más lógica que la nuestra. Sin embargo, desde 1984, se sabe que los ojos de estos cefalópodos son en realidad inferiores desde el punto de vista fisiológico a los de los vertebrados (ver pie de página anterior). Esto se debe a que el procesamiento inicial de las imágenes ocurre en la retina por medio de células nerviosas que están situadas justo al lado de las células fotorreceptoras. De manera que los impulsos nerviosos tienen que viajar hasta el cerebro para acabar de ser procesados y esto hace más lento todo el proceso, produciendo también imágenes más borrosas. Por tanto, el ojo de los cefalópodos es inferior al nuestro ya que se trata simplemente de una retina pasiva que transmite información puntual pero codificada de una manera menos sofisticada que en los animales vertebrados.



Los ojos de las personas siguen siendo un excelente ejemplo de diseño y perfección a pesar de los esfuerzos del materialismo por demostrar lo contrario. Un cambio progresivo desde un ser unicelular, capaz sólo de detectar cambios de luz, hasta el sofisticado ojo humano, compuesto por millones de células que pueden reconocer cientos de colores, matices e intensidades, es algo que desafía la selección natural y el sentido común. Una transformación así, hubiera involucrado una cantidad incalculable de mutaciones llenas de propósito. 



Cada uno de los aspectos anatómicos, bioquímicos y fisiológicos de los ojos sugiere diseño. La protección que les confieren las cuencas óseas que sólo permiten que sea visible la sexta parte del globo ocular. La percepción de profundidad de campo que resulta posible porque los dos ojos están en el mismo plano. La esfericidad del globo que facilita su movimiento. La dilatación y contracción pupilar. Las glándulas lacrimales que lavan y oxigenan la córnea, capa transparente que carece de vasos sanguíneos que estorbarían la visión. Sabemos que hay tres clases de lágrimas: lubricantes, de la tristeza y de la felicidad. Estas dos últimas, las lágrimas emocionales, tienen un 21% más de proteínas que contribuyen a reducir el estrés. Estas lágrimas son exclusivas de las personas. Sólo los seres humanos poseemos lágrimas de tristeza o de felicidad. ¿Cómo pudieron crearse dichas lágrimas por selección natural?



A pesar de parpadear aproximadamente unas 20.000 veces al día, el cerebro nunca ve un parpadeo involuntario. Nunca se queda a oscuras. El blanco de los ojos (la esclerótica) es también exclusivo de los humanos e indica a los demás hacia donde miramos. La originalidad del iris puede usarse como huella dactilar. La retina está formada, en su parte trasera, por unos 7 millones de células en forma de cono que detectan los colores y por 125 millones de células en forma de bastón que permiten ver con poca luz; mientras que en su parte delantera presenta alrededor de 1,2 millones de células nerviosas que recogen millones de bits de información. En fin, la evidencia sugiere que el ojo es un órgano diseñado con propósito y no es para nada el producto de una casualidad materialista.



 



Notas



[1] Darwin, Ch. 1980, El origen de las especies, EDAF, Madrid, p. 196.



[2] Behe, M. J. 1999, La caja negra de Darwin, Andrés Bello, Barcelona, p. 37. 



[3] Dawkins, R. 1986, The Blind Watchmaker, W.W. Norton, New York, p. 93.



[4] Wirth, A., Cavallacci, G. & Genovesi-Ebert, F. 1984, “The advantages of an inverted retina” Developments in Ophthalmology  9: 20-28.



 



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