Un sistema así requiere de numerosas partes muy especializadas, bien organizadas y coordinadas entre sí con precisión para lograr una alimentación eficaz.
Anteriormente se trató acerca de cómo el oxígeno vital penetra en los pulmones procedente del aire que se respira. En los alveolos, las moléculas de O2 pasan a la sangre y a través de ésta son transportadas a todas las células del cuerpo. Ahora bien, además de O2 el organismo necesita otras muchas sustancias nutrientes, tales como glúcidos o hidratos de carbono, lípidos o grasas, proteínas y vitaminas. Asimismo, requiere agua, sodio, potasio, calcio, hierro, etc. Todas estas necesidades nutricionales proceden del alimento y se satisfacen precisamente por medio del aparato digestivo. En éste tienen lugar numerosos procesos bioquímicos como la fragmentación de las largas cadenas de glúcidos en cientos de miles de moléculas de glucosa.
Por ejemplo, el almidón procedente del trigo, arroz, maíz o patatas se rompe en muchas glucosas, que son las moléculas que se emplearán en la producción de ATP o adenosín trifosfato. A esta molécula se la llama la “moneda energética” de la célula porque almacena y transfiere energía en el interior de la misma. Los glúcidos están presentes también en las largas cadenas de ADN y ARN que transmiten la herencia de padres a hijos. Así como en numerosos tejidos corporales, como el conjuntivo, adiposo, cartilaginoso, óseo, linfoide y en la propia sangre. Por tanto, son imprescindibles para vida.
Las grasas o lípidos están formados también por complejas moléculas de ácidos grasos y glicerol necesarias para crear la estructura de las membranas celulares. Además constituyen un importante almacén energético necesario sobre todo cuando el alimento escasea. Un gramo de grasa genera por término medio unas 9 kilocalorías de energía. La grasa aísla el cuerpo del frío y protege los órganos internos de los golpes, formando parte asimismo de hormonas que intervienen en el crecimiento, el desarrollo de los distintos órganos y el metabolismo general.
Por su parte, las proteínas son también moléculas de gran tamaño constituidas por largas cadenas de aminoácidos. Para que el tubo digestivo pueda asimilarlas bien, dichas cadenas procedentes de los alimentos tienen que trocearse en pequeñas moléculas de tres aminoácidos o menos. Posteriormente, el organismo elaborará miles de proteínas propias mediante tales trozos o tripéptidos. Unas acelerarán determinadas funciones químicas como las enzimas. Otras formarán parte del esqueleto de las células. Algunas, como las inmunoglobulinas, defenderán el cuerpo de invasores extraños. Los músculos poseen ciertas proteínas (actina y miosina) que les permiten moverse y, en fin, otras tienen también funciones de reserva y almacenamiento. La secuencia de aminoácidos de cada proteína viene determinada por la secuencia de nucleótidos del ADN. Ésta pasa a las proteínas mediante el ARN mensajero y así las proteínas realizan la mayor parte de las funciones corporales.
Todos estos nutrientes procedentes de los alimentos son asimilados y transformados por el sistema gastrointestinal. Este sistema sólo funciona cuando detecta alimento, mientras tanto permanece inactivo. En cuanto entra alimento en la boca, el sistema nervioso lo detecta y pone en marcha la secreción de saliva. Ésta contiene enzimas, como la lipasa y amilasa, que rompen los enlaces químicos de las moléculas de las grasas y el almidón. A su vez, al masticar el alimento, éste se desmenuza en trozos más pequeños que se mezclan con la saliva y forman el bolo alimenticio. Dicho bolo atravesará la faringe en el movimiento de la deglución. Este reflejo viene coordinado por unos cincuenta pares de músculos. A partir de ese momento, todas las acciones siguientes serán involuntarias. El cuerpo las realiza sin que nosotros nos demos cuenta de ello. Posteriormente, el bolo pasará de la faringe al esófago, evitando que penetre en la tráquea y vaya hacia los pulmones.
Eventualmente, en alguna de las aproximadamente mil veces que tragamos al día, puede ocurrir que nos atragantemos. Esto se debe a que en la faringe se cruza el aire de la respiración con el tránsito de alimento. Desde el evolucionismo, semejante cruce ha sido señalado por algunos como un ejemplo de mal diseño del cuerpo humano. En este sentido, se sugiere que en vez de dicho cruce podría haber dos tubos separados, uno para respirar y otro para el tránsito de alimento. Sin embargo, como veremos en el siguiente artículo, esto no es cierto. Si tuviéramos dos tubos, no podríamos hablar ni cantar como lo hacemos. La faringe humana sana permite la fonación y es un órgano que funciona a la perfección.
Más tarde, el bolo alimenticio pasa de la faringe al esófago. Todo está diseñado para que éste no se desvíe hacia la tráquea y pueda llegar a los pulmones. Hay unos sensores nerviosos en la faringe que cuando detectan la presencia del bolo envían la información al cerebro para que sea éste quien inicie el reflejo de la deglución. La faringe se comunica con la laringe a través de la glotis, que es una abertura cubierta por una especie de lengüeta llamada epiglotis. Su función es cerrar la glotis cuando pasa el alimento por la faringe, evitando así que el bolo alimenticio llegue a la laringe y obstruya el paso de aire o se desvíe hacia los pulmones.
Una vez en el esófago, el bolo es desplazado hacia el estómago mediante contracciones musculares que producen ondas peristálticas. El ácido clorhídrico (HCl) generado en este último órgano permite que la pepsina descomponga las proteínas del alimento. Además eleva la acidez estomacal y actúa como una barrera contra las infecciones ya que elimina a la mayoría de las bacterias. Las paredes del estómago se mueven lentamente mezclando su contenido y acelerando la digestión del mismo. Después se vierte algo de este líquido al intestino delgado con el fin de que éste también empiece a digerirlo.
Las paredes del estómago son gruesas y presentan una mucosidad resistente a los ácidos digestivos. Sin embargo, las paredes del intestino delgado son más finas, con el fin de permitir la absorción de los nutrientes, y por tanto carecen de tal resistencia. Esto podría hacerlas vulnerables al ácido clorhídrico. Para evitar este problema, el organismo neutraliza estos ácidos en cuanto salen del estómago, mediante bicarbonato de sodio. Esto tiene lugar en el duodeno y además también se bloquean las enzimas gástricas (pepsinas). El bicarbonato de sodio es secretado convenientemente por el páncreas. Es curioso que esto ocurra en el lugar y en el momento apropiados. Es decir que cuando surge un problema en el funcionamiento del sistema gastrointestinal, inmediatamente sobreviene una solución adecuada. Si esta solución genera un nuevo problema, pronto existe otra nueva solución y así sucesivamente se establece un encadenamiento de problemas y soluciones que sugieren la idea de un diseño de ingeniería para todo el sistema. Es difícil creer que todo esto se haya generado al azar.
[photo_footer]Esquema de las diferentes partes del aparato digestivo. / Wikipedia.[/photo_footer]
El sistema gastrointestinal presenta, entre otros, dos subsistemas separados que se comunican perfectamente entre sí. Se trata del intestino y el páncreas. El primero manda hormonas en cuanto detecta moléculas de glucosa en su interior, mientras que el páncreas responde a dichas hormonas enviando enzimas inactivas al intestino, donde se activarán. El hecho de que ambos subsistemas trabajen conjuntamente permite preguntarse acerca de la cuestión evolutiva de cuál de los dos se generó primero. También es posible que ambos surgieran a la vez, tal como propone el Diseño inteligente. Lo que está claro es que el sistema gastrointestinal con todas sus glándulas anejas constituye un notable ejemplo de ingenio coordinado y perfectamente funcional. Todos sus componentes trabajan juntos como si se tratara de una compleja fábrica capaz de triturar, desmenuzar y absorber los nutrientes adecuados y eliminar pronto aquellas sustancias que pueden ser tóxicas para el organismo. Además de la nutrición inmediata, el sistema gastrointestinal es capaz también de almacenar sustancias alimenticias para cuando el organismo las necesite. Son miles los mecanismos físicos y químicos que actúan sincronizados y con exquisita precisión para que podamos vivir. Algunos de tales mecanismos todavía no son bien comprendidos por los especialistas.
Un sistema así requiere de numerosas partes muy especializadas, bien organizadas y coordinadas entre sí con precisión para lograr una alimentación eficaz. Cada órgano muestra un diseño perfecto para acoplarse y ensamblarse con los demás, con el fin de actuar correctamente en el momento adecuado. Las ciencias médicas han puesto de manifiesto que prácticamente no hay nada simple en el funcionamiento del aparato digestivo. Cada nuevo descubrimiento indica que las cosas son más complejas e inteligentes de lo que se pensaba. Por tanto, esto plantea preguntas inevitables: ¿cómo pudo llegar a aparecer un sistema así? ¿Es razonable pensar que un sistema tan sofisticado hubiera surgido por casualidad?
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