Nuestro cuerpo es tan sofisticado y está tan elegantemente diseñado que todavía se están descubriendo detalles sorprendentes del mismo.
El cuerpo humano es una máquina biológica casi perfecta y de las más complejas que existen. En contra de lo que en ocasiones se sugiere desde ámbitos naturalistas, en el sentido de que no estamos bien adaptados a este planeta o que nuestra anatomía y fisiología presentan importantes deficiencias que supuestamente serían el producto de una evolución ciega o sin propósito y no de un Dios creador sabio, lo cierto es que la evidencia científica indica todo lo contrario, tal como veremos seguidamente.
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Nuestro cuerpo es tan sofisticado y está tan elegantemente diseñado que todavía se están descubriendo detalles sorprendentes del mismo. Si se toma una calculadora, es fácil comprobar la capacidad de nuestro cuerpo para repetir incansablemente aquellas tareas que nos mantienen vivos. Cada minuto respiramos unas 15 veces. En ese tiempo, el corazón humano late alrededor de 70 veces para proporcionar sangre oxigenada a todas la células y el cerebro realiza unos seis millones de reacciones químicas. En esos 60 segundos, la médula ósea genera alrededor de 180 millones de células sanguíneas que viajarán por los más de 100 000 kilómetros de arterias, vasos y capilares que tiene el aparato circulatorio. Esta distancia sería suficiente para dar dos vueltas y media a la Tierra.
A pesar de que el sentido humano del olfato no es tan sensible como el de los perros, sin embargo puede identificar alrededor de 10 000 olores diferentes. En cambio el diseño de nuestros ojos sí es una auténtica maravilla ya que pueden distinguir un millón de colores y procesar la imagen en tan solo 150 microsegundos. Cada persona suele parpadear cuando está despierta una vez cada cinco segundos, con el fin de lubrificar convenientemente los ojos, lo que supone unos 11 500 parpadeos al día y 4,2 millones al año. Sin embargo, el cerebro nunca ve ninguno o nunca sufre un apagón. No se queda a oscuras porque durante cada parpadeo se suprime automáticamente la actividad cerebral de la corteza visual y otras zonas relacionadas con la visión.
Como somos organismos de vida terrestre basada en el carbono, necesitamos sistemas o aparatos que nos permitan una adaptación adecuada al entorno, tales como el locomotor (formado por el muscular y el esquelético u óseo), respiratorio, digestivo, excretor, circulatorio, endocrino, nervioso y reproductor. Así como también los órganos de los sentidos. Todas estas estructuras se acomodan perfectamente a nuestro cuerpo y están pensadas para que podamos existir en la biosfera de la Tierra.
El ser humano más fuerte puede levantar poco más de 260 kilos de peso, gracias a la fuerza de sus músculos. Esto supone como mucho dos veces y media su propio peso. Sin embargo, algunos insectos como las minúsculas hormigas son capaces de mover hasta 50 veces o más su propio peso. Por ejemplo, se sabe que las hormigas tejedoras del género Oecophylla pueden levantar hasta cien veces su peso. ¿A qué se debe semejante disparidad entre un fuerte atleta y una simple hormiga? ¿Acaso los pequeños músculos del insecto son más fuertes que los del ser humano?
[photo_footer]Hormigas tejedoras de la especie Oecophylla smaragdina, propias de Asia tropical y Australia transportando trozos de hojas. Estos insectos son capaces de levantar hasta cien veces su propio peso (https://www.freepng.es/png-fje9z9/).[/photo_footer]
La respuesta no está en la fortaleza de los músculos ya que todas las fibras musculares de los seres vivos suelen ejercer aproximadamente la misma fuerza por unidad de superficie transversal y además su estructura molecular es también similar. Se trata más bien de una cuestión de escala ya que, a medida que aumenta el tamaño de un animal, su peso o masa corporal se eleva al cubo (L3), mientras que la fuerza de los músculos sigue actuando en secciones transversales al cuadrado (L2). Por tanto, la fuerza muscular en relación a la masa corporal es inversamente proporcional al tamaño del animal. Esto explica por qué la fuerza muscular ejercida aumenta a medida que disminuye el tamaño del organismo y supone un límite al peso que pueden levantar los vertebrados terrestres como el ser humano. Es evidente que -exagerando un poco las cosas- un dinosaurio de más de 20 toneladas de peso (como los Diplodocus) jamás pudo moverse con la misma agilidad que una ardilla. Esto también es válido para los atletas humanos ya que uno de 65 kilos será siempre más ágil que otro que pese 130 kilos. Por tanto, la restricción L2/L3 es la que explicaría tal disparidad entre el peso que puede levantar el hombre y el que levanta la hormiga.
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La potencia muscular del ser humano y del resto de los animales viene determinada por todo un conjunto de restricciones ambientales físicas y químicas previas. Por ello, los mamíferos deben invertir alrededor del 40% de su masa corporal en tejido muscular para disponer de una movilidad adecuada. Si los músculos fueran menos o más potentes de lo que son se generarían importante problemas en el diseño corporal. Lo cual sugiere, una vez más, que nuestra habilidad locomotora estaba prefigurada ya en el orden de las cosas desde el principio y que no es producto del azar.
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