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Protestante Digital

 
 

El sorprendido misionero John C. Keener en México

Un recorrido por la historia del obispo metodista en México.

KAIRóS Y CRONOS AUTOR 84/Carlos_Martinez_Garcia 04 DE NOVIEMBRE DE 2023 14:00 h
John C. Keener, misionero./ Wikipedia, dominio público

Enviados de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur y la del Norte llegaron a la Ciudad de México prácticamente al mismo tiempo. Lo hicieron por separado, ya que los mencionados cuerpos eclesiásticos tenían diferencias respecto al tema de la esclavitud. Un grupo de iglesias y liderazgos decidió escindirse en 1844 de la Iglesia Metodista Episcopal, ya que consideraron ilegítima la posesión de esclavos. Al año siguiente conformaron la Iglesia Metodista Episcopal del Sur. Ambas instituciones se reunificaron en 1939.1



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El obispo Gilbert Haven, de la Iglesia Metodista Episcopal (del Norte, en adelante IME), desembarcó en Veracruz el 28 de diciembre de 1872 y para el 4 de enero del año siguiente estaba instalado en la capital mexicana. El inicio del siguiente capítulo trata sobré él y las gestiones realizadas para establecer células metodistas en la capital del país.



En cuanto al obispo John C. Keener, de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur (en adelante IMES), aporto los datos siguientes: nació el 7 de febrero de 1819 en Baltimore, Maryland. Estudió en la Universidad Wesleyana de Texas. Fue editor, de enero de 1866 a mayo de 1870, del periódico The New Orleans Christian Advocate. Su elección como obispo tuvo lugar en la Conferencia General de Memphis en 1870.2



Desde 1868 Keener había conocido sobre las oportunidades en México para realizar trabajo evangélico. Entonces dirigía The Christian Advocate, en las oficinas de la publicación le visitó “un caballero [quien le dijo] acababa de llegar de la capital de México; que en dicho país estaba progresando una grande obra entre un grupo de hermanos que se habían asociado con el objeto de estudiar la Sagrada Escritura y de instruirse en las doctrinas del cristianismo”, El visitante consideraba importante el tiempo de apertura para “los maestros evangélicos que se decidieran a ir a dicho campo”, porque encontrarían “estaba listo para la cosecha” . No sólo en la capital sino igualmente en “toda la República” un gran número de personas “deseaban poseer ejemplares de la Biblia”. Con las pocas copias a su alcance “se reunían a estudiar la Palabra de Dios”.3



La respuesta de Keener al halagüeño reporte fue que la guerra civil estadounidense y la falta de medios hacía imposible “sostener ninguna misión nueva”.4 En 1870 quedó impresionado por “la conversión de Alejo Hernández, que fue recibido en la Conferencia Occidental Tejana de la Frontera. El Obispo Marvin consideraba a dicho predicador como uno a quien el Señor había preparado eminentemente para la obra de las misiones entres sus paisanos.5 Motivado por el caso de Alejo Hernández el obispo Keener tomó en serio visitar México.



El 18 de enero de 1873 Keener escribió sobre los preparativos de su viaje desde Nueva Orleans hacia Veracruz. Anunciaba que iba a embarcarse en el buque Tabasco.6 El 26 de enero notifica que ya estaba en Veracruz y describe las calles, edificios y personas que caracterizaban al puerto, agrega que se apresta para viajar en ferrocarril a la capital del país.7 Tres días después se afinca en la Ciudad de México, tras haber recorrido poco más de 293 millas (472 kilómetros).8 Sobre el contexto favorable del país para la obra metodista y su primera impresión acerca de la urbe a la que arribaba escribió:



Para que el cristianismo puro pudiera entrar en esa gran República, era preciso que hubiera una gran revolución. Después de una lucha de cincuenta años, triunfó Juárez. El pueblo estaba dispuesto a recibir la Sagrada Escritura y, sin saberlo, tenía hambre y sed de Dios; deseaba conocer según los Evangelios, y no como lo presentan los sacerdotes de la Iglesia romana. Esta sed del agua viva aún no está satisfecha. El pueblo mexicano recibe la verdad sea quien fuere el que la presenta.



El estilo de la arquitectura y la solidez de los edificios de la capital de México me asombraron. Al ir en coche de la estación [de ferrocarril] al hotel Iturbide [hoy Centro Cultural Banamex, en la Avenida Francisco I. Madero, Centro Histórico], me parecía una visión oriental, esa ciudad edificada en el interior del país, me traía a la memoria la Ciudad de Florencia y la arquitectura de Miguel Ángel”.9



Somos profundamente ignorantes de este pueblo mexicano, habiendo obtenido nuestras nociones de esos miserables, sin ley, semi bárbaros que merodean por el Río Grande. La Ciudad de México es para un visitante estadounidense un lugar más interesante que París.10





En el buque Tabasco Keener conoció a George W. Clarke, editor del semanario en inglés The Two Republics, que publicaba en la capital del país y cuyas oficinas se ubicaban en el número 5 de la primera calle de Plateros.11 Clarke puso en contacto a Keener con Christian Amadeus Breme (o Boheme), quien a su vez le presentó a Sóstenes Juárez, “un evangélico mexicano”, como dejó registrado Keener.12 En páginas anteriores ha quedado asentado que Sóstenes estaba vinculado, al menos desde 1864, con la Sociedad de Amigos Cristianos (también llamada Sociedad Evangélica) que se reunía en San José el Real número 21, calle que actualmente lleva por nombre Isabel la Católica, en el Centro Histórico de la capital mexicana.



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Recién llegado John C. Keener predicó en la reorganizada Iglesia Anglo-Sajona de México, cuyo pastor electo era el reverendo William H. Cooper, y que se reunía en el “salón de San Juan de Letrán”.13 El salón citado era el del número 12, primera sede de la Iglesia de Jesús, que abrió cultos en ese lugar en los últimos días de marzo de 1870.14 También Keener encabezó un servicio unido de oración de los distintos grupos protestantes de habla inglesa que fue convocado para efectuarse el 2 de febrero en el “salón de la calle San José el Real, cerca de Cinco de Mayo”.15



El lugar al que acudió Keener era el mismo en que se reunió la Sociedad de Amigos Cristianos/Sociedad Evangélica de Sóstenes Juárez y que en octubre de 1869 mudó su domicilio al callejón de Betlemitas. El salón estaba en una planta alta de San José el Real 21. En la planta baja del domicilio hubo diversos giros comerciales, como la Librería e Imprenta J. F. Jens, que ocupaba los números 21 y 22 (entonces la numeración era continua en un mismo lado de la calle).16 Una década después de la presencia de Keener en el antiguo lugar donde ministró Sóstenes Juárez, continuaba en los bajos del edificio la Librería e Imprenta J. F. Jens.17 La edificación fue ocupada, al menos a partir de 1888, por el Hotel Colón.18



Una semana después de instalarse en la capital, Keener visitó el sábado 8 de febrero el “nuevo templo evangélico en la 1ª calle del Cinco de Mayo” (que corresponde hoy al tramo ubicado entre Isabel la Católica y Motolinía).19 El que la prensa llamó templo en realidad era un salón “bien ubicado, pero no en muy buen estado”. Keener reportaba que el grupo de doscientos congregantes lo encabezaba Agustín Palacios, y era “una rama, ahora independiente, de la Iglesia de Jesús”. Agregó que los ministros presbiterianos Maxwell Phillips y Merril N. Hutchinson apoyaban la obra de Palacios, y que “ninguno de los dos predicaba todavía en español”.20



El domingo 9 de febrero Keener asistió a un “servicio protestante en español, en la antigua Iglesia de San Francisco […] Había doscientos cincuenta presentes de la gente común”. Menciona que en la capilla visitada había predicado Manuel Aguas, “un sacerdote convertido de mucha elocuencia y espiritualidad”.21 Keener fue informado del impacto alcanzado por Aguas y de que el personaje había muerto en octubre del año anterior.



En su recorrido exploratorio John C. Keener pasó por la Iglesia de Jesús que se reunía en San José de Gracia. Predicaba “el hijo [adoptivo] de Manuel Aguas”, Primitivo Abel Rodríguez, quien al salir para Nueva York iba a ser suplido por Joaquín Agreda.22 Todavía estaba reciente entre quienes asistieron al Panteón Americano, para la inhumación de Manuel Aguas, el encomio que hizo Agreda de su pastor y maestro.



Después de mencionar grupos protestantes/evangélicos en distintos lugares del territorio mexicano, Keener se ocupa de Sóstenes Juárez, “uno de los primeros que predicó aquí el protestantismo”. Lo describe y elogia con amplitud:



Un hombre honesto, valiente, que, junto con muchos hombres y mujeres piadosos, ha soportado la pobreza y la persecución en el mantenimiento de la fe. La congregación lo llamó para ser su líder y pastor. Parece un indio de pura raza, de buenas facciones y mucha inteligencia. Ha publicado varios tratados excelentes contra el romanismo. A menudo se ha negado a recibir todo excepto comida para pagar un lugar en el cual mantener a una congregación de gente tan pobre como él. Lo visité en su habitación al anochecer y encontré allí a varios jóvenes estudiando. Sobre su manto había una placa con la inscripción: "Agustín Jáuregui, víctima del clero, 11 de abril de 1859". Se trataba de un amigo que había sido asesinado simplemente por ser protestante, le dispararon a sangre fría. Últimamente, por falta de fondos, este excelente hombre ha tenido que dejar de alquilar un lugar de reunión. Mi propósito es fortalecer sus manos.23





Cuando Keener conoció a Sóstenes Juárez, éste, al escuchar “el título de obispo me trató con frialdad, puesto que no era gran admirador de los obispos. Empero, poco a poco, nos fuimos conociendo y llegamos a ser muy buenos amigos. Algún tiempo después ingresó en nuestra Iglesia, de la cual fue un ministro fiel hasta el día de su muerte”.24 La reacción de Juárez mencionada por Keener es comprensible ya que Sóstenes era masón, convencido liberal que combatió tanto a conservadores como a las fuerzas invasoras francesas llegadas a México en 1862. Posteriormente también se opuso al imperio de Maximiliano, y por tal causa fue encarcelado. Alcanzó el grado de mayor en el ejército republicano juarista. Una versión aseguraba que era primo hermano de Benito Juárez.25 Ejerció la “profesión de maestro de escuela”.26



Durante 1871 y principios de 1873 Sóstenes Juárez se mantuvo ministrando en el callejón de Betlemitas, su domicilio estaba en “la calle Nueva o de la Independencia (hoy 16 de Septiembre). Era viudo y no tenía hijos”.27 Cuando Keener estableció contacto con él, Juárez fungía como bibliotecario de la Biblioteca del Cinco de Mayo, que patrocinaba la Sociedad Lancasteriana. La sede del organismo estuvo en una parte del ex convento de Betlemitas.28 Éste ocupaba un área actualmente delimitada por las calles Cinco de Mayo, Filomeno Mata, Tacuba y Bolívar, en el Centro Histórico de la capital mexicana.



Los logros del método lancasteriano de enseñanza fueron reconocidos de tal manera, que “veinte años después de su fundación, en 1842, el gobierno nacional entregó a la Compañía Lancasteriana la dirección de instrucción primaria de toda la República Mexicana”.29 El organismo tuvo la responsabilidad de enseñar las primeras letras y operaciones aritméticas a varias generaciones de estudiantes del país.30



Tras el triunfo de los liberales sobre el imperio de Maximiliano, Benito Juárez entró victorioso a la Ciudad de México, el 15 de julio de 1867, aquéllos se dieron a la tarea de construir instituciones que reflejasen sus anhelos de transformar radicalmente al país. Una de sus prioridades estuvo en el terreno educativo, y pocos meses después, el 2 de diciembre, fue promulgada “la Ley Orgánica de Instrucción Pública”.31 Al iniciar el gobierno el plan de tomar en sus manos los distintos niveles escolares, los planteles lancasterianos comenzaron a declinar.



Todavía en 1870 la ceremonia de premiación a los estudiantes de las escuelas lancasterianas en la Ciudad de México tuvo repercusión en la prensa. Ignacio Manuel Altamirano, él mismo integrante de la Sociedad Lancasteriana, reseñó lo que llamó “magnífico acto”, que se realizó en el Gran Teatro Nacional.32 Éste fue construido en terrenos que pertenecieron al convento y hospital de Betlemitas, y se colocó la primera piedra el “viernes 18 de febrero de 1842”. Presidió la ceremonia el “general Santa Anna [presidente de la República], quien se presentó en el solar donde había de erigirse el teatro, a las cuatro y media de la tarde, acompañado de sus ministros y un brillante séquito de militares, concurriendo también las autoridades civiles y el Honorable Ayuntamiento”.33



La Biblioteca Popular del Cinco de Mayo, localizada en “la iglesia” del ex convento, en el callejón de Betlemitas número 7 (como la ubicaba todavía en 1883 un plano comercial),34 y patrocinada por la Sociedad Lancasteriana, conformó su acervó con varias donaciones, entre ellas “cien cajones de libros” duplicados procedentes de la Biblioteca Nacional.35 La Biblioteca Popular fue inaugurada el 16 de septiembre de 1870 por el presidente Benito Juárez, “a las cuatro de la tarde”. Daba servicio en días hábiles, “hasta las diez de la noche. El local está alumbrado con gas hidrógeno”.36



Un editorial periodístico describía la Biblioteca Popular como “excelente establecimiento, […] un local amplio y gozando de buena luz, se presta de una manera satisfactoria a llenar su objeto. Vimos a varios ciudadanos ocupados en leer y aprovechando ya la proporción de instruirse que les suministra esta nueva biblioteca”.37



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En la también conocida como Biblioteca del Cinco de Mayo tenían lugar otras actividades además del fomento a la lectura. Un ciclo de conferencias muy concurrido fue el de Historia política de México, en el que se anunciaba Ignacio Ramírez tendría a su cargo el “período comprendido desde antes de la Conquista hasta 1810. El señor [Ignacio Manuel] Altamirano desde la guerra de Independencia hasta 1853, y de la guerra de la Intervención y presidencia del señor [Benito] Juárez. Al señor Guillermo Prieto le toca el período que comprende la revolución de Ayutla y la guerra de Reforma, desde 1853 hasta 1861”.38 En cuanto a número de personas que usaban sus instalaciones, la Biblioteca Popular recibió en mayo de 1873 a 6 mil 356 visitantes que consultaron su catálogo y libros.39



La Sociedad Lancasteriana quedó disuelta el 29 de marzo de 1890, por decreto del presidente Porfirio Díaz.40 La Biblioteca Popular fue cerrada y sus libros trasladados a la Biblioteca Nacional, que había sido inaugurada el 2 de abril de 1884 en la antigua Iglesia de San Agustín.41



La dirección de la institución que tan efectivamente proveyó acceso bibliográfico a un gran número de lectores estuvo en los primeros años, los de mayor esplendor, bajo la responsabilidad de Sóstenes Juárez. En junio de 1875 la Sociedad Lancasteriana le concedió una licencia de seis meses como director de su biblioteca, “con objeto de atender a su quebrantada salud”.42 A partir de entonces dedicó casi todos su tiempo a los trabajos de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur.



El obispo Keener no hablaba adecuadamente español y para comunicarse fue importante la ayuda de Sóstenes Juárez, quien dominaba el francés y posiblemente comprendía algo de inglés. John C. Keener muy pronto tuvo buenos resultados en su búsqueda de comprar una propiedad que fuera destinada a las actividades eclesiásticas metodistas del sur.



A decir de Keener “con la ayuda de los hermanos Boehn [otros consignan el apellido como Breme o Boheme] y Juárez conseguí comprar la capilla de la antigua orden de los Capuchinos, situada en la calle de San Andrés”.43 La propiedad adquirida era parte de lo que dejó la apertura de la calle que actualmente es Xicoténcatl. En el acto de estreno de la nueva vía Juan A. Mateos celebraba, en febrero de 1872, que hubiese tenido lugar “la ceremonia patriótica que inauguró la apertura de la calle donde se levantaba la iglesia de San Andrés”.44 La capilla era parte de un gran conjunto que incluía el Hospital de San Andrés, sobre la calle del mismo nombre (hoy Tacuba) y frente al majestuoso Palacio de Minería. El conjunto aludido “se ubicaba en el ángulo noreste de la capital […] tenía como límites: las calles de San Andrés (Tacuba), tercera del Factor (Allende), Puerta Falsa de San Andrés (Donceles) y Puente de la Mariscala (Aquiles Serdán)”.45



La negociación que hizo posible adquirir la capilla de San Andrés, quedó concluida el 26 de febrero de 1873. Así lo informaba Keener a quienes lo enviaron a México:



Pagué en efectivo y firmé los documentos para comprar la capilla [de San Andrés], con lo que ésta se constituye en el primer baluarte de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur en el corazón de México. Esta es la primera propiedad asegurada por el metodismo en la ciudad de los Moctezumas. Tiene toda la apariencia de un Gibraltar cubierto de ceniza; acanterado y gótico que puede convertirse en un santuario para los tiempos de prueba […] Está situado en una esquina en la sección soleada de la calle […] Su costo real es lo doble de lo que pagué por la capilla y el lote adyacente juntos […] El terreno tiene paredes por los cuatro lados. Tan altos como la capilla, de modo que con una inversión mínima se techa, se pone piso y se anexa al santuario. La superficie total es de 55 por 66 varas [46 por 55 metros]. Desde que fue confiscada la propiedad ha estado a prueba. Su belleza se opacó un tanto, aunque conserva el mérito arquitectónico […] Ahora tendrá que repararse, se pintarán las paredes, se le pondrá piso nuevo, se arreglará el altar y se pondrá un púlpito adecuado. Todo de acuerdo con la fe de quienes vengan allí a adorar y a escuchar. Ahora sólo se necesita un predicador.46





Es relevante mencionar algunos datos del conjunto de San Andrés, antes de que la iglesia fuese adquirida por el obispo Keener. El templo de San Andrés fue “en su origen la iglesia del colegio y noviciado de Santa Ana, edificios levantados por los jesuitas (1626 a 1642), a expensas de D. Melchor Cuéllar”.47 Las edificaciones tuvieron una corta vida, debido a su deterioro los jesuitas las abandonaron y así permanecieron hasta 1676. Entonces fueron refundadas “por el capitán Andrés de Tapia, volvieron a abrirse templo y colegio pero con la advocación de San Andrés”.48



Tras la expulsión de los jesuitas en 1767 las instalaciones quedaron en desuso. Fue necesario reabrir el colegio debido a que en el otoño de 1779 se diseminó en la ciudad “la desoladora peste de viruelas que tan lamentables estragos causó en la sociedad […] y que hizo perecer solamente dentro de la capital, en los dos meses de su mayor fuerza, cerca de nueve mil personas”.49 Debido a esto el arzobispo Alonso Núñez de Haro y Peralta pidió al virrey Martín de Mayorga se destinara el Colegio de San Andrés para que sirviera de hospital. La petición fue concedida y se habilitaron más de cuatrocientas camas “para atender a los enfermos pobres”.50 También la capilla fue reactivada. El nuevo hospital quedó bajo el dominio del arzobispado de México, hasta que las leyes de Reforma lo secularizaron.



La capilla del Hospital de San Andrés recibió el cuerpo de Maximiliano de Habsburgo para ser embalsamado por segunda vez. La trágica aventura del emperador de México terminó el 19 de junio de 1867, cuando cayó fusilado en el Cerro de las Campanas, Querétaro. El primer embalsamamiento resultó fallido por mal realizado. El cuerpo fue trasladado a la Ciudad de México, y colocado en la Iglesia de San Andrés. Aquí “se desnudó completamente el cadáver, se ató en posición vertical a una escalerilla, y ésta se colgó de la cadena que pendía de la linternilla, y hasta que escurrió todo el bálsamo que se había inyectado en Querétaro, se practicó el segundo embalsamamiento”, le refirió un testigo al sacerdote identificado con la causa juarista Agustín Rivera y Sanromán.51



El presidente Juárez fue notificado “un día de la segunda mitad de octubre” que los médicos habían concluido con el embalsamamiento. De noche, “a las doce en punto se paró un coche a la puerta del templo de San Andrés, y el jefe de la tropa abrió inmediatamente la puerta. Entraron únicamente Juárez y su ministro Sebastián Lerdo de Tejada”. Ambos observaron “tendido el cadáver de Maximiliano, completamente desnudo y rodeado de gruesas hachas encendidas, y se pararon junto al cuerpo. Juárez se puso las manos por detrás, y por algunos instantes estuvo mirando el cadáver sin hablar palabra y sin que se le notara dolor ni gozo; su rostro parecía de piedra”.52



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Después de que los restos de Maximiliano fueron entregados a representantes de la Casa Imperial de Austria, comenzaron a reunirse en San Andrés “las personas adictas al Imperio” y el 19 de junio de 1868, al cumplirse el primer aniversario del fusilamiento de Maximiliano junto con dos generales que defendieron la intentona imperial (Miguel Miramón y Tomás Mejía), el sacerdote jesuita Mario Cavalieri presidió las honras fúnebres. Además predicó un sermón en el cual “se excedió, no en elogios a los difuntos, sino en acriminaciones al partido republicano y al gobierno” de Juárez.53



Para terminar de tajo con las peregrinaciones conservadoras a San Andrés, el presidente Benito Juárez encargó al gobernador Juan José Baz la pronta demolición del sitio. La noche del 28 de agosto, Baz, “con multitud de albañiles armados de barretas, cinceles, mazos y martillos, y sus sobrestantes correspondientes” iniciaron la demolición de la capilla.54 Antes del amanecer lograron importantes avances en la tarea, porque “siendo los trabajadores muchos, el trabajo era poco para cada uno, y en pocas horas quedó la cúpula totalmente desprendida del anillo que la sustentaba, apoyada sobre las cuñas, que desde antes habían sido empapadas en aguarrás, entonces fue el untarlas de nuevo con este líquido y ponerles fuego. Todas ardieron a un tiempo, y a un tiempo cedieron todas, desplomándose con gran estrépito, y estremeciendo el suelo aquella pesada mole apenas despuntando el día”.55



A la destrucción de la capilla de San Andrés le siguió el proyecto de abrir una calle que continuaría el callejón de Betlemitas. La nueva vía fue inaugurada el 13 de febrero de 1872, con el nombre, “como una memoria del Sr. [Tiburcio] Montiel, actual gobernador del Distrito”.56 Montiel nació en Oaxaca “en 1830, allá vuelto abogado; emprendedor en la carrera de las armas, participando en la guerra de Reforma y contra la invasión francesa. Gobernador desde este día [2 de octubre de 1871] y hasta 1873, […] graduado coronel de brigada en 1876, y fallecido en 1885”.57



En febrero de 1873 la calle fue renombrada como Xicoténcatl (que hasta hoy mantiene) como homenaje a “Felipe Santiago Xicoténcatl, teniente del batallón de San Blas que defendió Chapultepec y falleció en la falda de dicho cerro protegiendo la bandera mexicana en el ataque norteamericano”.58 En uno de los costados seguía semi derruida la capilla de San Andrés, la que fue adquirida por el obispo Keener.



San Andrés sirvió como lugar de reuniones tanto para la misión de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur, la de Keener y Sóstenes Juárez, como de la Iglesia Metodista Episcopal, la de los obispos Gilbert Haven y William Butler, hasta que esta última tuvo su propio lugar, a partir del 25 de diciembre de 1873, para la realización de sus servicios en Gante número 5.



Tras un rápido acondicionamiento en la capilla de San Andrés iniciaron cultos metodistas el 30 de marzo de 1873. En el acto participaron líderes y feligresía de las dos denominaciones, las que después tendrían en el lugar servicios dominicales matutinos para los de la IMES, y vespertinos para los de la IME.59



Keener salió de la capital hacia Veracruz, desde donde zarpó el 4 de marzo en un barco de vapor inglés con destino a la Habana, para desde allí viajar a Estados Unidos.60 Quiso resumir el aprendizaje que tuvo del origen y desarrollo del cristianismo evangélico durante el poco más de un mes que permaneció en el país, lo sintetizó en tres puntos: 1) Había cuarenta o cincuenta congregaciones en las que se leía la Biblia. 2) Lo anterior era resultado de los propios mexicanos, y no obra de sociedades misioneras de fuera, aunque en los últimos tres años algunas de las iglesias habían sido apoyadas por la Foreign Christian Union. 3) El crecimiento de la libertad religiosa en México era algo para destacar, el principio libertario se mantenía pese a los cambios políticos y periodos de violencia.61



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Así como plasmó al llegar una primera impresión de la Ciudad de México, nuevamente se refirió a la urbe al salir de ella:” Me hallo a mí mismo, al abandonar esta tierra y gente, con ideas inmensamente corregidas y diferentes de aquellas con las que llegué”. Al adentrarse en el país imaginaba que “la gente sería ruda, pendenciera, mitad negra, turbulenta, incapaz de desarrollarse excepto lo más rudimentario a menos que fuera ayudada por medio de un proceso cristiano, y que el territorio estaría envuelto en incesantes revoluciones”.62 Estimó que “en cuanto a la gente, 7 de cada diez personas tienen sangre indígena, uno de cada diez son de pura sangre española y no encontré un solo mulato o negro en la capital a no ser dos sirvientes importados por el cónsul americano, ni tampoco en el camino, excepto unos pocos en el puerto de Veracruz”. Sobre la capital observaba que “en cuanto a capacidad y civilización, las cuales en muchos aspectos son altamente valoradas, esta gente puede sobrepasar a Boston en música, a Filadelfia en librerías y a Nueva York en bellas artes. Me duelo decirlo, pero es la verdad”.63





 



1 Randall Balmer, pp. 375-376; Daniel G. Reid, Robert D. Linder (editores), Dictionary of Christianity in America, p. 733.



2 Charles B. Galloway, Bishop John Christian Keener, 1906, pp. 7 y 9.



3 El Evangelista Mexicano, 1/VII/1897, p. 1.



4 Idem.



5 Idem.



6 John C. Keener, “Mexico!”, The New Orleans Christian Advocate, 23/I/1873, p. 4.



7 John C. Keener, “Mexico. The Sea Trip-Veracruz”, The New Orleans Christian Advocate, 20/II/1873, p. 4.



8 John C. Keener, “Mexico. The Sea Trip-Veracruz”, The New Orleans Christian Advocate, 20/II/1873, p. 4.



9 El Evangelista Mexicano, 1/VII/1897, p. 2. El Hotel Iturbide “hospedó a los artistas más célebres que visitaron la capital de la República”, Manuel Mañón, Historia del viejo gran Teatro Nacional de México, tomo 2, p. 364.



10 John. C. Keener, “Mexico. The City of Mexico”, The New Orleans Christian Advocate, 20/III/1873, p. 4.



11 The Two Republics, 4/I/1873, p. 1.



12 El Evangelista Mexicano, 1/VII/1897, p. 2.



13 The Two Republics, 1/II/1873, p. 3.



14 La Estrella de Belén, 8/IV/1870, p. 6.



15 The Two Republics, 1/II/1873, p. 3.



16 La Iberia, 1/I/1875, p. 3.



17 http://www.davidrumsey.com/luna/servlet/detail/RUMSEY~8~1~3380~330033:Plano-del-perimetro-central,-direct#



18 El Diario del Hogar, 13/I/1888, p. 3.



19 El Monitor Republicano, 22/X/1872, p. 3, Arcadio Morales, “Memorias”, El Faro, 15/VI/1947, reproducidas en Alberto Rosales Pérez, opcit., p. 36.



20 Idem.



21 Idem.



22 Idem.



23 Idem.



24 John C. Keener, “México”, El Evangelista Mexicano Ilustrado, 1/VII/1897, p. 2.



25 Carlos Suárez Ruiz (coordinador), Libro histórico de la Iglesia Metodista “El Mesías”, conmemoración del centenario de su templo actual, p. 19.



26 La Sociedad, 7/VI/1865, p. 3.



27 Carlos Suárez Ruiz, opcit., p. 19. Actualmente la calle Independencia, al cruzar el Eje Central, es la continuación de 16 de Septiembre, pero en el tiempo que comenzó la relación entre Keener y Sóstenes Juárez la segunda se llamaba Independencia.



28 Anne Staples, op. cit., p. 240; Águila Mexicana, 19/VIII/1825, p. 2.



29 Dorothy T. Estrada, opcit., p. 50.



30 María Isabel Vega Muytoy, “La cartilla lancasteriana”, pp. 166-167.



31 Josefina Zoraida Vázquez, “La República Restaurada y la educación, un intento de victoria definitiva”, p. 95.



32 El Siglo XIX, 30/I/1870, p. 1.



33 Manuel Mañón, Historia del viejo Teatro Nacional, 1841-1901, tomo 1, p. 20; Clementina Díaz y de Ovando, “El Gran Teatro Nacional baja el telón (1901)”, p. 9.



34 Idem.; Julio Popper Perry, op. cit.



35 El Ferrocarril, 13/IX/1870, p. 3.



36 La Voz de México, 8/X/1870, p. 3; El Ferrocarril, 1/XI/1870, p. 3.



37 El Ferrocarril, 1/XI/1870, p. 1.



38 La Iberia, 1/III/1871, p. 3.



39 El Siglo XIX, 20/VI/1873, p. 3.



40 http://biblioweb.tic.unam.mx/diccionario/htm/articulos/sec_4.1.htm



41 Antonio García Cubas, sexta edición, opcit., p. 143.



42 El Siglo Diez y Nueve, 8/VII/1875, p. 3.



43 John. C. Keener, El Evangelista Mexicano Ilustrado, 1/VII/1897, p. 2.



44 El Monitor Republicano, 15/II/1872, p. 1.



45 Felipe Villela Díaz, opcit., p. 115.



46 John C. Keener, “Mexico. Our Church-Building”, The New Orleans Christian Advocate, 27/III/1873, p. 4. El terreno medía 46 por 55 metros, la capilla “sólo ocupaba 17.7 por 18.3 metros (324 metros cuadrados)”, Felipe Villela Díaz, “Los templos de la Congregación El Mesías, 1873-2001”, p. 115.



47 Antonio García Cubas, El libro de mis recuerdos, Imprenta de Arturo García Cubas, México, 1904, p. 115.



48 Idem.



49 Manuel Rivera Cambas, México pintoresco, artístico y monumental, tomo primero, Imprenta de la Reforma, México, 1880, p. 424.



50 Idem,



51 La fuente consigna que el autor es anónimo, sin embargo, por datos aportados a lo largo del artículo es factible concluir que lo escribió Agustín Rivera y Sanromán (24 de febrero de 1824-6 de julio de 1916), “La visita secreta de Juárez al Hospital de San Andrés”, p. 17.



52 Ibid., pp. 17-18.



53 José María Marroqui, La Ciudad de México, tomo primero, p. 367.



54 Ibid., p. 369



5 Idem.



56 El Monitor Republicano, 15/II/1873, p. 1.



57 Salvador Novo, Un año hace ciento. La Ciudad de México en 1873, p. 8.



58 Verónica Zárate Toscano, “La patria en las paredes o los nombres de las calles en la conformación de la memoria de la ciudad de México en el siglo XIX”, p. 10.



59 Carlos Suárez Ruiz, opcit., p. 21.



60 “Mexico. Our Church-Building”, The New Orleans Christian Advocate, 27/III/1873, p. 4



61 Idem.



62 The Two Republics, 24/V/1873, p. 1.



63 Idem.


 

 


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