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Todos a la mesa

¿Qué tenía Jesús que atraía a los marginados y a los señalados de su tiempo? ¿Qué nos falta de Jesús en nuestras Iglesias hoy? 

EL PEREGRINO AUTOR 1030/Marcos_Cespedes 16 DE DICIEMBRE DE 2023 21:32 h
Foto: Unsplash, CC0.

María es una estudiante de periodismo en la Universidad de Sevilla, se autoproclama lesbiana y marxista. Manuel un adicto a la pornografía que reconoce que lo ha intentado todo para liberarse de está prisión, pero nada de lo que ha probado le ha funcionado. Samy es un joven senegalés que vive de vender objetos robados en el mercadillo de la ciudad.



El último en añadirse a está pandilla variopinta es Leví, un joven de ojos pardos, cabello ondulado y nariz pronunciada, que a pesar de ser un superdotado con los números, le cuesta hacer amigos porque sufre de un profundo sentimiento de rechazo, fruto de su pasado.



Pero a todos les une una amistad, que desearían fuera muy especial. En su ser interno cada uno de ellos ha deseado poder sellar su relación con una premisa que parece idílica, muy peculiar, quisieran poder siempre ser sinceros al estar juntos, anhelan aprender a no esconder quienes son, y sobre todo, poder ser capaces de abrirse en canal sin temor a ser juzgados. Les parece un sueño deseable conseguirlo en las relaciones unos con otros, pero el temor al rechazo, y a no ser comprendidos, les detiene de intentarlo.



Un encuentro sorprendente había trastocado la vida de este experto en números y ahora deseaba que sus amigos conocieran quien era el causante de aquel cambio tan radical.



Corría el verano en el acogedor patio de la casa de Leví, estaba todo listo, sus amigos habían llegado puntuales como siempre, hoy con más razón que nunca, querían conocer la causa por la cual su amigo había expresado que, todo su dolor y vergüenza habían sido quitados al conocer a este misterioso hombre. Todos murmuraban como en velatorio, cuando de repente llamaron a la puerta. Era Jesús con un grupo de amigos, algunos de ellos desaliñados.



Jesús trasmitía una rara combinación entre respeto y cercanía.



Más tarde, estando Jesús sentado a la mesa en casa de Leví, muchos recaudadores de impuestos y gente de mala reputación se sentaron también con él y sus discípulos, porque eran muchos los que seguían a Jesús.” Mr. 2:15-17



Al imaginarme está escena me surgen algunas preguntas que, propongo que meditemos en ellas.



¿Qué tenía Jesús que atraía a los marginados y a los señalados de su tiempo? ¿Qué nos falta de Jesús en nuestras Iglesias hoy? ¿Por qué nuestras Iglesias parecen más un museo para santos que un hospital para pecadores?



Hace poco escuché a un predicador muy conocido en las redes sociales decir que estaba mal, que las personas que aún no conocen a Jesús se sintieran bien en nuestras iglesias; que deberían sentirse mal porque aún no conocían a Dios. Pero lo que veo en esta historia es un Jesús que, atraía a todas aquellas vidas que se reconocían rotas. Es probable que no todos los que se sentaran con él a la mesa, tomaron la decisión en el mismo instante de confiar en él, pero de lo que, si estoy seguro, es que todos eran bienvenidos a sentarse a su lado.



Os invito a que nos adentremos en estás preguntas que os he propuesto con el único propósito de conocer más de aquel que por su ejemplo nos desafía a formar parte de su mesa. 



 



¿Qué tenía Jesús que atraía a los marginados, los señalados de su tiempo?



En el Israel del primer siglo primaban las castas; la sociedad se encontraba bien escalonada. Un ejemplo que nos puede ilustrar está realidad era el culto en el templo. Los sacerdotes y levitas eran quienes ministraban en el interior del edificio, ellos eran una casta privilegiada, gozaban de prestigio, poder y autoridad sobre las masas; luego se encontraban los maestros de la ley, compuestos por varios partidos político-religiosos como los fariseos, quienes daban gracias a Dios cada mañana por no haber nacido esclavos, gentiles o mujeres; luego encontramos a los saduceos, quienes negaban la resurrección de entre los muertos, en cuarto lugar los esenios, un grupo que practicaban la vida monástica y que contaban con una serie de normas que reforzaban su particularidad, como que, en su comunidad no podía ver “ningún loco, tonto, necio, ciego, tullido, cojo, sordo, menor de edad y nunca mujeres”.



Todos ellos eran bienvenidos a participar de los rituales de purificación y adoración a los atrios del templo. 



Por último, encontramos aquellos que no podían acercarse al templo, tenidos por escoria social, agrupados y bien etiquetados por la sociedad, en este grupo se encontraban  en primer lugar los publicanos, quienes eran sinónimo de ladrones, bandidos o condenados; a está lista añadimos los pecadores, más de lo mismo; junto a las mujeres que estaban menstruando, las que vendían sus cuerpos, los que tocaran un cadáver, los que padecían alguna discapacidad y por último, los cobradores de impuestos, un grupo odiado por todos, pues eran judíos que trabajaban para el imperio que les oprimía, así que, eran considerados traidores y corruptos, la mayoría de ellos solían cobrar más de lo que les requería Roma, con el único deseo de enriquecerse a costa de su propia gente.



“Mientras tanto, Zaqueo se puso de pie delante del Señor y dijo:



—Señor, daré la mitad de mi riqueza a los pobres y, si estafé a alguien con sus impuestos, le devolveré cuatro veces más.” Lc. 19:8



Jesús se sentó a la mesa con todos, y con sus palabras y hechos derribo el sistema de castas que prevalecía; en su mesa encontramos fariseos, terroristas, prostitutas, ladrones y la lista es interminable. Pero ¿qué le hacía tan atractivo?



Considero que les ofrecía la oportunidad de comenzar de nuevo, les trataba con respeto y dignidad, sin importar su historia, nos les rechazaba por su condición y mucho menos los señalaba por sus pecados. Los amigos de Leví habían quedado capturados con sus palabras de aceptación, sentían que podían ser sinceros con él, sin esconderle quiénes eran, a la vez que percibían que podrían abrirse en canal ante él, sin temor a Jesús.



Sus palabras sonaban a una canción que nunca habían escuchado, la letra hablaba de una buena noticia que, penetraba a lo más hondo de sus almas, se abría camino por los sentimientos de rechazo, abandono y soledad, por las heridas y dolores en sus cuerpos, se adentraba con fuerza hasta sus corazones. Ellos supieron que en la mesa todos sin excepción, eran bienvenidos. Y que Jesús hacía en ellos el sueño realidad, de abrirse a los demás, superando el temor.



El Dios distante se hace cercano, se hace marginado, para atraerlos a todos a él.



 



 ¿Qué nos falta de Jesús en nuestras Iglesias hoy? ¿Por qué nuestras Iglesias parecen más un museo para santos que un hospital para pecadores?



Crecí rodeado de pobreza; en los años noventa en Cuba vivimos la mayor crisis humanitaria que se recuerde en la isla. Muchas personas se quitaron la vida porque no tenían como alimentar a sus hijos, otros optaron por intentar llegar a los USA en embarcaciones que parecían más tablas flotantes que botes salvavidas.



Por esa razón me siento identificado con los pobres y marginados, conozco el dolor que produce la vergüenza y el rechazo. Ese dolor en ocasiones se acentúa en nuestras comunidades de fe, cuando miramos con desprecio o superioridad moral a los “pecadores reincidentes”, a los “que recaen constantemente” o a los que se resisten en aceptar nuestras palabras y persisten en vivir de espaldas a Dios.



Jesús chocaba con esta clase de conducta; él expresó desde la mesa del joven Leví que, él no vino a buscar a los “sanos”, sino a los que se reconocían enfermos del alma. A Dios le desagrada el postureo, las apariencias, el mostrar una imagen de quienes realmente no somos.



Mi pequeño hijo de nueve años en una ocasión me dijo:



¿Papá sabes cual es la mayor mentira que solemos decir?: “Todo está bien”



Nuestras Iglesias deben de mostrar con sinceridad sus imperfecciones, abrazar al pecador sin comulgar con su pecado, ser comunidades abiertas en donde los de afuera puedan entrar sin temor a ser señalados o juzgados. Comunidades dispensadoras de Gracia en donde el amor, el perdón y la tolerancia al diferente, constituyan su sello de identidad.



Sé que imitar a Jesús es algo arriesgado, a veces pondrá patas arriba nuestras estructuras, denominaciones o liturgias, incluyendo nuestras vidas. El Jesús integrador aterra ahora más que nunca, su manera de abordar al diferente nos desconcierta, sus palabras contra la apariencia y nuestra moralidad nos aterra.



Apuesto por una Iglesia atractiva, una parroquia para nuestros vecinos, un lugar seguro para todos los que buscan respuestas y aún para los que nos rechazan, un hogar para los que se encuentran perdidos o buscan comprender. El reto que Jesús nos ha dejado es que, todos los de adentro y los de afuera puedan ver en la Iglesia las marcas de su maestro.



«Luego Jesús se dirigió al anfitrión: «Cuando ofrezcas un almuerzo o des un banquete —le dijo—, no invites a tus amigos, hermanos, parientes y vecinos ricos. Pues ellos también te invitarán a ti, y esa será tú única recompensa. Al contrario, invita al pobre, al lisiado, al cojo y al ciego. Luego, en la resurrección de los justos, Dios te recompensará por invitar a los que no podían devolverte el favor».» Lucas 14:12-14 NTV



Este tema es importante en el corazón de nuestro Dios, por lo que te invito a que hagas una pausa en este instante y cierres tus ojos, respira hondo y exhala lentamente, ahora pregunta a Dios, ¿Señor a quién estoy excluyendo de tú mesa?, si Dios pone un nombre en tú corazón, ora por él o por ella.



Recuerda que todos estamos invitados a la mesa, a comer con Jesús.


 

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