Problemas en la posada, una narración de Navidad

Por aquellos días, Augusto César decretó que se levantara un censo en todo el Imperio romano. Este primer censo se efectuó cuando Cirenio gobernaba en Siria. Así que iban todos a inscribirse, cada cual a su propio pueblo. También José, que era descendiente del rey David, subió de Nazaret, ciudad de Galilea, a Judea. Fue a Belén, la Ciudad de David, para inscribirse junto con María, que estaba comprometida para casarse con él. Ella se encontraba embarazada y mientras estaban allí se le cumplió el tiempo. Así que dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada.

Lucas 2:1-7

Cada año, en esta temporada, comparto reflexiones de Adviento y Navidad. Casi todas ellas han sido incluidas en mi libro La eternidad en un pesebre. Escritos de Navidad, cuya segunda edición está circulando gracias a la generosidad de queridos amigos, entre ellos los diseñadores Juan Rangel y Juan Carlos Alarcón. En un capítulo del volumen hago sugerencias de lectura de novelas y cuentos acerca de la época. Incluyo solamente referencias bibliográficas, con la esperanza de que posibles interesado(a)s consigan el escrito mencionado. Una de las piezas literarias recomendadas es la breve narración de Dina Donohue, Trouble at the Inn (Problemas en la posada), que aquí ofrezco con traducción de mi autoría. Quienes lean lo narrado podrían entonar después del final el himno Tú dejaste tu trono y corona por mí.

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Desde hace muchos años, cada vez que se habla de las obras de Navidad en una pequeña ciudad en el Medio Oeste, alguien seguramente mencionará el nombre de Wallace Purling. La actuación de Wally en una producción anual de la obra de Navidad se ha deslizado en el reino de la leyenda. Pero quienes hoy son mayores y estaban en la audiencia esa noche nunca se cansan de recordar exactamente lo que sucedió.

Wally tenía entonces nueve años y cursaba el segundo grado, aunque debería haber estado en el cuarto. La mayoría de la gente en la ciudad sabía que tenía dificultades para mantenerse al día. Era grande y torpe, lento en movimiento y mente. Aún así, Wally era muy querido por los otros niños de su clase, todos los cuales eran más pequeños que él, aunque los chicos tenían problemas para ocultar su irritación cuando Wally pedía jugar a la pelota con ellos, o cualquier juego, para el caso, en el que ganar era importante.

Muy a menudo encontrarían una manera de mantenerlo fuera, pero Wally se quedaría de todos modos, no malhumorado, solamente esperando. Siempre fue un niño servicial, dispuesto y sonriente, y el protector natural de los desvalidos. A veces, si los niños mayores ahuyentaban a los más pequeños, era Wally quien decía, “¿Pueden quedarse? No son molestos”.

A Wally le gustaba la idea de ser un pastor con una flauta en la representación de Navidad de ese año, pero la directora de la obra, Miss Lumbard, le asignó un papel más importante. Después de todo, razonó ella, el dueño de la posada no tenía demasiadas líneas y el tamaño de Wally haría que su negativa a José para alojarse fuera más contundente.

Y así sucedió que la habitual gran audiencia partidista se reunió para la extravagancia anual de barbas, coronas, halos y todo un escenario lleno de voces chirriantes. Nadie en el escenario o fuera estaba más atrapado en la magia de la noche que Wallace Purling. Más tarde dijeron que se paró entre bastidores y observó la actuación con tanta fascinación que de vez en cuando la señorita Lumbard tenía que asegurarse de que no vagara por el escenario antes de su señal.

Entonces llegó el momento en que José apareció, lentamente, con ternura guiando a María hacia la puerta de la posada. José llamó con fuerza a la puerta de madera puesta en el fondo pintado. Wally el posadero estaba allí, esperando.

“¿Qué quieren?”, dijo Wally, abriendo la puerta con un gesto brusco.

“Buscamos alojamiento”.

“Búsquenlo en otro lugar”. Wally miró hacia adelante, pero habló vigorosamente.

“La posada está llena”.

“Señor, hemos preguntado por todas partes en vano. Hemos viajado lejos y estamos muy cansados”.

“No hay espacio en esta posada para ustedes”.Wally se veía muy severo.

“Por favor, buen posadero, esta es mi esposa, María. Está embarazada y necesita un lugar para descansar. Seguramente debes tener un pequeño rincón para ella. Está tan cansada”.

Ahora, por primera vez, el posadero relajó su postura quieta y miró a María. Con eso hubo una larga pausa, el tiempo suficiente para hacer que la audiencia estuviera un poco tensa de vergüenza.

“¡No! ¡Vete!” el apuntador susurró desde los bastidores. “¡No!” Wally repitió automáticamente. “¡Vete!”

José tristemente colocó su brazo alrededor de María y María puso su cabeza sobre el hombro de su cría y los dos comenzaron a alejarse. Sin embargo, el posadero no regresó dentro de su posada. Wally se quedó allí en la puerta, mirando a la pareja triste. Su boca estaba abierta, su frente arrugada por la preocupación, sus ojos llenándose inequívocamente de lágrimas.

Y de repente la representación de Navidad se volvió diferente de todas las demás.

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“No te vayas, José”, Wally exclamó. “Trae a María acá”. Y la cara de Wallace Purling se convirtió en una sonrisa brillante. “Pueden quedarse en mi habitación”.

Algunas personas en la ciudad pensaron que la obra había sido arruinada. Sin embargo, hubo otros —muchos, muchos otros— que la consideraron como la más navideña de todas las pastorelas de Navidad que habían visto.