Cuando se practica una sincera espiritualidad de ojos abiertos, se ven cosas para las que antes estábamos ciegos.
Mr. 6:33-44 – “… Jesús vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos, porque estaban como ovejas sin pastor, y comenzó a enseñarles muchas cosas…”
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Jesús había estado enseñando a grandes multitudes. Pero el tiempo había pasado y era tarde. Los discípulos, desde su lógica particular, observando que el lugar era despoblado y se hacía la hora de comer, pidieron a Jesús que despidiera a la gente para que comprase sus propios alimentos. La multitud pobre, ignorante y molesta no puede recibir nada, más allá del “sermón” del Maestro. Además, la mayoría eran personas pobres y con necesidad, por eso, ante el problema del hambre los discípulos aconsejan al Maestro que abandone a la gente para que se busque la vida.
Algunos de los temas que más se repiten en los evangelios son las curaciones de enfermos y las comidas de Jesús con toda clase de personas. Estar sanos y poder comer, son dos de las necesidades humanas más básicas y esenciales. Importa caer en la cuenta de que la tarea de Jesús no fue nunca la de “convertir las almas” a machaca martillo, sino la de preocuparse por las personas en todas sus dimensiones. La religión puede separar limpiamente lo material de lo espiritual, Jesús no, él no se presta a esas distinciones maniqueas que poseen mucho de hipócritas y muy poco de misericordia compasiva.
Jesús propone: “¡¡Dadles vosotros de comer!!” Los discípulos responden: ¿Cómo? Para alimentar a una multitud así habría que comprar una cantidad inmensa de pan y sería necesario mucho dinero que no poseemos “¿Cuántos panes tenéis? Cinco panes y dos peces”. Antes de renunciar a lo imposible es preciso conocer los recursos, la disponibilidad, lo que puede ser ofrecido al Señor para que el milagro acontezca.
¿Cuántos panes y peces podemos ofrecer a los hambrientos? Lo más fácil es pedir que se vayan, que sobrevivan como puedan, pero que se escondan, que desaparezcan y se hagan los invisibles porque molestan, distorsionan el paisaje de normalidad y tranquilidad que anhelamos contemplar ante nuestros ojos. Sin embargo, la mirada de Jesús es distinta. Él no se quita de encima a los necesitados como si fueran una pandemia, todo lo contrario, moviliza a sus discípulos para que aprendan a mirar a la multitud como él la ve y a sentirla como él la siente, sin desviar la mirada: “Jesús vio una gran multitud y tuvo compasión de ellos porque estaban como ovejas sin pastor…”.
1 Jn. 3:17 – “El que tiene bienes de este mundo y VE a su hermano padecer necesidad y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?”
Cuando se practica una sincera espiritualidad de ojos abiertos, se ven cosas para las que antes estábamos ciegos. El apóstol Juan, que fue testigo y protagonista junto con los demás discípulos del episodio que narra el pasaje de la multiplicación de los panes, escribe muchos años después su carta desde una perspectiva completamente diferente, habiendo aprendido del propio Jesús los criterios de credibilidad del amor y la misericordia. El texto tiene una contundencia brutal, porque no se trata de “ver” la necesidad del prójimo y “darle algo”. Nada de eso. De lo que se trata es de “ver y abrir el corazón”. Dar, en sí mismo, solo implica una acción que puede estar desprovista de todo vínculo fraterno. Se puede dar algo por muchos motivos y no siempre limpios: Podemos dar para quitarnos un problema de encima, o porque no queremos más compromisos, o por hacernos los cristianos sin que, en el fondo, este acto signifique absolutamente nada.
“Abrir el corazón”, en cambio, implica dejarse tocar en lo más profundo por la necesidad del prójimo; significa permitir que el amor, la misericordia y la compasión tengan la última la palabra para modificar nuestro modo de ver, de sentir y de actuar frente a la realidad que tenemos delante. Pero esto es algo que no se razona, ni se fabrica, ni se comprende, es una experiencia espiritual que nos coloca, a nivel personal y comunitario, en estado de misión frente a un mundo marcado por la injusticia, el sufrimiento, la necesidad y el hambre. Soli Deo Gloria.
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