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Origen y singularidad de la Luna

El origen lunar presenta todavía numerosos interrogantes ya que se trata de un cuerpo celeste sumamente atípico.

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 01 DE JULIO DE 2023 18:00 h
En la Luna existen más de 1 600 cráteres de impacto a los que se les ha puesto nombre propio. Imagen de alta resolución del mayor de ellos, llamado Oriental y que tiene un diámetro de 930 km (NASA).

Uno de los muchos misterios que nos continúa planteando la Luna es el de su origen. ¿Cómo llegó a formarse el único satélite natural de la Tierra, que es responsable entre otras cosas de las mareas y de la inclinación del eje terrestre, algo que hace posible las estaciones? Desde una perspectiva no científica, la Biblia afirma sencillamente que Dios hizo “la lumbrera menor para que señorease en la noche” (Gn. 1:16) y la puso en la expansión de los cielos. No se explica detalladamente cómo realizó tan magna labor porque esa no es la misión de la Escritura. Los científicos, en cambio, se han venido esforzando a lo largo de la historia por intentar comprender cómo se podría haber formado nuestro satélite. La Biblia no tiene por qué entrar necesariamente en contradicción con la astronomía porque ésta procura dar razón del “cómo” sucedieron las cosas, mientras que aquella responde al “por qué” ocurrieron. 



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El ser humano ha imaginado por lo menos cinco teorías para explicar el origen de la Luna. La primera afirma que se trata de un pedazo desprendido de la propia Tierra y se conoce como el “modelo de fisión”. Este modelo supone que la Tierra, al principio de su formación, giraba muy rápidamente sobre sí misma y el día duraba tan sólo unas cuatro horas. Semejante velocidad de rotación habría provocado que un enorme trozo del planeta se desprendiera y diera lugar no sólo a la Luna sino también al planeta Marte. El principal problema de este modelo de fisión es que no puede explicar convenientemente las peculiares características de la actual órbita de la Luna.



El segundo modelo es el del “nacimiento conjunto” según el cual la Tierra y la Luna aparecieron a la vez como dos cuerpos separados. Muchos astrónomos creen que el hecho de que la Luna no posea un núcleo metálico tan sólido como el de la Tierra es uno de los inconvenientes principales de esta teoría. Por su parte, el “modelo de la captura” sostiene también que la Tierra y la Luna fueron creadas separadamente, en los inicios del sistema solar, pero cuando ésta se aproximó lo suficiente a la Tierra fue atrapada por la atracción gravitatoria y quedó orbitando a su alrededor hasta el presente. No obstante, al ser tan difíciles la condiciones físicas necesarias para que se produjera semejante captura, este modelo fue descartado. Además el modelo de la captura tampoco explica el bajo contenido en hierro que presenta la Luna.



Uno de los modelos que goza de gran aceptación en la actualidad es el del “gran impacto”, según el cual la Luna se creó después de que otro planeta del tamaño de Marte chocara con la Tierra joven hace miles de millones de años. Incluso se le puso nombre al hipotético planeta causante del enorme choque, se le denomina “Theia” en honor de la diosa Tea que según la mitología griega era madre de Selene, la diosa de la Luna. Se supone que este gran impacto entre Theia y la Tierra primitiva se debió producir hace unos 4 500 millones de años y los materiales incandescentes expulsados se fueron enfriando y reuniendo hasta formar la Luna.[1] Este modelo explicaría mejor por qué el interior de nuestro satélite es tan diferente del núcleo terrestre ya que los materiales que los constituyen habrían venido de planetas distintos. 



Finalmente, el quinto modelo sería el de “varios impactos” y sugiere que la Luna se podría haber originado no como consecuencia de un único choque entre la Tierra y otro gran planeta sino como el resultado de una serie de impactos menores.[2] Esto explicaría por qué la Luna parece estar compuesta en su mayor parte por materiales similares a los terrestres y no por una mezcla de restos de la Tierra y otro planeta desconocido. Supuestamente, tales impactos sucesivos habrían puesto en órbita millones de toneladas de escombros que por gravedad habrían terminado juntándose y dando lugar a la Luna. De estas cinco teorías, la que parece gozar de mayor aceptación en el actualidad es, como decimos, la del gran impacto.[3]



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A pesar de que la Luna ha sido el único satélite del sistema solar sobre el que el ser humano ha dejado su huella, el origen lunar presenta todavía numerosos interrogantes ya que se trata de un cuerpo celeste sumamente atípico. Empezando por su gran tamaño con relación a la Tierra. Algunos astrónomos creen incluso que sería mejor hablar del sistema Tierra-Luna, un planeta doble, en vez de un planeta y un satélite. No es normal que planetas rocosos del tamaño de la Tierra tengan un satélite tan grande. Algunos, como Mercurio o Venus, ni siquiera poseen satélite, mientras que otros, como Marte, tienen dos (Fobos y Deimos), pero de forma irregular y muchísimo más pequeños. Si la Luna tiene un diámetro de 3 475 km, el de Fobos sólo mide 22 km y el de Deimos algo menos de 13 km. Estos satélites de Marte son tan pequeños que no reflejan suficiente luz solar como para iluminar las noche marcianas. De ahí el dicho popular “más oscuro que las lunas de Marte”. ¿Por qué la Luna tiene un tamaño tan grande?



Las enormes dimensiones de nuestro satélite estabilizan la inclinación del eje de la Tierra, lo que permite que el clima sea estable, periódico y muy favorable para la vida. Esta estabilidad se debe a la acción de la gravedad entre la Luna y la Tierra. El eje de la Tierra tiene una inclinación aproximada de 23,5º con relación al plano de la órbita que describe alrededor del Sol. Si tal inclinación fuera mayor o menor, el planeta azul sería menos habitable. De la misma manera, si la Luna fuera más pequeña -como los satélites de Marte- la atracción gravitatoria sería insuficiente para estabilizar el eje terrestre y el clima tampoco sería apto para la biosfera. Es como si todo hubiera sido perfectamente calculado para que pudiera haber vida en la Tierra.



Al orbitar alrededor de nuestro planeta, la Luna actúa como un escudo protector contra los impactos de asteroides peligrosos. Sólo hay que observar la cantidad de cráteres de impacto que presenta su superficie para hacerse una ligera idea de la efectividad lunar como parapeto gravitacional. Su gran fuerza de atracción hace que los cuerpos celestes que se acercan demasiado a la Tierra cambien su trayectoria y terminen chocando con la Luna. Es como una gran aspiradora de asteroides que podrían perjudicar gravemente nuestra existencia.



Otra singularidad de la Luna es su escasez en metales pesados. El cálculo de su densidad media revela que posee un núcleo metálico de reducido tamaño en comparación con el terrestre. Sin embargo, las rocas de su superficie, que fueron recogidas por los astronautas y transportadas a la Tierra, revelaron que la composición química de la corteza lunar es muy parecida a la terrestre. La Luna no necesita tener campo magnético porque allí no hay vida que proteger. Sin embargo, si se produjo esa violenta colisión, de la que hemos hablado, entre la Tierra y el hipotético Theia, eso debió generar la formación del enorme núcleo metálico terrestre, que es el responsable de la creación del fuerte campo magnético que nos protege de las radiaciones peligrosas para la vida.



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La Luna influye positivamente sobre la vida en la Tierra permitiendo la existencia de las mareas oceánicas. La atracción gravitatoria entre ambos cuerpos celestes deforma las masas acuosas del planeta, generando fuertes corrientes oceánicas que regulan el clima al permitir la circulación de gran cantidad de calor. Además, las mareas mezclan los nutrientes terrestres con los marinos creando regiones costeras fértiles y llenas de vida. No obstante, si la Luna fuera más grande y generara mareas mayores éstas habrían ralentizado la rotación terrestre, creando disparidades temporales y climáticas incompatibles con la vida. En definitiva, si no fuera por las singulares características de la Luna, la vida en la Tierra sería imposible. 



Es como si alguien lo hubiera calculado todo meticulosamente desde la eternidad para hacer posible nuestra existencia en el momento adecuado. No creo que esto se deba al azar, a ninguna lotería cósmica o a la intervención de hipotéticas civilizaciones extraterrestres, sino más bien a la acción planificada de un Creador sabio que quiso hacerlo así. No se trata de fe en el naturalismo sino en el sobrenaturalismo. Dios pudo usar accidentes cósmicos, aparentemente aleatorios, con el fin de crear el preciso ambiente adecuado para nuestra existencia. Si hizo todo esto, es porque seguramente tiene un propósito concreto y entonces nuestro destino continúa estando enteramente en sus manos. Tal como señalaron los profetas del Antiguo Testamento, el ser humano continúa necesitando volverse a Dios. Ese es también el mensaje que sigue transmitiendo hasta el día de hoy la poética Luna.



 



Notas



[1] Gargano, A. et al., 2020, The Cl isotope composition and halogen contents of Apollo-return samples, PNAS, 117 (38) 23418-23425.



https://doi.org/10.1073/pnas.2014503117



[2] Rufu, R., Aharonson, O., & Perets, H. B., 2017, A multiple-impact origin for the Moon, Nature Geoscience, Vol. 10, pp. 89-94.



[3] https://www.eurekalert.org/news-releases/966688


 

 


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