Era el intelectual mexicano más conocido por el público en general, y el único gran escritor que entre nosotros ha argumentado reiteradamente a favor de los derechos de las minorías religiosas, particularmente de los protestantes.
¿Por qué los marxistas, ateos convictos y confesos, defienden por tan largo tiempo el catolicismo como la única religión posible de los indígenas? ¿Por qué los qué los que debían ser los más críticos del mito de la identidad nacional aprobaron la declaración esencialista que le adjudica una sola fe al ser del mexicano?
¿Por qué, pese al crecimiento notorio de las iglesias minoritarias, el Estado y la sociedad las conocen tan mal y tan despreciativamente, ¿como si los que profesan “las otras creencias” no mereciesen ninguno de los derechos humanos?
Carlos Monsiváis
Al cumplir 70 años (el 4 de mayo de 2008), publica en La Jornada un artículo cuyo título (“Los días de nuestra edad”) toma prestado, pero por supuesto, de la Biblia. Es el Salmo 90 versículo 10 (Reina Valera 1909), que completo dice: “Los días de nuestra edad son setenta años; Que si en los más robustos son ochenta años, Con todo su fortaleza es molestia y trabajo; Porque es cortado presto, y volamos” (aquí). Con la cita Carlos reiteraba lo que alguna vez me confió en uno de nuestros desayunos y extensas conversaciones: “Hay libros que lleva uno en su ADN”.
Era el intelectual mexicano más conocido por el público en general, y el único gran escritor que entre nosotros ha argumentado reiteradamente a favor de los derechos de las minorías religiosas, particularmente de los protestantes. Renuente a recibir homenajes y festejos, Carlos Monsiváis es todavía hoy un referente obligado para comprender las múltiples caras de la cultura mexicana. Esos distintos rostros reflejan la diversidad existente en el país, pluralidad que crece en distintos terrenos, y el religioso es uno de ellos.
Creo que para los integrantes de la amplia y global comunidad que sigue la intensa y variada producción del profeta1 de la Colonia Portales (donde decía que le placía vivir, pero le habría gustado más si el populoso barrio hubiese estado junto Manhattan), les será estimulante leer varios de los escritos en los que Carlos dedicó al tema de la intolerancia contra la comunidad evangélica/protestante de México.
Algunos de esos escritos se encuentran agrupados en un libro olvidado por los monsivaisólogos, quienes al intentar un recuento de los volúmenes escritos, prologados y traducidos por Monsiváis, han marginado una obra en la que específicamente el autor de Los rituales del caos arguye en favor de la denigrada minoría protestante. Nos referimos al libro Protestantismo, diversidad y tolerancia publicado por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos en el 2002 (aquí). Él y quien esto escribe estábamos preparando la segunda edición, sustancialmente ampliada, cuando su enfermedad lo llevó al hospital y el volumen quedó en proyecto de publicación. Carlos falleció el 19 de junio de 2010.
No existe referencia de ésta obra en la bibliografía del intelectual que Linda Egan enlista al final de su libro Carlos Monsiváis, cultura y crónica en el México Contemporáneo.2 Tampoco hay noticia de ese libro en la extensa bibliohemerografía monsivaisiana incluida en el volumen El arte de la ironía, Carlos Monsiváis ante la crítica , compilado por Mabel Moraña e Ignacio Sánchez Prado.3 Quien sí da cuenta de la obra es el meticuloso Adolfo Castañón, en Nada mexicano me es ajeno. Papeles sobre Carlos Monsiváis.4
A partir de aquí, con base en dos “confesiones” públicas hechas por Carlos Monsiváis exploro el significado que tuvo para él, en su identificación con las causas de las minorías, el hecho de haberse desarrollado en el seno de una comunidad estigmatizada. En medio de esas “confesiones” me ocupo de distintos escritos y participaciones de Monsiváis donde documenta y denuncia la intolerancia religiosa padecida por los protestantes y otros grupos, como los Testigos de Jehová. Los dos momentos son distantes entre sí por cuatro décadas.
El primer momento que elijo es el de su Autobiografía, publicada en 1966, cuando él tenía 28 años y, de acuerdo a sus palabras, no conocía Europa. El segundo es su discurso dado en ocasión de haber recibido el premio de la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara, el 25 de noviembre del 2006.5 En su Autobiografía, como ya hemos documentado en otros escritos de nuestra autoría, y que ahora solamente mencionamos sin ahondar en el tópico, Carlos Monsiváis brinda sólidas pistas sobre las implicaciones de formar parte de una disidencia religiosa perseguida simbólica y físicamente. Al afirmar “me correspondió nacer del lado de las minorías”, y dar un pormenorizado recuento de las derivaciones culturales de ese hecho, Monsiváis traza un perfil excepcional, el suyo, en el mundo intelectual mexicano.
Considero que las evidencias aludidas no han sido bien aquilatadas, ni analizadas, por los muchos escritores, investigadores e intelectuales que se han ocupado de la extensa obra del autor de Días de guardar (cuya primera versión, de 1969, llevó por título el eco de un pasaje bíblico, Efesios 6:12, Principados y potestades).
En el discurso de Guadalajara regresa al significado de su formación “dentro de las reivindicaciones y temores de la minoría protestante”. Entre las reivindicaciones estaba, aunque todavía no así conceptualizado, el derecho a la diferencia en un contexto de hegemonía católica; la separación Estado-Iglesia(s), la vigencia del Estado laico y un anticlericalismo justificado por los excesos de las cúpulas eclesiásticas en la historia de México. Entre los temores contamos no tanto la invisibilización de la heterodoxia religiosa representada por el protestantismo, como el arrinconamiento persecutorio mediante linchamientos simbólicos y reales ante la indolencia de las autoridades encargadas de garantizar el libre ejercicio de las creencias.
En la muy considerable producción de Carlos Monsiváis sobre las agresiones a la minoría protestante, destacamos su crónica “La resurrección de Canoa”,6 sobre los terribles ataques perpetrados el 2 de febrero de 1990 por un enfebrecido grupo, que se auto identificó como guadalupano, contra 160 evangélicos en el Ajusco, “en la zona que corresponde a los pueblos de Xicalco y La Magdalena Petlacalco”, dentro de los límites de la Ciudad de México. La crónica, con cambios estilísticos, la incluye su autor en El Estado laico y sus malquerientes , y representa un testimonio crudo de la intolerancia que en los años finales del siglo XX todavía enfrentan los protestantes, y nada menos que en la capital de la República, no en pueblos alejados en el interior del país.7
Carlos era infatigable en su crítica al conservadurismo de la derecha. En el ya mencionado El Estado laico y sus malquerientes, concentra en sus páginas la batalla histórica, cultural, semántica, moral y política sostenida por el escritor en su fructífera trayectoria contra los afanes de los nostálgicos del control de la vida pública por parte de la Iglesia católica. Esta obra de Monsiváis debiera ser leída junto con un volumen que le antecede, Las herencias ocultas de la Reforma liberal del siglo XIX.8 En este último su autor “reúne crónicas históricas sobre algunos de los liberales más notables (y radicales) de México en el siglo XIX”.
La de Monsiváis es una revaloración de reivindicaciones vividas cotidianamente en la nación contemporánea, pero cuyo conocimiento de sus orígenes históricos se ha ido diluyendo en la generalidad de la ciudadanía. Tanto por sus resultados como por las desiguales condiciones en que los liberales enfrentaron el autoritarismo político/eclesial católico, esa generación debe tenerse presente como parteaguas de una sociedad que se negaba a permanecer en el oscurantismo tutelado por el integrismo conservador.
La copiosa y admirable producción intelectual de Carlos Monsiváis se caracteriza por ser polifacética. Para pretender abarcarla hace falta un nutrido grupo de investigadores, conformado por especialistas en distintas materias como las del ancho abanico de intereses evidenciados en el corpus monsivaisiano. Tal vez la mayoría de lectores, y/o estudiosos de su vasta obra, le conozcan como cuasi omnipresente cronista de la cultura popular y de los movimientos sociales a partir de 1968. Por otra parte es claro que a la par de los temas anteriores, Monsiváis ha dedicado páginas y páginas a dar cuenta de la diversificación de la sociedad mexicana en todos los terrenos. De la misma manera su lid ha estado del lado de la tolerancia, los derechos de las minorías, y una constante disección de los mecanismos conservadores que combaten a una y a otros.
La argumentación a favor del Estado laico, y en consecuencia los intentos regresivos de sus malquerientes, son motivos constantes en los trabajos y los días de Monsiváis. En los tópicos hay componentes de principios intelectuales, pero también realidades experimentadas que desde muy joven lo conformaron en un liberalismo acendrado. Al referirse a las convicciones de su adolescencia, dice Carlos en su Autobiografía de 1966: “Mi protestantismo duplicaba mi juarismo. Las leyes de Reforma [juarista, 1859-1860] independizaban a la sociedad mexicana de un clero al que jacobina y calvinista y justamente atribuía muy buena parte de los grandes males del país”.9
En El Estado laico y sus malquerientes, es demoledora la crítica al clericalismo que pretende el sometimiento a la cúpula eclesiástica católica y sus puntos de vista que se autoproclaman con derecho a tutelar moralmente a una sociedad que considerable tiempo atrás se independizó éticamente de la Mater et magistra. Es puntual en la obra el seguimiento a los despropósitos de obispos, arzobispos y cardenales que convenientemente olvidan la diversidad social, y aspiran a uncir al conjunto de los mexicanos a una visión de la realidad excluyente de quienes disienten de las aspiraciones clericales a gobernar mentes y corazones en pleno siglo XXI.
Carlos Monsiváis también exhibe los dichos y hechos de políticos, sobre todo del Partido Acción Nacional, que desde el arribo al poder en el sexenio de Vicente Fox y su continuación en el de Felipe Calderón, se significaron por privilegiar las pretensiones de la casta dirigente católica. En lo esencial, esas pretensiones resultaron frenadas por una sociedad civil que en su mayoría internalizó concepciones producto de la independencia ética gestada al amparo del Estado laico. En este sentido, tiene razón Carlos Monsiváis cuando hace notar que el conservadurismo foxista/calderonista, acompañado en la aventura por el clericalismo católico más intolerante de conspicuos purpurados, perdió sin ambages todas las batallas culturales por acotar o disminuir la pluralidad ideológica y conductual de la sociedad mexicana.
El Estado laico en México ha significado un alto a las pretensiones hegemónicas de la Iglesia católica, y garantía para las minorías cuyas creencias y prácticas distintas han podido asentarse e iniciar un largo proceso de visibilización social ante quienes les niegan sus derechos y señalan su perversidad al apartarse de las enseñanzas clericales. Lo sintetiza acertadamente Carlos Monsiváis, al recordar que “‘Pensamos en generalidades –afirmó Alfred North Whitehead-, pero vivimos en el detalle’. El laicismo es la generalidad que, en principio, permite acercarse al detalle del modo más libre posible, y por eso la nación en la globalidad, multirreligiosa, diversa, tolerante, sólo puede ser laica”. En tiempos del conservadurismo gubernamental recalcitrante de los años 2000 a 2012, y sus reiterados intentos por revertir el fondo común de garantías para todos representada por la vigencia del Estado laico, es de agradecer el ejercicio lúcido de Carlos Monsiváis en una obra que evidencia la cruzada de los malquerientes de la sociedad crecientemente informada, tolerante y diversa.
En distintos artículos y foros Carlos Monsiváis describió el proceso informativo, analítico y social que es la invisibilización de las minorías religiosas. Para tal ejercicio recurrió, con frecuencia, a una referencia literaria, la novela de Ralph Ellison, Invisible Man. El no registrar la existencia de un grupo con raíces históricas en México, que datan de la segunda mitad del siglo XIX, y “borrar cognitivamente” su creciente presencia numérica, como en el caso del protestantismo, es un acabado ejemplo de invisibilización y negación de derechos a los peyorativamente llamados sectarios.
“Eso les pasa por andar metidos en las sectas”: tal parece es la posición que todavía subsiste en amplios sectores de la sociedad mexicana, para tratar de explicar los acosos y ataques padecidos por integrantes de confesiones distintas al catolicismo. Si bien es cierto que los hostigamientos y persecuciones contra las minorías religiosas en el país están lejos de ser actos generalizados, sí es preocupante que todavía tengan lugar con cierta frecuencia y que las autoridades municipales, estatales y federales no actúen para frenar a los perseguidores.
Ya no está físicamente entre nosotros, pero su legado reflexivo sí, dentro del cual dejo insumos sobre la valía de un Estado que garantiza la protección de los derechos humanos para toda la ciudadanía. Lo anterior pude, una vez más aquilatarlo al releer El Estado laico y sus malquerientes, en el que me hizo una generosa dedicatoria.
Notas
1 El 6 de mayo de 2020 el periódico para el que escribo en México, La Jornada, publicó mi artículo titulado “Profeta apocalíptico”, el cual refiero porqué consideraba que Monsiváis tenía un talante profético (https://www.jornada.com.mx/2020/05/06/opinion/018a1pol).
2 Fondo de Cultura Económica, México, 2004.
3 UNAM-Ediciones Era, México, 2007.
4 Bonilla Artigas Editores, México, 2017, pp. 123 y 252.
5 Carlos Monsiváis, Las alusiones perdidas, Editorial Anagrama, Barcelona, 2007.
6 Proceso, 19 de febrero de 1990.
7 Editorial Debate-UNAM, México, 2008, pp. 202-210.
8 Editorial Debate, México, 2006.
9 Carlos Monsiváis, Carlos Monsiváis. Nuevos escritores mexicanos presentados por sí mismos, tercera edición, Empresas Editoriales, México, 1972, p. 29.
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