Con nuestro Casiodoro, preguntamos: ¿de quién tiene el papado lo que tiene y de lo que se gloría?
Tenía un articulo sobre la pasada actividad en Sevilla, donde se ha recuperado la memoria y vindicado a la comunidad del XVI. Como uno es protestante, calvinista, para más mosqueo, y tiene años, en el artículo podía aportar algunos datos. Al final, pensé que mejor no, pues, da lo mismo. Lo eliminé. Y por eso sigo con otra cuestión, de la que también da lo mismo, pero que da gusto comentarla. Además, ya este medio (“Contra el alzheimer histórico y por la memoria del protestantismo español”, 20 diciembre de 2009) aportó mucho; pero da lo mismo.
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Aunque sea entre paréntesis, conviene recordar, por eso de la memoria, que aquí en Sevilla se rotularon calles (es un decir, durante un tiempo no tenían casas, porque era zona de nueva expansión de la ciudad) con nombres de nuestros reformadores, en 1992. Y lo hizo el alcalde andalucista Alejandro Rojas Marcos, a lo que se había comprometido en programa de radio protestante (malísimo; el que lo hacía no tenia ni idea de comunicación. Han pasado los años, y sigue igual), durante las elecciones municipales del año anterior. (No recuerdo si también la cesión de terrenos a la Iglesia Bautista para construir su local, pedazo de edificio, fue del alcalde anterior, socialista, o fue él. Alguno que sepa de la iglesia podrá contestar. La iglesia se ubica en esas calles rotuladas.)
Y nos vamos otra vez al olvido, aunque sea para ladrar un poco. Resaltaba el autor del que cité la semana pasada, la importancia de no pasar por alto al falsario de la donación de Constantino, sobre todo, por sus consecuencias durante siglos en la formación de derecho, con sus resultados. Que los valores judeocristianos estén en manos de quien ha falsificado las bases de su derecho canónico, pues tendrá valor, pero da lo mismo. Nuestro autor, sin embargo, pensaba que eso había que mantenerlo fresco. “En cuanto a las fuentes del Derecho Canónico (disciplina científica aún no discurrida [en aquél tiempo], ni 'bautizada', ni formalizada) fue de trascendencia otra gran falsedad similar a la de la 'invención' de la 'Donatio'. Aludo a la también invención de las 'Falsas Decretales', falso del siglo VIII, el mismo siglo del falso de la 'Donatio'; decretales supuestas y atribuidas por un pseudo Isidoro, a los Papas anteriores al Papa Siricio (385 a 388), e inventadas también en la misma Francia.” [Existía un monasterio especializado en falsificar documentos.]
Calvino explica la aparición del papado, con sus poderes y usurpación de la catolicidad, de forma equilibrada y profunda, sin frivolidades. (Si pueden, lean en la Institución algunos aspectos en el capítulo XI del libro IV.) Como trata, entre otras cuestiones, la disciplina en la Iglesia, recuerda el abuso del papado con las llaves. “Según el ciego furor que los impulsa... Tal es su habilidad para hacer que sus llaves -ganzúas- sirvan para todas las puertas y cerraduras a su capricho, que no parece sino que toda la vida han sido cerrajeros... No hay duda de que ellos, desde la nada, poco a poco han llegado a la cumbre de la grandeza en que ahora están. Jamás hubieran podido encumbrarse tan alto de un solo salto; sino que unas veces con astucias y mil artimañas fueron encaramándose ocultamente, de modo que nadie cayera en la cuenta hasta que ya no había remedio; otras veces, cuando la ocasión se presentaba, con terror y amenazas consiguieron de los príncipes por la fuerza una parte de su poder; y otras, viéndolos inclinados a dar, abusaron de su loca e inconsiderada facilidad”. (Puntos 2 y 10 del texto señalado.)
Sobre la donación falsificada, y las pretensiones del papa Gregorio VII (el de los dictatus, pero que da lo mismo), a la primera la llama simple fantasía y algo ridículo, solo posible en la fuente del mentiroso y homicida, y de lo segundo, baste que “Si alguien quiere saber [¡Ay, mi amigo Calvino! ¿quién quiere saber?] cuándo comenzó la invención de este imperio, no hace aún quinientos años que los Pontífices estaban sujetos a los príncipes, y que no se elegía Pontífice sin la autoridad del emperador... Finalmente, Hildebrando, que se llamó Gregorio VII, como hombre malvado y perverso, dejó ver la maldad de sus intenciones... A esto se añadió que después hubo muchos emperadores... a los cuales no fue difícil someter, pues estaban ociosos en sus casas sin preocupare de nada, cuando hubiera sido necesario estar alerta y reprimir con valor y medios legítimos el insaciable apetito de los Pontífices...
Vemos, pues, cual fue el pretexto de aquella famosa donación de Constantino, con la que el Papa finge que se le ha dado el Imperio de Occidente…
Desde entonces los pontífices no cesaron jamás, ya con fraudes, ya con perfidia, o por las fuerzas de las armas, de adueñarse de los señoríos ajenos.” (Idem, puntos 12 y 13.)
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[Efectivamente, cuando los gobernantes están ociosos, sin importarles el bien público, el papado florece y se fortalece, véase España; pero cuando los gobernantes son fieles a su vocación, el papado es refrenado e impedido de sus abusos. Véase España algún día.]
Respecto a Casiodoro, cuando Francisco Ruiz de Pablos tradujo del latín su comentario al evangelio de Juan, además del prefacio a la Biblia del Oso (que todavía permanecía en latín), se incluyó en la edición su revisión de las tentaciones de Cristo, capítulo cuarto de Mateo. (Por cierto, de ese volumen se realizó una edición especial conjunta en 2019, para entregar a los asistentes a la jornada sobre Casiodoro que realizó la Real Academia de las Letras y las Artes de Extremadura, junto con el Centro Universitario Santa Ana, y nuestro Cimpe.)
En las explicaciones que Casiodoro puso sobre las tentaciones de Cristo, destaca la que corresponde al ofrecimiento de todos los reinos del mundo y la gloria de ellos; y no encuentra mejor ejemplo de cómo eso se sigue ofreciendo a la Iglesia, especialmente a sus pastores, sino en la falsa “donación” de Constantino. Con argumentos excelentes. (Si pueden, lean todo el texto.)
La importancia de la cuestión (que hoy, ¿a quién le importa?) le lleva a, en un tan breve espacio, ocupar un amplio referente, incluso poniendo los pormenores de la pretendida donación. Y sacando una conclusión sorprendente, porque, afirma Casiodoro, si muy malo fuese que el documento resultase falso, peor sería si fuese verdadero, es decir, que se hubieran dado, ¡y recibido!, tales regalos.
“Hay una cosa que debe ser ponderada incluso aun tratándose de jueces injustísimos: ¿Hay alguien instruido con la advertencia de la presente tentación de Cristo que no diga que en el principado del Romano Pontífice y en el imperio de todo el orbe, que reivindica para sí por derecho sin duda divino, aquélla parece cumplida en todas sus partes? [Y Casiodoro pasa a enumerar todo el contenido del texto de la donación. Les pongo solo unos fragmentos.]
“...Entregamos, en primer lugar, el palacio de Letrán de nuestro reino, el cual destaca y sobresale por encima de todos los palacios del orbe. En segundo lugar, la diadema, esto es, la corona de nuestra cabeza. Y de forma semejante la de los frigios, esto es, la mitra, así como el sobretodo, o sea, la correa de cuero, que por costumbre rodea el cuello del emperador. Asimismo, la clámide de púrpura y la túnica de grana y todos los indumentos imperiales... [Tras Silvestre] Y todos los pontífices, sus sucesores, deben usar y portar sobre la cabeza, para gloria de Dios por reverencia a San Pedro, la diadema, o sea, la corona, la cual ofrecemos desde nuestra misma cabeza, elaborada en oro purísimo y con piedras preciosas y perlas. Y como el mismo santísimo papa no se avergonzó de usar la corona de oro sobre la corona de clerecía, encima de la tonsura de la cabeza, la cual lleva por reverencia a San Pedro, nos le impusimos con nuestras propias manos sobre su sacratísima coronilla el gorro frigio en este color blanquísimo señal de la espléndida resurrección del Señor, y reteniendo los frenos de este caballo [que ya montaba el papa] por reverencia como escudero de San Pedro, le mostramos la obligación estableciendo que todos sus sucesores usen particularmente un gorro frigio idéntico en todas las procesiones a imitación de nuestro imperio”. [También debían usar unos zapatos preciosos.]
Con nuestro Casiodoro, preguntamos: ¿De quién tiene el papado lo que tiene y de lo que se gloría?
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