En tanto que la democracia griega era en términos de hoy sexista, racista y elitista; en las iglesias cristianas se abolían las barreras sexuales, étnicas, sociales y políticas.
La predicación más efectiva es la de aquellos que encarnan lo que dicen. Ellos son su mensaje. Los cristianos debieran parecerse a aquello de lo cual están hablando. La principal fuente de comunicación son las personas, no las palabras o las ideas. La autenticidad llega desde lo profundo del interior de las personas. Una falta momentánea de sinceridad puede arrojar dudas sobre todo lo que se haya comunicado. Lo que en esencia comunica es la autenticidad personal.
John Poulton
En una palabra, la educación es ante todo transmisión de algo y sólo se transmite aquello que quien ha de transmitirlo considera digno de ser conservado.
Fernando Savater
En el corazón de la identidad de la Iglesia cristiana está qué valores reproduce en su seno. En este sentido podemos entender el encargo final de Pablo a Timoteo, a quien instruyó en “guardar el buen depósito”, con el objetivo de así transmitirlo fielmente a las nuevas generaciones de creyentes. Teniendo como base esta preocupación, en las comunidades cristianas deberíamos preguntarnos periódicamente acerca de cómo estamos educando a sus integrantes. Porque pudiera ser que, como sucedió en algunas iglesias neotestamentarias, las de hoy estuvieran dando por sentado que están impartiendo educación cristiana cuando lo que en realidad enseñan son los valores predominantes en una sociedad no cristiana.
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En el título del presente artículo hacemos referencia a tres partes: la Iglesia (entendida como una comunidad de creyentes y seguidores de Jesús y expresada localmente), la educación y la nueva humanidad (conformada por los y las renacidos en Cristo). Iglesia es un concepto que entre los evangélicos ha perdido una connotación y resonancia que sí tuvo para los cristianos primitivos. Con toda intención, en el Nuevo Testamento, se usa un vocablo griego, Ekklesia, de clara evocación cultural y política.
Para reuniones de tipo religioso los griegos usaban la expresión Thíasos, “reunión cúltica en honor de una deidad”.1 El religioso uso que hoy socialmente se da al término Iglesia, significó originalmente la asamblea popular de los ciudadanos de la Polis griega. En la asamblea cada ciudadano tenía el derecho de hablar y proponer asuntos para discutir.
Siglos antes de la traducción al griego del Antiguo Testamento y en tiempos del Nuevo, el concepto Ekklesia, caracterizaba con toda claridad un acontecimiento político; era la asamblea de los ciudadanos plenos, enraizada funcionalmente en la democracia griega. Era una asamblea en la que fundamentalmente se tomaban decisiones judiciales y políticas (Hechos 19:39). En la Ekklesia se ejercía la democracia, y los pilares de aquella: igualdad (Isonomia) y libertad (Eleutheria).
Por otra parte, mientras el vocablo tomado de la cultura griega era adoptado por los cristianos primitivos con todo el peso sociopolítico original del término, por otra tenemos que el concepto se enriqueció por el uso cristiano de Iglesia, ya que le agregó significados y prácticas que inicialmente no tenía en la sociedad helénica, como cuerpo de Cristo, pueblo de Dios y esposa sin mancha.
Cabe referir que mientras en la asamblea griega, particularmente en Atenas, participaban solamente los hijos de los atenienses (los inmigrantes eran excluidos, al igual que los esclavos y, por supuesto, las mujeres2), en la asamblea cristiana los criterios de igualdad se ensancharon y eran más horizontales. En tanto que la democracia griega era en términos de hoy sexista, racista y elitista; en las iglesias cristianas se abolían las barreras sexuales, étnicas, sociales y políticas (Gá. 3:28; Lc. 22:24-27; Flm. 16). En la Ekklesia todos son ciudadanos, la ciudadanía no depende de abolengos humanos ni de exclusivismos farisaicos. Todos los ciudadanos del Reino somos “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1 P. 2:9).
La forma en que se construyen las relaciones de los discípulos de Jesús tiene que reflejar la igualdad intrínseca de quienes conforman la Nueva Humanidad. El dominio y el sojuzgamiento de los dirigentes sobre sus hermano(a)s en la fe debe quedar abolido entre los seguidores del Rey Siervo. Pablo en lugar de imponer todo el peso de su autoridad como apóstol a los tesalonicenses prefirió hacerse como una madre amorosa con ellos, como un padre que cuida a sus hijos y como un hermano de todo corazón.
El Nuevo Testamento es lejano a la clericalización autoritaria, y a la separación entre ministros y laicos. En la comunidad de creyentes todos son pueblo y todos sacerdotes. En los escritos neotestamentarios “cuando se usa laos para diferenciar entre el pueblo y sus líderes, la palabra siempre se refiere a la diferencia entre el pueblo y las autoridades civiles o religiosas de la cultura judía; nunca se emplea para referirse a diferencias entre cristianos. El laos de Dios incluye a todos los cristianos, líderes y miembros, todos con sus respectivos dones y funciones. Todos los cristianos son laicos”.3
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Estas nuevas enseñanzas no estuvieron exentas de resistencia en las primeras comunidades cristianas. Sin embargo, las actitudes de quienes buscaron mediatizar el mensaje libertario de Jesús se encontraron con una claridad doctrinal que les exhortaba a no traicionar el Evangelio. Un estudio minucioso de la composición social, económica, étnica y de género en la Iglesia de Corinto,4 demuestra sin lugar a dudas que en las asambleas se encarnó el principio de igualdad de todos los creyentes. Esa igualdad fue la que defendió Pablo y por eso, entre otras cosas, les escribió exhortaciones a los corintios para que guardaran la unidad entre ellos. El apóstol reconoce la diversidad de la comunidad corintia, sin embargo esa disparidad socioeconómica, educativa o política existente entre los hermanos para nada debe anteponerse al espíritu liberador de Cristo (1 Co. 12:12-13).5
Los nuevos valores, a los que hemos hecho referencia, propios de la Iglesia, además de su misión y las formas de llevarla al cabo, tienen que seguirse reproduciendo en la enseñanza que se imparte en las congregaciones locales. Pero cuando decimos esto tenemos en mente un concepto de congregación que rebasa los límites del templo. Porque la Iglesia es más, pero mucho más, que el templo, aunque a menudo en la jerga evangélica éste ha sustituido a aquella. La Iglesia está, o debiera estar, donde se encuentran sus miembros. Internalizar este principio de presencia activa en el mundo es tarea educativa de cada comunidad de creyentes, como también lo es la calidad que debe caracterizar esa presencia. Esta era una preocupación que encontramos en el Nuevo Testamento. Tal observación la ha hecho Michael Green al escribir que “la enseñanza dada por los cristianos tenía que ver con la nueva vida en Cristo y los imperativos éticos que ésta implicaba”.6
Notas
1 Lotar Coenen, Erich Beyreuther y Hans Bietenhard, Diccionario teológico del Nuevo Testamento (vol. II). Ediciones Sígueme, Salamanca, 1985, p. 322.
2 Donald Shell, “The Development of Democracy”, en Transformation, vol. 7 núm. 4, october-december, 1990, p. 20.
3 Catalina de Padilla, “Los laicos en la misión en el Nuevo Testamento”, en René Padilla (editor), Bases bíblicas de la misión, perspectivas latinoamericanas, Nueva Creación-William B. Eerdmans, Buenos Aires-Grand Rapids, 1998, p. 408.
4 Gerd Theissen, “Estratificación social de la comunidad de Corinto”, en Estudios de sociología del cristianismo primitivo, Ediciones Sígueme, Salamanca, 1985, pp. 189-234.
5 Para un estudio de la composición social de la Iglesia de Corinto, y otras en el Nuevo Testamento, recomendamos particularmente el artículo de C. René Padilla, “La unidad de la Iglesia y el principio de unidades homogéneas”, Misión, septiembre de 1983, pp. 13-19 y 38-42. En su análisis el autor demuestra ampliamente que el segregacionismo que enseña la escuela de Iglecrecimiento, fundada por Donald McGavran, carece de bases bíblicas.
6 La iglesia local, agente de evangelización, Nueva-Creación-William B. Eerdmans, Buenos Aires-Grand Rapids, 1996, p. 321.
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