Me interesa algo del difunto papa, sobre todo por la aceptación de algunas de sus tesis principales por parte del mundo evangélico.
La muerte reciente del papa Ratzinger, con algo de su posición y escritos sobre su posición, nos va a servir como introducción a una serie, poco a poco, que me parece de nulo interés para la mayoría del pueblo evangélico actual, pero que considero crucial para vivir bien nuestro presente y vencer el futuro.
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Por supuesto, como el título pone, asumo que el papado, es decir, la estructura vaticana con su curia, tiene el fin ineludible de su destrucción y ruina. Los redimidos que ahora están, saldrán. A la metáfora de la grieta, que usan algunos profetas, y que no evita su caída el mucho lodo suelto que le apliquen, se puede también añadir la conocida de la casa edificada sobre arena, que ya todos sabemos qué le pasa. Aunque en comparación con el pretendido cimiento del papado, la arena es casi granito; pues ya me dirán qué clase de soporte es la tumba, y actividad previa como obispo de Roma por unos 25 años, de nuestro buen Pedro. No, no hay ni un solo documento que lo acredite. Todo el edificio está sustentado, ni siquiera en arena, sino en viento fétido, vanidad, que diría nuestro Predicador. Si alguien considera “documento” el cuento de verlo volando dándose bofetadas con Simón Mago, o volviendo a Roma en alguna película de Hollywood, que cada uno tome el lodo suelto que quiera: el edificio se cae. Por qué ha durado mil trescientos años, será motivo de nuestras conversaciones más adelante.
Sobre las causas de su famosa renuncia en 2013, puse en este medio alguna bastante sorprendente, que tenía que ver con su cercanía al modelo escatológico de Ticonio (del tiempo de san Agustín), que era también común en la doctrina del otro papa renunciante, Celestino V, ante cuya tumba depositó su palio. Esta teoría básicamente consiste en reconocer en la iglesia Romana dos cuerpos, ya se sabe, uno blanco o derecho, y el otro negro o izquierdo. Todo papa lo es de los dos cuerpos, que subsisten en uno externo. Al final de los tiempos, lo negro supera a lo otro, y vienen las ruinas. Ahora ya estaríamos en ese tiempo, todo según las teorías de ese tenor.
Este modelo se ha visto retocado dentro del propio papado. Pues el papa Ratzinger no se habría retirado para dejar su silla a otro, sino que se “ocultó”, para mostrar el lado oscuro del papado. Por eso no dejó de llamarse papa, y conservó sus ropas. Y así dejar al descubierto lo oscuro, para que venga el viento de juicio y lo barra. Ahí aparece el actual Bergoglio, que en las teorías dentro de ese papado, sería un antipapa, un anticristo, vaya. Todo eso aderezado en algunos de esos grupos internos con algo del tercer secreto de Fátima. Con todo eso, si salta algún chispazo y salen algunos chamuscados dentro de la curia, no es sorpresa, pues olor a cable quemado hay bastante.
Me interesa algo del difunto papa, sobre todo por la aceptación de algunas de sus tesis principales por parte del mundo evangélico. Cuando en sus escritos iniciales (muestra de su gran inteligencia) tiene como modelo de su discurso al “nuevo pueblo de Dios”, y con ello una adecuada eclesiología (conjunto traducido al castellano en 1972), ya está inmerso en sus propósitos fundamentales, que los desarrolla bien como perito del concilio, responsable máximo de la Inquisición Romana, papa, o, finalmente, como el otro papa. Se marcó la tarea de explicar con lenguaje teológico moderno, la naturaleza de la pared agrietada, para él y otros, el edificio inconmovible, y ésta no es otra que la recogida en la antigua propuesta: Fuera de la iglesia (ya se sabe qué iglesia), no hay salvación.
Esta es la explicación que se quiere transmitir en la declaración “El Señor Jesús”, que la Inquisición Romana, bajo la autoridad de su jefe Ratzinger, propuso en el año 2000 como guía para no salirse del camino a los maestros y fieles de su iglesia. Era una declaración tanto “hacia dentro”, como para el mundo externo. El subtítulo es ya esclarecedor: “Sobre la unicidad y universalidad salvífica de Jesucristo y la Iglesia”, con lo cual se afirma el antiguo cimiento de la pared agrietada: que la iglesia Romana es la única iglesia de Jesucristo, con la fórmula de Trento, que “la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica, subsiste sólo en la iglesia papal”. Todo, eso sí, con un lenguaje moderno. Así, las iglesias de la Reforma (aunque lo pudiera pensar), ya no son excrecencias del diablo, sino entidades “surgidas de contingencias históricas”, que queda más bonito, aunque, al final, no son de Cristo, pues éste es “siempre” con su Iglesia (la papal), la cual no surge de contingencias históricas (nosotros veremos en otros encuentros que sí), sino que está arraigada en la sucesión apostólica, en el episcopado.
Para la defensa adecuada de este dogma, se necesita un correcta comprensión de su fundamentación: la Tradición, que para Ratzinger no puede ser algo separado de la Escritura, sino que ambas son una sola cosa. No son dos remos en la barca, sino una paleta de dos remos en la canoa (esto no lo dijo). Solo desde esta comprensión se puede luego reconocer el neopaganismo, que atisba en sus primeros años de estudiante, y ve ya presente en el 2000. Sin la solidez del dogma no queda sino la laxitud del diálogo y el reconocimiento de cualquier valor como “valor”, esto es el paganismo que han introducido en su iglesia los que están dentro. De ahí, a una descristianización de Europa, sólo queda un paso, y ya pasa. Y para este viaje, algunos evangélicos han usado sus alforjas, y en la boca del papa han visto el discurso necesario para enfrentarse al relativismo y la pérdida de esos (qué será eso) valores judeocristianos.
Con la vuelta a esos fundamentos, la “iglesia” (que cada cual ponga la suya) podrá “hacer presente a Dios”, y “abrir el acceso a Dios para los hombres”. Se volverá a esa Europa formidable que cristianizan esos monjes (¡como monjes, y luego instalan monasterios!), se volverá a la Tradición. Creo que a lo que se vuelve es a tapar la grieta irreparable con formas modernizadas de barro inútil.
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