Los problemas que plantean los últimos descubrimientos biológicos al evolucionismo son cada vez más numerosos y esto constituye un importante empuje para el Diseño Inteligente.
Recientemente, mi buen amigo Alfonso Pérez Ranchal me envió uno de los últimos artículos del famoso genetista cristiano Francis Collins, aparecido en la revista católica Atrio (24.06.2022), para que lo leyera y le diera mi opinión. El trabajo se titula: “No al Diseño Inteligente, según Francis Collins”[1] y plantea la conocida opinión evolucionista teísta de su autor, acerca de los principales argumentos del Diseño inteligente (DI, en el resto del artículo).
Después de una breve introducción histórica, en el artículo se afirma que el movimiento del DI se fundamenta básicamente en tres propuestas:
1. La evolución promueve una concepción atea del mundo y, por lo tanto, debe ser rechazada por los creyentes en Dios.
Es lógico que esta afirmación sorprenda a muchos cristianos europeos que, desde los días del paleoantropólogo católico Pierre Teilhard de Chardin, sabemos que el evolucionismo teísta es compatible con el darwinismo y que su famoso “punto omega” sería supuestamente el nivel más elevado de la evolución de la consciencia. Según el jesuita francés, dicho punto crítico de maduración humana, que daría lugar a una “noosfera” o esfera pensante, culminaría precisamente con la parusía o segunda venida triunfante de Cristo. Dios pudo crear mediante el lento y gradual proceso propuesto por Darwin y las especies biológicas irían así perfeccionándose poco a poco hasta la aparición de la humanidad y ésta culminaría cuando el humano se pareciera o identificara plenamente con el Hijo de Dios. Por tanto, no es tan evidente que la evolución promueva necesariamente una visión atea del mundo. De hecho, esta postura del evolucionismo cristiano es precisamente la que sostiene Collins junto a otros científicos evangélicos y, por supuesto, la Iglesia Católica.
Sin embargo, en el mundo protestante angloparlante de Norteamérica las ideas teilhardianas del evolucionismo teísta no calaron tanto como en Europa y esto contribuyó a que el darwinismo se considerara más próximo al materialismo ateo. Si la naturaleza ha evolucionado a partir de la materia inerte y se ha hecho a sí misma, ¿qué necesidad hay de un Creador? No obstante, el avance de la ciencia en casi todos los campos del saber apunta actualmente en la dirección de una elevada complejidad y sofisticada sabiduría detrás de todos los fenómenos naturales que difícilmente un proceso al azar como las mutaciones y la selección natural podría lograr. Esto es algo innegable que constituye una poderosa evidencia en favor de un diseño. De ahí que hoy buena parte del mundo evangélico americano (también el hispano) simpatice más con el DI que con el evolucionismo teísta.
Quizás Collins tenga razón al decir que aunque el DI se presente como una teoría científica, no nació de la tradición científica. Pero, a la vez, es cierto que el evolucionismo teísta que él profesa tampoco nació de dicha tradición sino de un pensamiento filosófico-teológico ecléctico que pretendía armonizar el darwinismo con la fe cristiana. Precisamente por eso, Teilhard fue tan criticado por sus propios colegas científicos, así como por algunos teólogos católicos.
2. La evolución es fundamentalmente fallida, ya que no puede explicar la intrincada complejidad de la naturaleza.
En este apartado del artículo, Collins se refiere a los argumentos del biólogo Michael J. Behe, que es uno de los proponentes del DI y afirma que las funciones u órganos biológicos “irreductiblemente complejos” son incompatibles con la evolución. Se trataría de estructuras complicadas como el flagelo bacteriano, los cilios de algunas células, el ojo de los distintos animales y funciones tales como la coagulación de la sangre, etc., etc., que tuvieron que funcionar bien desde el principio y no pudieron formarse mediante un lento proceso evolutivo al azar. Si, como sabemos, al faltarles cualquier pieza o molécula dejan inmediatamente de funcionar bien, ¿cómo pudieron formarse por agregación gradual de tales piezas? Resulta difícil creer, por ejemplo, que los más de doscientos componentes proteicos del flagelo bacteriano hayan evolucionado independientemente (por coevolución) para ensamblarse accidentalmente en un momento determinado. Collins se refiere también a otro defensor del DI, el matemático William A. Dembski, para quien la probabilidad matemática de un suceso semejante sería infinitamente pequeña.
De todo esto, Collins concluye que el principal argumento del Diseño inteligente es el de la “incredulidad”. Sus partidarios no pueden creer que las mutaciones al azar y la selección natural hayan dado lugar a la maravillosa diversidad de tantos órganos y estructuras complejas como evidencia la vida en la biosfera. En cambio, por lo que parece, él si se lo cree a pies juntillas. Su argumento evolucionista es entonces el de la “credulidad” en el misterioso poder de la selección natural. Por tanto, en el fondo se trataría de una confrontación entre la creencia y la increencia. Un asunto de fe, al fin y al cabo.
Por lo que respecta a la tercera y última propuesta del DI, Collins la enuncia así:
3. Si la evolución no puede explicar la complejidad irreductible, entonces debe de existir un diseñador inteligente involucrado de alguna manera, que entró para proporcionar los componentes necesarios durante el curso de la evolución.
Aquí Collins se limita a sugerir que aunque la mayor parte de los partidarios del diseño creen que el diseñador fue Dios, son muy cuidadosos y no lo dicen. En mi opinión, no lo dicen porque en ese terreno la ciencia no tiene nada que decir. En todo caso, éste sería el ámbito de la teología o de la filosofía pero no el de la investigación científica. Y aquí es donde radica el problema de fondo. La fe ilimitada en la ciencia le lleva a pensar a algunos que ésta logrará algún día explicar absolutamente todos los misterios del universo porque supuestamente todo tendría una explicación natural. Sin embargo, esta es una asunción indemostrable.
Si la naturaleza no se hubiera creado a sí misma por procesos materiales, sino que fuera el resultado de una o varias acciones milagrosas o sobrenaturales, entonces sería lógico que la ciencia se topara tarde o temprano con áreas incomprensibles que no se pudieran explicar mediante el método científico. El milagro sobrenatural carece por definición de explicación natural. ¿Cómo es posible que la nada absoluta e inmaterial dé lugar a todo el universo material? Se pueden proponer todas las hipótesis naturales que se quiera pero en definitiva se trata de una dificultad ontológica insuperable. Pues bien, lo que afirma el DI es que la ciencia actual parece haber chocado ya con dichas áreas inexplicables, en lo que respecta a la creación del cosmos, el ajuste fino de las leyes naturales, la aparición de la vida en la Tierra, el origen de la información biológica, la existencia de las increíbles máquinas bioquímicas de las células, la epigenética, los sistemas cuánticos que permiten la orientación de los animales, el surgimiento de la conciencia humana, etc., etc. Si esto fuera sí, estaríamos ante lo que Collins llama un “callejón sin salida” para la ciencia. Por eso el DI no gusta a tantos científicos porque la intervención de fuerzas sobrenaturales para explicar la complejidad biológica supuestamente detendría la ciencia.
A mi modo de ver, tal es la principal confrontación entre el evolucionismo teísta y el movimiento del DI. Unos creen que Dios sólo actuó milagrosamente al principio, en el Big Bang, y después lo dejó todo en manos de las leyes evolutivas de la naturaleza, mientras que los otros, ante las numerosas lagunas de la evolución, creen que el Creador tuvo que intervenir en varios momentos o etapas cruciales. Veamos cuáles son las principales objeciones de Collins al DI.
1. El Diseño inteligente es un callejón sin salida para la ciencia.
Como la ciencia está casada con el naturalismo metodológico, principio que la limita a explicaciones exclusivamente materiales, aunque algunos científicos crean en Dios, suponen en sus trabajos que la naturaleza material es lo único que existe y por tanto sólo pueden apelar a causas no inteligentes como el viento, la erosión, el clima, las mutaciones, la depredación y demás fuerzas naturales. Sin embargo, ¿cómo podríamos saber que el mundo es exclusivamente el resultado de tales causas naturales?
El naturalismo metodológico es una asunción previa no demostrada. ¿No sería lógico sospechar, por ejemplo, de un forense que inicia su investigación acerca de un homicidio diciendo que sólo tendrá en cuenta causas exclusivamente naturales? La ciencia debería estar dispuesta también a considerar tanto las causas naturales como las inteligentes, para poder así sacar sus conclusiones a partir de las pruebas.
A veces se dice que la ciencia sólo puede trabajar con cosas materiales observables pero Dios no se puede ver. Es verdad, sin embargo, los científicos proponen habitualmente planteamientos teóricos no observables con el fin de explicar los fenómenos observables. El Diseñador que propone el DI es una fuente de información cuya actividad puede ser objeto de predicciones y de modelos matemáticos, como cualquier teoría física que se refiera a entidades no observables, como las supercuerdas, la materia oscura, la energía oscura o los universos múltiples. Puede que, como dice Collins, el DI sea un callejón sin salida para el naturalismo metodológico pero no para la ciencia que busca la verdad.
Otros dicen también que la ciencia no puede apelar a un Diseñador sin explicar el origen del mismo. Pero esto es falso. La ciencia de la arqueología, por ejemplo, suele concluir habitualmente que un determinado objeto fue diseñado, aun cuando se desconozca el origen del diseñador. Si todas las explicaciones científicas exigieran tal condición, no se podría explicar nada.
2. El DI no es una teoría científica porque no hace predicciones.
Esto tampoco es cierto. Si Dios hubiese creado el mundo con sabiduría, sería lógico esperar encontrar finalidad e inteligencia en los seres creados. Por ejemplo, cuando desde el evolucionismo se empezó a hablar del supuesto “ADN basura” para hacer referencia al material genético inservible, los partidarios del DI dijeron que no era lógico que Dios fabricaba basura genética inútil. Esto constituyó una predicción que posteriormente fue corroborada. Hoy se sabe que la mayor parte de tales genes tienen funciones importantes en la célula.
El darwinismo predecía que muchos trozos del ADN no servían para nada porque no cumplían ninguna función conocida. Sin embargo el DI, por su parte, sugería más investigación para descubrir posibles funciones en dicho “ADN basura”. En este sentido, el D. I. está más justificado que el darwinismo ya que garantiza la objetividad de la ciencia. No puede, por lo tanto, impedir el progreso de la misma.
El Diseño inteligente predice que debería haber estructuras en los seres vivos que no se pudieran explicar mediante los mecanismos fortuitos del darwinismo. Y, desde luego que las hay. Se trata precisamente de los órganos irreductiblemente complejos a que nos hemos referido antes.
3. El DI no proporciona un mecanismo que explique cómo las intervenciones sobrenaturales dieron lugar a la complejidad.
¿Cómo podría hacerse esto? Lo que Collins pide aquí es que los científicos partidarios del DI aporten el método que empleó el Creador para hacer el mundo con todos sus componentes. ¿Quién está capacitado para explicar los milagros sobrenaturales sino única y exclusivamente su propio autor?
4. Se ha visto que muchos ejemplos de complejidad irreductible se pudieron originar por evolución.
Collins cita en su artículo sólo tres ejemplos de complejidad irreductible, de los señalados por Behe en su famoso libro La caja negra de Darwin, tales como la cascada de coagulación de la sangre humana, el ojo y el flagelo bacteriano. Del primero, afirma que pudo empezar como “un mecanismo muy sencillo que podría trabajar satisfactoriamente para un sistema hemodinámico de baja presión y bajo flujo, y que evolucionó durante un largo periodo de tiempo hasta convertirse en un complicado aparato, necesario para los humanos y otros mamíferos que tienen un sistema cardiovascular de alta presión, en el que las fugas se deben reparar rápidamente”. Sin embargo, no explica paso a paso cómo pudo ocurrir semejante transformación, ni si existe algún tipo de evidencia de la misma. En realidad, lo que está diciendo es que la evolución “de alguna manera” hizo que un mecanismo muy sencillo de coagulación se convirtiera en otro mucho más complicado. No obstante, esto no constituye ninguna demostración científica porque, especulaciones aparte, como bien escribe Michael J. Behe a propósito de este asunto: “lo cierto es que nadie tiene la menor idea de cómo llegó a existir la cascada de coagulación”[2].
En cuanto al ojo de los animales, curiosamente Collins continúa apelando a la antigua opinión de Darwin quien, hace más de 160 años, sugirió que dicho órgano podía haber iniciado su evolución como un simple “nervio óptico, rodeado por células pigmentarias y cubierto por piel translúcida”[3]. De ahí, gradualmente se habrían originado los ojos de las estrellas de mar, de artrópodos como los insectos, vertebrados como el anfioxo, peces, anfibios, reptiles, aves, mamíferos y el propio ojo humano. Darwin se basaba en el aspecto o la morfología de los distintos ojos de estos animales para construir su hipotética escala ascendente de complejidad. Sin embargo, imaginar historias evolutivas no es lo mismo que demostrarlas bioquímicamente.
En la actualidad, se sabe que la bioquímica de los diferentes ojos animales no va de la mano de su anatomía o aspecto físico. Es decir, cada paso o estructura anatómica que Darwin consideraba simple implica procesos bioquímicos increíblemente complejos que no se pueden evitar con retórica. Según la ciencia de la anatomía comparada, el desarrollo de la retina no es paralelo al supuesto desarrollo evolutivo de las distintas especies animales. Es más, hoy se sabe por ejemplo que la retina de los primates es más simple anatómica y funcionalmente que la retina de una rana o una paloma. Esto contradice por completo la hipótesis de Darwin. Por lo tanto, explicar el origen de fenómenos biológicos como la vista, la digestión o el sistema inmunitario, tiene necesariamente que incluir su explicación molecular o bioquímica. Y ésta, generalmente, no respalda las historias evolutivas.
En este sentido, Behe escribe también: “ahora que hemos abierto la caja negra de la visión, ya no basta con que una explicación evolucionista de esa facultad tenga en cuenta la estructura anatómica del ojo, como hizo Darwin en el siglo diecinueve (y como hacen hoy los divulgadores de la evolución). Cada uno de los pasos y estructuras anatómicos que Darwin consideraba tan simples implican procesos bioquímicos abrumadoramente complejos que no se pueden eludir con retórica. Los metafóricos saltos darwinianos de elevación en elevación ahora se revelan, en muchos casos, como saltos enormes entre máquinas cuidadosamente diseñadas, distancias que necesitarían un helicóptero para recorrerlas en un viaje. La bioquímica presenta pues a Darwin un reto liliputiense”[4]. Ese es precisamente el reto que el DI sigue señalando al darwinismo y que éste no ha logrado todavía explicar convenientemente.
En cuanto al ejemplo más famoso de órgano irreductiblemente complejo propuesto por Behe, el flagelo bacteriano, Collins dice que se ha demostrado que varias proteínas que lo conforman existen también en otras especies de bacterias, en aparatos diferentes y con funciones distintas, tales como inyectar toxinas a otras bacterias a las que se desea atacar. Si esto es así, entonces el flagelo bacteriano no sería un órgano irreductible complejo -como asegura Behe- ya que sus proteínas pudieron tener otras funciones diferentes en otras bacterias a lo largo de la evolución. ¿Es esto cierto? ¿Tiene razón Collins?
La complejidad irreductible es fácil de entender comparándola con una trampa para cazar ratones. Las trampas comunes están compuestas de varias piezas: una base de madera, un trozo de alambre donde se inserta el queso, un muelle, una traba y un cepo o martillo. Para que la trampa funcione, es necesario que todas estas piezas estén presentes. Además, para atrapar ratones, todas las piezas tienen que estar dispuestas de una determinada manera. Si falla una de ellas, la trampa pierde su utilidad. Pues bien, es improbable que un sistema irreductiblemente complejo surja instantáneamente porque, como dijo Darwin, la evolución es un proceso lento y gradual. Darwin afirmó que la selección natural nunca puede realizar un salto súbito y grande, sino que debe avanzar mediante pasos cortos y seguros, aunque lentos. Un sistema irreductiblemente complejo no puede empezar a existir de pronto porque eso implicaría que la selección natural no es suficiente. Pero tampoco dicho sistema podría haber evolucionado mediante numerosas y sucesivas modificaciones ligeras porque cualquier sistema más simple no tendría todas las partes requeridas para funcionar bien y, por tanto, no serviría para nada y no tendría razón de ser. La propia selección natural lo eliminaría.
El polémico planteamiento de Behe es que los sistemas biológicos irreductiblemente complejos existen en la naturaleza y refutan al darwinismo. Su ejemplo más famoso es el flagelo bacteriano, una cola muy alargada que permite a algunas bacterias desplazarse velozmente en el medio acuoso. Ha sido llamado el motor más eficiente del universo ya que es capaz de girar a 100.000 revoluciones por minuto y cambiar de dirección en cuartos de vuelta. Como la trampa para ratones, el flagelo tiene varias partes que necesariamente se complementan para funcionar de manera coordinada. No hay explicaciones darwinistas detalladas ni graduales que den cuenta del surgimiento del flagelo de las bacterias ni de otros sistemas biológicos irreductiblemente complejos que se encuentran en la naturaleza. Sin embargo, sabemos que los seres inteligentes pueden producir tales sistemas. Una explicación más coherente de los mecanismos moleculares, como el flagelo bacteriano, es entenderlos como productos del diseño inteligente.
Las nuevas investigaciones a que se refiere Collins, acerca del papel de las proteínas auxiliares, no pueden simplificar la realidad del flagelo bacteriano como sistema irreductiblemente complejo. Un flagelo contiene más de doscientas clases de proteínas constitutivas, más otras cuarenta que le permiten funcionar bien. El hecho de que se haya descubierto que unas pocas de estas proteínas están también presentes en otras bacterias con otras funciones no anula el poderoso argumento bioquímico planteado por Behe. Su conclusión sigue siendo la misma: la teoría darwiniana no ha dado ninguna explicación científica de la evolución del flagelo y probablemente nunca pueda darla. Decir que algunas proteínas del flagelo bacteriano existían ya en otras bacterias y que por tanto la evolución “de alguna manera” pudo agruparlas para originar este órgano, no es ni mucho menos una demostración concluyente de que esto realmente haya ocurrido. Este tipo de transformación sigue enfrentando obstáculos bioquímicos colosales.
Desde la perspectiva teológica, Francis Collins afirma en su artículo que el Diseño inteligente es una teoría del “dios tapagujeros” ya que apela a una intervención sobrenatural para aquellos misterios que la ciencia no ha logrado todavía explicar racionalmente. Es decir, que sería el poco conocimiento que se tiene de ciertos fenómenos lo que motiva a los partidarios del DI a recurrir a la acción divina. Sin embargo, en su opinión, esto sería muy peligroso y contribuiría a desacreditar la propia fe, pues cuando la ciencia avanza y logra explicar tales fenómenos, resulta que Dios ya no es necesario y se le relega.
Fue el gran teólogo alemán, Dietrich Bonhoeffer, quien acuñó el concepto del “dios tapagujeros”, expresando muy bien su idea con estas palabras: “Veo de nuevo con toda claridad que no debemos utilizar a Dios como tapagujeros de nuestro conocimiento imperfecto. Porque entonces si los límites del conocimiento van retrocediendo cada vez más -lo cual objetivamente es inevitable-, Dios es desplazado continuamente junto con ellos y por consiguiente se halla en una constante retirada. Hemos de hallar a Dios en las cosas que conocemos y no en las que ignoramos. Dios quiere ser comprendido por nosotros en las cuestiones resueltas, y no en las que aún están por resolver. Esto es válido para la relación entre Dios y el conocimiento científico.”[5] Ahora bien, según esta definición original del dios tapagujeros, cabe plantearse la siguiente cuestión: ¿comete el Diseño inteligente el error de apelar al dios tapagujeros con el fin de explicar las lagunas del conocimiento científico?
La respuesta a esta cuestión es negativa porque el diseño se deduce de aquello que se conoce muy bien y no de lo que aún se desconoce. En este sentido, sigue perfectamente el criterio de Bonhoeffer al detectar inteligencia en lo que conocemos y no en lo que ignoramos. No es que los investigadores vean diseño inteligente en ciertas estructuras naturales irreductiblemente complejas porque éstas han sido poco estudiadas y sean prácticamente desconocidas por la ciencia. Es precisamente al revés. Aquello que motiva a muchos científicos a pensar en un diseño inteligente es el gran conocimiento que poseen de dichas estructuras o funciones. No es lo que no saben sino lo que sí saben.
Darwin y sus coetáneos, al observar una célula bajo sus rudimentarios microscopios, no podían pensar en el diseño real de la misma porque sólo veían simples esferas de gelatina que rodeaban a un pequeño núcleo oscuro. Nada más. Pero es precisamente el elevado grado de información y sofisticación bioquímica en las estructuras celulares, descubierto por los potentes microscopios electrónicos modernos, lo que ha hecho posible la teoría del Diseño. No se está apelando a ningún dios de las brechas o tapagujeros. Lo que se propone es que la actividad inteligente puede ser detectada en la naturaleza, de la misma manera que lo es la de cualquier informático que diseña algún programa. Los sistemas biológicos manifiestan las huellas distintivas de los sistemas diseñados inteligentemente. Poseen características que, en cualquier otra área de la experiencia humana, activarían el reconocimiento de una causa inteligente.
Si el razonamiento que propone la teoría del Diseño se fundamentara en el dios tapagujeros, como afirma Collins, diría cosas como las siguientes: puesto que la selección natural de las mutaciones al azar es incapaz de producir nueva información biológica en el mundo, entonces debemos suponer que el diseño inteligente es la causa de tal información. Sin embargo, no es esto lo que se afirma. Lo que se dice, más bien, es: como la selección natural y las mutaciones aleatorias no pueden producir nueva información, y nuestra experiencia es que sólo los agentes inteligentes son capaces de hacerlo, debemos concluir que alguna inteligencia debe ser la causa de la sofisticada información que nos caracteriza a los seres vivos y al resto del universo. Por tanto, el Diseño inteligente es la mejor explicación y tal argumento no se basa en el dios tapagujeros sino en nuestra experiencia positiva de que la información siempre procede de la inteligencia. La deducción de diseño es una solución a la cuestión del origen de la información en el mundo.
Uno de los grandes problemas que tiene planteados actualmente el darwinismo es lo que los paleontólogos han llamado la explosión del Cámbrico. La aparición repentina, desde el punto de vista geológico, de los principales filos o tipos básicos de animales, ocurrida hace más de quinientos millones de años según la escala de tiempo evolucionista. Esto constituye una brusca discontinuidad en el registro fósil, que ya Darwin consideraba como una de las mayores objeciones contra su teoría de la selección natural gradualista. A pesar de que se han propuesto varias teorías alternativas para explicar semejante anomalía, en el sentido de intentar justificar una evolución mucho más rápida de lo que sería normal, lo cierto es que las hipótesis no convencen a todos y el enigma paleontológico perdura. ¿Cómo podría argumentarse la realidad de tal explosión cámbrica, desde el Diseño inteligente?
Si realmente la inteligencia tuvo algo que ver en esta aparición repentina de nuevos organismos sobre la faz de la Tierra, éstos deberían presentar características que serían exclusivas de una agencia inteligente. Detalles anatómicos, fisiológicos, bioquímicos y genéticos que únicamente hubieran podido originarse por medio de un plan de diseño previo y no como consecuencia de la casualidad natural. Propiedades propias de una actividad inteligente. ¿Se observan tales cualidades en los organismos cámbricos? Sí, por supuesto, hay numerosos órganos, estructuras y funciones que muestran información compleja y específica.
Lo que sea que haya dado lugar a los seres del Cámbrico tuvo que generar nuevas formas con rapidez, no siguiendo un lento proceso azaroso y gradualista desde lo simple a lo complejo. Hubo que construir complejas estructuras nuevas ya plenamente elaboradas y no sólo modificar las preexistentes. Aparecieron repentinamente organismos que poseían complicados circuitos integrados equiparables a los de los actuales robots o computadoras electrónicas. Seres que disponían de una especie de información digital codificada en su ADN y, además, de otra información estructural complementaria que suele llamarse “epigenética”. Es decir, toda una serie de factores químicos no genéticos que intervienen en el desarrollo de los organismos, desde la aparición del óvulo fecundado hasta la misma muerte, capaces de modificar la actividad de los genes pero que no afectan a su naturaleza ni alteran la secuencia del ADN. Todo esto supone que aquellos “primitivos” organismos presentaban diversos niveles de información que funcionaba de forma jerárquica, organizada e integrada. Si todo esto es así, resulta posible sospechar que detrás de tal explosión del Cámbrico hubo una causa inteligente. Como resulta evidente, entre este razonamiento y el argumento del dios tapagujeros existe una enorme diferencia.
Cualquier animal fósil del Cámbrico, por pequeño que sea, evidencia en sí mismo un proyecto previo. No es el resultado simplista de la suma de sus partes sino todo lo contrario, un diseño global del todo que condiciona el montaje de los distintos componentes. Los proyectos se conciben generalmente antes de su materialización. Son ideas previas a los objetos materiales o a los seres vivos que determinan. Es posible que al visitar, por ejemplo, la sección de componentes de una planta de vehículos, no veamos ninguna evidencia concreta del proyecto previo. Pero si observamos el producto final de la cadena de montaje, notaremos de inmediato que, en efecto, existe un plan básico de diseño que le da sentido a todo. De la misma manera, la considerable complejidad y especificidad de los organismos vivos, así como la conexión y coordinación entre los distintos niveles de información que poseen, demandan un diseño que sólo puede hacerse a partir de la inteligencia.
Cuando no existe en la naturaleza ningún mecanismo o fuerza capaz de explicar el origen de la complejidad de un determinado ser, entonces no queda más remedio que inferir racionalmente y de forma justificada que la causa de su aparición debió ser la inteligencia. Decir, por ejemplo, que algún fenómeno está más allá de la investigación científica puede ser también una afirmación científica. Y esto, insisto, no convierte la tesis del Diseño inteligente en un argumento del tipo del dios tapagujeros porque es la propia naturaleza quien nos ofrece múltiples evidencias que nos permiten deducir, en función de nuestra experiencia, que los organismos sólo pueden proceder de una mente inteligente. Es lo que sabemos, y no aquello que desconocemos, lo que nos permite inferir diseño. De manera que la teoría del Diseño no contradice en absoluto el razonamiento de Bonhoeffer ya que no utiliza a Dios como tapagujeros.
La tesis del Diseño inteligente se muestra carente de prejuicios a la hora de buscar la mejor explicación científica. Si resulta que las causas naturales son la mejor explicación, entonces se apelará a ellas; pero si lo son las causas inteligentes, ningún principio filosófico debería prohibir su aceptación plena. Siempre habrá que buscar y respetar la mejor explicación posible. Nos parece que éste es un método científicamente equilibrado.
Francis Collins concluye su artículo augurando la desaparición del movimiento del Diseño inteligente porque cree que la ciencia acabará explicando todas las lagunas que presenta actualmente la teoría de la evolución. Desde luego, es un acto de fe legítimo. Sin embargo, yo creo que esto no ocurrirá porque estamos asistiendo precisamente a todo lo contrario. Los problemas que plantean los últimos descubrimientos biológicos al evolucionismo son cada vez más numerosos y esto constituye un importante empuje para el DI.
Notas
[1] Ver aquí.
[2] Behe, M. J. 1999, La caja negra de Darwin, Andrés Bello, Barcelona, p. 127.
[3] Darwin, Ch. 1980, El origen de las especies, Edaf, Madrid, p. 197.
[4] Behe, M. J. 1999, La caja negra de Darwin, Andrés Bello, Barcelona, p. 41.
[5] Ver aquí, (Dietrich Bonhoeffer, 30 de mayo de 1944, Cartas y documentos de la cárcel, editados por Eberhard Bethge, traducidos al inglés por Reginald H. Fuller, Touchstone, 1997).
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