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¿Qué tienes en tu mano? Los recursos que ya tenemos todos

La abundancia o carencia de recursos nunca puede ser la vara de medir para asumir o declinar el llamamiento.

MISIONES AUTOR 687/Carlos_Madrigal 30 DE OCTUBRE DE 2022 22:00 h
Imagen de [link]Paz Arando[/link], Unsplash.

Una de las excusas más repetida para posponer el cumplimiento de la tarea es la referida a la falta de recursos, falta de preparación o falta de experiencia. Por no mencionar aquellos que dicen: “Oh, primero tenemos que evangelizar nuestro país”. Cuando nos convertimos y compartimos con mis padres – católicos comprometidos – de qué manera íbamos casa por casa predicando el evangelio, mi padre nos dijo: “¿Qué necesidad hay si ya todos son cristianos?” Unos pocos años después, cuando le dije que nos íbamos a otro país a servir al Señor me dijo: “¡Pero si aquí aún hay tantos a los que predicar!” De igual manera el argumento de “primero tenemos que alcanzar nuestro país”, ¿es el pensamiento de nuestro Padre celestial o es la sombra cernida por nuestros miedos terrenales?



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Sin embargo, para hacer Su obra Dios no busca lo que no tenemos, sino que nos ofrece hacerla con lo que Él tiene, supliendo todo lo que nos falta. Ante empresas imposibles como el llamado y encargo a Moisés de sacar a su pueblo de la esclavitud lo único que Dios le pregunta es: “¿Qué es eso que tienes en tu mano?” (Ex. 4:2). Cuando David escapa de Saul y llega al sacerdote Ahimelec le pregunta: “¿Qué tienes a mano?” (1S. 21:3). Ante la fatalidad y escasez Eliseo le pregunta a la viuda: “¿Dime qué tienes en tu casa?” (2R. 4:2). Cuando Jesús demanda de los apóstoles que alimenten a las multitudes, ante la perplejidad de estos les dice: “¿Cuántos panes tenéis” a mano? (Mr. 6: 38). El Señor no está interesado en lo que no tenemos sino en lo que tenemos. Cuando Él nos encomienda una tarea ya sabe muy bien lo que no tenemos, y eso que no tenemos no espera que lo tengamos (valga la redundancia). Y aun y así Él nos ve lo suficientemente pertrechados para llevar a cabo la tarea con lo poco que hay en nuestras manos. ¡Él se encargará de multiplicarlo! Siempre y cuando estemos dispuestos a obedecerle en fe.



Pero empecemos por el principio. Yo creo que Moisés era latino o por lo menos español. ¿No me creen? Ante el llamado del Señor “¿A quién enviaré, y quién ira por nosotros?”, Isaías respondió con su famoso: “Heme aquí; envíame a mí” (Is. 6:8). Él era un buen gringo. Pero Moisés respondió: “Heme aquí…” (Ex. 3:4), “envía a otro” (Ex. 4:13). Por décadas hemos repetido lo mismo: La tarea global no es para nosotros, no tenemos los recursos, no sabemos cómo hacerlo… es para los anglos, que vayan ellos. O cuando el predicador invita a tomar el desafío, pensamos: “Esto es para fulanito o menganita de la iglesia, pero no para mí.” Así que en alguna manera le respondemos: “Señor yo siempre estoy dispuesto/a para todo, pero mejor hazlo con ese/a hermano/a que está ahí…” Bueno, pues hemos de saber que no hay nada que irrite más al Señor que las excusas ante su llamado: “Entonces se encendió la ira del SEÑOR contra Moisés…” (Ex. 4:14). ¿Querremos provocar Su ira?



Moisés quería garantías (como Gedeón), y nosotros también. Pero ¿cómo la obra va a ser una obra de fe que Le glorifique si lo tenemos todo garantizado de antemano? Ante sus excusas Dios le dijo a Moisés: “Ciertamente yo estaré contigo, y la señal para ti de que soy yo el que te ha enviado será ésta: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto adoraréis a Dios en este monte” (Ex. 3:12). Ahora bien, ¿qué clase de señal es esta? Es como si al que le pide, “Dame una señal de que podré acabar la universidad” Él le respondiera: “La señal es que cuando acabes te darán un diploma”. ¡Para cuando me den el diploma ya no necesitaré ninguna señal, pues ya habré acabado! Pero lo que Dios le está diciendo es: “¿Si yo te digo que va a ser posible por qué dudas? Para mí ya está hecho. Y tan cierto es esto que ya te veo adorando en este monte” (o con el diploma).



¿Qué tenemos en nuestras manos? Moisés tenía una vara (Ex. 4:2). Era su vara de pastor. La que había hecho servir por cuarenta años. Era su oficio, era la experiencia adquirida en guiar rebaños, en encontrar manantiales de agua, su constancia y fidelidad diaria a la labor. Nosotros tenemos eso, lo mismo: nuestras labores cotidianas, nuestros recursos diarios, nuestras habilidades personales. Cuando llegamos a Estambul, ni el idioma teníamos. Pero con lápiz y papel en mano (yo estudié bellas artes y trabajé como ilustrador), cuando iba de compras dibujaba un pan, o un huevo… o cuando nuestro hijo se ponía enfermo un termómetro.



¿Puede un buen plato de comida casera cambiar el destino de la obra del Señor? ¡Puede! En el año 1992 se celebraban los Juegos Olímpicos de Barcelona. A través de un alumno de español (mi mujer daba clases en una universidad de Estambul, bajo un programa del Instituto Cervantes), el papá del estudiante, que era el presidente de la Federación de Lucha Grecorromana del Comité Olímpico Turco nos contactó. Nos pidió si le podíamos recomendar a alguien para que le enseñara la ciudad de Barcelona. Él había sido jefe de policía de Estambul, un personaje conocido e importante. Yo los puse en contacto con mi mamá y le dije: “Trátale bien, prepárale una buena comida… nunca se sabe...”. Mi madre los recibió en casa y mi hermana les enseño la ciudad. Años después, en 1998 habíamos iniciado el proceso para registrar oficialmente nuestra iglesia en Estambul como fundación religiosa. Nadie antes lo había intentado. Por entonces este señor se postuló como alcalde de Estambul. Orábamos, orábamos y orábamos que Dios a través de él nos abriera una puerta. ¿Y qué ocurrió? ¡No fue elegido! ¡Qué desilusión!



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Por entonces iniciábamos también el establecimiento de una obra en Kocaeli, una provincia hostil donde la policía nos selló el edificio que usábamos, nos amenazó diciendo que jamás podríamos establecer una iglesia allí, y pegaron a los equipos que nos ayudaban. Justo en esas fechas este señor fue nombrado ministro del Interior. ¡Orábamos por un alcalde y el Señor nos dio un ministro! Ante las agresiones de las autoridades locales lo llamé por teléfono y le dije: “¿Se acuerda de mi mamá…?” “¿Cómo no? ¿Cómo está su mamá?” me dijo. Y enseguida se interesó por la situación. Al día siguiente la policía vino a pedirnos disculpas y ponerse a nuestra disposición. ¡Pedíamos algo grande y el Señor nos dio algo mayor! ¡Y todo por un buen plato de comida! Aun las cosas que nos parecen más triviales Dios las usa para Su gloria. ¡Y la iglesia que nos dijeron que jamás se abriría, allí sigue firme después de 20 años!



Los recursos (o la falta de ellos) nunca son el impedimento. Los tesalonicenses asumieron de tal modo el llamado que Pablo les dice: “…llegasteis a ser un ejemplo para todos los creyentes en Macedonia y en Acaya.Porque saliendo de vosotros, la palabra del Señor ha resonado, no sólo en Macedonia y Acaya, sino que también por todas partes vuestra fe en Dios se ha divulgado, de modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar nada” (1Ts. 1:7-8). Llegaron con la palabra a todas partes, ¡hasta el punto de dejar a Pablo en el paro! Y eso que eran las iglesias más pobres de todas: “…hermanos, os damos a conocer la gracia de Dios que ha sido dada en las iglesias de Macedonia; pues en medio de una gran prueba de aflicción, abundó su gozo, y su profunda pobreza sobreabundó en la riqueza de su liberalidad. Porque yo testifico que, según sus posibilidades, y aun más allá de sus posibilidades, dieron de su propia voluntad...” (2Co. 8:1-3, RVG). ¡Las iglesias más pobres eran las más dadivosas! Porque “primero se dieron a sí mismos al Señor” (2Co. 8:5). Esta es la clave. Darse al Señor, asumir que Él tiene los recursos. Aquellos recursos que ya nos ha dado y Él va a utilizar, multiplicándolos y sacando de nuestras “fuerzas de flaqueza” una obra de poder para Él (He. 11:34, RVG).



Igual que Dios se lo mostró a Moisés. Cuando él le ofreció lo que tenía en sus manos, el Señor le mandó echar la vara al suelo y esta se convirtió en una serpiente. Al punto que “Moisés huía de ella” (Ex. 4:3). Él quiere que nos enfrentemos a nuestros miedos. Y por eso “…el SEÑOR dijo a Moisés: Extiende tu mano y agárrala por la cola” (Ex. 4:4). El peor sitio para agarrar a una serpiente si tienes miedo es la cola. Porque se revuelve y te pica. Como decimos nosotros: al toro hay que agarrarle por los cuernos, no por la cola. Aunque es el lugar más peligroso así evitas que te cornee (bueno más bien si es una vaquilla). Y si la serpiente se revuelve, le das un tirón y la alejas de tu mano. Pero no hizo falta porque al instante se transformó de nuevo en una vara (Ex. 4:4). Así Dios nos quiere enseñar a transformar los retos en ventajas.



En nuestros primeros años de servicio era tan poco el sustento que teníamos que por tres meses nos alimentamos de un saco de lentejas que nos habían dejado unos iraníes con los que compartimos piso hasta que se fueron como refugiados a Canadá. Luego descubrimos que a las lentejas les salían patas. Estaban infestadas de unos bichitos que nos disuadieron de seguir cocinándolas (pero no podemos decir que hubiéramos quedado faltos de proteínas durante esos tres meses previos). Pero tal eran nuestras limitaciones económicas que nunca sufrimos lo que otros obreros con sobra de recursos sufrieron. Es decir, nadie se nos acercó simulando interés por el Evangelio, cuando lo que en realidad esperaban era poder sacar algún beneficio económico. Así que si alguien nos prestaba oído era porque de verdad tenía un interés espiritual.



Igualmente, el Señor quiere hacer de nuestras debilidades, nuestra fortaleza. ¡Para Su gloria exclusiva! Moisés, tras agotar todas sus objeciones dice: “Por favor, Señor, nunca he sido hombre elocuente, ni ayer ni en tiempos pasados, ni aun después de que has hablado a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua” (Ex. 4:10). Yo estudié en la Escuela Suiza de Barcelona. Se supone que debería dominar el alemán. Pero era tan malo con los idiomas que en toda la historia de la escuela soy el único alumno que no pasó el “Grundstufe”; un examen que para mis compañeros era pan comido. Y ahora tenía que aprender turco, que para que me entiendan, es un idioma emparentado con el japonés o el coreano. Vamos, peor que diez alemanes juntos. Pues bien, a los pocos años, en una ocasión que estaba ayudando a un guía turístico español en un tour por el Bósforo, yo iba al lado del piloto de la embarcación leyendo en español las curiosidades de los lugares que bordeábamos, y entre explicación y explicación conversaba en turco con él. En un punto el me miró y me dijo: “¿Puedo hacerle una pregunta?” “¿Cómo no?” le dije. Y añadió: “¿Dónde ha aprendido a hablar tan bien… el español?”



Concluyendo. Todo lo que a nosotros nos puede parecer impedimentos, si atendemos a Su llamado Él lo puede convertir en ventajas. Por tanto, la abundancia o carencia de recursos nunca puede ser la vara de medir para asumir o declinar el llamamiento. Evidentemente debemos ser administradores responsables, y no lanzarnos a aventuras temerarias. No hablo de esto. Lo que digo es que el Señor ya nos ha dado todo lo que es necesario para llevar a cabo su labor, aquella a la que nos ha llamado. Porque los recursos que Él busca no son nuestra riqueza o pobreza, sino nuestra fidelidad y nuestras vidas consagradas a Él y a Su obra. ¡Dios tiene los recursos restantes! 



En nuestra experiencia hemos pasado por situaciones desesperantes. Pero en todas ellas siempre le he recordado al Señor su palabra: nadie es “soldado a sus propias expensas” (1Co. 9:7). En definitiva, Le he dicho que, si Él nos ha mandado a cumplir una tarea, Él tiene que proveer los recursos. Porque es Su tarea, no la nuestra. ¡Y siempre ha respondido favorablemente! Usando el esquema de Romanos 3:29, ¿Es Dios solamente Dios de los que se aventuran? ¿O no es el también Dios de todos aquellos a los que llama? ¡Y Él nos ha llamado a todos en la Gran Comisión!


 

 


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