El 22 de agosto, es un día de reconocimiento de personas que han sufrido violencia por causa de su fe o creencia. Sólo en el ámbito cristiano, hemos contabilizado 289.000 personas durante 2022.
La persecución de los cristianos es un tema mucho más complejo de lo que podríamos imaginar a primera instancia.
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Aunque Puertas Abiertas define la persecución en los términos más amplios para reconocer las múltiples formas que puede tomar, en términos legales, en el mundo internacional, la persecución se considera, actos de violencia contra la persona o el colectivo perseguido.
Aun así, el término “violencia” debe ser definido. ¿De qué se trata cuando decimos que se lleva a cabo un acto violento contra una persona perseguida?
En Puertas Abiertas hemos definido la violencia como asesinatos, abusos físicos o mentales, secuestros, arrestos sin juicio, condenas carcelarias, abusos sexuales, matrimonios forzosos, expulsiones de la vivienda o de la comunidad, iglesias atacadas o clausuradas y viviendas u otros inmuebles pertenecientes a cristianos atacados.
La violencia toma muchas formas, cada una de ellas marcando la vida de sus víctimas profundamente. En algunos casos dejando marcas permanentes en ellas.
El próximo lunes 22 de agosto, se celebrará un día de reconocimiento de personas que han sufrido actos violentos por causa de su fe o creencia.
Es un día señalado por las Naciones Unidas para llamar la atención sobre las vulneraciones que se cometen contra uno de los derechos más fundamentales del ser humano, el derecho a la libertad de religión o creencia.
Sólo en el ámbito cristiano, hemos contabilizado 289.000 personas que han sufrido algún tipo de violencia durante el año 2022. La mayoría de ellos (218.709) son personas desplazadas de sus casas, ciudades, regiones o países.
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No puedo nombrar a cada una de las casi 290.000 personas afectadas por la violencia durante este año, pero sí quiero ayudarte a conocer a algunas de ellas que sufrieron estos actos durante este año o que siguen sufriendo esta realidad varios años después de haber sido atacados o secuestrados.
El asesinato es el acto más duro de la violencia y cuyo efecto es irreversible. El pastor Yalam Shankar de India, tras recibir numerosas amenazas de muerte por compartir su fe con otros y ayudarles a conocer a Cristo, fue asesinado brutalmente por cinco hombres radicales hinduistas.
Este mismo año, en Nigeria, una iglesia cristiana, celebrando del día de Pentecostés, fue atacada. Se estima que unas 50 personas fueron asesinadas con armas de fuego. No tenemos sus nombres ni apellidos, pero nos queremos acordarnos de ellos este día.
En algunos casos, los abusos físicos también dejan marcas irreversibles en los cuerpos de sus víctimas. Vinita es una cristiana en India. Ella no murió a manos de sus agresores porque pudo huir del ataque y refugiarse en la casa de un vecino.
Quedó mal herida y tuvo que ser hospitalizada junto con Preetha, otra cristiana que estaba orando con ella en su casa. En el hospital, los médicos se negaron a atenderlas porque los que organizaron el ataque de la turba les presionaron para que no les atendiesen.
Están vivas hoy, porque los colaboradores locales de Puertas Abiertas pudieron llevarlas a un hospital privado donde recibieron atención médica.
Vinita se encuentra a diario con sus atacantes, los cuales le miran con desprecio y le insultan. Preetha está en su tercera casa de alquiler desde que sufrió ese ataque porque los violentos les expulsan de su casa en cuanto descubren dónde están.
Las dos han tenido que ser mucho más cautelosas compartiendo su fe a causa de esta violencia.
Leah Sharibu es una cristiana que fue secuestrada junto con otras 109 chicas de una escuela para niñas. Ella rehusó negar su fe en Cristo. El 19 de febrero de este año, se cumplieron cuatro años desde su secuestro.
De las 275 niñas de Chibok, que fueron secuestradas cuatro años antes que Leah, todavía se desconoce el paradero de 100 de ellas, aunque dos fueron liberadas durante este año.
Raymond Koh, un pastor malayo, fue secuestrado hace cinco años y todavía se desconoce dónde está y por qué fue secuestrado.
Las familias de las personas secuestradas sufren por no saber nada de sus seres queridos ni sobre cómo les están tratando.
En el caso de familias de hombres secuestrados, ellas sufren la falta de ingresos y de seguridad que aporta su marido o padre a la familia.
Los padres y madres de las niñas secuestradas sufren de impotencia al no poder hacer nada para rescatar a sus hijas secuestradas. El sufrimiento del secuestro se extiende más allá de la persona secuestrada.
Stephen Mash no fue secuestrado por causa de su fe. En cambio, fue acusado de cometer blasfemia contra Mahoma. Fue arrestado el 11 de marzo de 2019 en Pakistán, sin haber cometido ningún acto de blasfemia y se le mantuvo en custodia durante tres años mientras se estudiaba su caso.
Finalmente fue puesto en libertad bajo fianza este año en mayo al demostrar que tenía un trastorno bipolar.
Aunque Stephen Mash luche por demostrar su inocencia, sabe que corre peligro de muerte en Pakistán. Cualquiera que haya sido acusado de blasfemar contra el profeta Mahoma, ya ha sido sentenciado a muerte por los radicales musulmanes y para ellos es digno de muerte, digan lo que digan los tribunales.
Como vemos en el caso de Stephen Mash, acusaciones falsas le llevan a ser arrestado sin causa. Aunque fue puesto en libertad después de tres años de prisión y juicios, su vida sigue corriendo peligro.
Los radicales lo quieren muerto solo porque fue acusado de haber blasfemado contra Mahoma. Al final tendrá que huir de Pakistán y vivir en otro país para salvar su vida.
Cerca de 290.000 personas han vivido estos dolores en primera persona. Otros muchos, que son familiares de ellos, han sufrido los efectos secundarios de su sufrimiento.
Queremos elevar la voz a su favor y recordarlos el 22 de agosto y seguir luchando para que se reconozca y respete la libertad religiosa en todo el mundo.
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