La teoría de la deriva continental no empezó a tomarse en serio hasta que, en el año 1912, el geofísico y meteorólogo alemán Alfred Wegener publicó su famoso artículo.
Durante la segunda mitad del siglo XX, la geología y la geofísica experimentaron cambios profundos que influyeron también en las ideas evolucionistas. La cuestión acerca de si la corteza terrestre era estable o se había desplazado a lo largo de las eras geológicas fue debatida acaloradamente por los especialistas. El geólogo y zoólogo estadounidense James Dwight Dana (1813-1895) afirmaba que los continentes y los océanos nunca habían cambiado de emplazamiento y que el armazón externo de la Tierra había permanecido siempre estable. Sin embargo, otros naturalistas como el botánico inglés Edward Forbes (1815-1854) veían difícil explicar cómo los animales y plantas habrían podido emigrar de un continente a otro sin que hubiera pasillos terrestres entre ellos.[1]
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En 1858, el geógrafo francés Antonio Snider-Pellegrini (1802-1885) propuso en su libro, La Création et ses Mystères dévoilés, la idea de que en el pasado todos los continentes habían estado unidos, tal como evidenciaba la presencia de ciertos fósiles de plantas hallados en yacimientos carboníferos de Europa y Norteamérica. Mediante sendos mapas de la Tierra ilustró por primera vez su creencia en la deriva de los continentes. No obstante, esta posibilidad fue considerada fantástica por la mayoría de los naturalistas de la época.
No obstante, la teoría de la deriva continental no empezó a tomarse en serio hasta que, en el año 1912, el geofísico y meteorólogo alemán Alfred Wegener publicó un artículo titulado: La formación de los continentes.[2] Su libro por excelencia, en el que desarrolló los argumentos que sustentaban sus ideas, El origen de continentes y océanos, fue publicado en alemán años después. En él propuso el nombre de Pangea (literalmente, “todo tierra”) para referirse al único continente que en su opinión debió existir al principio y que posteriormente se fue fracturando hasta dar lugar a la disposición continental actual. Wegener sugirió que el Atlántico era una enorme grieta ensanchada entre Sudamérica y África, continentes que estuvieron unidos en el pasado, tal como se desprende de sus perfiles geográficos actuales.
Las pruebas que aportaba se referían a la existencia de cordilleras, formadas por el mismo tipo de rocas y de la misma antigüedad, en diferentes continentes que debieron estar unidos en el pasado. Asimismo, señalaba la distribución geográfica de ciertos fósiles presentes en varios continentes. Sin embargo, muchos de sus colegas rechazaron, al principio, la deriva continental porque Wegener no proponía ningún mecanismo geofísico que pudiera explicarla adecuadamente.
[photo_footer]La distribución geográfica de algunos fósiles presentes en cinco continentes distintos fue una de las pruebas de la deriva continental aportadas por Alfred Wegener. / Wikipedia.[/photo_footer]
Durante la década de los 60 del pasado siglo, la teoría de la deriva continental, junto con la expansión del fondo oceánico, fueron incluidas en la teoría de la tectónica de placas. Según ésta última, la causa fundamental del lento desplazamiento de los continentes es la convección global del manto terrestre. Es decir, los materiales magmáticos calientes y fluidos de la astenosfera (zona superior del manto situada bajo la litosfera entre los 30 a 130 kilómetros de profundidad y hasta los 660 kilómetros), ascienden muy lentamente alcanzando la litosfera fría y rígida. Un vez allí, friccionan con ella y se desplazan horizontalmente contribuyendo al movimiento de las placas tectónicas que soportan continentes y océanos. Cuando dicho magma se enfría, desciende de nuevo hacia el interior terrestre, generando así las llamadas corrientes de convección, que generarían movimientos parecidos al del agua cuando hierve en una olla.
[photo_footer]Dibujo que representa las corrientes de convección como causa de la deriva continental. / geografiaplena.wordpress.com[/photo_footer]
Actualmente se ha podido detectar el movimiento de los continentes gracias a tecnologías muy precisas, como los GPS y los radiotelescopios, y se ha comprobado que éstos se desplazan hoy a una velocidad media de unos dos centímetros y medio al año. En el 2000, Peter Ward y Donald Brownlee publicaron un libro sobre el universo que tuvo mucho éxito en los Estados Unidos,[3] en el que se decía que la tectónica de placas de la Tierra constituye un aliado fundamental de la vida ya que al separar y unir continentes promueve la biodiversidad.
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Por tanto, la configuración de las tierras emergidas y de los océanos del mundo es dinámica y va cambiando muy lentamente. Si realmente han transcurrido millones de años, como propone la geología actualista y los partidarios de la Tierra antigua, durante esos largos períodos de tiempo se habría alterado profundamente la faz terrestre, los climas habrían variado de forma notable y esto habría provocado cambios en los seres vivos. Los creacionistas de la Tierra joven proponen, en cambio, que el movimiento de placas no es lento, como se observa hoy, sino catastrófico y ocurrió rápidamente durante el Diluvio.[4]
[3] Ward, P. & Brownlee, D. 2000, Rare Earth: Why Complex Life is Uncommon in the Universe, Copernicus Books.
[4] Snelling, A. A. 2006, “¿Pueden las catástrofes de las placas tectónicas explicar la geología del Diluvio?, en Ham, K. El libro de las respuestas, Patmos, pp. 159-169.
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