La conocida mariposa monarca constituye un ejemplo para nosotros en varios aspectos.
Era una mañana soleada de mayo. Nos encontrábamos visitando el histórico e impresionante Jardín de Aclimatación de La Orotava, en la isla de Tenerife. Casualmente una bella mariposa monarca (Danaus plexippus) acababa de posarse sobre un racimo de florecillas de asclepia. Inmediatamente enfoqué la cámara para fotografiarla, a la vez que profería: “¡es una monarca!”. Sin embargo, la voz que me respondió no fue la de mi esposa, que la tenía al lado, sino la de otra señora que también contemplaba la escena junto a nosotros. “¿Será éste mejor monarca que el nuestro?”, dijo con tono satírico y una amplia sonrisa de complicidad. Después de tomar algunas rápidas imágenes, antes de que el inesperado insecto se fuera volando, miré a la desconocida y le respondí: “Desde luego, la mariposa monarca tiene muchas cosas positivas que enseñarnos”. Pero no quise entrar en más detalles acerca del comportamiento de algunos monarcas humanos. Algo que, por lo menos en este país, resulta obvio y es del dominio público.
En efecto, la conocida mariposa monarca constituye un ejemplo para nosotros en varios aspectos. Es mundialmente famosa por su increíble migración en masa desde Canadá a México, atravesando Estados Unidos. Cada otoño, antes de que empiece el frío, millones de ejemplares vuelan una distancia de casi 5.000 kilómetros para congregarse en los bosques del centro de México donde pasan el invierno. Al comenzar la primavera, se aparean y después inician el vuelo de regreso al norte del continente americano. Finalizado semejante periplo, las hembras depositan los huevos bajo las hojas del algodoncillo. Una especie vegetal del género Asclepias abundante en Canadá. Durante el período estival, ahí tiene lugar toda la metamorfosis (huevo, larva u oruga, crisálida y adulto), hasta que en otoño progenitores y descendientes inician de nuevo su viaje hacia el sur. El Creador quiso disponer las cosas así y dotó de sofisticados instintos a los animales para que pudieran vivir en una biosfera tan variada como la de la Tierra. No fue la casualidad o el azar ciego sino la inteligencia y sabiduría infinita. De ahí que, todavía hoy, cueste entender los mecanismos físicos y químicos que operan en tales migraciones. La evidencia de que dispone hoy la ciencia indica previsión inteligente, no casualidad o azar evolutivo.
Los venenos no siempre son malos, a veces, como en el caso de la mariposa monarca, pueden salvar la vida. Como sus orugas se alimentan de hojas de asclepia, que contienen diversas toxinas o cardenólidos inofensivos para ellas, tales venenos pasan a los tejidos del animal y le confieren a éste su conocida toxicidad. La monarca es venenosa para pájaros, reptiles, anfibios y otros posibles depredadores, por lo que tal ponzoña la defiende de semejantes enemigos. Así pues resulta que los venenos son unas de las sustancias más útiles de la naturaleza. Arañas, serpientes, avispas, escorpiones, hormigas, mariposas y hasta los ornitorrincos los usan para sobrevivir. Se trata de notables estructuras bioquímicas pensadas con una finalidad concreta. Auténticos bisturís moleculares capaces de diseccionar células y moléculas en poco tiempo. De hecho, como sabe bien la medicina, muchos de estos animales venenosos constituyen una importante fuente de remedios y medicamentos para el ser humano, tales como coagulantes, anticoagulantes, contra la hipertensión, diabetes, etc.
La gran capacidad de adaptación de la mariposa monarca queda demostrada por el hecho de que, a pesar de ser una especie autóctona de Norteamérica, ha podido saltar los grandes océanos y llegar a lugares tan alejados como España o Nueva Zelanda. En tales lares ha encontrado también el clima y el alimento necesarios para su supervivencia. Sin embargo, se ha indicado que la población original del continente americano está experimentado un notable descenso debido a la reducción del número de plantas que le sirven de alimento. Esto es consecuencia de la actividad humana, que ha incrementado de manera desmesurada la superficie de tierras para la agricultura.
[photo_footer]La mariposa monarca presenta un llamativo contraste de colores que advierte a posibles depredadores de su peligrosidad. Es un insecto venenoso para la mayoría de las aves ya que sus larvas u orugas se nutren de plantas cuya savia es tóxica, aunque a ellas no les perjudica. En cambio, si un pájaro se las come, las vomita de inmediato y así aprende para siempre a dejarlas en paz.[/photo_footer]
También se ha descubierto que la presencia de mariposas en las ciudades es un buen indicador de la salud de los ecosistemas urbanos. Por ejemplo, durante el confinamiento impuesto por la pandemia en 2020, pudo observarse un aumento del 28% en el número de especies de lepidópteros en las ciudades. Esto fue interpretado como consecuencia de un invierno y primavera lluviosos, así como de la interrupción de actividades humanas en parques y jardines. Por tanto, las mariposas constituyen auténticos biomarcadores de salud para las grandes ciudades.
¿Qué se puede aprender de estos bellos insectos? Varias cosas. La primera es que, como la inmensa mayoría de los seres vivos, responden bien a aquello para lo que fueron creados. No renuncian a su identidad sino que se comportan con arreglo a lo que son. Esto recuerda aquellas palabras del apóstol Pedro (1 P. 3:9): no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición. La identidad cristiana es la bendición. Debemos bendecir porque somos herederos de bendición. Según este texto de Pedro (1 P. 3:8-12), el creyente fue creado para alabar a Dios en todo y una manera de hacerlo es siendo de un mismo sentir que sus hermanos. Esto no significa necesariamente ser de la misma opinión sino tener una misma actitud y propósito en la vida. Ser compasivos es procurar sentir lo que siente el otro. Mientras que la misericordia es etimológicamente poner el corazón (entendido aquí como sede de los sentimientos) en las miserias de los demás. Y, por último, la humildad cristiana, tan poco valorada en este mundo, constituye sin embargo la actitud del propio Señor Jesucristo, quien siempre se opuso al orgullo y la jactancia. Para esto fuimos creados los seguidores del Maestro y tal es nuestra identidad como herederos de bendición.
Las mariposas monarca ponen de manifiesto muy a las claras, mediante colores advertidores, aquello que son. Insectos no comestibles. Lo anuncian a los cuatro vientos para que todos los demás organismos lo sepan y actúen en consecuencia. ¡Qué gran ejemplo para los creyentes! Jesucristo dijo: Nadie que enciende una luz la cubre con una vasija, ni la pone debajo de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entran vean la luz (Lc. 8:16). Jesús es la luz del mundo, mientras que sus seguidores estamos llamados a reflejar dicha luz, después de haberla interiorizado por medio de la fe. Debemos, por tanto, irradiar la luz del evangelio. La iglesia está llamada a ser como un candelero que alumbre a la sociedad y ponga de manifiesto las obras de la oscuridad porque la Buena Nueva es ambivalente: anuncia pero también denuncia, salva y a la vez condena, conforta y sin embargo confronta (2 Tim. 3:16-17).
La bella mariposa monarca se adapta bien a las situaciones adversas incluso fuera de su territorio original. También Pablo le recuerda a Timoteo que “en los postreros días vendrán tiempos peligrosos” (2 Tim. 3) y que para superarlos será menester persistir en las enseñanzas de las Sagradas Escrituras porque solo ellas pueden hacernos sabios para la salvación por la fe en Cristo Jesús. Finalmente, si en general las mariposas son buenos biomarcadores de salud, también la congregación de los creyentes debe serlo en medio de un mundo contaminado y enfermo de maldad. Ante semejante situación, todo cristiano está llamado a vivir como una de estas singulares mariposas y a ser semejantes a monarcas meritorios y honestos.
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