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Una nueva misión para una nueva vida

Jesús tiene para cada uno de nosotros tareas concretas y lugares bien definidos para nuestros ministerios.

LA CLARABOYA AUTOR 604/Felix_Gonzalez_Moreno 27 DE FEBRERO DE 2022 22:00 h
Foto de [link]Tobias Rademacher[/link] en Unsplash CC.

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“Mas Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti. Y se fue, y comenzó a publicar en Decápolis cuán grandes cosas había hecho Jesús con él; y todos se maravillaban”.



Marcos 5:19-20



 



A las muchas sorpresas que  nos ha deparado esta historia, sigue, por último, otra sorpresa extraordinaria. Y es que, ¡Jesús rechaza el ruego del hombre de estar junto a él! ¡Jesús no tuvo reparos en lastrar con una negación esta fe recién nacida! Las oraciones no contestadas forman parte de nuestra experiencia espiritual con Dios. ¿Por qué ha de ser esto así? Nosotros sabemos que Dios es bueno y nos negamos a creer otra cosa. Por eso creemos que Jesús ve más allá que nosotros y que su amor llega más allá de lo que nosotros somos capaces de divisar aun con nuestras más sentidas y bien intencionadas oraciones.



La negativa de Jesús



Sorprendentemente, Jesús rechaza la petición del hombre sanado. ¿Por qué? ¿Acaso no está buscando Jesús seguidores? ¿Cuáles pueden ser las posibles causas para esta negativa? En principio no se nos dice. Nosotros podemos creer que Jesús las tiene. Él siempre sabe lo que hace y no da puntada sin hilo.



El hombre reconoce que ha experimentado la gracia de Dios y la luz de la fe le hace entender o sentir que el precio de la gracia es el seguimiento y que la gratitud por la gracia es siempre el servicio. Por esto le ruega a Jesús que le deje estar con él. Quiere pertenecer al grupo de sus discípulos más íntimos. Quiere pasar con Jesús en la barca a la orilla oeste del lago. Así que, está dispuesto a sacrificar patria y familia por el discipulado. La intención de este hombre es buena y noble, pero ¿sabe este hombre lo que está pidiendo?



En Marcos 3:13-19 se nos dice que Jesús “estableció a doce, para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar, y para que tuviesen autoridad para sanar enfermedades y para echar fuera demonios”. ¿No podía ser este hombre uno más? La respuesta de Jesús es que no. “Jesús no se lo permitió”. ¿Por qué? La negación de Jesús encierra una poderosa razón. Y es que, a veces nosotros no sabemos lo que pedimos. 



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Cierto día, Jacobo y su hermano Juan, se acercaron a Jesús, pidiéndoles: “Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda. Entonces Jesús les dijo: No sabéis lo que pedís”, y al final les aclaró: “El sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado” (Marcos 10:35-40). Sí, es evidente que cada uno tiene su lugar en el reino de los cielos, y en el servicio al Señor también. Y esto no depende de nosotros, sino de Dios que llama y establece. La admisión al servicio de la palabra no depende del ánimo momentáneo del candidato y de los propios deseos del interesado, sino del llamamiento del Señor. Es el Señor quien llama y establece en el servicio y también quien dice no. Y, ante este no, no cabe la tristeza, ni la amargura, ni la envidia, ni el rencor, sino la más sentida aprobación; y todo esto en la más profunda convicción de que el Señor tiene sus razones, y es lo mejor.



Jesús deniega la petición de los Zebedeos, diciéndoles: “No sabéis lo que pedís”. ¿No vale decir esto también de muchas de nuestras oraciones? Ellos piensan en dos lugares preferentes de inmediato, pero Jesús les muestra la razón de su ignorancia; por eso les pregunta: “¿Podéis beber del vaso del que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?” Ellos piensan que sentarse en el reino junto a Jesús es asunto de unos días o de un par de semanas; pero no saben los sufrimientos que aguardan a Jesús, ni los que les aguardan a ellos antes de que el reino de Jesús se manifieste en plenitud. Así también el hombre que había estado endemoniado no sabía cuáles son los proyectos de futuro de Jesús para con él. No obstante, el hecho de que acabe obedeciendo al Señor indica la nobleza de sus intenciones.



Por otro lado, la negación de Jesús tiene algo más que ver que con la simple contradicción. Su respuesta encierra el eco jurídico que también encontramos en Mateo 3:15. Aquí se presenta Jesús ante Juan el Bautista para ser aceptado por él como candidato al bautismo, pero Juan “se le opone”, no quiere bautizarle. Entonces Jesús le dice: “¡Deja ahora, porque conviene que cumplamos toda justicia!” Así también Jesús, en su primera manifestación,  vino a lo suyo, a Israel. En este sentido es que le respondió a una mujer sirofenicia que le rogaba insistentemente que liberase a su hijo de un demonio: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 15:24). Aunque, finalmente recompensó a la mujer por causa de su gran fe en la gracia de Dios.



Desde este punto de vista, el que había estado endemoniado no podía acompañar a Jesús como gentil que era. Pero esto no significaba que no pudiera hacer nada por el Señor a quien pretendía servir. Jesús tiene para cada uno de nosotros tareas concretas y lugares bien definidos para nuestros ministerios.



Una misión para el hombre liberado



Jesús no se va y deja tras sí al hombre desmoralizado y frustrado. Le asigna una misión. No hay ningún indicio de que la fe del hombre se haya resentido, de que su vida haya sufrido mengua y haya sido declarado no apto para el servicio del Señor, de modo que él pudiera pensar que le resulta más difícil vivir como hombre libre que como endemoniado.



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Recibe una misión de parte de Jesús para la que ha sido capacitado en plenitud. Tiene que ir a su casa, a  los suyos, para contarles cuán grandes cosas el Señor ha hecho con él, y cómo ha tenido misericordia de él. Debe proclamar las grandes obras de Dios. No en la cercanía inmediata de Jesús, sino en la distancia, pero en obediencia.



La misión que le asigna Jesús encierra a la vez una promesa: “Vete a tu casa, a los tuyos. Así que el hombre tiene una casa en Gergesa y una familia, y ésta le va a recibir. Y no solo es que le van a recibir, sino que también le van a oír. Su mensaje será las grandes cosas que Dios ha hecho con él, y cómo ha experimentado la misericordia divina. 



Es evidente que Jesús ha convertido a este hombre en un misionero. Después de esto, Jesús se va. Pero su misionero se queda. Así que los habitantes de la orilla este del mar de Galilea todavía no están bajo el signo del juicio, sino bajo el de la gracia; por eso es que continuarán siendo invitados a creer por medio del testimonio del que había estado endemoniado. La misión que ha recibido el gergeseno liberado es más importante que acompañar a Jesús en su barca a la otra orilla.



Cuando un pastor no acepta el ofrecimiento de una persona para desempeñar un determinado ministerio en la iglesia, no debe dejarle ir sin más. Está obligado a abrirle los ojos para la realización de otro ministerio que esté a su alcance personal, como hace Jesús en el caso que nos ocupa. Hay muchas razones importantes para un rechazo, aunque estas razones no se puedan apreciar a primera vista, pero, de todos modos, nosotros debemos continuar sintiéndonos responsables del desarrollo y del bienestar del hermano a quien hemos disuadido de sus deseos personales.



Obediencia y sorpresa



El hombre liberado y sanado obedeció y se fue. Se fue del lado de Jesús y de la orilla. “Y comenzó a publicar en Decápolis”, en esa liga de diez ciudades helenistas pobladas por griegos y sirios y una exigua minoría judía. En esto se demuestra la fe: en que se obedece la palabra del Señor y Dios nos ofrece una visión más amplia de lo que hemos sido capaces de concebir: misionero para diez ciudades y sus pueblos.



Es evidente que el nuevo obrero de Jesús encontró puertas abiertas para su predicación. No se nos dice que encontrara resistencia o rechazo en alguna parte. Su misión en esta tierra de gentiles es un anuncio profético de la futura misión universal. 



El evangelista Marcos formula el contenido de su predicación misionera en una sola frase: “Comenzó a publicar en Decápolis cuán grandes cosas había hecho Jesús con él”. Así que, la persona de Jesús ocupaba el centro de su mensaje. Él había recibido la gracia de Dios por medio de Jesús. Y así es con nosotros también. Todo lo que hemos recibido de Dios y experimentado con él ha sido a través de Jesucristo. Esta es la razón por la que el mensaje cristiano de todos los tiempos tiene a Jesús por centro. Jesús había hecho con él grandes cosas, en plural: le había liberado de aquella horrible horda de demonios, le había curado las heridas físicas que él mismo se auto infligía bajo la dirección de los espíritus malignos, lo había devuelto a su juicio cabal; le había devuelto su dignidad, vistiéndolo;  había borrado en él toda huella de los malignos espíritus, y había perdonado todos sus pecados. Estas grandes cosas solo las hace en el hombre la gracia de Dios que obra por medio de Jesucristo. 



Este caso de liberación es un caso de la misericordia divina. Repetimos que no fue el hombre quien vino a Jesús, sino que fueron los demonios los que fueron atraídos por el Señor como un poderoso imán. En este caso de posesión la voluntad del hombre estaba completamente anulada. Y Dios lo ve y tiene misericordia. Así de maravilloso, bondadoso y bueno es nuestro Dios, nuestro Jesús.



El hombre había sido enviado por Jesús a publicar la historia de su encuentro con el Señor. Hablaba de su historia personal, de algo que él había vivido y experimentado. Publicaba lo que Jesús había hecho con él. Nos encontramos, pues, ante una historia pura y dura. Y es que, la fe cristiana surge en base a  hechos y a historias reales y no en base a reflexiones teológicas y leyendas piadosas. La fe cristiana no es una ideología, sino una relación personal con Dios, con Jesús. 



Los críticos de los evangelios afirman que el evangelio no está interesado en historias verdaderas. Pero nuestro texto dice lo contrario. En Juan 20:30 dice el evangelista Juan: “Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos…” Estas palabras desmienten otra vez la pretendida “no historicidad”  de los evangelios. Porque lo cierto es que, precisamente lo hecho por Jesús es el objeto de la predicación cristiana. Si él no hubiera hecho estas cosas o hubiera hecho otras muy distintas, entonces habría sido cambiado el mensaje del evangelio. “Hecho” es la definición de un suceso real, de algo que ha tenido lugar en el tiempo y el espacio, como lo afirma el evangelista Lucas (Lucas 1:1; Hechos 1:1). El hombre se fue “a publicar cuán grandes cosas había hecho Jesús con él”. ¿Hay una mejor definición de misión?



La última frase de nuestra historia que concluimos aquí es: “Y todos se maravillaban”. “Maravillarse” es un primer paso hacia la fe, si bien todavía no es fe, pero puede dar pie a ella. “Maravillarse” es la última palabra en el relato de Marcos sobre la historia que nos ha ocupado. ¿Tenemos nosotros la capacidad de “maravillarnos” por lo que Jesús ha hecho con nosotros?


 

 


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