La creencia en que los organismos originalmente creados pudieran cambiar de manera natural a través del tiempo no fue desarrollada por el cristianismo medieval.
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Durante los primeros siglos de la era cristiana, se aceptó mayoritariamente que el origen de los seres vivos se había producido, tal como afirma la Biblia, gracias a la acción de un Dios creador. La idea fijista o de inmutabilidad de las especies, que aparentemente se desprende de ciertos versículos del libro de Génesis, influyó para que muchos creyeran que Dios creó al principio todas las especies animales y vegetales, tal como son en la actualidad. Textos como el siguiente: “E hizo Dios animales de la tierra según su especie, y ganado según su especie, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno” (Gn. 1:25), fueron interpretados según la hipótesis del fijismo que negaba la variabilidad de las especies a lo largo del tiempo.
Sin embargo, algunos de los llamados Padres de la Iglesia, como Gregorio de Nisa (335-394) y Agustín de Hipona (354-430), creyeron que esta no era la única manera de entender el relato de Génesis y sostuvieron la creencia de que el texto inspirado no afirmaba que todas las especies biológicas hubieran sido creadas por Dios tal y como son ahora, sino que posiblemente algunas podían haber cambiado de aspecto durante los tiempos históricos, desde que fueron creadas por Dios.[1] De hecho, las distintas razas o variedades de animales y plantas, obtenidas por medio de cruces selectivos (selección artificial) por ganaderos y agricultores, evidenciaban precisamente dicho poder transformador de las especies.
Gregorio de Nisa creía que Dios había creado el mundo en dos etapas fundamentales. La primera, por fiat (del latín, “hágase” o “sea hecho”), instantáneamente a partir de la nada; mientras que la segunda habría sido gradual a lo largo del tiempo. En esta última etapa, el universo se habría ido transformando lentamente hasta convertirse en lo que conocemos actualmente. Agustín de Hipona, por su parte, escribió: “Ningún ser vivo hay que no venga de Dios, porque Él es, de cierto, la suma vida, la fuente misma de la vida.”[2] Y también: “Todo lo formado, en cuanto está formado, y todo lo que no está formado, en cuanto es formable, halla su fundamento en Dios.”[3] En relación a la creación, Agustín mantiene un diálogo figurado con el Creador y le dice: “Solo creas por la palabra; y, sin embargo, las cosas que creas con tu palabra no reciben el ser todas a la vez, ni desde toda la eternidad.”[4]
Sobre el orden universal de la creación, escribe: “Cuando cada uno de estos seres (terrestres) está en el puesto que le corresponde, y gracias a la muerte de unos pueden nacer otros; cuando los más débiles sucumben ante los más fuertes, contribuyendo los vencidos a perfeccionar a los vencedores, se da entonces el orden de los seres transitorios.”[5] Finalmente, en relación al hecho de que todas las criaturas son como un canto de alabanza al Creador, Agustín dice: “Las que no han recibido un ser estable sufren una mutación a mejor o peor, según las circunstancias cambiantes de las cosas, sujetas a la ley que les fijó el Creador.”[6] De todas estas reflexiones, se desprende la idea agustiniana de que muchas especies de animales y plantas no fueron creadas directamente por Dios, sino que estaban en potencia en los tipos básicos originales. De manera que aparecerían tiempo después como resultado de procesos naturales secundarios.
Durante la Edad Media, la ciencia y la cultura disminuyeron notablemente a lo largo de varios siglos en la Europa occidental. El conocimiento científico, teológico y humanístico se refugió en los monasterios ya que las universidades no empezaron a funcionar hasta el siglo XIII. La creencia en que los organismos originalmente creados pudieran cambiar de manera natural a través del tiempo no fue desarrollada por el cristianismo medieval. No obstante, algunos teólogos católicos, como Alberto Magno (1200-1280) y su discípulo Tomás de Aquino (1224-1274), tuvieron en cuenta tal posibilidad e incluso llegaron a manifestar que la generación espontánea de la vida no era incompatible con la fe cristiana. Hoy sabemos que no existe generación espontánea de seres vivos sino que en el presente todo ser vivo procede de otro ser vivo y que toda célula viene siempre de otra célula anterior a ella. Sin embargo, en aquella época, estos dos teólogos no veían imposible que Dios pudiera crear todavía organismos directamente a partir de la materia.
Notas
[1] Cela, C. J. y Ayala, F. J., 2013, Evolución humana, el camino hacia nuestra especie, Alianza Editorial, Madrid, p. 21.
[2] Ropero, A. 2017, Obras escogidas de Agustín de Hipona, Tomo I, CLIE, Viladecavalls, p. 74.
[3] Ibíd., p. 85.
[4] Ropero, A. 2017, Obras escogidas de Agustín de Hipona, Tomo II, CLIE, Viladecavalls, p. 373.
[5] Ropero, A. 2017, Obras escogidas de Agustín de Hipona, Tomo III, CLIE, Viladecavalls, p. 467.
[6] Ibíd., p. 468.
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