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Un increíble millón de años

Los datos que se poseen no solo reflejan una profunda laguna sistemática en el registro fósil entre ambos seres (simios y humanos) sino también un lapso de tiempo demasiado extenso.

CONCIENCIA AUTOR 87/Antonio_Cruz 30 DE ENERO DE 2022 17:00 h
Reconstrucción artística del Homo erectus. / [link]Ancient origins[/link].

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Una evidencia importante de la presencia histórica del ser humano en un determinado lugar es, sin duda, aquella que aporta la ciencia de la arqueología. Los artefactos, utensilios, construcciones, etc., que evidencian pensamiento abstracto, una planificación previa y un comportamiento simbólico, constituyen un claro testimonio de que fueron elaborados por una mente como la nuestra o muy similar a la del Homo sapiens moderno. Muchos de estos rasgos que definen y son característicos del ser humano actual se han encontrado también junto a fósiles, atribuidos por la paleoantropología a otras especies de homínidos, tales como Homo erectus, H. heidelbergensis, H. neanderthalensis, H. denisova, H. floresiensis, H. antecessor y otros H. sapiens antiguos. 



Una de las cuestiones que se suscita es la de si estamos realmente ante especies diferentes, en cada una de las cuales se habría desarrollado independientemente la mente moderna, o bien si se trata de razas distintas de la misma y única especie humana, que pronto adquirió una notable variedad. Desde luego, sería un dato muy significativo saber si tales grupos hablaban, sin embargo el uso del lenguaje no será directamente detectable hasta la aparición de la escritura y esto ocurriría mucho más tarde. Por tanto, si tales individuos podían o no hablar y transmitir información oral es algo que únicamente se podrá inferir de manera indirecta por los objetos arqueológicos encontrados. Por ejemplo, se sabe que Homo erectus y el pequeño humano de un solo un metro de estatura, Homo floresiensis, a pesar de tener un cerebro más reducido que los demás homínidos (alrededor de 1000 cm3 el primero y menos de 400 cm3 el segundo, respectivamente) ambos dominaron la técnica de la navegación. Esto implica la necesidad de algún tipo de lenguaje que les permitiera comunicarse para construir y manejar embarcaciones. Luego, si hablaban entre sí es porque eran humanos.



Otra cosa que pone de manifiesto esta cuestión es que el tamaño del cerebro no siempre es directamente indicativo del nivel de inteligencia, sino que ésta dependería más bien de otras variables como la complejidad y organización interna de dicho órgano. Por ejemplo, es bien sabido que en la población humana moderna hay personas que poseen un gran tamaño cerebral, como el novelista ruso Iván Turguénev (1818-1883), cuyo cerebro pesaba 2.021 gramos. Pero, a la vez, existen otras con un cerebro pequeño, como el novelista francés Anatole France (1844-1924), premio Nobel de literatura, cuyo peso cerebral era de tan solo 1.017 gramos. Prácticamente como el Homo erectus y, sin embargo, ambos eran escritores famosos. William Lane Craig descarta, en su libro El Adán histórico, al Homo erectus como especie a la que hubieran podido pertenecer Adán y Eva, debido sobre todo al reducido tamaño cerebral de dicha especie fósil. Sin embargo, no parece que el peso del cerebro sea un buen indicativo de la inteligencia. 



Algunos ejemplares de Homo erectus tenían una altura de hasta 1,85 metros, lo que supera la media de la población humana actual. Aunque el promedio de la especie es de 1,70 metros y su capacidad craneal estaba comprendida entre los 700 y los 1.250 cm3, lo que la sitúa dentro del rango típicamente humano. (El volumen craneal medio del ser humano adulto actual es de unos 1.200 cm3). Los múltiples huesos fósiles hallados de esta especie, distribuida por África, Arabia, Turquía, Europa, India, China y Tailandia, indican un elevado parecido con el Homo sapiens, hasta el extremo que algunos autores propusieron en su día que se la incluyera dentro de nuestra misma especie. Aunque otros siguen creyendo que se trata de una especie diferente, lo cierto es que sus características humanas abren la puerta a la posibilidad de que nuestros primeros padres hubieran podido pertenecer a ella. 



[photo_footer]Cráneo de Homo erectus. / Antonio Cruz[/photo_footer]



Según se ha señalado, se cree que Homo erectus construyó embarcaciones y navegó por aguas difíciles, lo cual requería de un lenguaje que le permitiera comunicarse con sus congéneres. La aparición de herramientas y hachas bifaciales en el período achelense del Paleolítico inferior está correlacionada con la presencia del H. erectus  hace 1,7 millones de años, según la cronología estándar. Es verdad que resulta posible enseñar a los chimpancés que viven en cautividad a fabricar herramientas de piedra, como las encontradas en la garganta de Olduvai (África). Algunos de estos simios adquieren la habilidad de golpear piedras oblicuamente con el fin de conseguir lascas afiladas para cortar. Por tanto, descubrir dichos artefactos de piedra no es indicativo de comportamiento humano moderno sino que se ha relacionado más bien con los australopitecos y con el Homo habilis (que, a pesar de su nombre genérico, muchos autores consideran como un australopitecino).



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No obstante, el hecho de que estas rudimentarias herramientas persistieran en el registro arqueológico sin cambios durante tanto tiempo (“un increíble millón de años”, escribe Craig), indica que hubo un estancamiento cultural importante y una capacidad cognitiva muy inferior a la humana. La falta de innovación en las herramientas líticas durante tantísimo tiempo es “impensable” para la mente humana moderna.  Algunos autores han manifestado que esta poca inventiva indica que aquellos simios no pensaron en fabricar herramientas sino que solamente realizaban algo automático, similar a lo hacen los pájaros tejedores cuando elaboran sus nidos. Una actividad instintiva que sería muy diferente de una planificación meditada. Lo cual indica una profunda laguna intelectual entre aquellos simios antiguos y los verdaderos seres humanos.



[photo_footer]Hacha de mano achelense que refleja simetría y diseño inteligente, encontrada en Kathu Pan (Sudáfrica).[/photo_footer]



Así pues, desde la perspectiva transformista, tan extensísimo período de tiempo en la supuesta evolución gradual del simio ancestral al ser humano es difícil de explicar. ¡Cómo pudo vivir un ser con mentalidad humana durante un millón de años usando piedras como si fueran cuchillos y no se le ocurriera innovar nada más! A mi modo de ver, los datos que se poseen no solo reflejan una profunda laguna sistemática en el registro fósil entre ambos seres (simios y humanos) sino también un lapso de tiempo demasiado extenso. Creemos que esto permitiría pensar que los distintos grupos humanos no descendieron de los Australopithecus, o de cualquier otra especie de simio antiguo, sino de una primera pareja creada “de novo” por Dios. El Adán y la Eva bíblicos pero -tal como señala Craig- mucho más antiguos de lo que generalmente suele creerse.


 

 


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