Jesús, ¿programado para sufrir y morir?

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“Nadie me quita la vida sino que yo de mí mismo la pongo…”

Si la interpretación que damos a la vida de Jesús se centra en el papel que algunas teologías le han asignado, entonces habría que afirmar que fue alguien programado desde Dios y por Dios de un modo fatalista. De manera que su vida, desde antes de nacer, estaba pensada y organizada con vistas a que todo acabase como terminó. Por tanto, no fue Jesús quien decidió lo que tenía que hacer y cómo debía orientar su vida, porque eso ya estaba decidido y organizado de antemano.

Porque, claro, si la única cuestión central en la historia de Jesús es su predeterminada muerte en la cruz, entonces da igual si nació en Belén o en Alboraya, importa poco su mensaje revelador de un Dios alternativo al de la religión, queda oscurecido su modo de situarse ante la realidad, su denuncia profética y sus polémicas con los profesionales de la ley. Y, finalmente, resulta irrelevante su vida como modelo de imitación y seguimiento para el cristianismo. A partir de aquí cabría preguntarse: ¿es posible construir una eclesiología que aterrice en la historia y en el mundo de lo real fundada sobre esas propuestas cristológicas?

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Creemos, claro está, en la encarnación de Dios en Jesús, pero esa encarnación no debe ser vaciada de contenido puesto que no se hizo a expensas de la verdadera humanidad de Jesús, sino precisamente a través de ella. Dentro de ese marco de comprensión hemos de situar el proyecto histórico del Señor. Proyecto quiere decir opción fundamental, es decir, la decisión de fondo que marca la orientación de la vida a partir de las decisiones y los caminos que se escogen.

Por consiguiente, Jesús no llegó a este mundo con una lección sobre Dios memorizada desde la eternidad. Le contemplamos haciendo suyos conocimientos acerca de Dios provenientes de la palabra del primer testamento, le vemos orando intensamente y, sobre todo, aprendiendo a construir una vida conforme a la voluntad de su Padre (Abba) hasta el final. Sólo así pudo llegar a ser constituido “Autor y consumador de la fe sufriendo la cruz y menospreciando el oprobio” (He. 12:2). Soli Deo Gloria.