Jesús aparece en esta tierra lleno de gracia. Su gran amor redentor se observa en el hecho de que es él quien toma la iniciativa para liberar al hombre y darle seguidamente vida eterna.
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“Porque le decía: Sal de este hombre, espíritu inmundo.
Y le preguntó: ¿Cómo te llamas? Y respondió diciendo: Legión me llamo; porque somos muchos”
(Marcos 5:8-9)
Cuando el endemoniado está delante de Jesús, se produce el enfrentamiento. Tiene lugar un combate de gigantes, Jesús, lleno del Espíritu Santo, se enfrenta en solitario a toda una legión de espíritus inmundos. ¡Qué pelea! De un lado, el bondadoso Jesús, el amante redentor, dispuesto a salvar y liberar al pobre hombre de las diabólicas cadenas que le atan y que han anulado por completo su voluntad. Jesús pronuncia la palabra: “¡Sal de él!” Del otro lado encontramos al poder infernal, que había tomado posesión del hombre y que se obstina en retener su presa.
¿Quién ganará el conflicto? ¿Retendrá la victoria el príncipe de las tinieblas? ¿O saldrá vencedor Jesús? Gracias a Dios que sabemos que ¡Jesús es vencedor! Venció en Getsemaní y Gólgota y arrebató definitivamente todo poder a Satanás y sus legiones de espíritus inmundos.
Vamos a contemplar, en primer lugar, la orden de Jesús, después la pregunta de Jesús y, finalmente, la respuesta del espíritu inmundo
Jesús le había ordenado al demonio: “Sal de este hombre, espíritu inmundo”. Siempre hacía lo mismo cada vez que se enfrentaba a un caso de posesión. Y es que, no puede soportar la posesión porque es un ataque directo contra su persona. La posesión revela la última intención de los demonios: robarle a Dios el hombre, corona de la creación, imagen de Dios. Si no pudo destruir a Dios, lo intentará con el ser creado a su imagen y semejanza. El hombre y la mujer son la mayor expresión del amor divino, por eso son, a la vez, el mayor objetivo del odio infernal.
Los demonios quieren robarle a Dios su posesión más preciosa. Y quieren robarla para destruirla, para destrozar en ella todo rasgo de imagen divina. En el caso del endemoniado gadareno lo habían conseguido, convirtiéndolo en una bestia irracional y sin voluntad propia, cuatro veces inmundo, pues habitaba en tierra de gentiles, considerada inmunda por los israelitas, tenía su casa en los sepulcros, se alimentaba de comidas inmundas (Isaías 65:3) y estaba poseído por un espíritu inmundo. Esto era lo que el diablo había hecho del hombre. Pero esta posesión iba a ser solo temporal. Porque ahora aparece en escena el Hijo de Dios, Jesucristo, para deshacer las obras del diablo y liberar y salvar a este hombre de su lamentable estado.
Postrado ante Jesús, le grita el espíritu inmundo: “Te conjuro por Dios que no me atormentes.” ¿En qué consistía este tormento? Encontramos la respuesta en las palabras del versículo 8: “Porque le decía: Sal de este hombre”. La forma verbal “le decía”, apunta a que Jesús había dado la orden ya antes de que el demonio hablase la primera vez. De manera que el conjuro del espíritu inmundo era un contraataque a aquella orden, un intento de anularla o de reducir sus efectos. El tormento no tenía que ver con su destrucción final en el infierno (Lucas 8:31; Mateo 8:29; 1 Corintios 15:24; Apocalipsis 20:10). Se trata del tormento de la expulsión. Cada expulsión significa un avance del reino de Dios. Jesús dirá a los judíos: “Si yo por el Espíritu de Dios hecho fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mateo 12:28). Por eso, toda expulsión significaba también para los demonios una dolorosa derrota, la pérdida de una presa valiosa y un retroceso en sus pretensiones de gobierno del mundo y del hombre.
Jesús aparece en esta tierra lleno de gracia. Su gran amor redentor se observa en el hecho de que es él quien toma la iniciativa para liberar al hombre y darle seguidamente vida eterna. La voluntad del endemoniado está completamente anulada. La participación del hombre es nula, no aparece por ninguna parte. Su cuerpo es un instrumento usurpado que los demonios utilizan a placer.
Jesús contempla esta dramática escena y toma la iniciativa sin contar con la voluntad del poseído. Y es que, lo propio de Jesús es salvar, rescatar, lo que se había perdido, liberar al hombre de las garras de Satanás.
“¡Sal de este hombre, espíritu inmundo!” ¡Cuánta misericordia y amor encierran estas palabras! Sus paisanos no pudieron ayudarle y acabaron expulsándole del pueblo. Hacía mucho tiempo que vivía en lugares desiertos, impelido hasta allí por los demonios (Lucas 8:29). Tal como le desecharon sus familiares y paisanos, Jesús podía haber hecho lo mismo y ¡mandarlo al diablo! Pero no lo hace. Así nos muestra su lucha incluso por los que no le conocen ni le piden ayuda. Nosotros necesitamos también esta sensibilidad de Jesús por las personas que viven completamente ajenas a Dios y al evangelio. Personas, quizá, sumidas en groseros pecados. Pero Jesús ha venido también para salvarlos a ellos. En Isaías 65:1 dice Dios: “Fui hallado por los que no me buscaban. Dije a gente que no invocaba mi nombre: Heme aquí, heme aquí”. El apóstol Pablo se hace eco de estas palabras en Romanos 10:20 para explicar la aceptación del evangelio de Jesucristo por parte de los gentiles. Y nosotros nos llevaremos muchas sorpresas cuando decidamos salir al encuentro de estos solitarios o enajenados por el pecado, los vicios y los demonios. Muchos se convertirán a Cristo y después se convertirán en testigos del poder de Dios entre su gente, como ocurrió con el hombre de nuestra historia bíblica.
Jesús ha cruzado el lago para impartirle a sus discípulos unas lecciones prácticas sobre su poder omnipotente, pero también para encontrarse con este pobre endemoniado. ¿Ha valido la pena todo el esfuerzo de la travesía para encontrarse solo con este hombre? Creemos que sí. Jesús llevó la cruz por cada uno de los pecados de cada hombre y mujer. Nadie está excluido de esta bendición. Jesús sufrió por cada pecador individualmente. Por eso no fue demasiado para él el esfuerzo de cruzar el lago para encontrarse con este poseído. Esto constituye un consuelo para nosotros. Y es que, somos personalmente amados por Jesús.
De esto aprendemos que no debemos escatimar esfuerzos por muy pocos que sean los resultados. Hay tiempos en los que el Señor salva a multitudes, y otros en los que él se esfuerza por la persona individual, por la única oveja que le falta en el redil, pero lo hace siempre con la misma intensidad y sin ahorrar fuerzas. También nosotros debemos invertir todo nuestro esfuerzo para alcanzar a todos, pero también para llegar al individuo. No permitamos que el bosque nos impida ver los árboles.
Jesús cuenta con un demonio personal. Por eso le pregunta: “¿Cómo te llamas?” E igualmente recibe del demonio una respuesta personal, al pedirle que no los arrojase de aquella región. Jesús cuenta, pues, con la realidad personal y la acción de las potestades de las tinieblas. Y nosotros también haremos bien en contar con la existencia y obras de los demonios. Posiblemente una señal de que vivimos en los últimos tiempos sea que la lucha entre Dios y Satanás está llegando a su punto álgido. En estos tiempos el enemigo de Dios está arrojando un velo de niebla artificial a su alrededor, haciendo como si los demonios no existieran.
Hoy muchos investigadores interpretan la posesión como mera enfermedad psíquica. Pero debemos tener cuidado, porque no toda posesión es una enfermedad psíquica, y no toda enfermedad psíquica es una posesión. No podemos mezclar ambas cosas. Las enfermedades psíquicas tienen que ser tratadas por psiquiatras y psicólogos, mientras que la posesión es el resultado del pecado en la vida de las personas y por eso tiene que ser tratada espiritualmente. Poco o nada ayudará la psiquiatría en el caso de una posesión.
Volviendo a nuestro texto, el hecho de que el demonio estuviera derrotado desde el primer instante del encuentro con Jesús, no le priva de lanzar un contraataque. Pero Jesús no se inquieta lo más mínimo, y lo domina todavía con más fuerza: “Y le preguntó: ¿Cómo te llamas?” No lo pregunta porque él no lo sepa, sino para demostrarle a sus discípulos, y a nosotros hoy, que él tiene todo el poder en el cielo y en la tierra. Y es que, Jesús no se enfrenta aquí a un demonio solo, sino a varios miles, a toda una legión. Esto nos dice que Jesús ha venido a destruir a todo el ejército satánico, a limpiar de inmundicia todos los territorios gentiles. Y de cara al poseído, nos dice que su estado era de total enajenación, lo que resalta la voluntad de Jesús, de Dios, de salvar a toda persona, incluso a las que no preguntaban por él, unas porque no querían, y otras porque no podían.
Con esta pregunta Jesús no está haciendo un exorcismo a la usanza. Se creía que con el nombre del demonio se obtenía poder sobre él. Pero Jesús no tenía necesidad de esto, puesto que su poder fue reconocido por los demonios desde el principio, tan pronto como abrió la boca del hombre: “¿Qué tienes conmigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes”.
La expulsión de los demonios por la sola palabra muestra el poder de Jesús sobre ellos. No hay en Jesús la más mínima perturbación, inseguridad o esfuerzo ante los miles de demonios que enfrenta en ese instante. Tranquilamente les ordena a los demonios; con toda calma inquiere su nombre y, por último, les da la orden final; y el endemoniado vuelve a su estado cabal. Ha sido liberado. La imagen de Dios ha sido restaurada en él. ¡Jesús ha vencido sobre demonios mil!
A aquellos que piensan que Jesús preguntó por el nombre porque solo con el recurso del nombre podía vencer, respondemos que esta explicación no tiene fundamento. Los evangelios demuestran, en los siete casos de expulsión de demonios que registran, que Jesús no tenía necesidad de ningún nombre para expulsar demonios. Quería, más bien, mostrarles a sus discípulos contra qué poder se iban a enfrentar en la obra misionera mundial. Y, a la vez, mostrarles la superioridad de su poder contra todo el ejército de Satanás. Esto es consolador y alentador para los cristianos que tienen que enfrentar algún caso de posesión. ¡Jesús es vencedor sobre demonios mil!
Este es el único texto donde un demonio dice su nombre: “Legión”. El nombre resalta tres cosas: 1) en este caso se trata de todo un ejército de demonios dirigidos por un superior de ellos. Esto confirma las palabras de Jesús, que afirma que un hombre puede ser poseído por varios demonios a la vez (Mateo 12:45; Marcos 16:9). 2) Las legiones romanas estaban compuestas por seis mil hombres, más varios cientos como tropa auxiliar. ¿Eran tantos los demonios que habitaban en el hombre? El hecho de que se diga que la piara de cerdos en la que entraron era de dos mil animales, apunta a que sí. La legión romana era el mayor contingente de soldados que integraba una unidad del ejército, seis mil soldados bien entrenados y armados hasta los dientes. Las legiones romanas eran temibles, todo el mundo hablaba de ellas. ¿Era el nombre demoníaco “Legión” la ostentación de su poder y, a la vez, la pretensión de dominar toda aquella región, de la que pedía no ser arrojado? Sea como sea, está claro que todo ese poder que aterraba a los hombres no tuvo la menor influencia en Jesús. Su sola palabra fue suficiente para destruir a aquella legión. Y 3) Resulta curioso que la Décima Legión, la llamada Fretensis, tenía en su estandarte un cerdo salvaje, es decir, un jabalí. Al final de la historia, los demonios entrarán en los cerdos. ¿Habremos de entender esto como otra alusión a los romanos, en el sentido de que los espíritus Legión demandaban el dominio sobre la orilla oeste del lago, tierra de gentiles? La historia bíblica deja claro que Jesús destroza a Legión y deja en aquella tierra al hombre que había sido liberado, para que diera testimonio de la obra de Dios en él. Anticipo de la obra misionera que habría de extenderse a todo el mundo, para salvación de las naciones.
Al principio de esta historia se nos habla de un espíritu inmundo que dominaba al hombre, pero cuando Jesús le hace hablar, descubrimos que se trata de toda una legión de malos espíritus. Y lo mismo ocurre con el pecado en nosotros. A veces pensamos que solo tenemos un pecado que nos domina, una debilidad por la que caemos una y otra vez, pero cuando hablamos sobre ello, descubrimos que detrás de ese pecado nuestro hay muchos más y que nuestra debilidad no es una sola, sino muchas, legión.
Quiera el Señor hablar con nosotros y sacar a la luz los pecados que nos son ocultos para que, liberados de ellos, podamos servirle en la alegría de una nueva libertad. ¡Jesús libera! ¡Jesús es vencedor del pecado y del diablo!
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