Esta historia solo se puede entender y exponer correctamente como un testimonio auténtico y verdadero de testigos oculares.
“Y cuando salió él de la barca, enseguida vino a su encuentro, de los sepulcros, un hombre con un espíritu inmundo, que tenía su morada en los sepulcros…”(Marcos 5:2-3)
Las pocas palabras de estos dos versículos nos pintan un cuadro lleno de horror y dramatismo. Descubren ante nosotros la triste figura de “un hombre con un espíritu inmundo, que tenía su morada en los sepulcros”.
Esta historia ha sido muy denostada entre los círculos teológicos liberales y entre los intelectuales racionalistas. Se la ha declarado como no auténtica, una interpolación tardía.
Se la ha rechazado con el peregrino argumento de que contiene un mínimo de cuatro capas, revela trazos de diferentes autores, contiene no menos de veinte dificultades y el texto está obscurecido por una serie cambios en el vocabulario, adiciones, dobletes, y otras tensiones internas.
Hoy se argumenta también su rechazo como historia real, afirmándose que es evidente el sentido y la finalidad teológica del relato. Que se trata, pues, de una construcción teológica y no de un suceso histórico real. Y yo preguntó: ¿qué texto de la Biblia no tiene sentido teológico?
Entre sus detractores más antiguos se encuentran Wellhausen, que sostenía que todo el texto es un antiguo cuentecillo popular sobre un montón de diablos, que acabaron aplicando a Jesús. Lo mismo pensaba Bultman.
Por su parte, Pesch sostiene que las diferentes capas de la narración resultan fáciles de identificar, y E. Schweitzer registra veinte diferencias. Pero, Haenchen, otro exégeta liberal, llama a la calma, escribiendo: “No hay que exagerar las diferencias”.
Mientras que Bultman sostiene que: “En su fundamento básico, resulta evidente que la historia está esencialmente intacta”; y Schmithals, por otro lado, considera que toda ella es “una pieza”.
Las opiniones y críticas de estos autores descansan en una determinada cosmovisión. Se acercan al texto desde el a priori del racionalismo, que descarta, ya de entrada, cualquier idea de intervención sobrenatural en nuestro mundo.
Dos exponentes máximos de esta teoría en España son el historiador Antonio Piñero y los directores de la página “Jesús histórico” de Facebook, éstos rabiosos enemigos de todo lo sobrenatural y divino relacionado con Jesús.
No, no es serio liquidar esta historia que nos ocupa relegándola de un manotazo al campo de lo legendario. En realidad, esta historia solo se puede entender y exponer correctamente como un testimonio auténtico y verdadero de testigos oculares.
De entrada, tenemos un aparente problema. Y es que, Marcos y Lucas (8:26ss) hablan de un endemoniado, mientras que Mateo (8:28ss) habla de dos. ¿Se contradicen los evangelios? Nada de eso.
El mismo caso aparece en otros lugares de los evangelios. Así, Mateo 20:29-34 habla de dos ciegos sanados por Jesús en Jericó, mientras que Marcos (10:46ss) y Lucas (18:35ss) hablan de uno; Mateo (28:2ss) y Marcos (16:5ss) dicen que las mujeres que fueron al sepulcro de Jesús vieron a un ángel, mientras que Lucas (24:4ss) habla de dos ángeles. No hay contradicciones en estos relatos.
Dos fueron los ciegos sanados en Jericó, dos los ángeles vistos por las mujeres en la tumba de Jesús y dos los endemoniados que liberó Jesús en la región de Gérgesa. Lo que ocurre es que los evangelistas tenían la libertad de enfatizar el número total o resaltar a uno de los dos que les pareciera el más relevante.
En este sentido, Marcos nos ofrece incluso el nombre de uno de los ciegos sanados, Bartimeo. De esto podemos deducir que este hombre fue sanado física y espiritualmente, tal como lo demuestra la conclusión del relato al decir: “Y enseguida recobró la vista, y seguía a Jesús en el camino” (Marcos 10:52).
Lo mismo ocurre ahora con el relato del endemoniado: fue liberado y restaurado psíquicamente y, además, se convirtió en discípulo de Jesús, convirtiéndose en predicador de toda la provincia de la Decápolis.
Del otro endemoniado liberado Marcos y Lucas no dicen nada porque, posiblemente, solo recibió su sanidad física y volvió a los suyos, pero no acertó a descubrir en Jesús al Hijo de Dios salvador. Por eso, nosotros solo nos ocuparemos de este único liberado del que nos hablan Marcos y Lucas.
Nuestro hombre tenía su morada en los sepulcros. Esto se nos dice por tres veces (v. 2,3,5). ¿Qué clase de hogar o de vivienda es esta para una persona? En los sepulcros y las cuevas yacen los muertos y habitan los proscritos. Los sepulcros son lugares de muerte y putrefacción.
No obstante, este pobre hombre tenía su vivienda en los sepulcros. No estaba capacitado para vivir en sociedad entre las personas. ¿Tenía esposa e hijos? No lo sabemos, aunque sí sabemos que debería tener algunos familiares, porque Jesús le dice al final: “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo” (v.19).
De todos modos, no pudo convivir con ellos durante mucho tiempo. Su fuerte inclinación a la necromancia y el brutal salvajismo que manifestaba lo constituían en un peligro para su posible familia.
Aunque el hecho de que enseguida se convirtiera en misionero de toda la región de Decápolis podría apuntar a que su familia no estuviera muy convencida de su repentina curación.
O tal vez, llevaba tantos años poseído por los demonios que se había convertido en un extraño para su familia, que ya no le extrañaba.
Marcos nos lo presenta como “un hombre poseído con un espíritu inmundo”. Vivía en una tierra considerada inmunda por los judíos, puesto que sus habitantes eran de origen, cultura y religión greco siríaca y, además, moraba en sepulcros, lugares considerados inmundos.
En Israel, y según la ley de Moisés (Números 19:16): “Cualquiera que tocare algún muerto…o algún cadáver, o hueso humano, o sepulcro, siete días será inmundo”.
Pero nuestro hombre no había tocado accidentalmente un hueso humano o se había despistado en su caminar por la zona, desembocando fortuitamente en un sepulcro, sino que vivía en ellos.
Y quien le arrastraba a vivir en esos lugares eran los demonios que le tenían poseído. Todo esto apunta al alto grado de inmundicia en que los demonios obligaban a vivir a este pobre hombre.
La estrecha relación de los demonios con los sepulcros como lugares de muerte apunta a la idea que expone Jesús cuando dice: “El [diablo] ha sido homicida desde el principio” (Juan 8:44).
Sí, la obra del diablo es la muerte. Cuando el hombre y la mujer comieron del fruto prohibido, murieron. Dice la Escritura que “la paga del pecado es muerte. Y el diablo no sabe hacer otra cosa más que pecar e inducir a los hombres y mujeres a pecar.
Pero todavía hay una idea más relacionada con los demonios y los sepulcros; se trata de la relación de los demonios con la idolatría y los idólatras. De estos dice Dios que “se quedan en los sepulcros, y en lugares escondidos pasan la noche” (Isaías 65:4).
Así los demonios obligaban a este hombre a vivir en los sepulcros y en lugares desiertos, y a comer carne de cerdo.
Todo lo que se nos dice acerca del poseído deja claro que la meta de los demonios es continuamente la degradación y la destrucción de la imagen de Dios en el hombre.
Estos poderes enemigos de Dios no pueden crear nada de sí mismos. Toda su actividad se limita a tomar posesión de propiedades ajenas, anulando la personalidad del ser humano, deshumanizando a los humanos.
Los demonios son okupas espirituales. Así como los okupas asaltan y se apropian de viviendas que no les pertenecen, anulando sobre ellas los derechos de sus legítimos dueños, destruyendo la vivienda y ensuciándola, y originando gastos, perjuicios y un gran dolor en sus legítimos propietarios, los demonios hacen lo mismo al poseer a una persona: la anulan, esclavizan, destruyen y le ocasionan dolor y ruina.
Jesús reprochó a los hipócritas fariseos que “eran semejantes a sepulcros blanqueados que, por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia” (Mateo 23:27).
¡Qué pensó Jesús de este pobre hombre, diariamente revolcado en la inmundicia más atroz y lamentable! Ciertamente, no le dio la espalda. Lo liberó, aunque el mismo afectado no manifestara el deseo.
Reparemos en que fue el espíritu inmundo el que se sintió descubierto y poderosamente atraído hacía aquel que un día lo arrojará definitivamente al lugar del tormento. Por eso le decían los demonios: “¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?”
“Un hombre con un espíritu inmundo”. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo había sido posible que los espíritus demoníacos tomaran posesión de él?
En este caso particular, no lo sabemos, pero llama la atención el elevado número de demonios que le poseían, aunque éstos estaban bajo el mando del denominado “espíritu de inmundicia”, el más poderoso de aquella oscura legión.
¿Cómo puede una persona llegar a ponerse bajo el influjo o el alcance de los poderes demoníacos? Pueden ser muchas las causas. Resaltaremos unas pocas:
La práctica de la idolatría es una puerta abierta a la influencia de los espíritus inmundos (Isaías 65:3-4).
La superstición predispone también para lo oculto.
Prácticas ocultistas realizadas en uno: Dejarse echar las cartas o que le lean las manos, permitir que se pronuncie sobre uno mismo algún conjuro.
Prácticas realizadas por uno mismo: Leer los horóscopos, creer en la magia de los números, considerar nefastos determinados días (“El 13 ni te cases ni te embarques”), etc.
Creer que la visión de determinados animales o aves puede traer suerte o desgracia (el gato negro, el cuervo).
Practicar conjuros para atraer la felicidad o alejar el infortunio.
Practicar la magia blanca o negra.
Llevar al cuello medallones, llevar consigo amuletos u otros objetos que se creen que traen suerte.
Llevar al cuello una medalla con su horóscopo. Son varios los cristianos a los que he tenido que llamar la atención sobre esto.
Dedicarse a la lectura de libros y revistas que tratan del ocultismo.
Consultar a adivinos o espiritistas.
Participar en sesiones de espiritismo.
Asistir a misas negras o satánicas.
Creer y desenvolverse en sistemas de fe y filosofías paganas (p.e.: religiones asiáticas, sectas, Yoga, Cientología, Rosacruces, Astrología, Meditación Transcendental, Teosofía y Antroposofía, Espíritas y otros). Hay cristianos que practican el Yoga sin ser conscientes de los peligros que encierra. Un día me dijo una hermana en la fe que estaba asistiendo a unas clases de Yoga para desestresarse. Le advertí de su peligrosidad y me respondió que no había observado nada extraño. Simplemente tenía que centrarse en su Karma, repitiendo un mantra que el profesor le había asignado. Le pregunté si sabía qué era el Karma y me respondió que no. Le expliqué que el karma es el conjunto de obras que determinan lo que una persona será en su próxima reencarnación y explica lo que se es en la vida actual, gracias a cómo fue su conducta en la anterior. Así que, quien crea en el Karma, tiene que creer en la reencarnación, y esto va contra la Escritura que dice: “Está establecido para los hombres que mueran una vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 10:27). En cuanto al mantra, se trata de una palabra o fórmula que, dentro del hinduismo y el budismo, sirve para invocar a la divinidad. La Biblia niega la existencia de otros dioses. ¿A quiénes, pues, invocan los occidentales con la repetición incesante de sus mantras? En el mejor de los casos, a nadie, porque esos dioses no existen. En el peor de los casos, a los demonios, lo cual es muy peligroso. Así se explican los perturbaciones espirituales que han sufrido algunos practicantes del yoga, la dureza de otros para creer en Jesucristo y el estancamiento de algunos cristianos en su desarrollo y crecimiento espiritual. En última instancia, el yoga con su karma y sus mantras es una religión que declara la salvación por las propias obras, mientras que en el evangelio la salvación es por fe en la sola obra de Jesucristo.
No sabemos cómo llegó a ser poseído el gergeseno. Pero en la Biblia encontramos dos tristes personajes que sí fueron atormentados y poseídos por los demonios. El primero es el rey Saúl (1 Samuel 16:14s.)
Y la razón que dio a los espíritus poder sobre él era sus continuas desobediencias a las instrucciones divinas (1 Samuel 15:22-23). Saúl se caracterizó por sus desobediencias a Dios.
En cuanto al caso de Judas Iscariotes, leemos que: “Satanás entró en él” (Lucas 22:3). Judas vivía dominado por un pecado al que no quería renunciar. El pecado de Judas era su amor al dinero.
Estaba enganchado y dominado por el dinero. Cuántas veces se lo habría advertido Jesús, cuántas veces había oído hablar a su maestro acerca de lo funesto del amor a las riquezas.
Decía Jesús: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24).
Cuántas veces se posaron sobre Judas los ojos del maestro tristes, serios, insistentes, persuasivos. Pero Judas obviaba las advertencias y no se dejaba exhortar. Cuántas veces había hablado Jesús de los peligros de las riquezas y del querer hacerse rico.
Pero Judas hacía como que esto no iba con él. Claramente enseñaba Jesús: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15). Pero Judas hacia caso omiso a las advertencias del sabio maestro.
Pensaba que el asunto no era tan delicado. Jugaba con el peligro. Amaba el pecado. Y así llegó el momento, tras vender a su maestro por treinta miserables monedas de plata, que Satanás entró en él. Al principio Judas tenía al dinero, pero al final el dinero acabó teniendo a Judas.
Jugar con el pecado es cosa delicada y seria. En este juego el maligno acaba teniendo cada vez más poder. ¡Ten cuidado! Jugar con el pecado es cosa peligrosa. El endemoniado de nuestro texto lo había experimentado.
¡Y qué triste y miserable era la vida que llevaba! ¡En los sepulcros! ¿Y no ocurre hoy lo mismo? ¿No existen hoy multitud de sepulcros excavados por el pecado?
Nos afecta emocionalmente contemplar por televisión la multitud de fosas excavadas para dar sepultura a las víctimas de la Covid-19. Acude a nuestra mente las fosas comunes en la isla de Nueva York y las tumbas abiertas en Brasil.
Y ante este cuadro, pensamos: Esta cantidad de tumbas existe también en todos los países del mundo. ¿O no es acaso un sepulcro esos lugares que esclavizan a las personas al alcohol y a las drogas?
Cuánta felicidad y cuánta paz de hogar han sido arrojadas en esos sepulcros. ¡Quién podría contar las lágrimas derramadas por todo el sufrimiento que ha originado el pecado del alcohol y las drogas! Cuántas son las esposas y los niños que han tenido que sufrir, y sufren en este instante, la miseria y el dolor de ser esposa e hijos de un alcohólico o de un drogadicto.
Amigo, ¿estás caminando por la senda que te conduce al sepulcro donde habitan los demonios? ¡Párate y vuélvete! Haz como el poseído en la región de los gergesenos.
Enseguida que vio a Jesús, vino a él. ¡Haz tú lo mismo! ¡Arrójate a sus pies! Su amor te puede salvar; su mano es poderosa y fiel, él rompe las cadenas del pecado, y hace nuevas todas las cosas.
Pero todavía hay más sepulcros donde habitan vivos poseídos por la inmoralidad sexual. Qué son sino sepulcros esas casas tristemente adornadas con luces de colores al borde de nuestras carreteras.
Sepulcros de esclavitud, antros del crimen, cuevas donde entran y salen diariamente cadáveres vivientes poseídos por el poder del pecado. Qué hediondo olor llena nuestro país y arruina nuestro pueblo.
Cómo aumenta esta desgraciada plaga. Ya no opera en la oscuridad, como en tiempos pasados, ahora lo hace a plena luz del día. Y el número de sus víctimas es terrible.
Cuántos son los que viven en centros psiquiátricos, sepultados vivos, destruidos por la culpa propia y la ajena, y por pecados ocultos.
Y qué diremos de los sepulcros que constituyen nuestros centros penitenciarios. Cuántas víctimas del pecado. Cuánto clamor al cielo.
Pero gracias a Dios que hay uno que nos puede sacar de los sepulcros. Este es el que mandó a Lázaro que saliera de su tumba; el mismo que pudo sanar al endemoniado que vivía en los sepulcros. Él es hoy el mismo poderoso Salvador.
Lector amigo, si estás atado al servicio del pecado, si eres un esclavo del pecado y de las pasiones de la carne, ¡corre hacia Jesús! ¡Hazlo pronto! ¡No dejes pasar ni un día más! Cada día que pasa te hundes más, te atas más fuerte al mal.
No creas que tú no desembocarás nunca en un sepulcro como el gergeseno. Uno se desplaza hacía allá lentamente, de manera casi imperceptible.
Por eso, si eres consciente de que estás caminando por la senda del pecado, detente y corre hacia el encuentro con Jesús.
Y tú, que ya estás morando en los sepulcros, completamente dominado por una legión de pecados; tú, que ya has destruido tu salud, que has consumido tus bienes y tus energías, y has destruido tu familia, escucha la buena noticia del evangelio que te dice que también para ti hay salvación. También para ti hay una liberación. ¡Jesucristo, el salvador, está aquí para ayudarte!
Nadie tiene que desesperar en su situación. ¡Jesús ha venido! Ha venido para dar libertad a los cautivos, para sacar a los presos de la cárcel, para vaciar los sepulcros de muertos vivientes.
¡Ay!, si la gente supiera quién es Jesús y qué es capaz de hacer. No dejemos los cristianos de hablar a tiempo y fuera de tiempo de este poderoso salvador y restaurador de vidas.
Este mundo lleno de sepulcros necesita oír de Jesús. ¡Jesús libera y salva hoy también! Él perdona nuestros pecados, rescata del hoyo nuestra vida, sana todas nuestras dolencias y nos colma de favores y misericordias.
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